Relato porno del último disparo de la infidelidad de un viejo afortunado

Alguna vez había sido joven, es cierto, muchísimos años atrás.

El menor de tres hermanos, papá había fallecido cuando yo era muy pequeño y no tengo recuerdos de él y lo poco que supe de él es por lo que me ha comentado mi entorno, mi familia.

Mis hermanos mayores pronto hicieron sus propias familias y solo se dio esa situación un tanto lógica de quedarme a cuidado de mamá, situación que me agradaba, puesto que era notorio que yo era su preferido, aunque ella siempre lo negara, y solo a tono de broma, ella fue mi primer amor.

Tenía apenas veintiuno cuando un par de cosas se combinaron en mi vida, una ruptura repentina con Nélida, mi novia de esos días al enterarme que ella me engañaba con uno de mis mejores amigos y la muerte repentina de mi madre cuando ella parecía gozar de perfecta salud.

Fueron dos golpes potentes, combinados, demasiados grandes como para poder sostenerme en pie y los lazos que me anclaban a mi pueblo natal se cortaron en un parpadeo.

Trabajaba ya en un banco muy conocido, estaba haciendo carrera y don Jacinto, quien tenía fuertes influencias y había sido estrecho amigo de mi padre, me llevaba de la mano, era mi guía y me quería como a un hijo.

El estaba al tanto de mis pérdidas, de ambas, de mamá y de Nélida, me notaba deprimido, perdido y desconectado de la realidad, y en forma previsible mi rendimiento laboral estaba muy por debajo de lo esperado. Una tarde me llamó a su despacho para charlar, a puertas cerradas y con un humeante café de por medio.

Recuerdo que el fumaba un puro, vestía muy a la moda de esos días, acariciando los tiradores que sostenían sus pantalones grises, usando una impecable camisa celeste, con la mirada perdida por el amplio ventanal de la oficina, me habló de la vida y sabía por lo que estaba pasando, me hizo una oferta, me había conseguido un puesto equivalente en otra sucursal que estaba a quinientos kilómetros de distancia, sobre una pequeña ciudad que se emplazaba a orillas del mar

Dos años – me dijo – te vas dos años, te tranquilizas, respiras, rearmas tu vida, acomodas tu cabeza y luego vuelves, dos años pasan volando, te hará bien. De paso, aprendes nuevas costumbres, irás a un pueblo chico donde no tendrás todo al alcance de la mano, pero vivirás mucho más tranquilo

Tomé su consejo, mis hermanos con esposas e hijos me despidieron en una íntima cena familiar, dije ‘hasta pronto’ a mis amigos de toda la vida y emprendí el viaje con una maleta bajo el brazo, para dejar atrás mi pasado con una intrigante promesa de futuro.

Dos años pasan rápido había dicho, era cierto, pero en dos años pasan muchas cosas, demasiadas. En unos meses la entidad bancaria fue adquirida por otra de mayor peso y el señor Jacinto fue relegado a segundo plano, perdiendo sus influencias, poco tiempo después le ofrecieron un retiro anticipado con mucho dinero, y con eso, mi puerta de regreso se cerró de golpe, ya nadie me facilitaba el camino para mi retorno, mi lugar ya no estaba disponible, entonces, o seguía trabajando a orillas del mar en donde estaba, o me buscaba otro empleo si es que quería volver a mi ciudad natal, pero las palabra de don Jacinto ya eran historia.

Además, yo había conocido a Guadalupe, una de las tantas compañeras de trabajo y me llevaba muy bien con ella, y sin querer nos enamoramos.

Guadalupe era única hija de un matrimonio de ascendencia tana que solo sabían trabajar y ahorrar dinero, su padre, era uno de los tantos sufridos que habían escapado de la segunda guerra buscando sobrevivir en estas tierras, había levantado con sus manos un complejo de tres pequeños departamentos que arrendaba en épocas veraniegas a las familias que iban a vacacionar, hacia muy buena plata y con eso se ganaba la vida.

Pasaron los años, Guada y yo nos casamos, llegaron los hijos, y tomé a esa ciudad como propia, mis suegros envejecían y ya tenían seis departamentos que mantener. Era ya mucho trabajo para ellos, hicimos cuentas y era más tentador trabajar en ese proyecto familiar que como eternos empleados del banco.

Primero renunció mi mujer y un par de años más tarde hice lo propio.

Aprendí el oficio, a hacer mantenimiento edilicio, cortar el césped, pintar, y todo lo que hiciese falta, además, a negociar con los clientes de turno, tenía experiencia del banco, pero esto era otro tema, poner tarifas, arrendar por días por quincenas, por mes, y así me transformé en la mano derecha de mi suegro.

Cuando él falleció Guada y yo quedamos al frente del negocio, y las vueltas de la vida, jamás había imaginado vivir la vida que estaba viviendo.

El mundo siguió girando, envejecimos, con sesenta almanaques en el lomo la vida se nos escurría como arena entre los dedos, nuestros hijos adolescentes no veían mucho futuro en un pequeño pueblito costero y no vieron con buenos ojos seguir con el negocio familiar de la familia, por lo que volaron con sus ilusiones a la gran ciudad, haciendo el camino inverso que yo había hecho en mi juventud y después que falleciera mi suegra quedamos Guada y yo solos, para hacernos mutua compañía y caminar juntos los pasos que nos quedaran por caminar.

Setenta y tres años, y si, el sexo era un bello recuerdo en nuestro presente, ella estaba excedida de peso, demasiado, con problemas en las articulaciones de las rodillas, le era imposible subir las escaleras por lo que generalmente ella estaba en la oficina con el papeleo y yo era quien mostraba los departamentos para alquiler, y todo funcionaba de maravillas, ganábamos más dinero del que necesitábamos y a nuestra edad ya no queríamos hacer fortuna, solo vivir tranquilos, llegan esos días en que te das cuenta que lo que no tiene precio es el tiempo que te queda por delante.

Y conocimos gente, imaginen si pasaron familias por nuestros departamentos en años y años de alquileres, personas buenas, que cuidaban las cosas como si fueran propias, personas complicadas, que destruían todo, personas con las dejamos algún rastro de amistad, personas con la que discutimos por todo, y todo lo creí vivido, hasta ese mes de noviembre…

Estaba en los días de mantenimiento fuerte previos a la temporada veraniega que se acercaba, pintando las rejas de uno de los departamentos, cuando Guada me llamo al celular, había una pareja interesada en alquilar unos días. Fui en cuanto pude, mi esposa ya le había pasado los detalles y las tarifas, y esperaban que yo le mostrara las opciones para que tomaran una decisión.

El aparentaba entre treinta y cinco y cuarenta y cinco, alto, musculoso, bronceado, con un jopo y unas patillas muy al estilo Elvis Presley, fuera de época, pero sin dudas lo hacían ver muy seductor, ella, una morocha de largos cabellos lacios, entre cuarenta y cinco y cincuenta y cinco, y tenía encima todas las cirugías, todo el gimnasio y todo lo que se imaginen para verse sencillamente espectacular, Guada y yo éramos dos personas comunes y corrientes que la vida les había pasado por arriba, pero esta pareja, parecían modelos de televisión

Eligieron el departamento más caro, el que tenía vista al mar, el que tenía jacuzzi, el de mayor espacio y el que casualmente estaba edificado encima de nuestro propio departamento. Guada, como de costumbre, le tomó todos los datos y recibió el pago de la estadía, luego acompañe a Gervasio – ese era su nombre – a que acomodara su SUV en el garaje asignado, después a Brenda – ese era el de ella – al departamento para darle las ultimas instrucciones y dejarle las llaves.

Los problemas empezarían esa misma noche, apenas conciliamos el sueño, fuimos despertados por los ruidos que provenían del piso superior, de los recientes inquilinos, donde parecía haberse desatado una carnicería, gritos, gemidos, aullidos, saltos en la cama, el chirrear de las patas de la misma, palabras subidas de tono, propias de una película condicionada, de una manera casi sobrenatural, que se prolongaron por unas interminables cuatro horas.

Al día siguiente, mi esposa estaría insoportable, había dormido muy mal y ella era de unos conceptos muy diferentes en cuanto a la sexualidad, por una crianza de otra generación, para ella todo era íntimo, secreto, prohibido y como directamente me dijo ‘es una mujerzuela…’

Las cosas se complicarían a la hora de la siesta, cuando la historia volvería a repetirse, y en la siguiente noche, otra vez.

Guadalupe se transformó por la situación, ella era siempre la de sonreír a los clientes, pero descargaba por lo bajo sus quejas hacia a mí, para que fuera ‘el malo de la película’, así que estaba acostumbrado a tomar los problemas en mis manos, y había tenido muchas discusiones por problemas del día a día, pero esto, era diferente, que decirle? que reprocharle? ruidos molestos? no sabía cómo encarar el tema y en verdad, me daba vergüenza

Pero con el correr de los días, la situación solo se empeoró, y mi esposa me puso entre la espada y la pared.

Subí los veinte escalones que separaban ambas plantas con miles de dudas, porque no sabía que iba a decirle a Gervasio para que no lo tomara a mal, pero tampoco podía seguir discutiendo con mi mujer, a cada paso sentía que me pesaban los pies y más me acercaba peor era. Llegué a la puerta, se escuchaba la tv encendida, golpeé suavemente con discreción, pasaron unos minutos sin respuesta, volví a golpear ahora con mayor insistencia.

Sentí bajar el volumen de la tv, y segundos después ella abrió la puerta, me sorprendió, terminaba de ducharse, envuelta en una gran toalla anudada en los pechos hasta por debajo de la cola, como usan las mujeres, descalza, su piel húmeda y sus cabellos chorreando agua.

Me quedé mudo, balbuceando, sin saber que decir, Brenda se rio y con demasiada confianza me tomó de la mano y me jaló hacia dentro.

Me preguntó que sucedía, y le dije que la situación me incomodaba, ella estaba casi desnuda, no veía que Gervasio estuviera presente y si llegara, que le diría a su esposo?

Ella empezó a reírse con ganas, ‘esposo’, repitió, me dijo que no, no era su esposo, era su personal trainer, hoy era Gervasio, ayer había sido otro y mañana podía ser cualquiera. Su esposo, vivía un matrimonio de fantasías y apariencias, solo pagaba sus caprichos para que no molestara, su esposo tenía sus chicas por ahí, en una vida de millonarios de otro mundo.

Así son las cosas – me dijo – a ambos nos conviene mantener esta unión, pero vivimos separados en la misma casa, casi no nos dirigimos la palabra…

No esperaba esa charla y por cierto me sentí más liberado para tocar el tema, pero ella, lejos de amilanarse, pareció doblegar la apuesta, jamás le advertimos nada antes, y además la calidad de la cama dejaba mucho que desear.

Estaba tartamudo y nervioso, el sudor poblaba mi frente, me sentí hasta intimidado, recordé a mi mujer, porque también le tendría que dar explicaciones a ella, entonces le ofrecí cambiarse a uno de los departamentos del fondo, y podría quedarse unos días más a cambio, pero ella se acercó a mi lado y me dijo que no, ese departamento tenía yacusi y a ella le encantaba hacerlo en el yacusi.

No solo volví resignado y con las manos vacías, sino con una calentura terrible, porque esa mujer te acosaba y era muy directa con algunas palabras y poses a las que yo no estaba acostumbrado.

Le inventé una historia a mi mujer, solo para apaciguar las aguas.

Pero ‘la guerra’ en el piso superior empezaría nuevamente en corto tiempo, una vez y otra vez, y otra más, parecían no tener paz…

Esa tarde, Guadalupe molesta por los ruidos del piso superior, y furiosa conmigo porque no hacía nada por evitarlo, se fue de compras al centro de la ciudad, por lo que decidí volver a subir las escaleras para hablar con ellos, debía darle un corte.

Golpee con fuerza, y Gervasio en esta oportunidad abrió la puerta, como si fuera lo más natural del mundo, me palmeó en el pecho y me dijo:

Se la dejo un rato, está loca y enferma…

relato viejo infielFui temeroso hasta el dormitorio, ella estaba aboca bajo sobre la cama, era todo un desastre, preservativos usados, juguetes, lencería por doquier, ella inmutable, jugando con algunas cremas íntimas, con su terrible culo desnudo, sin pudor, me invitó a su lado.

Me senté en la cama, ella me sacó los lentes y empezó a besarme con profundidad, con locura, me avanzó sin piedad, me incomodó, que podía hacerle yo con setenta y tres años?

Me bajó el pantalón y empezó a chuparme la pija y aunque mi cabeza quería, mi verga no.

Me preguntó como andaba del corazón y me dio de tomar una píldora milagrosa, que diablos estaba haciendo…

Brenda me recostó en la cama y se sentó sobre mi rostro, no esperaba a que se la chupara, solo refregaba con fuerzas su concha caliente sobre mi rostro, una vez y otra, podía ver como sus tetas artificiales se bamboleaban, mientras ella chupaba entre gemidos un gran consolador de los tantos que había desparramados por el lugar.

La tomaba de las caderas, la tomaba de la cintura, le apretaba las tetas y caía en la cuanta que, a pesar de tantos inquilinos casuales, jamás me había sucedido lo que me estaba sucediendo.

Ella era un demonio, estaba loca, realmente loca.

Después de chupar ese juguete un buen rato, se lo metió por completo en el culo, sin molestarle en absoluto lo grueso que se veía, se lo sacó y lo siguió chupando, y se lo volvió a meter en el culo, y sucedió el milagro, sentí el fuego entre mis piernas, tenía una erección y ella lo notó, y empezó a masturbarme y solo se sentó en mi pija, haciendo que entrara en su concha, teniendo el juguete en su culo, y solo se movía, sus gritos escapaban por los ventanales, la cama crujía pidiendo piedad y estaba viviendo en carne propia lo que ella vivía a cada instante.

Entonces se puso en cuatro, con su enorme culo apuntando a mi lado, con su esfínter todo dilatado por el juguete que se metía cada vez más profundo, me pidió que la cogiera con todas mis fuerzas, bien profundo, ella se tomó de los barrales del fondo de la cama y me moví en su interior con todo lo que pude hacerlo a mi edad.

Cada vez que avanzaba, ella retrocedía haciendo que se incrustara toda, yo la tomaba por la cintura y miraba con placer el consolador enterrado en su culo, ella se aferraba al espaldar y la cama se sacudía de un lado a otro, yendo y viniendo, y en esos movimientos llegaría mi último disparo, y en la inconciencia de esos vaivenes la cama terminó cediendo en un quiebre previsible y fuimos a al piso en un golpe moderado.

Nos reímos, un rato, un poco apenas, puesto que ella no había terminado todavía, me tomó por la nuca y me besó profundamente, no le molestaba nuestra diferencia de edad, porque ella era una niña para mí, sin importarle nuestras apariencias, porque ella era una muñeca para mí, sin importarle nuestra sexualidad, porque ella era un tornado para mí.

Brenda llevó mis labios a sus pechos para que se los lamiera un buen rato, sentí esas prótesis bajo la piel, y le mordí con dulzura los pezones, uno y otro, era demasiado premio para un viejo decrépito como yo.

Para terminar, me llevó nuevamente entre sus piernas, para que le lamiera su conchita depilada, que sabía a semen, el poco semen que aun podía producir mi organismo.

Tuve que llamar a un carpintero de confianza para que reparara la cama rota, y de paso pedirle que la reforzara para evitar futuros problemas, también tuve que arreglármelas para disimular el gasto ante mi mujer, y guardar el secreto, le había sido infiel por primera vez en la vida.

Esa misma noche volverían a sentirse los ruidos en el piso de arriba, y a pesar de que mi esposa estaba enfurecida por ello, y porque yo no hiciera nada al respecto, lo cierto es que ya nada podía hacer, Brenda había comprado mi silencio y mi fidelidad.

Esa misma noche también, mi esposa me tuvo que aplicar hielo en un brazo, me había golpeado al caer de la cama y no reparé en ello hasta que mis viejos huesos me dolieron al atardecer, y también tuve que inventarle otra historia, con todo el dolor de mi alma.

Cuando ellos se fueron, Guada los despidió con una falsa sonrisa, con agradecimientos y el ofrecimiento de que pronto volvieran, aunque sabía que ella jamás volvería a alquilarles un departamento, peor mi parte sentí alivio, pero también nostalgia, al fin volvería la paz y la armonía al cuarto superior y también mi relación con mi amada esposa, pero también se iba la mujer que me había hecho hombre por última vez.

Algún tiempo después recibí algún escrito a mi WhatsApp, a modo de despedida, me tomó por sorpresa.

No soy lo que crees, me gustó hacer el amor contigo, pero tengo que ser franca, no fuiste nada especial, solo uno más.

Y mi vida no es lo increíble que parece ser, Gervasio solo estaba a mi lado para complacerme por dinero, como ahora está Mario, mi nuevo entrenador personal.

Descargo en el sexo mis frustraciones, vivo encerrada en un enorme castillo de cristal, tan sola y tan frío como mi corazón, odiándome día a día con mi verdadero marido, simulando ser quienes no somos, la pareja ideal.

Tengo una hija, sabías? hace un par de años que no tengo noticias de ella, me desprecia, para ella soy una puta y la avergüenzo con sus amiguitas de la alta sociedad

En fin, no sé por qué te escribo esto, solo tenía necesidad de hacerlo

Te pido disculpas por todos los problemas que te ocasioné y por favor, que tu esposa no me odie, es una buena mujer

Ella escribió algunas palabras más de despedida, y solo me quedé acariciando la pantalla de mi celular, como si la estuviera acariciando a ella, preferí quedarme con su imagen en el recuerdo, con ese físico espectacular, dibujado a mano por el mejor de los artistas, y con el tiempo intimo que ella me regaló, sin pedirlo, sin merecerlo, sin soñarlo…

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título EL ULTIMO DISPARO a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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