Relato porno de un cornudo consentido, el bebote y la puta calienta pijas

Hacía ya un tiempo que trabajaba en una importante productora de seguros, muy reconocida, muy prestigiosa, con casi cien años de antigüedad en el mercado. La casa central, donde yo me desempeñaba estaba en un coqueto edificio de la zona más acomodada de la ciudad, donde los primeros cinco pisos eran de propiedad de la aseguradora, mientras que los cinco pisos superiores, hacían de oficinas centrales de una multinacional de telecomunicaciones.

El ‘hexágono’, como era llamado el edificio por su forma constructiva no convencional, era un punto de referencia para la ubicación de propios y extraños, era muy original y en la azotea, podía verse a la distancia los impresionantes logos de ambas empresas, colocados estratégicamente a la misma altura, uno dando al ingreso a la ciudad y el otro de cara a la misma.

Mi posición física estaba en una de las oficinas del tercer piso, el piso de los abogados, como era popularmente conocido, es que justamente, era el sitio donde estábamos todos los abogados que tomaban los litigios legales a los cuales era sometida la empresa, el objetivo era claro, ganar y ganar.

En ese ámbito convivía día a día con casuales colegas, con algunos apenas cruzaba saludos, con algunos tenía empatía, con otros solo tomábamos un café cuando algún pleito no tenía abocados en un trabajo en común y con los menos tenía cierta amistad.

Y en ese círculo de convivencia que naturalmente se va dando, es imposible evitar que el trabajo se mezcle con lo laboral, donde defectos y virtudes afloran a flor de piel, así, por ejemplo, Amalia era apodada la viuda negra, por su proceder sin sangre a la hora de litigar, Alfonso, un bonachón pisando los sesenta que solo pensaba retirarse con una jubilación onerosa, Martita, una abogadita recién recibida, con aires de grandeza, pero con un largo camino por recorrer, Mario, el carilindo del grupo, el facha al que le sobraban las mujeres, Julia, una mujer rara, decían que ‘jugaba para el otro equipo’ nunca la habían visto con ningún chico, pero tampoco me constaba que le gustaran las mujeres, y yo, famoso por mi entrepierna.

Tener una verga demasiado grande, cabezona y gruesa en verdad no me suponía grandes ventajas más que un morbo marcado que se caía al intentar tener relaciones.

Era centro de cargadas entre los muchachos de la oficina que hasta habían llegado a acomplejarme en algún punto, si, a la hora de alardear y de provocar siempre estaba primero en la fila, pero llegada la intimidad, bueno, comprobaría que la mayoría de las mujeres preferían una medida standard y que no hacía falta una verga de burro para darles placer, por el contrario, solían atemorizarse y el sexo anal terminaba siendo casi una utopía.

Y bueno, me hice a la idea que me apodaran ‘el bebote’ en alusión directa a el tamaño de mi sexo.

Elizabeth era otra de las abogadas que deambulaban por la oficina, y que ciertamente no encuadraba con la imagen típica de una profesional del rubro, jamás lucía trajecitos de pollera y spencer, ni medias de nylon, ni finos zapatos de tacos altos, ni maquillajes, ni raros peinados, ella era bastante básica, siempre en jean azul o negro, bien ajustados, que le marcaban una cola y unas piernas casi perfectas a mis ojos y alguna remerita de ocasión que dejaban imaginar unos pechos pequeños y turgentes, siempre en zapatillas, solía andar con los cordones desatados, y esa imagen no era lo que la empresa esperaba de un empleado, pero como no teníamos atención al público y como era demasiado profesional en lo suyo solo hacían la vista gorda a su proceder.

La llamaban ‘la rubia’ solo por el hecho de andar siempre con sus cabellos teñidos a una rubio casi blancuzco y llevarlos siempre recogidos en una cola de caballo. Tenía un rostro bonito y ciertamente había una empatía marcada entre nosotros.

Pero había dos razones por las cuales no quería ni me interesaba atreverme a algo mas.

Por un lado, su relación de pareja, Marco, su esposo, pertenecía también a la compañía, él era un tipo apuesto, bien puesto, trabajaba en el primer piso, en atención al público, y el sí siempre lucía impecablemente vestido con la ropa de la empresa, con el corte de cabellos perfecto, con el rostro perfecto, con las prendas perfectas, la imagen perfecta.

No nos conocíamos demasiado, solo algún cruce en el estacionamiento del subsuelo, solo por ser el esposo de una de mis compañeras y a decir verdad sabía más de Marco por los labios de Elizabeth que por los suyos propios.

Por otro lado, mi relación de pareja, Ornela, mi ex, terminaba de salir de un tortuoso camino de espinas en un divorcio en que se me iba la vida, tan fácil había sido juntarnos y parecía imposible separarnos. Es que ella no quería separarse de mí, ella solo quería hundirme y a punto había estado de lograrlo, por eso, en ese momento todo estaba bien como estaba, no pensaba en una nueva relación con otra mujer a largo plazo, me sentí bien en mi soledad, sin compromisos, sin ataduras, acababa de librarme de las garras de una mujer y no quería caer en las de otra.

Ciertamente Elizabeth era una mujer de mi tipo, por su contextura, por su forma de ser, solía mirarla a través de los vidriados de la oficina, en su ir y venir, cuando pasaba desentendida de mi mirada pecaminosa, y en otras ocasiones, cuando sin querer nuestras miradas si se cruzaban solíamos regalarnos alguna sonrisa.

Pero solo era eso, solo imágenes pasajeras de la nada misma, era una más entre tantas.

Una mañana, fui a la máquina de café a servirme uno, a la distancia noté que ella ya estaba ahí sirviéndose uno para ella y mis ojos, instintivamente se clavaron en su trasero, lucía un jean celeste que le dibujaba un culo perfecto, y más me acercaba, mejor se veía. Elizabeth giró de repente, sin causa alguna, solo casualidad, lo suficiente para sorprenderme como a un niño robando un dulce, traté de desviar mi mirada, pero era tarde, en sus labios se dibujaron una sonrisa y solo lo dejó pasar, pero ambos sabíamos lo que había sucedido. Nos saludamos y le pregunté cómo iba su día, cualquier tema para sacarme la soga del cuello, hablamos un poco, hasta que me dijo

Sergio, antes que me olvide, me dijo mi esposo que quería charlar contigo, podrá ser?

Yo no tenía idea que tenía que ver su esposo en esto, hice algunas preguntas de las cuales solo tuve evasivas y al final le dije

No hay problema, decile a Marco que revise nuestras agendas y maque una cita

Ella me guiño un ojo mientras chupaba la paletina con la que había terminado de revolver su café, y satisfecha se fue hacia su oficina.

Dos días después, según lo agendado por su esposo, él se presentaba en mi despacho, me estrechó la mano, y buscando un poco más de intimidad cerró la puerta vidriada de acceso.

Como estás Sergio? cómo andan tus cosas?

Bien, bien, no nos conocemos demasiado, pensar que trabajamos en el mismo sitio – respondí para romper el hielo –

Cierto, cierto – dijo en forma pensativa, evidenciando que sus ideas estaban en otro sitio –

Bueno, entonces? cual es el tema importante?

Vamos al grano, – largó él – en verdad es solo una idea por el momento, pero, en fin, es sabido que todos te apodan ‘el bebote’ y es sabido que todos saben por qué tienes ese apodo, y es un tema recurrente en mi cabeza, tu fama llega al primer piso, aunque no lo creas!

Me recliné hacia atrás en el respaldo de la silla, refregándome las manos, poniendo distancia en una situación que no alcanzaba a dilucidar cuales eran sus intenciones, actitud que fue interpretada por Marco en forma inmediata, por lo que riendo y negando con la cabeza aclaró

Espera, espera, no me mal intérpretes, no hablamos de mí, todavía me gustan las mujeres!, hablamos de ella – dijo señalando con la vista a su esposa –

Ella? – pregunté confundido –

Elizabeth, al otro lado parecía concentrada en su notebook, pero sin dudas su centro de atención estaba donde nosotros estábamos, su esposo y su compañero de trabajo

Mirá Sergio, voy a confesarte algo, y debe quedar entre nosotros, sí?

Yo soy un ‘pito corto’, para que vamos a andar con rodeos, siempre pensé que Elizabeth y yo funcionábamos de maravillas en la cama, pero cuando hablábamos de fantasías inconcretas, y siempre en plano de fantasías, ella siempre imaginaba la experiencia con alguien tamaño ‘extra large’, me explico?

Yo escuchaba sin articular respuesta y solo lo invitaba a seguir

Yo no me chupo el dedo, sé que no fui el primer hombre en su vida, pero creo que se enamoró del peor partido, un rostro bonito, pero sin mucho futuro entre las piernas.

Para calmar un poco esas fantasías, de común acuerdo hace un tiempo, compramos un juguetito para ella, la idea era un complemento para algunas ocasiones, no mucho más que eso.

Marco tragó saliva y dijo meneando la cabeza, como haciendo una pausa

Mierda amigo, nunca imaginé que esto fuera tan difícil…

Solo lo anime a seguir adelante

Bueno, como contarlo, lo que solo sería un complemento para nuestra sexualidad, terminó transformándose en el centro de su placer, Elizabeth poco a poco se mostraba más interesada en meterse ese juguete que en ir a la cama conmigo, noté que sus orgasmos más profundos llegaban con eso y hasta llegué a poner en primer plano ese enorme consolador.

Espera Marco, no entiendo – reproché – porque me cuentas esto a mí? que tengo que ver yo en sus problemas de pareja?

Por qué te cuento esto, bueno, veras…

El deseo de tu compañera de piso, o sea mi mujer, se hizo cada vez más y más fuerte, como que hice a ese juguete parte del juego, ella lo hizo su fetiche y empezó a llevarlo consigo en su cartera a todos lados, a todas partes, solo se metía en lugares prohibidos a masturbarse para regalarme selfies pornos, imaginas como es el juego.

En verdad imagino, pero no alcanzo a tomar dimensión… – respondí con un dejo de excitación –

Marco miró en derredor para asegurarse tener la intimidad necesaria, tomó su móvil y me dijo

Elizabeth, Elizabeth me dijo que te mostrara esto, conoces el sitio? te suena familiar?

Relato porno de un cornudo consentido, el bebote y la puta calienta pijasNo esperaba ver lo que vi en su celular, me impactó, honestamente, era mi oficina, mi escritorio! un enorme consolador traslúcido estaba adherido sobre él, Elizabeth, preciosa, con sus jeans bajos desnudando apenas sus ricos glúteos, su conchita golosa comiéndoselo y solo me produjo tanta excitación que me llevó a una profunda erección bajo el escritorio, levanté la vista hacia su oficina, ella estaba mirando directamente a nuestro sitio, veía que su esposo me mostraba su celular y obviamente sabía que era lo que yo estaba viendo, se sonreía y jugaba con una lapicera entre sus labios.

Estaba perplejo y Marco, notando mi estado solo se echó a reír

Sorprendido, cierto? – tiró al aire – horas extras, por la tarde, viste? deberías meter llave a la puerta de tu despacho antes de irte a casa, no te parece?

Y cuál es la idea? – pregunté yo – o sea, imagino, pero necesito que vos me lo propongas

Directo al hueso, – sentenció él – bueno, ok, en nuestras fantasías de pareja imaginamos quien sería el indicado para reemplazar ese juguete, y por si no lo habías notado, mi esposa está demasiado intrigada contigo, así que le dimos miles de vueltas al asunto y… quieres venir a cenar a casa? realmente quiero ver cómo te la coges y ella quiere que la cojas…

Dudé un segundo, volví a mirarla y ella a la distancia, seguía con sus sentidos metidos en mi oficina, se hizo un silencio prolongado, Marco lo interpretó como una negativa y solo tiró al aire

Mirá Sergio, tal vez nos equivocamos contigo, tal vez no seas el indicado, te pido disculpas y solo…

Noté su intento de retirada y arrepentimiento, estaba reculando y la puerta que había abierto empezaba a cerrarse, lo interrumpí decidido

Esta noche! que sea esta misma noche! me quiero montar a tu mujer y hacerla gritar un poco! siempre me calentó el culo que tiene!

Tenemos un trato! – dijo el – estamos en contacto, debo volver a mi puesto de trabajo!

Marco solo se fue dejándome un saludo amistoso, pasó solo a cruzar unas palabras con su esposa donde asumí que le resumiría lo charlado, puesto que ella solo miraba sin dejar de observarme a través de los vidriados de las oficinas.

Poco después, vi como ella apagaba su notebook y acomodaba sus cosas, se levantó, salió de su oficina, pasó por la mía en forma casual, se aseguró tener la intimidad suficiente y entreabriendo su cartera de mano me dejó notar el enorme consolador azul transparente para decirme

Marco ya me contó, voy a casa, tengo que preparar la cena… no tardes…

Pasaré por alto toda la previa de la cena, porque en verdad fue solo perder el tiempo para llegar al punto que los tres queríamos llegar, fuimos al dormitorio matrimonial al que yo entraba por primera vez, admito que estaba un tanto incómodo por la situación, nunca había tenido ‘público’ durante un acto sexual, y menos aún que ese ‘publico’ fuera el marido de la mujer que me estaba por coger.

Elizabeth tomó la iniciativa, me tomó las manos y las llevó directo a sus pechos para apurar la jugada

Vamos ‘bebote’, que pasa? adonde está el macho que me mira el culo descaradamente en la oficina?

Al mismo tiempo, ella fregaba mi verga por sobre las ropas en una forma muy caliente, juntamos nuestros labios y fui aflojando tensiones, mientras a un lado, Marco, su esposo, se había desentendido de nosotros y observaba con sumo placer lo que estaba por ocurrir.

Ella fue de rodillas y empezó a chupármela muy rico, pero no se me paraba, es la pura verdad, Marco me cohibía y todo amenazaba en terminar en un fiasco.

Seguramente sus mandíbulas se acalambrarían y se frustraría con el fracaso, deseaba cogerla con todas mis fuerzas, pero tal vez no fuera el tipo indicado para estos casos

Tomé la iniciativa, si yo no funcionaba seguramente ella sí, la llevé a mi lado nuevamente, la besé profundo y en su boca tenía sabor a mí, casi a la fuerza le arranqué sus prendas, una a una, hasta dejarla completamente desnuda, su piel era blanca, suave y perfumada, besé su cuello y luego bajé por sus diminutos pechos, pasando mi lengua por sus afilados pezones, sorbiendo placer de ellos, de una forma muy rica, mientras me llenaba una mano recorriendo la perfección de sus preciosos glúteos, mientras que con la otra le sobaba con ritmo la conchita, llenándome los dedos con flujo caliente.

Ella gemía, y usaba palabras subidas de tono para adornar toda la situación.

La hice recular hasta que se recostó en la cama, abrí sus piernas, me arrodillé en el suelo y enterré mi cabeza entre sus piernas, la perra tenía una concha enorme, con gruesos labios rasurados, empapados en exceso, empecé a chupársela con ganas, con ritmo, presionando su clítoris, y en medio del mutuo silencio masculino, solo su voz de puta, entrecortada por jadeos de placer le hacía saber ‘al cornudo’ de su marido lo bien que la estaba pasando

Elizabeth estiró un brazo a su mesa de luz y buscó desesperada el gran consolador que había usado en mi escritorio, aun se la estaba chupando cuando ella buscó espacio y se lo enterró por completo, cuan grueso y cuan largo era, gimiendo como cerda, incluso incomodándome para llegar con facilidad a su clítoris.

Quiero tu verga Sergio! metémela toda! quiero sentirte, quiero que Marco vea como me prostituyo en tus brazos.

La puse en cuatro, casi a la fuerza, ella aún tenía el juguete en la concha, de manera que su trasero apuntara hacia su esposo. Ya había perdido toda la incomodidad del comienzo y mi pija estaba enorme, dura, llena de sangre, para envestir como un toro.

No lo dude, escupí un par de veces su esfínter y llené de saliva mi propia verga, si ella nada decía, pues yo no me detendría.

Y, por el contrario, cuando notó mi idea se deshizo en súplicas, para que le rompiera el culo, que hiciera con ella lo que quisiera hacer, que la tratara como a una puta.

Costó, siempre costaba, no por el largo, sino por el diámetro, pero al final, su esfínter se estiró tanto que se la metí por completo.

Se la empecé a dar por el culo, sus gemidos pasaron a ser gritos, cada tanto se la sacaba solo para que Marco viera como le estaba dejando abierto el culo a su esposa, del tamaño de una manzana y todo se hizo muy caliente.

Mis continuos empujes hicieron que ella no pudiera mantener el juguete por delante, dos eran demasiado, así que con el camino libre se la metí por la concha un buen rato, haciéndola bramar como perra, y volví al culo, y a la concha y me sentí venir, mientras ella clavaba sus afiladas uñas entre las sábanas de la cama, mordiendo la almohada para acallar sus gritos.

Me paré sobre su espalda para terminar de masturbarme, como una manguera, un largo y potente chorro de semen bañó toda la línea de su columna vertebral, y una segunda, y una tercera, luego, ya con menos fuerza apunté a su esfínter abierto, a sus labios depilados y al final del orgasmo ella estaba llena de leche por todos lados.

Solo tomaríamos un descanso, para seguir por lo que quedaba de la jornada.

Después de esa primera vez, las cosas cambiarían en la oficina, Elizabeth y yo nos miraríamos diferente en cada cruce, sentiríamos de otra forma cada palabra pronunciada, y cada gesto parecía una provocación, teníamos un secreto que mantener en nuestro entorno laboral.

Y esa primera vez volvería a repetirse, una y otra vez, Marco disfrutaba mucho de ser ese cornudo consiente, y parecíamos un raro trío consumado en secreto, pero las cosas se escaparían de nuestras manos.

No lo buscamos, pero en algún punto, Elizabeth y yo sentimos que Marco sobraba en los encuentros y lo hicimos a solas por primera vez, a sus espaldas, y llegó una segunda, una tercera y cuando nos dimos cuenta, estábamos enamorados, no me extraño de Elizabeth porque era evidente que no era feliz en su relación de pareja, pero yo… aún estaba dolido por el divorcio de Ornela, aun no quería saber nada de compromisos, pero el amor llega cuando uno menos lo espera, y como una tormenta que te sorprende de repente, no puedes hacer nada para evitar mojarte…

En estos días, soy el malo de la película, mis compañeros me ven como un mal tipo que le robó la mujer a un colega, a Elizabeth como una puta calienta pijas, que obviamente está conmigo por ser ‘el bebote’ y Marco es el pobre tipo, el pobre cornudo del que todos se compadecen, a los ojos del entorno, somos la típica historia de novelas de tv, y muchos chimentos van por lo bajo.

Dejamos que crean lo que quieran creer, somos grandes, nadie merece nuestras explicaciones, increíble, pero Elizabeth y yo formamos una pareja muy sólida, somos el uno para el otro.

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título EL TERCER PISO a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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