Relato porno de mi infidelidad y como volví a ser joven

Una etapa de mi vida complicada… no, tal vez la palabra correcta no sea complicada, tal vez podría decirse una etapa de mi vida aburrida.

Muchos años de convivencia de pareja me había llevado a una rutina gris, sin sobresaltos, sin emociones, Juan Carlos, mi esposo, pisaba los sesenta, me lleva algunos años, buen hombre, buen compañero, sin grandes motivos para quejarme más allá de un par de infidelidades de su parte, confesadas y ya asumidas.

El tiempo había borrado esas heridas, y aunque siempre quedaran cicatrices había aprendido a vivir con ellas.

En nuestra cama ya no había sorpresas, ni sobresaltos, ni emociones, hacíamos el amor poco y nada, casi por rutina, casi sin deseo, casi por obligación, seguramente así sería en toda pareja que está llegando a los cuarenta años de compartir cada noche un lugar en el lecho, un sexo desabrido, sin condimentos, sin alma, como dos fantasmas presos de un pasado que nunca volverá.

Tampoco era parte ya de la vida de mis hijos, el mayor ya tenía esposa, apenas lo veía de tanto en tanto, estaba muy ocupado en su futuro y ‘mamá’ ya no era una necesidad a quien recurrir a diario para que le ayudara a resolver sus problemas, no, el pequeño Tomasito ya era todo un hombre y en vano esperaba día tras día que sonara mi celular para escuchar su voz, con la esperanza que tal vez, me dijera que iba a ser abuela.

Micaela, la menor, aun saliendo de la adolescencia para convertirse en mujer, pasaba muchas horas en su cuarto, no nos llevábamos muy bien, mujer con mujer, solíamos tener fuertes discusiones, ambas de fuerte carácter, y es que solo parecía molestar en su vida, no quería pasar por entrometida en sus asuntos, pero era notorio que yo la avergonzaba delante de sus amigas y amigos, ‘la vieja’ estaba fuera de moda, no entendía nada, y siempre su tono burlón y ofensivo estaba a flor de piel. Sin embargo, puedo decir que, de los tres de la familia, era con ella con quien más charlaba.

Pero mi vida no era sencilla, rodeada de un esposo y dos hijos que tenían cada vez más ocupaciones y que tenían menos tiempo para mí, había sido siempre una ama de casa que había dado cada minuto para ellos, para el trabajo de uno, para el estudio de los otros, para tener todo aseado, para tener la comida lista, para que nada faltara, porque la mamá y la esposa siempre estaban en cada detalle, en un abrir y cerrar de ojos me di cuenta que ya nadie necesitaba de mí, y me sentí muy sola, y los días comenzaron a hacerse interminables, largos y aburridos.

Me metí a un curso de repostería, luego a un gimnasio para hacer algunos ejercicios, seguí por tomar unas clases para aprender a conducir, pero no tenía constancia, abandonaba más rápido de lo que tomaba la decisión para hacer algo, nada me llenaba y solo trataba de encontrar algo en lo que ocupar mi tiempo

Pero de esos cursos tomados al azar me llevaría algo, el grupo de ‘las chicas’, mujeres como yo, de entre cincuenta a la muerte que caminaban los mismos caminos que yo estaba caminando, personas con quien hablar y compartir vivencias parecidas.

Era gracioso, éramos almas en pena dando una foto macabra de ser lo que no queríamos ser.

Pero algo era mejor que nada, compartimos tardes de té, juegos de cartas, salidas a cenar, algunos paseos, y lo más loco, una tarde de tupper sex en la casa de Ofelia, una de las chicas donde el cuarto principal se transformaría en un campo minado de juguetes sexuales, variados, algunos que jamás hubiera imaginado que existían.

Y con ese grupo ‘de chicas’, amigas, compañeras o como quisiera llamarlas, encontré un poco una válvula de escape de mi monotonía, y entre tantas cosas empezamos a frecuentar un club de barrio, donde se practicaban deportes, tenía piscina para los días de verano, también se podía almorzar, cenar, y de vez en cuando, solía armarse algún baile que duraba casi hasta el amanecer.

Y la vida me cruzaría sin querer con Michael…

Aunque su nombre era simplemente Miguel, todo el mundo lo llamaba en su forma inglesa, un chico que promediaba los veinte, menor que mi hijo, mayor que mi hija, un carilindo de cabellos cortos con marcadas patillas y mirada pícara, también lo apodaban ‘el chueco’, por tener esas piernas curvadas en demasía, con las rodillas separadas, como un cowboy que se ha bajado de su caballo.

Gozaba de cierta popularidad en el club, el típico chico picaflor que andaba con todas, o, mejor dicho, tenía ese no sé qué por el cual todas las chicas querían estar con él, porque era desprejuiciado, cara dura y fanfarrón, esos que te envuelven con palabras, te derriten con la mirada y te compran con una sonrisa.

Por si fuera poco, era el típico muchachito que sobresalía en cualquier deporte en que incursionara, rugby, vóley y en especial futbol, donde tenía varias admiradoras que lo seguían a todas partes, era el goleador del equipo.

Imaginen su popularidad, que nosotras, ‘las chicas’, solíamos hablar de él como si fuéramos calientes veinteañeras.

Todo indicaba que solo sería una cena en el club, con las chicas, como muchas que habíamos pasado, en el quincho, era una cena a beneficio para juntar fondos para hacer algunas obras de remodelación de las instalaciones, un sábado a la noche, donde mi hija saldría con sus amigas y mi esposo prefería quedarse en casa, comiendo alguna pizza, con alguna cerveza, mirando la repetición de algún partido de futbol de la liga europea, un programa tan repetido como aburrido, y es que nuestra relación de pareja estaba en ese estadío en el que casi me empujara a salir, el prefería quedarse tranquilo, sin que ni ninguno de los dos imaginara lo que estaba por delante.

Me había vestido normal, no era una mujer de llamar la atención, menos a la edad que ya tenía, un pantalón oscuro de vestir y una camisa negra con florcitas bordadas.

Llegué un tanto tarde, las chicas ya estaban casi todas y quedaban los lugares menos acomodados, repasé todo el salón por arriba y noté para mi fastidio varios matrimonios de mi edad, por aquí y por allá, y me dio envidia, hubiera preferido que Juan Carlos, mi esposo, estuviera a mi lado en ese instante, pero las cosas eran como eran.

Había mucha gente, entre ellos, Michael, quien estaba a corta distancia, en otra mesa, bebiendo cervezas con sus amigos, en una forma demasiado festiva.

Pasaron un par de horas, entre comidas, palabras, tragos y música, y con el correr de los minutos se hizo evidente que los muchachos tramaban algo, nosotras no sabíamos qué, pero más adelante en el tiempo sabría que estaban apostando a ver ‘quien se levantaba una vieja’ y sin saberlo fui parte de su apuesta.

Michael pegó un sorbo a la botella y vino decidido a nuestro encuentro, solo por destino, porque estaba más cerca, más expuesta en la mesa, me tomó de la mano e intentó llevarme a bailar, yo me resistí, pero el insistió y volví a negarme.

Se dio es rara situación donde el desvergonzado estaba decidido a arrastrarme a su lado, contra viento y marea, y las chicas parecieron hacerse cómplices con abucheos y silbidos, era todo cómico menos para mí, a mí me avergonzaba al notar que los bullicios atraían poco a poco las curiosas miradas del entorno.

Fui solo para complacerlo y para apagar el incendio, bailamos muy cerca uno del otro, era mucho más alto que yo, en el calor de la noche mis ojos quedaban a la altura de su pecho transpirado en exceso, al punto de mojar en forma notoria la camisa desprolija que lucía, parecía desentendido de la situación, cantando y bebiendo cerveza desde el pico de la botella, me incomodaba y me intrigaba al mismo tiempo. Después de unos minutos, entrando más en confianza, se pegó más, me tomó por la cintura y me aferró a su lado, y en una forma grosera me refregó su pito duro en mi vientre, no me gustó, o tal vez sí, solo me pareció suficiente y me excusé para volver a mi sitio.

Al volver a casa, aun no era muy tarde, pero Juan Carlos roncaba plácidamente en la cama, me acomodé a su lado y me quedé pensando en lo ocurrido hasta que me venció el sueño, porque hacía tiempo que no sentía lo que había sentido, ya no recordaba lo que era una pija dura y creí sentirme joven en un instante.

Dos días después, día de semana, mi esposo trabajaba y Micaela estaba en el colegio, fue como por curiosidad, o presagio, me fui al club sola, hacía demasiado calor en un verano agobiante, directo a la piscina, a refrescarme un poco y por qué no, a sentirme un poco mimada con mi cuerpo en discreto traje de baño bajo el sol.

Mi curiosidad me llevó a hurguetear por un lado y por otro, no había mucha gente, y asumo que particularmente deseaba que Michael estuviera por ahí con su grupo de amigotes.

El aparecería momentos después, casualidad o no, no tenía un físico muy trabajado, pero me llamó la atención su traje de baño, una zunga azul que le marcaba un precioso paquete, disimulé con la mirada, pero él no había reparado en mi presencia y tal vez nunca lo haría.

En algún momento dejaría de prestarle atención, si en verdad todo lo que imaginaba estaba pasando en mi cabeza, solo fantasías, cerré los ojos para nadar un poco.

Pero Michael me sorprendería apareciendo como un tiburón a mi lado, me sobresalté, él se carcajeó, y en ese primer roce, erróneamente intuí que se disculparía por lo que había sucedido, por apoyarme su pija dura, por jugar conmigo, pero estaba totalmente equivocada, con su desfachatez habitual, sintiéndose en un plan superior por ser hombre, por ser macho, empezó a tocarme por debajo del agua, y casi a la fuerza arrastró mi mano a su bulto, honestamente, tuve que esforzarme por rechazarlo, pero esos segundos en los que apreté su verga por sobre la zunga me parecieron mágicos, ya no recordaba lo que sentía.

Esos juegos siguieron por un tiempo, y más trataba de ocultarlo, de que pasara desapercibido, más que nada ante las chicas, él parecía dispuesto a gritarlo a los cuatro vientos. Me di cuenta que estaba cayendo derrotada, y lo que había empezado como la nada misma se estaba transformando en obsesión y en eje de mis pensamientos.

Y más aumentaba mi deseo castrado más aumentaba la provocación del mocoso, más me acorralaba, como un experto depredador que arrincona a su presa.

Ya no podía con el peso de mis fantasías, me veía haciéndolo con él, soñaba haciéndolo con él y todo mi mundo estaba patas para arriba.

Michael fue directo al punto, a dar la estocada final, me esperaba a la entrada del club montado en su moto, era temprano, me interceptó y me dijo que subiera, iríamos directo a un hotel y ya…

tragué saliva, le dije que no, era imprudente, pero le dije que mi esposo trabajaba, que mi hija estaba en el colegio, le di dinero y la dirección de casa, que fuera en taxi y dejara la moto de lado, que sea disimulado en el barrio, y que no arruinara mi vida, yo haría lo propio, solo me guiñó un ojo y supo que había llegado a la meta.

Fui presurosa a casa, quería acomodar cada detalle y sobre todo asegurarme que, por algún cambio imprevisto, no habría nadie, ni mi esposo, ni mi hija.

Michael llegó demasiado rápido, casi no me dio tiempo a nada y en parpadeo me estaba besando como poseído, con sus labios pegados a los míos, tomando oxígeno donde no lo había, sus manos como un pulpo me asfixiaban, su verga dura como piedra me hacía doler de placer en el bajo vientre y ya no recordaba que mi vagina podía lubricare.

Relato porno de mi infidelidad y como volví a ser jovenEl me levantó sin dificultad, soy una mujer de cincuenta kilos promedio, me llevó contra una pared y me recostó contra la misma en un plano elevado, me solté la camisa con premura y desnudé mis tetas, que por cierto son bastante generosas, entonces empezó a chupármelas al borde de ser incómodo, me las comía con demasiada pasión y solo deseaba que me cogiera.

En camino al dormitorio terminamos de desnudarnos, su pija estaba grande, dura como hacía años no veía una, porque a Juan Carlos casi ya no se le paraba, me dijo.

Vieja puta… te gusta verdad? es grande no? ahora quiero que me la chupes un buen rato.

Ese mocoso tenía un egocentrismo y un narcisismo que llegaba al cielo, no me incomodaba, por el contrario, me excitaba.

Estaba acostada sobre la cama, mirando el techo, el vino por detrás, parado al otro lado de la cama, sacudió su glande y me pegó un par de veces en la frente, en la nariz, saqué mi lengua y se la pasé por la parte inferior de su pene, por donde podía, sentí ahora sus bolas calientes apoyarse en mi frente, tomé su tronco con una mano y sentí que por primera vez tenía el control del juego, solo pasándole la punta de la lengua y los labios por la parte inferior de su glande desnudo, en su zona más sensible, sabía qué hacer y sabía cómo hacerlo, sin prisa, sin pausa con mi mano libre me acariciaba los pechos y me apretaba el clítoris, estaba curiosamente mojada, como una adolescente, y yo solo seguía pasando la lengua en una forma muy rica, con un final previsible.

Sentí que Michael acababa, como un largo chorro de manguera de bombero su líquido caliente estallando con fuerza inusitada, desde mi cuello, mis tetas, mi vientre, incluso llegando a mi vagina y a mi muslo derecho, y un segundo disparo, y un tercero, y un cuarto, él acababa con una fuerza inusitada y su poder empezó a menguar a poco a poco, para terminar, chupándosela y bebiendo las últimas gotas de rico semen que me regalaba.

Mi Dios, estaba toda impregnada en leche, me encantaba esa sensación en mi piel y ya no recordaba lo lindo, lo potente, lo viril que podía sentirse, respiraba agitada jugando con todo lo que él había dejado sobre mi sin poder dejar de cruzar un paralelo con mi marido, sexo esporádico, con una erección complicada y una eyaculación paupérrima.

El me sacaría de mis pensamientos.

Perra… ahora que queres? – preguntó como animal en celo –

Haceme lo que vos quieras… – respondí dándole libertad de elección –

¿Lo que yo quiera? te quiero romper el culo, vieja chupa pijas… – era agresivo, pero me gustaba –

Me giró con violencia, yo parecía no tener dominio de mis pensamientos, de mis emociones, de mi voluntad, estaba entregada a los deseos de ese bebé que me hacía sentir una adolescente caliente, solo me la enterró por detrás y lo sentí llenarse sus grandes manos con mis glúteos, me decía que era puta, calienta pijas y eso me excitaba, me obligaba a moverme a mí, hacia atrás y hacia adelante, haciendo la penetración anal demasiado rica y profunda, me enloquecía, sentía mi clítoris estallar en cualquier momento, llevé una mano hacia él para apretarlo con fuerzas metiendo mis dedos índices, mayor y anular el mismo tiempo en mi conchita.

Estaba por llegar a mi orgasmo, pero Michael era joven, potente, vigoroso, un tornado, solo me la sacó, me tomó por mi larga cabellera y casi a la rastra me llevó contra un espejo de pared del cuarto, me apoyó con violencia el rostro en él y me metió su verga en la boca, diciendo

Vieja conchuda, ahora quiero que mires como me la chupas bien chupada y te tragas todos mis jugos! entendiste?

No tenía opciones, tampoco las quería, solo apuró su eyaculación, ahora en mi boca, y empezó a largar sus jugos con una violencia inusitada, y un caudal increíble! me era imposible tragar tan rápido, a pesar que intentaba satisfacerlo. La imagen del espejo me devolvió una mujer madura con una rica verga en la boca, a la cual se le empezaba a escapar el semen por la comisura de los labios, me supo, rico, sexi, y me calenté mucho viendo como dejaba caer sus jugos por mi rostro, por mis pechos desnudos.

Y que agregar, Michael era un toro joven y me dio en esa mañana más placer de lo que había tenido en mucho tiempo, me siguió cogiendo hasta dejarme la concha ardida, llena de orgasmos, llena de semen, porque me acabó al menos tres veces seguidas sin sacarla, tuve que pedirle por favor que ya solo dejara de cogerme, porque esa verga hermosa vivía endurecida.

Se transformaría en mi amante secreto, ese que me cogería y me haría mujer, que me trataría como a una vieja puta, no me importaba, sabía que tenía otras chicas por ahí, tampoco me importaba, tomaba lo que me tocaba sin exigencias, sin cuestionamientos.

Pero nada en perfecto, y tampoco lo fue mi historia.

A todo esto, Micaela, mi hija, andaba muy feliz en esos días, sabía que tenía un noviecito, era lógico, estaba en edad de tenerlo y siempre había algún chico revoloteando el nido.

Esa tarde llegué antes de lo planeado, Mica no lo esperaba, bajó presurosa y con el rostro desencajado de su cuarto, un tanto despeinada y desarreglada, sus palabras balbuceantes me indicaron que algo no cuadraba, estaba muy nerviosa. Segundos después bajó el, muy normal, con una sonrisa marcada, abrochándose los botones de su camisa, si era Michael.

Se produjo una curiosa y falsa situación donde Mica se vio forzada a presentarme a ‘Michael, su novio’, yo sentí que me llevaba el mismo demonio, forcé una sonrisa y unas palabras, él, como si nada tiró…

Ahora comprendo a quien le robó Mica tanta belleza, encantado de conocerla señora.

Me encerré en mi cuarto, me tiré sobre la cama a llorar como una chiquilla, Michael era mío!! y justo se fue a meter con mi hija? era un maldito bastardo, miserable mal parido, y mi pobre hija… la única a víctima en toda la historia

Un par de días después volví a cruzarme con mi amante, esta vez a solas, tenía muchas cosas que increparle, estaba furiosa, le pedía explicaciones, pero él meditó y solo respondió

Lo único que puedo decirte… es que no sé quién de las dos la chupa mejor…

Le tiré una bofetada, pero él con habilidad la interceptó en el camino, me aferró a su lado, me besó a la fuerza y solo no pude resistirlo, me volvió a coger a su antojo.

La situación solo empeoraría entonces, no podía dejarlo, y el bastardo se cogía a la hija oficialmente y a la madre en la clandestinidad, hice cornuda a mi propia hija y competí con ella por el trofeo, Michael tenía la excusa perfecta pare venir a casa, venía por mi hija y me cogía a mí.

Sabía que estaba sentada sobre una bomba de tiempo, porque cada vez era peor, las cenas ‘en familia’, mi esposo, mi hija, su novio, que era mi amante y yo. Miradas indiscretas, sonrisas cómplices, toque por debajo de la mesa, y cuando ellos dos se encerraban en el cuarto de Mica, yo me ponía insoportable, mis celos me comían.

Y las cosas solo empeoraron, mi propia hija fue centro de mis ataques, de mi violencia, de mi mal humor, porque sabía que ella lo tocaba, ella lo besaba, ella le hacía el amor, ella se quedaba con sus jugos y se quedaba con lo que me pertenecía, Michael era mío.

Tomé el camino que toma una mujer adulta, que piensa con la cabeza y no con la concha. Ya no podía tolerar esa situación, entonces le puse precio, le ofrecí dinero para que desapareciera de nuestras vidas, demasiado, pero valió la pena.

El lo tomó con agrado, aceptó el trato, le rompió el corazón a mi hija, y también rompió el mío.

No me quejo de lo vivido, por algún tiempo, volví a ser joven…

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título VOLVI A SER JOVEN a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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