Relato lésbico probando algo nuevo «when the boys aren’t»

Siempre me gustaron los chicos, tuve muchos amores de una noche, de boliches, noches de besos calientes con un recién conocido y nada más, solo pasar un momento.

Alguna vez llegaría mi primer amor, el primero que se colaría en mi corazón, ese primer amor que nunca se olvida, el que te deja marcada, más, que aún era una tonta adolescente y en ese momento, pensaba que sería el hombre de mi vida

Amor de colegio secundario, estábamos todo el día juntos, llegaría nuestros viajes de estudios, por separados, con tres semanas de diferencias, donde todo se presta para portarse mal, y nos juramos no hacerlo, de hecho, yo fui un santa, pero a su regreso las cosas habían cambiado, pude notarlo. Y el mundo es demasiado pequeño, los chimentos, los rumores vuelan, y cuando llegaron a mi oído, bueno, solo asumir que las cosas no habían sido como las habíamos prometido.

No tardaría en cortarme para siempre, es que me había vuelto insoportable para él, celosa, fastidiosa, herida en mi orgullo sin poder superar sus infidelidades, solo se terminó.

Volví a mi vida de chicos al azar, a divertirme hasta que llegara el indicado, llegaría pasados mis veinte, cuando estudiaba enfermería y en unas jornadas de prácticas me cruzaría con un doctor, era muy mayor para mi, me doblaba en edad, nunca me había imaginado en una situación así, pero ese hombre era todo un hombre, maduro, seguro de sí mismo, me trataba como a una reina, me envolvía como a un regalo, me daba vueltas con sus palabras, me enseñó lo mejor del amor y fue el primero en llevarme a la cama, fue fantástico, glorioso, se preocupaba más por mi placer que por el suyo, y me arrancó los orgasmos que ningún otro hombre lograría arrancarme, hasta hoy puedo decir que sin dudas fue mi gran amor, y todo parecía ser perfecto en nuestro mundo.

Pero todo se derrumbó cuando supe que él tenía otro mundo, un mundo paralelo, con esposa, con hijos, un doble vida, y las cosas ya no volvieron a ser como antes, pude sobrellevar el hecho unos seis meses más, donde una y otra vez sucumbí a sus falsas promesas de divorcio, algo que nunca haría

Ya era una mujer adulta, aunque sentía el dolor en lo profundo de mi pecho clavado como una daga, decidí volver al juego con chicos al azar, aunque ya me daba el gusto de no solo besos, sino alguna cogida casual.

Tenía veintisiete cuando me enamoraría por tercera vez, lo había conocido en una noche de boliche, esta vez no era un chiquillo de estudios secundarios, tampoco un doctor de doble vida, era un tierno empleado púbico que cogía muy rico.

Yo le entregué el corazón y el se abusó de la situación, claro, tonta enamorada hacía cualquier cosa por él.

A la hora del sexo no quería usar protección, todo natural, y yo tenía miedo de que me dejara, entonces accedía a hacer todo lo que el quisiera, le decía ‘no me acabes adentro’, ‘no me acabes adentro’, ‘no me acabes adentro’ y generalmente me hacía caso, pero más de una vez terminaba con la concha llena de leche.

Su amor por mí se terminó el día que le dije que estaba embarazada, y no solo estaría ahora con el corazón destrozado, sino con un crío en el vientre.

Tenía treinta y dos ya, con una hermosa hija en estudios primarios, ella era centro de mi vida, de mis estudios de enfermera había terminado como secretaria administrativa en un laboratorio de análisis clínicos, no era lo que más me gustaba, pero me permití vivir dignamente.

En ese sitio trabajaban chicas, sobre todo, y alguien que debo mencionar es Romina, una mujer de mi edad con quien en principio no me llevaba demasiado bien, me resultaba pedante, antipática, pero en verdad, yo no la conocía.

Estaba en otro de mis pozos depresivos, me sentía ya muy madura, sin conseguir el amor de mi vida, empezaba a desesperarme, y el compañero que tenía en esos días, lo que llamaría mi cuarto amor masculino, era un auténtico bastardo, le gustaba el sexo violento, sádico, de golpes y sufrimientos, y a veces era demasiado, pero dentro de todo, podía tolerar eso, pero el hecho de que me fuera terriblemente infiel y me celara como si fuera una puta, iba demasiado lejos.

Y entre tantos conocidos, amigos, compañeras, quien yo menos pensaba sería quien notaría mis lágrimas a escondidas, mis angustias y mis pesares del alma.

Romina se acercaría a mí en esos días, sería sin quererlo mi confidente, quien pondría oído a mis palabras, y solo me sentí confortable en sus brazos.

Empezamos a dialogar, a acercarnos, me hice un poco confidente, y fuimos compañeras cercanas primero, amigas después y ella tenía una forma particular de encarar la vida, soltera, siempre sería soltera por convicción, por propia decisión y solo decía que los hombres eran solo un pasatiempo.

Pero a pesar de todo, no podía arrancarme, así como así a ese bastardo de mi corazón, y cuando todo se desmoronó entre nosotros dos, necesité un tiempo para procesar un nuevo duelo.

Esa mañana había dejado a mi pequeña en el colegio, y después al empleo, como cada mañana, solo que estaba en un torbellino hormonal donde todo era negro, angustiada, dispersa, fui al baño de chicas y solo me senté sobre la tapa de uno de los inodoros a purgar mis penas y dejar escapara las lágrimas que contenía como un dique, a presión.

Cuando salí, en el cuarto, en los lavatorios, Romina me esperaba recostada sobre uno de ellos, sabía lo que me pasaba, estuvimos frente a frente, por segundos, cruzamos miradas, ella pasó las manos por mi rostro adueñándose de mis lágrimas que aun rodaban perdidas por mis mejillas, entonces dijo.

Marcela, nunca te olvides de lo que voy a decirte, ya deja de derramar lágrimas por tipos que no valen la pena, tenés que tomar control sobre tu vida, las mujeres somos las que tenemos el poder, no lo notas?

Con lo que nosotras tenemos entre las piernas, podemos tener todas las que ellos tienen entre las piernas, podemos elegir, ellos no, podemos fingir un orgasmo, ellos no, podemos hacerle creer que son un tigre en la cama, también podes humillarlos, los hombres son vulnerables y como niños con su habilidad sexual.

Y de última, un llanto, nadie resiste un llanto, y el mundo se pone de tu lado si es necesario

Yo respondí con la voz entrecortada, carcomida por la angustia

Pero… que pasa cuando te enamoras?

No, no, no, – respondió ella – error, no te enamoras, te gusta un chico? y tienes sexo y chau, nunca te quedas en su cama a dormir, nunca, ese es el primer error, es abrir la puerta a compromisos

Yo no entendía bien, pero ella seguía acariciando mi rostro, sus palabras eran muy dulces y sentí un impulso de acercarme un paso y besar sus labios, fue corto, apenas un toque, y ella dejo que lo hiciera, me retiré, la miré nuevamente, tanteando su reacción, no dijo nada, ahí estaba, volví a acercarme, esta vez la aferré y le di un beso más profundo, metí mi lengua buscando la suya, me permitió el acceso, y sentí su respiración agitada en ese encuentro, giramos nuestras cabezas, nuestras narices se cruzaron y el beso se hizo infinito, caliente, eterno.

Volví a retirarme, volví a mirarla, entonces dijo

Vamos, dejemos esto aquí, tenemos trabajo por delante, sospecharán de nuestra ausencia.

Ella me regaló un guiño de ojos cómplice y solo me dejó en soledad, y me quedé meditando sus palabras, en ese momento, en esa mañana de oficina, en ese día y en los días siguientes.
Ninguna de las dos volvió a tocar el tema, pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban me parecía aun sentir el quemar de sus labios sobre lo míos.

Pronto su eterna soltería se me haría normal, y admito que tomé parte de su filosofía de vida, hombres por una noche, sin importarme si el placer era solo el mío, metiendo solo el sexo en la cama, jamás el corazón.

Y las cosas empezaron a funcionar, mi amor estaba blindado, basta de sufrir, y ciertamente, ese beso robado en el baño de la oficina estaría siempre presente en mis pensamientos, en mis recuerdos

Romina y yo comenzamos a salir alguna que otra noche, como amigas, a divertirnos, cuando yo podía dejar a mi hija en casa de mis padres, no era siempre, pero de vez en cuando se daba.

Ella me hacía sentir viva, era el motor que movía mis sentimientos, era el aire que avivaba el fuego, y siempre jugamos a ser demasiado mujer contra mujer, sin ir más lejos de eso, solo juegos
Natalia llegaría de casualidad a nuestras vidas, esa noche habíamos ido a un boliche, música, bailes, tragos, y nos cruzamos con ella y algunos otros amigos de ocasión.

Uno de los chicos sugirió un juego, dos personas enfrentadas, rostro a rostro, y un tercero, desde arriba, dejaba caer una hoja de papel en forma vertical entre ambos, el objetivo era ser lo suficientemente rápido y atrapar la hoja al pasar entre labios y labios, pero claro, si la hoja pasaba demasiado rápido, el encuentro de bocas entre desconocidos se hacía inevitable.

La gracia eran parejas al azar, chico y chica, y las risas que provocaban esos encuentros pico a pico, donde los participantes se veían sorprendidos y donde el resto festejaba con grandes risotadas.
Fue cuando esta chica se me acercó, – no sabía aun su nombre – y me desafió a intentarlo, me reí como respuesta, no me pareció lógico, le agradecí, es que ella también era mujer.

Romina, que había sido testigo involuntaria de la situación, al ver mi negativa le propuso ser ella quien tomaría mi lugar en el juego.

Se sentaron frente a frente y la situación despertó la intriga propia de un momento no común, dos chicas.

Alguien se acomodó con la hoja de papel para soltarla y a la cuenta de tres entre el bullicio de los observadores, la hoja pasó demasiado rápido y sus picos se cruzaron, pero a diferencia de todos, que se mostraban sorprendidos y envueltos en risas, ellas no se separaron, se apretaron fuerte y se dieron un interminable beso de lenguas que duró un par de minutos, entre ovaciones y aplausos.

Después de esa situación, Natalia se acopló a nosotras, y fuimos tres mujeres divirtiéndonos y tomando una que otra copa. Fuimos a bailar un rato, las tres, o dos y otra acompañaba, Natalia, en algún punto me besaría en la boca y en mi asombro solo pude responderle.

Sos muy hermosa – me dijo con una sonrisa tan intimidante como irrechazable –

Después giró, para ir en brazos de mi amiga, yo estaba a corta distancia, observando su espalda desnuda, donde mezclado con las luces cambiantes del lugar podía leerse sobre su columna vertebral, un tatuaje en cursiva con la leyenda ‘when the boys arent’.

Fue muy raro y muy loco todo, porque todo se mezcló con todo, bailes, copas, besos y si hasta me sonó natural saborear la lengua de mi amiga y de esa extraña que se había colado entre nosotras.
Romina, sugirió que ya era suficiente, era tarde, y podíamos seguir divirtiéndonos las tres en otro sitio y así solo nos subimos a un taxi y partimos hacia su domicilio.

Daban cerca de las cinco de la mañana cuando llegamos al departamento de Romina, estábamos algo ebrias, con esas risas estúpidas que incomodan a personas que están durmiendo y que pronto tendrán que ir a trabajar, pero eso tratábamos de callarnos una a la otra, pero el clima festivo que había entre las tres hacía fracasar los intentos de ser correctas.

Todo cambiaría al cerrarse la puerta de ingreso principal, ya en la intimidad del cuarto, Romina, Natalia y yo nos miraríamos a los ojos como nunca lo habíamos hecho, mi amiga avanzó a mi lado y con una seriedad impropia en ella, me hizo recular hasta un sillón lateral y me dijo.

Marcela, sentate, ahora vas a ver qué tan poco nos hacen falta los hombres.

Relato lésbico probando algo nuevo "when the boys aren't"Solo me dejó y se separó apenas a un metro, donde Natalia la esperaba en el sillón principal, se colocaron frente a frente, empezaron a besarse muy rico, con esos besos enormes, platónicos, de películas, una dejó caer los breteles de su vestido hasta la cintura, la otra se quitó la remera, poco a poco, entre esos besos y caricias cómplices desnudaron sus pechos, Romina bajó un poco a lamérselos para luego volver a los labios de Natalia, luego fue el turno de Natalia para ir por los de Romina, y así intercambiaban placer, hacían rozar sus pezones entre sí, y todo se hacía caliente
Yo miraba extasiada, con la boca entreabierta, sentía un calor que me invadía por dentro, era muy sexual, muy íntimo.

Romina entonces se separó, me preguntó si me gustaba, asentí con la cabeza, solo la vi desaparecer, se fue caminando al dormitorio, la perdí de vista, Natalia entonces se recostó y dejó caer su vestido al piso, casi desnuda, solo con una tanga negra y sus zapatos tacos altos, abrió sus piernas como una puta apoyando esos tacos sobre los lados del asiento del sillón, en primer plano hacia donde yo estaba sentada, hizo la tanga a un lado sin quitársela para acariciarse frenéticamente el clítoris en su sexo lampiño, se masturbaba muy rico para mí, y yo me moría en deseos, sentía duros mis pezones, mi sexo empapado, solo me mojaba más y más y los ronroneos de placer de mi amiga llenaban mis oídos.

Romina volvió entonces al juego, estaba completamente desnuda, la vi a trasluz, sus formas eran muy armónicas, traía en sus manos un par de arneses con prótesis bastante grandes, como penes tallados a mano, dejó uno de lado para calzarse el otro entre sus piernas y ajustarse las hebillas en su cintura, volvió de lado sobre el sillón principal, retornaron a los juegos de besos, una le acariciaba la conchita, la otra, la prótesis, como si fuera un varón, muy íntimo.

Un jadeo incontenido de mi parte interrumpió la escena, no fue adrede, solo me calentaba mucho, fue leve, pero lo suficiente como para que Romina lo notara, miró hacia donde yo estaba, se estiró un poco y sin dudar me agarró fuerte por los cabellos y como si fuera una mascota me arrastró hacia su lado, de rodillas me llevó hasta la concha abierta y jugosa de Natalia y sin contemplación aplastó mi rostro sobre ella, mis labios se llenaron de su néctar de mujer, mi nariz de su aroma y en un rapto de inconciencia pasé un par de veces mi lengua sobre ella, sus labios, su clítoris, su hueco húmedo, pero sería solo un instante, porque al notar lo que hacía me retiré como espantada, nuevamente a mi sillón, provocando la risa contenida de la anfitriona.

Ella tomó mi lugar, solo que empezó a cogerla con el juguete, yo solo miraba, ambas gemían, Natalia actuaba como mujer, Romina como hombre, entrando, saliendo, con sus pechos desnudos, cubiertos de mutuas caricias. Luego cambiaron, Natalia se puso en cuatro, Romina la nalgueó un par de veces y volvió a la carga ciñéndola muy fuerte por las caderas, haciendo penetraciones profundas que la hacían gritar.

Y yo? yo trataba de tener mis piernas cerradas, con fuerzas, notando cuan mojada estaba, con un orgasmo contenido que caería por peso propio en cualquier momento.

Romina me tomó por el brazo y me hizo parar entre ambos sillones, el pequeño donde yo estaba y el grande donde ellas estaban, se agachó, tomó mi pollera entre sus dedos y la deslizo hacia abajo, arrastrando mi ropa interior en el camino, no podía resistirlo, quedé desnuda desde la cintura hacia abajo, mis pezones dolían contenidos bajo la tela del sostén y la remera ajustada que los contenían, mi entrepierna chorreaba jugos, Natalia avanzó, arrodillándose por delante y empezó a lamerme la conchita muy rico, muy constante, muy punzante, inevitable.

No lo pensaba, solo separaba más y más mis piernas para facilitarle el acceso, me venía, me venía, no podía decir que no.

Romina me sorprendió por detrás, sus manos separaron mis nalgas, y por si no alcanzara con lo que estaba recibiendo por delante, ella empezó al lamerme el culito, metiendo su lengua en mi esfínter y si, exploté entre ambas, grité, maldije, les dije que eran unas malditas bastardas y en ese momento, comprendí que había saltado la cerca del corral y ahora ya estaba con ellas.

Romina me dijo entonces

Querés probar?

Y sin esperar mi respuesta, estaba colocando el otro arnés entre mis piernas, y me sentí hasta ridícula viendo una verga dura ante mis ojos, pero Natalia, nuevamente se había recostado receptiva con sus piernas abiertas, entonces sí, fui sobre ella y empecé a darle con fuerza, como si fuera un hombre, la besaba en la boca con ganas y ella hurgueteaba buscando descubrir mis tetas.

Estaba muy concentrada en ese juego, muy rico, ella gemía, yo lo disfrutaba.

Pero Romina volvería a la carga, la sentí venir sobre mis espaldas, me besó la nuca, me acarició la piel pasando sus uñas afiladas en forma muy rica.

Quedé al medio de ambas, ella era muy hábil, y en segundos me había calzado nuevamente, ella me cogía a mí, yo la cogía a Natalia, nos dábamos placer mutuamente y me sentía caliente penetrando y siendo penetrada

Marcela – preguntó Natalia – creo que Romina merece su parte del pastel también, cierto?

Ella tomó la iniciativa, le retiró el arnés para colocárselo ella misma, entonces se sentó nuevamente con esa verga erecta y fue el turno de mi amiga de jugar como mujer, la cabalgó para metérsela toda en la concha.

Me quedé a un lado, viendo como ellas se fundían en una y como gozaban, y me sentí fuera de juego, como que entre ellas dos había una química especial de la cual yo no era parte, por sus miradas, por sus gemidos, por sus gestos

Romina, sin embargo, me miró y me dijo en tono demasiado vulgar

Dale conchuda, no te quedes ahí parada como una boluda! vení, metémela por el culo un ratito!

Lubriqué bien el juguete y le practiqué una penetración anal que honestamente no fue de mi agrado, pero mi amiga parecía estar tocando el cielo con las manos, y si los vecinos no se habían despertado en nuestra alborotada llegada de ebrias, seguro lo harían ahora con sus gritos descontrolados

La creciente luminosidad del lugar nos dejaba saber que el sol lentamente se levantaba por el horizonte, era muy tarde, o muy temprano, según como se mirase, y las tres estábamos totalmente asqueadas de sexo lésbico por ese día, dejamos los juguetes de lado y dije

Chicas, creo que es hora de volver a mi casa

Pero mi amiga dijo

Dónde vas a ir ahora? no conseguirás un taxi, y hasta puede ser peligroso para una chica andar sola por la calle, ven, vamos las tres a dormir juntitas, que te parece?

Casualmente, las viejas palabras de mi amiga se harían lúcidas en mis recuerdos en ese momento, ‘nunca te quedas en su cama a dormir, nunca, ese es el primer error, es abrir la puerta a compromisos’, y si bien, eso lo había dicho por los hombres, también por mi cuenta lo podía aplicar con mujeres.

La historia se cerraría con ellas dos durmiendo en su cuarto y yo, por decisión propia, me quedaría en el gran sillón en el que terminábamos de amarnos

El tiempo pasó, no volví a intimar con Natalia, tampoco con Romina, y no porque no quisiera, sinó porque serían pareja, era obvio, lo había notado esa noche con el beso tras la hoja de papel y en la forma en la que se habían amado en un trío que sonaba a dúo, y, además, ‘habían dormido juntas’.

Al menos fui parte de su historia, y en lo que a mi cuenta, aprendí la lección, sigo trabajando, sigo viendo crecer a mi hija, y puedo darme el gusto de compartir la cama con un hombre o con una mujer, en forma indistinta, cumpliendo la regla, jamás me quedo a dormir.

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Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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