Relato erótico de la jovencita culpable de mi primera infidelidad

Martes por la mañana, el crudo frío de invierno calaba hasta los huesos y una ventisca sur congelaba mi rostro descubierto, el cielo estaba encapotado en tonos de grises, la lluvia no tardaría en llegar, saludé a mi abogado en la puerta de los tribunales federales con un apretón de manos y una sonrisa que indicaba que volveríamos a juntarnos para cerrar los pequeños detalles, al otro extremo de la larga escalinata lo propio hacía Yolanda, acompañada de su propio letrado, su anciana madre y una amiga íntima.

Esperé a que volteara para un último saludo, pero ella lógicamente estaba herida en su orgullo y feliz al mismo tiempo por dejarme al borde de la bancarrota, en ese momento terminaban más de treinta años de feliz matrimonio.

No le guardo rencor, por el contrario, no podría odiar a la que fue la mujer de mi vida por tantos años y quien me diera a mis tres hijos.

Para todo el mundo yo la había cagado, incluso la estrategia de mi abogado fue perder lo menos posible, tratando de conciliar en todo momento, si es que yo la había engañado, si es que era yo quien me revolcaba a sus espaldas con una veinteañera y en toda historia de divorcios hay dos historias, la que vivió ella, y la que viví yo, dos partes de un todo, pero con diferentes miradas.

Me tuve que ir de mi casa, de nuestra casa, apenas si negocié quedarme con el coche y mis pocas pertenencias, acordamos pasarle una jugosa mensualidad, una importante tajada de mis ingresos, para ella, para los chicos. Pero mi ruina económica sería el menor de mis males, mis amigos no dejaban de preguntarme si realmente era consciente de lo que había hecho, me sentí juzgado, como Judas, el traidor, en mi barrio, por mis parientes, mi hermano, mis padres, ni hablar de la parte parental y afectiva de Yolanda, yo era el mismo Lucifer, y lo peor de todo fue ganarme el desprecio de mis seres más amados, mis propios hijos.

Porque ellos eran todo para mí y solo me había transformado en la persona que había destruido todo, todo nuestro hogar, si tan solo me hubieran dado la oportunidad de explicarles, si tan solo me hubieran escuchado. Tal vez algún día en el futuro, pero en este presente sus corazones están tan heridos que solo tienen lugar para el odio.

Melisa tenía solo veinte años, la edad de mis hijos, la conocí por casualidad, como conocía a tantas personas, en eso consistía mi empleo, seleccionar personas en para una agencia de empleos temporales.

Ella solo me trajo su curricular para un puesto de secretaria, estudiaba los primeros años de comercio exterior y en ese primer encuentro solo la vi como una más entre tantos que pasan por una posibilidad.

La miré como un hombre mira a toda mujer, era bonita, morena, de cabellos lacios apenas pasando los hombros, petisa, de pechos pequeños, aunque al retirarse noté en su holgado vestido un trasero marcado y formidable.

Volvería dos días después, esta vez fue en tono de reclamo, como algún planteo porque ella necesitaba el empleo, y yo me reí puesto que no había ninguna obligación de mi parte, yo solo hacía las primeras entrevistas, así que esta vez no reparé en su físico, sino en su tono desinhibido y hasta prepotente, me recordaba a mis hijos y era evidente nuestra brecha generacional en la forma de encarar las cosas, Melisa parecía ser de las que se llevan el mundo por delante, de las que no tienen paciencia y de las que no pueden aceptar que no siempre las cosas se dan a su antojo.

Normalmente hubiera dejado en claro que era yo quien llevaba las riendas, pero era demasiado bonita para intentar discutir, solo le dije que ya la llamaría, y le expliqué con cortesía que no todo pasaba por mis manos, que yo era solo un peón más en este juego de ajedrez.

Melisa frunció el ceño, no se vio muy convencida por mi respuesta, giró y solo se retiró meneando sus sensuales caderas, esta vez, un jean ajustado realmente atrajo mi mirada a su exquisito trasero.
Seguí con mi jornada laboral y pronto me olvidé de ella.

A las seis de la tarde, como cada día era hora de regresar a casa, salí y mi sorpresa fue que ella me abordara, nuevamente, vino a mi lado y me dijo directamente

Adrián, esa era tu nombre cierto? vamos, invítame a una copa, quiero que hablemos.

No sé por qué lo hice, por su belleza, por intriga, por su juventud, por su arrogancia, curiosidad, tal vez un combo de todo que solo me invitaba a saber dónde terminaría toda la historia.
Llamé a Yolanda para avisarle que me retrasaría, y fui con esa mocosa por unos tragos, nos sentamos en la barra puesto que las mesas estaban todas ocupadas, le ofrecí un exprimido de naranjas, algo que naturalmente hubiera elegido mi esposa, pero ella se rio y pidió un trago con vodka y ron, ella empezaba a deslumbrarme y más cuando fue directo al grano.

Sabes Adrián, me recalientas, desde que te conocí, desde que te vi imaginaba este momento.

Esas palabras sí que me habían dejado mudo, era solo una broma, si podría haber sido mi hija, yo era un viejo a su lado, y su forma de hablar me dejaba en evidencia lo oxidado que estaba, en mis tiempos era yo quien seducía poco a poco, jamás una mujer me hubiera encarado y menos en una forma tan directa, le hice saber lo que pensaba, pero ella respondió.

Me encantan los maduros como vos, tienen experiencia, saben lo que quiere una mujer, y generalmente, cogen muy bien.

Yo no salía de mi asombro, volvió a la carga.

Vamos, no te gusto? decime algo sucio.

La situación me causaba un sentido de comicidad más que de erotismo, no sabía que decirle, recordé su jean, me acerque a su oído y ensayé un tiro.

Me encanta tu orto, te lo miro y se me para la pija, te lo mordería todo.

Esperé su reacción, treinta años atrás, cualquier chica me hubiera devuelto una bofetada, pero ella dijo…

Pero que puto que sos! tengo la concha hirviendo, estoy toda mojada, vamos, paga la cuenta, y vamos a mi casa, me muero por ganas de chuparte la verga.

Melisa era directa, no había dudas, y usaba ese lenguaje tan de perra que me tenía en una excitación permanente.

Aun no salía de mi incómodo asombro, miré las persones en derredor e imaginé lo que ellos veían en nosotros, una relación de padre e hija, o algo peor, un viejo pagando por sus servicios a una joven prostituta.

Tragué saliva, pagué, fuimos por mi auto, y de ahí a su departamento, subimos por el ascensor y ante mi pasividad ella me empujó a un lateral y me besó profundamente, metiéndome la lengua hasta la garganta, apretando mi verga con fuerza, poniendo mis manos en su culo, me sentía desbordado por la situación.

Y volvió a subir la apuesta.

Decime que te gusta, lencería? anal? oral? te gusta que te la chupe? que me trague tu leche? ya sé, te gustan los juguetitos, cierto? tenes una carita de perverso…

Entramos, ella me dijo que me pusiera cómodo, que ella iría a cambiarse. Luego de diez minutos Melisa volvió a mi lado, con una remera de finos breteles ajustada a su cuerpo, una pollera negra, medias del mismo color y que me dejaban adivinar un sexi porta ligas por debajo, zapatos de finos tacos altos, el cabello recogido y un maquillaje que le daba un alucinante toque de mujer asesina, intenté ir por ella, pero ella me detuvo, todo a su tiempo, sirvió unas bebidas en un par de vasos, me alcanzó uno y fue a poner música, un tema moderno, muy movido, de esa música tecno actual de la que nada entiendo, cerró los ojos y solo empezó a bailar, como poseída, tomando un sorbo de su vaso cada tanto, como si yo no estuviera presente, meneó sus caderas y poco a poco dejó caer su falda, no llevaba ropa interior y a contraluz brillaba su vagina con un monte de venus prolijamente depilado, ni mencionar que yo tenía terrible erección, ella giró siempre al compás de la música, su perfecto trasero quedó expuesto a mi vista, y noté que tenía un enorme dildo metido en el culo que evidenciaba una pronunciada dilatación, ella dijo…

Te gusta mi culo? te gustan mis juguetitos? veni papi, me muero por chuparte la verga

Y al decir esas calientes palabras se acercó a mi lado metiendo los dedos en su concha, para luego meterlos en mi boca y decirme mientras yo sentía su rico sabor a mujer

Mirá puto como me tenes, estoy empapada.

relato la culpable de infidelidadMelisa fue en cuatro sobre un sillón en una postura muy de perra, yo me había desnudado por completo y fui para que me la chupara, ella pareció querer devorarla toda en un empujón, fue bien profundo, muy salvaje, me la escupió un par de veces, me la acarició con sus manos y también fue a comerme las bolas, en pocos minutos toda mi sexualidad estaba cubierta por saliva de mi casual amante.

Honestamente ella no era muy buena haciéndolo, le ponía muchas ganas, pero no pude evitar recordar a Yolanda y notar las diferencias, pero si algo tenía Melisa era que jugaba naturalmente con las palabras y sabía cómo calentarme.

Que rica verga que tenes! – exclamaba cada tanto – nadie te la chupa como yo! cierto?

También jugaba con un poco de violencia, me pedía que le tirara los cabellos, que la obligara a atragantarse y me llevaba a un estado de sacar ese perverso escondido que todos tenemos dentro.
Volvió a decir

Cogeme, cogeme toda, no aguanto más!

Fui por detrás y se la metí toda, mis ojos recibían el primer plano de sus enormes glúteos y su escueta cintura, la base de ese enorme dildo atascado por detrás, mis oídos sus provocaciones, sus palabras, sus gemidos que seguramente escucharían los propios vecinos, mi verga moviéndose en su mar salado, tan rico, tan femenino, sintiéndose oprimida por el espacio que ocupaba el juguete en el otro orificio, ella se masturbaba con fuerzas, con ganas y me pedía que le diera nalgadas, más y más fuerte, que le dijera que era una puta y que otra vez le tirara con fuerzas sus cabellos, era una potra salvaje que buscaba ser domada, no podía aguantar mucho en esa situación.

Ella me sintió venir, y salió de repente de esa posición y se sentó en el sillón y me dijo

En la boca, quiero en la boca, me gusta la leche

De donde había salido este demonio? yo solo me acerqué y terminé de masturbarme a su lado para darle el gusto, mis ojos se posaron en sus ricos labios abiertos, deseosos, mi semen empezó a brotar y poco a poco su lengua se tornó color blanco, ella empezó a tragar todo lo que yo le daba y cuando no hubo más siguió chupándome la pija con suma vehemencia.

Fui a comerle la boca, quería besarla, sentir en sus labios sabor a mí, me estaba enloqueciendo, Melisa me dijo que seguía caliente, se acomodó en el sillón con sus piernas abiertas, besé su boca, bajé por su cuello. me detuve un buen rato en sus diminutos pechos, en sus pezones que se marcaban amenazantes, mi mano se había colado entre sus piernas y mis dedos hurgaban en lo profundo de su conchita, mi otra mano presionaba la base del dildo que aún estaba incrustado en su trasero y era todo muy caliente, ver el rostro de esa mocosa, la forma desinhibida en que disfrutaba su sexualidad.

Saqué el juguete de su trasero y perdí mi rostro en su sexo, a chuparle esos labios jugosos, su enorme clítoris y meter mi lengua en ese trasero tan dilatado que me llevaba a la locura.
Me perdí en sus jugos y disfruté darle una terrible chupada de concha hasta que ya no pudiera resistirlo y tuviera que pedirme que me detuviera.

Miré hacia el ventana, estaba oscureciendo rápidamente, y era hora de volver a cada para evitar posibles problemas, pero ella tenía otro ritmo, producto de su juventud, ritmo que yo no podía seguir, mientras me cambiaba había ido por otro de sus juguetes, uno que vibraba, se había sentado sobre el mismo sillón en el que me había chupado la pija y mostraba sus piernas todas abiertas para mí, reposadas en los apoya brazos, Melisa pasaba el vibrador por su clítoris, se lo metía en la concha, en el culo, en la boca, solo me estaba provocando y era difícil de resistir, sentí una nueva erección, me encantaba como era, lo que hacía, pero yo era consciente que tampoco podía levantar sospechas con mi mujer, no tenía que abusar de sus confianza, antes de dejarla, aun masturbándose, le pregunté

Como sigue esto?

Esto? ja ja! que es esto? – preguntó ella – esto no sigue, solo me gustaste, te cogí y listo.

Pero… te gustó? – dije sintiendo que tal vez las cosas estuvieran mal

Tuve mejores… – respondió en forma burlona – pero tranquilo, también tuve peores…

Pero volveremos a vernos cierto? – pregunté confundido

Sabes? – replicó ella – me recuerdas a papá, ya fue viejo, me quería echar un polvo con vos y ya…

Fui al coche y de regreso a casa las ideas se golpeaban unas con otras, después de treinta años de intachable matrimonio había sido infiel, y Melisa era una desconocida, si apenas había tenido un par de cruces con ella, tan viejo estaba, todo era diferente ahora, relaciones casuales, sin importar nada, diablos, mi hija sería igual?

Pasaron los días y había mordido el anzuelo, no pude dejar de pensar en esa mocosa y solo no podía dar por cerrada esa etapa, a pesar de lo que había dicho me encargué personalmente de conseguirle un acomodado empleo y fue la excusa para volver a verla, y para volver a cogerla, una vez y otra vez, y nos transformamos sin quererlo en amantes, solo amantes, porque lo nuestro era solo sexo, las reglas estaba claras, encuentros clandestinos donde hicimos todas las locuras imaginables, y me relajé y me confié.

Yolanda escuchó por casualidad un audio en mi celular, cosas que suelen pasar, y con eso ella apenas tuvo una punta para tirar y poco a poco descubrir toda la historia.

Mi esposa se transformó en mi sombra, sin que lo supiera, y se las ingenió para conocer a Melisa, en su empleo, y poco a poco se metió como cuña, hasta que llegó a su departamento, justo cuando hacíamos el amor…

Todos se fueron ya de tribunales, las primeras gotas de lluvia pegan en mi rostro, voy al coche, es lo poco que me queda, parto hacia la pensión donde rento un cuarto, solo me queda mi defensa, aunque a nadie le interese escucharla…

Jamás había imaginado que llegaría un día en el que me acostaría con otra mujer que no fuera Yolanda, yo la amaba con todo mi corazón y éramos esa pareja más que perfecta, la de compartir todo, de casi no discutir, pasamos momentos buenos, momentos malos, juntos atravesamos tormentas y juntos vimos salir el sol. Nuestras familias, amistades, vecinos, para todos éramos las personas a imitar y cuando todo explotó por los aires nuestra mierda salpicó a mucha gente.

Pero yo no lo busqué, yo no andaba tras los pasos de alguna Melisa, y solo esa situación me había agarrado con la guardia baja.

Es que Yolanda ya no era la mima, poco a poco su deseo sexual se fue apagando, como la luz de una vela que llega al final, y poco a poco había empezado a evadirme en la cama, empezaron las escusas, que el cansancio, que los hijos, que era tarde, pero esos problemas solo aparecían cuando intentaba hacerle el amor, yo no era tonto, y podía ver como para quedarse hasta altas horas de la madrugada jugando con su celular, o escribiéndose con amigas, o solo mirando alguna película, para esas cosas, no había inconvenientes.

Y no era que mi mujer estuviera con otro ni nada raro, ella solamente se estaba poniendo vieja y ya no compartíamos los mismos intereses, se estaba marchitando, poco a poco.

Y si lo están pensando, aviso que yo no había cambiado, seguía en esos pequeños detalles que en algún momento la habían enamorado de mí, un ramo de flores, una cena sorpresa, un desayuno a la orilla del río, una caminata de compras, pero ella, ella si había olvidado mis gustos, no pedía muchos, un lindo peinado, unos aros bonitos, una mirada cómplice, o que solo recordara decirme ‘te amo’.

Muchas noches esperando que me sorprendiera con lencería erótica que tan bien le quedaba y que sabia cuanto me gustaba, pero cada noche era más de lo mismo, sus tangas parecían empezar a apolillarse en su cajón de ropa interior, si, Yolanda había cambiado.

Y así fue como me fui alejando de ella, sin quererlo, sin pensarlo, cuando ella me hacía el amor ya no sentía que era nuestra pasión expresándose, no, para ella era un sacrificio, porque en el fondo intentaba ser la mima, pero no lo era, sabía que nuestro sexo era más por ‘tener que hacerlo’ que por una necesidad del corazón, y así ya no lo quería, se habían terminado sus orgasmos y parecía que solo yo disfrutaba, me sentía miserable y ni recordar cuantas veces ella se quedaba dormida en mitad del juego.

Llegué a disfrutar más masturbándome como cuando era un adolescente que haciendo el amor con mi esposa, si es que eso era amor.

En fin, no mucho más que contar, solo soy alguien que lo perdió todo por una mocosa que cogía como el mismo demonio, me quedé solo, acepto lo que me toca y cumpliré mi pena, pero… crees que soy realmente culpable?

Si te gustó la historia puedes escribirme con título ‘CULPABLE?’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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