Relato erótico de las idas y venidas con una novia inolvidable para mí

Sábado trece de noviembre, apenas pasadas las diez de la noche, una tenue lluvia de primavera se ha desatado en las afueras del templo, hace calor, espero con paciencia mientras unas atrevidas gotas salpican mi rostro sin pedir permiso.

Me sorprende el atronador sonido de las campanas al viento, dejando en evidencia que un nuevo matrimonio se ha consumado.

La gente empieza a salir, y noto que se ven sorprendidos por la lluvia de noviembre, son indiferentes a mi presencia, apenas alguno que otro esboza un saludo con discreción, más por compromiso que por otra cosa. Charlan, ríen, todo es festejo y felicidad, los hombres lucen elegantes enfundados en sus trajes y las mujeres parecen competir por ver quien luce el mejor vestido mientras los más pequeños desentendidos de todo corretean por ahí en inocentes juegos de niños.

Se abren las puertas centrales, al fin veo venir a la nueva pareja, aunque yo solo tengo ojos para la novia, Lucía, está hermosa, radiante, a mis ojos es la mujer más bonita que pueda existir sobre la faz de la tierra, se la ve feliz, toda vestida de blanco, impoluta, es un ángel.

Todos la saludan, veo a sus padres, sus suegros, su hermana, sus amigas y yo solo espero mi oportunidad.

Me acerco entre la gente, ella me ve, la sorprendo, no lo esperaba, llego a su lado, le robo un beso profundo en la mejilla y le digo

Estás hermosa! te felicito y te deseo que seas muy feliz!

Eso es todo, ella me mira con una sonrisa forzada, inconscientemente me ha aferrado por la mano y parece no querer soltarme, alguien más viene a saludarla y en un descuido me escabullo entre la multitud, la miro a la distancia y noto que ella me busca entre la gente, pero yo ya estoy lejos, giro sobre mis pies y emprendo la partida…

Dejo atrás parte de mi vida, mi amor, mi mujer, ya está, di todo lo que tenía, era hora de cerrar ese libro y ya no volver a abrirlo.

Lucía era mi compañera de bancos en esos días de estudios primarios, cuando éramos unos niños, cuando los chicos jugábamos con los chicos y las chicas con las chicas, en esos días en que cualquier mirada entre sexos opuestos era interpretada por el resto como centro de burlas y el típico ‘están de novios’.

Y en parte era cierto, a pesar de nuestra inocente niñez, Lucía me hacía galopar el corazón, yo no entendía nada de eso, pero ella era diferente, me agradaba su compañía, era tranquila, era amable conmigo, y muchas veces me ayudaba en mis problemas de matemáticas que me tenían a mal traer.

Una tarde, en un recreo, un tanto a escondidas ella me robó el primer beso, fue cómico porque se suponía que yo como hombre debía conquistarla, pero fue ella quien me arrinconó contra una columna y pegó sus labios a los míos, fue loco, de improviso, pero esos labios me marcarían para siempre.

Entrando en la adolescencia nos enredaríamos entre las sábanas, primer hombre, primera mujer, primera vez, me había enamorado como un tonto, ella ya tenía curvas de pecado, sus largos cabellos castaños me enloquecían, su rostro era perfecto, sus pechos se habían desarrollado, su cintura se había afinado y sus caderas habían crecido demasiado, portaba una cola de ensueño y yo caí preso de su femineidad. Hicimos locuras, todas, aprendí a ser hombre a su lado y disfruté hacerla sentirse mujer.

Viví un amor de Romeo y Julieta y todo era perfecto en mi mundo perfecto.

Estábamos juntos todo el día, en el salón, en los recreos, en su casa, en la mía, en las salidas en las horas libres y en cuanto momento estuviera disponible.

Las cosas empezaron a torcerse a fines de nuestros estudios secundarios, el curso estaba un tanto dividido, la relación de años de convivencia se había ido desgastando poco a poco, y una grieta entre ricos y pobres se había ido marcando cada vez con mayor profundidad.

Yo venía de una familia muy humilde, con muchos hermanos, mis padres trabajaban para el estado y la paga no era buena y fuera de mis horarios de estudio, siempre me las arreglaba con algún trabajito de ocasión para llevar unas monedas a casa. Lucía en cambio, era hija de abogados, muy respetados, se codeaba con la alta sociedad, ella había nacido en cuna de oro y jamás había pasado hambre, ni había tenido alguna necesidad básica por satisfacer, ella solo no entendía, acaso que podía entender…

Nos juramos que esas cosas jamás mellarían nuestra relación, pero en verdad es imposible disociar las cosas, ocultarlas, como si no existieran.

Lucía jamás lo reconocería a viva voz, pero era notorio en sus pensamientos que yo no estaba a la altura de sus expectativas, la inquietaba su futuro económico, ella necesitaba un profesional a su lado, como su papá, como su mamá, no un tipo de manos rasgadas y ásperas de tanto trabajar.

Llegó el famoso viaje de estudios, una semana en Bariloche como marca la tradición. Como dije, el curso ya estaba fracturado y solo la mitad había decidido hacer ese costoso viaje, yo no podía, ella sí.

Nos despedimos en la terminal de ómnibus, dos tontos enamorados que se juraban amor eterno, ‘una semana pasa volando’ dijimos, y solo la vi partir con la sensación de que esa partida era mucho más profunda de lo que parecía.

A su regreso, solo siete días después, me encontraría con una extraña, Lucía era otra, evasiva, irritable, introvertida, rara.
Los chimentos corrieron como reguero de pólvora, rumores, secretos imposibles de ocultar.

Lucía en apenas siete días se había enredado con el guía del viaje, un tipo de unos treinta años que solo aprovechaba la oportunidad, me había metido los cuernos y no habían sido solo besos de ocasión, habían tenido sexo y mi amor estaba obnubilada por esa situación.

Discutimos, ella rompió conmigo, entre lágrimas y gritos contenidos me dijo que lo nuestro ya no tenía sentido.
Fue un puñal al corazón, no lo vi venir, o nunca quise verlo.

Pasó el tiempo, traté de olvidarla, conocí a Paula, una chica que atendía en un local de comidas rápidas donde yo solía ir de vez en cuando. Ella solía atender mis pedidos, alguna vez la invité a salir y solo se dio, una chica linda, buena, una gordita llena de pecas, de facciones muy bonitas y unos enormes ojos azules que encandilaban como faros en la oscuridad.

Puse todo de mi para que esa relación funcionara y todo parecía ir bien hasta que, al año, Lucía volvió a mi vida.

Ella me llamó, solo era una charla de amigos, como ella dijo, nos encontramos en un bar, a escondidas.

Lucía estaba hermosa, radiante, como un tonto escuché sus palabras, su amor de primavera se había marchitado más rápido de lo previsto, su amor platónico resultó ser una basura que solo coleccionaba mujercitas inocentes, una tras otra y tan pronto se cansó de Lucía, ya había pasado a la siguiente en su lista.

Le conté de mí, había conseguido un nuevo empleo en una florería de la ciudad, no era mucho, pero al menos era un trabajo estable, le dije que estaba de novio, Paula, y hablamos de la vida, pero su ego era demasiado grande para prestar la suficiente atención a mis palabras.

Poco después cortaba con Paula y volvía a sus redes, me di cuanta cuan estúpido era puesto que siempre estaría a sus pies, de una manera o de otra.

Volvimos a intentarlo, pero ella quería ser reina, y yo era apenas un lacayo.

Lucía amaba el sexo que le daba, pero odiaba mi perfil económico, esa era la realidad.

Deambulaos por la vida como extraños y almas gemelas, como amantes ocultos, como novios oficiales, entre placer y discusiones, entre pasión y engaños.

Ella era siempre ella, estaba conmigo cuando no tenía con quien estarlo y solo se olvidaba de mi cuando encontraba algún candidato digno de su nivel.

La historia que había vivido con Paula se haría moneda corriente, Lucía me dejaba por algún candidato de su talla, yo buscaba alguna chica y cuando mi vida parecía acomodarse, ella volvía a mí, despechada, arrepentida, jurándome un amor eterno y yo, el más grande de los estúpidos solo deshacía todo para volver a ella. Por culpa de ese demonio que me enloquecía lastime a muchas chicas de buen corazón, a veces todo se hace tan mierda en la vida que uno no entiende de razones, solo es así, solo se da, y uno se rinde ante las locuras del corazón.

Y entre idas y vueltas en algún momento se cruzó su camino con el de Mariano Padilla, un estudiante de medicina de padres acaudalados, de nivel, conocidos, como ella quería. Y nuevamente pareció olvidarse de mí, yo ya sabía cómo era su juego y solo me quedaba jugarlo.

Solo que esa vez fue diferente, las piezas solo encajaron y al final pareció que mi amada Lucía había encontrado lo que siempre había estado buscando, la horma de su zapato.

Noté que las cosas ahora si iban en serio y adiviné que la estaba perdiendo para siempre.

Su padre me quería como a un hijo y él siempre me veía como el yerno que nunca sería, solía pasar seguido por la florería con la excusa de comprar unas flores para llevarle al cementerio a su mamá, pero en el fondo era solo una excusa para hablar cinco minutos conmigo. Siempre el tema era recurrente, su hija, mi amor, Lucía.

Como tontos intentábamos entender los pensamientos de esa mujer y solo suspirábamos resignados.

Y fue el mismo quien me comentó lo del casamiento, cosa que yo ya me veía venir, y solo no supe que hacer.

Jugué una última carta, desesperada, entre los últimos mensajes de WhatsApp que estábamos intercambiando, le dije de verla, eran casi las seis de la tarde, y estaba a nada de asistir a la iglesia.

Lucía me dijo que estaba bien, solo cinco minutos y ya, estaba retrasada y debía tener todo en orden.

Como desesperado llegué a su casa y me prendí del timbre, su madre me recibió, me dijo que ella estaba en su cuarto, en la planta alta, junto a Brenda, su hermana quien la estaba ayudando en sus preparativos.

Subí casi saltando, dejando escalón de por medio, el corazón parecía estallarme en cualquier momento, llegué a su habitación y golpeé con discreción.

Su hermana abrió y me dijo dándome un beso en la mejilla

Hola Santiago, cómo estás?, pasá, te está esperando

Solo le regalé una sonrisa cómplice y me colé en el dormitorio de la mujer de mi vida. Dice la tradición que es de mala suerte ver a la novia ya lista para ir al altar, pero Lucía, mi Dios, ella me daba la espalda, mirando al espejo de su cuarto, por donde podía verme, era un ángel, toda vestida de blanco, con un vestido precioso, con miles de piedritas brillantes que resaltaban a contra luz, tan ajustado que dibujaba la perfección de sus curvas, sin dudas era ideal para ella, lucía ya un tocado de tul muy sexi, solo nos quedamos en silencio y apenas atiné a decir…

Ese doctorcito sin dudas es muy afortunado, me gustaría estar en sus zapatos…

Ella bajó la mirada y apenas respondió encogiéndose de hombros y suspirando en forma compungida

Lo siento…

Entonces una vez más, traté de evitar lo inevitable

Lucía, no lo hagas, no te equivoques, yo soy el amor de tu vida y bien lo sabes…

Ella entonces vino a mi lado y calló mis palabras con sus labios, me besó, me besó como esa mañana contra la columna del colegio, de improviso, de repente, sentí la fuerza de ese beso, como un torbellino, con la pasión contenida, y solo me deshice en su boca, una vez más, como tantas veces.

Sentí su respiración candente, jadeante junto a la mía, y como las brasas de la pasión aún estaban ardiendo bajo la aparente ceniza que todo lo cubría.

Relato erótico de las idas y venidas con una novia inolvidable para míElla entonces reculó dos pasos hacia atrás, sin quitarme sus ojos de los míos, llevó sus manos a su espalda, por su nuca y noté que soltaba su vestido, con mucha calma y suavidad, con sumo cuidado de no dañar nada, bajó el cierre y poco a poco se lo quitó.

Un precioso conjunto de ropa interior blanco con calados y transparencias resaltaban con su piel bronceada, sus piernas esbeltas y torneadas lucían unas medias muy sexis que llegaban bien arriba, dejando ver el lado pornográfico de esa inocente novia, entonces dijo

Era la sorpresa para ‘el doctorcito’ como te gusta llamarlo, pero bueno…

Volvimos a besarnos, con pasión, mis manos tomaron una vez más su cuerpo, me llené con sus enormes nalgas desnudas, besé su cuello, bajé por su pecho y sus tetas me invitaban a que las comiera.

Ella masajeaba con placer la erección que tenía entre mis piernas, solté el sostén y su busto quedé libre, pasé entonces mi lengua por sus pechos, por sus pezones, recorrí la suavidad de sus formas y poco a poco ella se fue entregando, solo se fue perdiendo.

La hice recular hasta su cama, donde más de una vez nos habíamos enredado, se sentó y yo me arrodillé entre sus piernas, le comí los pechos con locura, con amor, me encantaba lamérselos y a ella le encantaba que lo hiciera, me acariciaba los cabellos y me asfixiaba entre sus tetas. La hacía gemir mordiéndole con delicadeza y dulzura sus oscuros pezones, sus jadeos descontrolados llenaban de placer mir oídos y solo estaba rendido a sus pies.

La hice recostar entonces, con delicadeza tomé los elásticos de su tanga y se la bajé por completo, estaba toda mojada, con sabor a mujer, con olor a mujer, eso me excitó sobremanera, Lucía estaba toda depilada y su sexo se mostraba lleno de un flujo espeso y caliente, era mi culpa, solo yo lograba eso, me enterré entre sus piernas, mi boca una vez más probó el placer se su sabor, mis dedos hurgaron en lo profundo sintiendo la calidez de sus jugos, lamí sus labios, sus formas de mujer, llevé los dedos a su esfínter, quería hacerlo todo, sin dejar ningún cabo suelto.

Ella mordió con fuerzas sus labios al llegar al orgasmo, es que obviamente estaban su mamá y su hermana al otro lado y trataba de no llamar la atención, pero aun así los gemidos descontrolados se hicieron audibles.

Ella se sentó nuevamente, buscó con desesperación mi verga y empezó a chupármela en forma frenética, como desesperada, como sabiendo que sería la última vez, Lucía parecía atragantarse y tratar en vano de devorar los centímetros de mi sexo, sentía mi glande topar una y otra vez en el fondo de su garganta y todo se me hacía muy erótico, muy de puta, la novia, que estaba a horas de jurar fidelidad eterna en el altar, se atoraba con la carne del que ahora era su amante.

Y todo eso funcionaba a la perfección en mi cabeza, disfrutaba como ella me la chupaba y pensaba en el cornudo del doctorcito, el que pronto sería su marido.

Tomé la iniciativa nuevamente, no iba a permitir que todo terminará ahí, otra vez entre sus piernas y a metérsela toda, por completo, a sentir mi sexo moverse dentro del suyo, a deslizarme en su miel, a besarla, a comerla, a sentir sus jadeos, otra vez más, quería hacerla mujer. La cogí con esmero, y le di todo el amor de vida en un instante, su mano derecha se había colado entre su pubis y el mío y se masturbaba con frenesí, en interminables orgasmos que iba y venían.

La giré entonces, la puse en cuatro patas, como una perra, como una puta, quería inmortalizar ese momento y otra vez, la tomé por su diminuta cintura y se la enterré hasta el fondo, esta vez no pudo evitar gritar, no me importó.

Se la metí con fuerza, con despecho, con la sensación de nunca haber sido suficiente para ella.

Y solo quería ir por todo, su esfínter dilatado y goloso me invitaba a pecar, solo cambie de agujero y sin resistencia se la metí por el culo, otra vez como tantas veces, a Lucía le encantaba que se la diera por el culo, la hacía sentir puta, sucia, y le daba un morbo especial.

Solo se la metía hasta el fondo, una y otra vez mientras ella mordía la almohada con fuerzas para no gritar. Su enorme culo se veía más enorme de lo que era y todo se me hizo difícil de sostener, era demasiado, me sentí venir.

Solo cambié de sitio, otra vez en su conchita y eyaculé en lo profundo, como nunca, la llené con mis jugos caliente y me dejé caer por el propio peso de mi cuerpo sobre su espalda, adivinando que en ese preciso momento todo había terminado, para siempre.

Aún tenía mi verga dentro de su conchita, la sentía perder erección y como rebalsaba poco a poco mi semen, le susurré al oído mientras ella aun no recuperaba su respiración, imaginándola en silencio ante el cura, ante su novio, dando el juramento con su sexo lleno de mi amor

Esta noche en el altar te acordarás de mi…

Era tarde, la oscuridad empezaba a ganar el cuarto y solo nos cambiamos en silencio, los nudillos de su hermana golpeando suavemente a la puerta nos trajeron al presente, Brenda era muy discreta y ella siempre había sido muy buena conmigo, sabiendo la verdad de la historia, ella siempre había jugado para mi equipo.

Solo nos despedimos con la mirada, le dije que era el amor de mi vida, y le regalé todos mis deseos de felicidad.

Un par de horas después le daría ese último beso en la puerta de la iglesia, ya no éramos niños jugando a las escondidas en el patio del colegio, ya éramos adultos, habíamos pasado los treinta años y toda historia tarde o temprano tiene un final.
De mi parte me había jurado ya no caer otra vez más sobre mis rodillas.

Hoy sigo feliz en mi soltería, yo ya había encontrado el amor de mi vida y jamás volvería a encontrar en otra mujer lo que Lucía me hacía sentir, prefiero estar solo a vivir un engaño.

No se mucho de ella, entiendo que vive en una felicidad dibujada, junto al doctorcito que le dio el status que ella creía merecer, prisionera en su castillo de cristal.

Amor? no… jamás nadie la va a amar como yo la he amado, y ella misma dejó pasar el tren.

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título LA NOVIA a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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