Relato erótico de siete delirios antes de un amor: La amiga de mi jefa

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PARTE I

Esto sucedió ya hace algunos años, pero el recuerdo aún me logra excitar, y porque no decirlo, es uno de mis temas favoritos para masturbarme. Cuando el porno se vuelve tedioso y busco nuevas formas poco usuales de frotar mi pene;  es donde doy vuelta a mis recuerdos para sentir de nuevo esas deliciosas sensaciones, que con el paso de los años comienzan a parecer  un sueño erótico, uno que fue muy húmedo.

Una de mis formas favoritas de rememorar ese recuerdo es buscar el momento adecuado en el que sabré que estaré completamente solo y no habrá forma de que alguien me moleste, aunque esos momentos no son tan comunes, los pocos que hay los aprovecho al máximo. Me desnudo totalmente y me siento en una silla o sillón muy cómodo abriendo mis piernas para darle suficiente espacio a mi pene, y así poder rozar mis muslos para recordar sus deliciosas manos cuando me tocaron por primera vez.

Llevo suavemente mi mano hacia mis bolas masajeándolas  hasta llegar a mi pene, que en poco tiempo estará erecto; retiro el prepucio y dejo al descubierto su cabeza brillosa que me pide placer. Inflo dos globos, lo suficiente para que se sientan duritos pero dejando que puedan ser apretados sin reventarse; me gusta que sean de color rojo, morado o algún otro color extravagante.

Coloco uno de esos globos entre mis piernas apretándolo para que llegue a mi pene, el cual mojo con suficiente aceite para que se pueda resbalar entre los globos; el otro globo lo sujeto con la mano dejando mi pene en medio de ambos, a manera de dos grandes tetas que se aferran en aplastar mi verga que ya para este momento está bien tiesa, sus venas marcadas en toda su base y la cabeza tan brillosa que parecería que va a reventar.

Mientras siento el suave roce del látex que se incrementa cada que rosa el frenillo de la cabeza de mi verga, la cual en este punto me parece exquisitamente grande y gruesa. Ahora si estoy listo para recordar a detalle  a mi diosa, a mi amante de mi primera vez.

En aquel tiempo me encontraba trabajando como encargado de acomodar y distribuir productos de un almacén a sucursales. Mi trabajo consistía principalmente en mantener los inventarios de los negocios llenos, acomodar en los estantes y ayudar alguno que otro cliente a subir sus comprar a sus vehículos.

Era un trabajo de verano y a mí me caía muy bien algo de dinero y sobre todo mantenerme activo a mis diecinueve años, una edad bastante hormonal.

Mi jefa de nombre Rosa, era una mujer morenita, de caderas amplias, llenita y como buena llenita, con tetas grandes y redondas; sus facciones eran delicadas y tenía labios gruesos, pero sobre todo su actitud era bastante sexi todo el tiempo, le gustaba sentirse deseada por los hombres y sabía cómo sacar ventaja de todas sus virtudes físicas con sus movimientos lentos e insinuadores, la tonalidad de su voz y la forma en la que miraba insinuando que podrías tomarla de las nalgas en cualquier momento, pero que de atreverte te podría ir muy mal, una completa incógnita que requería que diera el siguiente paso, pero al ser mucho menor que ella, el yo ser lo bastante tímido y temer a perder mi empleo, siempre mantuve mi distancia con ella evitando cualquier malinterpretación, pero eso no evitaba que varias ocasiones hubiere tenido erecciones en su honor, y las cuales tendría que buscar esconder cuando se me acercaba.

Realmente no sé si ella realmente lo veía, aunque era muy evidente y seguramente disfrutaba ser la causante  de provocar excitación en su empleado, pero creo que tampoco quería meterse en un problema y prefería mantenerlo como una complicidad secreta, quizá esperando un día donde todo podría suceder.

Mi jefa tenía una amiga que le visitaba con regularidad, ya en ocasiones la había visto de pasada, pero sin prestarle mucha atención debido a los apuros del trabajo.

Cierto día, simplemente era completamente imposible no mirarla, de hecho era imposible no dejar de mirarla, siendo más específico, era imposible poder dejar de mirar su culo parado que mostraba una tanga amarilla que lograba verse por debajo de unos leggigns blancos, los cuales permitían disfrutar de toda la redondez de su anatomía.

Ella era alta como de un metro setenta y cinco, blanca sin llegar al pálido, delgada y acinturada, de cabello rubio, quizá teñido y tan corto que podría pasar como un corte varonil, pero su figura, en especial de espaldas no dejaba duda de que era una exuberante mujer, al final el cabello fue lo menos que le vi.

Tenía puesta una blusa amarilla pegada con un escote discreto que combinaba perfecto con su tanga, y que permitía imaginar sus hermosas tetas bien paradas que recordaban dos grandes y jugosas naranjas. Debió de ser muy obvio la manera en la que no podía dejar de verla, que mi jefa dijo en ese momento.

–Te presento a mi amiga Nora, Nora él es mi ayudante… – haciendo una larga pausa cruzando miradas y culminó diciendo, – del que te platiqué–.  Esa última oración debió de dejarme intrigado, pero estaba tan absorto en disimular que veía su tanga e imaginaba sus tetas en mis manos que no le tomé importancia.

–Es un gusto conocerte, me dice Rosa que vives hacia el norte de la ciudad, es una coincidencia porque yo también vivo para allá, en los condominios cerca del mercado–. Hizo una pausa, mirando con sus ojos juguetones mi reacción nerviosa y divirtiéndose de que no pudiera controlar mis impulsos.

El corazón me latía muy fuerte y mi cerebro solo me pedía poder seguir viendo ese hermoso, redondo y parado culo que iba adornado por la tanga amarilla. Seguramente al notar mi desenfrenado deseo por seguir viéndola, continúo con la plática, empleando una voz coqueta casi infantil.

– Ahí tienes tú casa, cuando gustes visitarme, estoy en el cuarto piso, de preferencia a las 12 del día, puedes ir, te podría invitar a desayunar–.  Acto seguido, mi jefa me dijo:

–Bien, continúa con tus pendientes que no vas a terminar–.  Accedí con la cabeza y me retiré, no sin antes buscar otro pretexto para mirar en la dirección del hermoso culo de Nora.

De momento no supe cómo interpretar esas palabras y pensé que solo habría sido cortesía de su parte, pero había algo que me seguía causando incertidumbre; de modo que en mi día de descanso, sin pensarlo mucho, a la hora indicada me dirigí al departamento de Nora, lo hice tratando de engañarme a mí mismo, pensando que solo era un paseo y que compraría algún traste no necesario, además había que inventar un pretexto en mi casa de que saldría a esa hora del día y que tal vez tardaría.

Al llegar frente al condominio indicado, un espasmo recorrió mi corazón, estaba completamente asustado, el corazón latió más fuerte que nunca y sin duda era imposible tener una erección en ese momento, sin embargo mis piernas me llevaron a través de la escalera hasta el cuarto piso,  no había forma de perderme, solo había un departamento al cual llamar; solo haría un intento de tocar la puerta, si nadie salía sería una señal del destino que no debía de estar ahí, un joven aún casto buscando a una chica que seguramente ya pasaba los 30, no era quizá lo más adecuado ante los ojoso de muchos.

Quizá pasaron 5 minutos, tal vez diez, solo viendo la puerta frente a mí, y cada vez que mi mano se levantaba para llamar, el latido de mi corazón la frenaba y regresaba al punto inicial de discernir si lo correcto era meterme en esta situación u olvidar todo.

De pronto, como si mi cuerpo tuviera una reacción completamente involuntaria, tal como es el respirar, mi mano irreverente tocó la puerta, los primeros golpes con la fuerza que guardó durante los esfuerzos anteriores, que prosiguieron con otros dos toques bastante tímidos. La reacción de mi cuerpo fue de voltearme y correr, olvidar todo y seguir como si ella hubiera sido parte de mis fantasías eróticas, pero desde un cuarto piso, definitivamente me terminaría viendo.

Al parecer no abrirían, por lo que me di vuelta dispuesto a marcharme a paso normal por si llegaba a abrir no interpretara que huía, bajé la primera escalera y llegando al descanso, escuche su sexy voz.

– ¡Te vas tan pronto guapo!, tengo preparado el desayuno para ti, seguro que te va a gustar –.

Yo la vi desde abajo petrificado por los nervios de escucharle, iba vestida con una blusa rosa de tirantes, estaba pegada a su cuerpo dejando al descubierto su ombligo y remarcaba bien sus tetas que ahora parecían mucho más grande desde el ángulo que le veía, ya que ella se había agachado un poco dejándome ver que no traía sostén, la mitad de sus senos salían como dos pelotas.

–Ah, solo pasaba por aquí y me acordé de tú dirección, pensé en saludarte pero no quería incomodarte.

– ¡Incomodarme!– soltó una risa traviesa, –realmente solo fui a ponerme algo porque estaba con los pechos al aire, y comprenderás que no iba a salir así.  Además creo que eres algo impaciente–,  decía con su voz suave mientras se enderezaba, exaltaba el pecho y bajaba un poco más su blusa dejando brotar aún más sus hermosos senos,

–A menos que en realidad te quieras ir–, dijo con un tono despectivo, al tiempo que dio la vuelta y se dirigió de nuevo a su departamento, mostrándome unos pequeños shorts de mezclilla que me dejaban ver sus hermosas y largas piernas, así como una parte de su carnoso trasero.

En un momento había desaparecido tras la puerta de su departamento que continuaba abierta, y con movimientos completamente involuntarios decidí seguirla a través de ese marco que me ofrecía un misterioso y aún desconocido nuevo mundo.

Traté de entrar con sigilo, como si hubiera alguien más en aquella habitación, y como si me hubiese leído la mente, Nora me gritó desde una habitación,

–No te preocupes, estoy sola, así que puedes entrar con confianza y acomodarte donde gustes. La cocina está a tú derecha, puedes tomar lo que quieras, en un momento estoy contigo, solo me cambio a una ropa más adecuada.

La cocina estaba limpia, lo cual contrastaba un poco con la desordenada sala; aunque tampoco había ningún tipo de suciedad, algunas prendas de ropa regadas, una cobija tirada y un par de almohadas que parecían parte de su decoración regular.  Mientras examinaba el entorno, sentí su presencia justo detrás de mí, se acercó y me susurró al oído.

– ¿No has encontrado nada en la cocina de comer?-, y  soltó un pequeño quejido en mi oído, – tal vez es porque lo tengo aquí conmigo–. Al girarme pude ver sus parados senos prácticamente fuera de su blusa que había estirado hacía abajo, se notaban sus rosados y erguidos pezones por debajo de la delgada tela elástica que me parecía casi transparente, y para mi sorpresa vestía los pantalones blancos de aquel día.

Instintivamente volteé para buscar su tanga y ella que tenía todo esa experiencia, se giró de inmediato, abrió un poco las piernas y se inclinó hacia adelante parando aún más su redondo culo.

– ¿Esto es lo que buscas?, solo que debo de advertirte que está un poco sucia, ya que la estuve mojando varias noches pensando en ti, y que vendrías para quitármela con tú boquita, así que debo advertirte que su olor ya es algo notorio, o quizá tú podrías decírmelo – al tiempo que se agachaba hasta el suelo con una flexibilidad que permitía brotar un bulto grueso en su entrepierna al final de su culo.

No supe que hacer con  esa musa frente a mí; mientras ella esperaba que tomara la iniciativa, yo solamente me quedé petrificado contemplando su hermoso culo, al mismo tiempo que sentía mi verga completamente dura, estrangulándose y buscando salir de mi pantalón.

–Ya veo niño–, dijo con un tono serio y un poco decepcionado que me recordó a mis clases de primaria cuando la maestra me regañaba, tenemos dos opciones–… hizo una pausa – y yo no me voy a quedar con las ganas,  esa verga no va a salir de aquí dura. Tendré que enseñarte algunas cositas–.  Y retomando su sensual e infantil voz y acercando tanto su boca a la mía que podía sentir casi su beso, me dijo. -Aunque pensé que por tú edad y lo guapo que eres ya tendrías conocimiento del tema. Creo que esto será más divertido para mí.

PARTE II

Mientras esperaba que culminara el beso, ella sacó su lengua y lamió mis labios de arriba abajo, rematando al introducirla en mi boca; realizaba jugueteos con mi lengua y dedicaba especial tiempo a masajear las comisuras de mis labios con su irrefrenable lengua. Al mismo tiempo y casi sin darme cuenta, desabotonó mis pantalones, y fue hasta que sacó mi verga de mis calzones que me di cuenta de sus movimientos.

Seguía introduciendo su lengua en mi boca de una manera desquicial, aferrando su mano a mi cabeza sin permitir que me apartara ni un milímetro. Al tiempo masajeaba mis bolas calientes olvidándose por completo de mi verga que sentía a punto de estallar. Bajó por mi perineo para masajearlo lentamente pero con fuerza y yo sentía sus tetas moviéndose en mi pecho como si me estuviera masajeando. Se acercó a mi oído y me susurró:

–Te voy a hacer correte muchas veces corazón, te voy a secar y nunca me vas a olvidar–. Dio una sacudida hacia atrás dejando al descubierto completamente sus tetas al sacarse la blusa de un solo tirón. No sé si decir que eran hermosas sea un buen adjetivo, pero me parecieron tan perfectas, redondas y bien paradas, con sus pezones completamente erguidos, rozados y  tan gruesos como la cabeza de mi pene pidiendo a gritos ser chupados.

Ella simplemente sabía lo que seguía y jaló fuertemente mi cabeza a sus pechos, de una manera tan violenta que cayó de espaldas al sofá y yo encima de ella con la boca llena de una de sus tetas mientras masajeaba salvajemente la otra.

Sentí algo que despertaba dentro de mí, algo salvaje que dejé de pensar y solo quería agasajar todo su cuerpo, lamer hasta su último rincón y ansiaba encajar mi pene en lo más profundo en su gruesa vagina, estrellando una y otra vez con fuerza mis pelotas en sus nalgas; deseaba escuchar sus gritos eufóricos y súplicas que parecieran de sufrimiento pero pidiendo más.

Devoraba sus tetas, pasaba de una a otra chupando y masajeando, mientras ella echaba su cabeza atrás, poniendo sus manos de manera aleatoria en mi cabeza, mi espalda, y cintura. Estaba extasiada, y a eso me excitaba aún más.

Ella gemía de placer y fue dónde presa de la lujuria, la tomé desde las nalgas y arrimé mi verga a su panocha aún cubierta con los leggings.

Fui ahora yo quien se encargó de introducir mi lengua en su boca, aferrándome a sus tetas con ambas manos, las presionaba y masajeaba, algunas veces tan brusco que soltaba algunos quejidos de dolor. Pasaba de su boca a su cuello, lamiendo su oído y moviendo mi pelvis contra la suya.

Y de pronto tomó ella de nuevo el control, me tomó del cabello jalándome hacía abajo con tal fuerza que sentí dolor en su tironeo, mientras al mismo tiempo se bajaba los leggings.

– ¡A ver cabrón, termina de quitarme los leggins, y me vas a quitar la tanga con la boca, me vas a cumplir mis sueños, hijo de la chingada–. Su voz estaba poseída por el deseo, y parecía haber rabia en su hablar. Cuando me acerqué a su muy mojada panocha, restregó con fuerza mi cara en ella y  me utilizaba para masajearse cuál sí fuera su consolador. Levantó y abrió las piernas tanto que me permitió ver la parte baja de su culo y me gritó:

– ¡Querías esto perro!, querías comértela, pues trágatelo cabrón, atascate que no habrá otra vez. Esas palabras me llenaron de asombro, ya que parecía una amenaza que no la volvería a disfrutar. Eso me volvió loco, y comencé a lamer su trasero hasta donde podía, hice a un lado la tanga y comencé a succionar su vagina tomando todos los jugos que me regalaba, mi pene no podía estar más tieso y sin embargo yo solo quería segur lamiendo su jugosa fruta. Tomó con arrebato y desesperación mi cabeza y colocó mi boca en su clítoris.

– ¡Ahí pendejo!, ahí es donde debes de lamer, este pinche frijol es el que tienes que succionar, ¡Hazlo cabrón!- gritaba mientras yo me llenaba de ese duro clítoris. Jugueteaba con él, lo lamía, succionaba y batía con mi lengua tan rápido como podía. Mientras con mi otra mano agarraba sus nalgas que ahora me parecían inmensas.

Mi mano recorría toda su forma hasta llegar a su ano, en el cual sin pensarlo comencé a introducir mi dedo índice, que después cambié por el dedo medio para llegar más profundo. Ella no se resistió, todo lo contrario, bajó más la cadera para introducir hasta el fondo mi dedo que exploraba todo su interior.

–Te voy a cagar el puto dedo, y te vas a aguantar cabrón–, me gritaba ya completamente descontrolada. Mientras yo seguía lamiendo su clítoris, ella llevó mi otra mano a su vagina e introdujo dos de mis dedos,

– ¡Así cabrón!, muévelos hacia donde estás, muévelos rápido, no dejes de mamar y no vayas a sacar tú puto dedo de mi culo–. De pronto sentí un chorrito líquido que salía de su vagina, supuse que de la excitación se había orinado, aunque eso solo me excitó más, movía más rápido mis dedos, y me metía más profundo en su culo, la lamía más intenso pidiéndole más de ese líquido que me había regalado.

relato sexo con amiga de la jefaYa no podía entender entre sus gemidos y sus palabras distorsionadas, solo sabía que la estaba llevando al éxtasis y eso me llenaba de completo orgullo, me hacía sentir un hombre y mi pene lo reflejaba en su dureza, mi mente iba de su vagina ahora completamente mojada a mis sentimientos de superioridad, mis manos estaban acalambradas pero no tenía pensado ceder ni un poco en la locura que le estaba provocando, y que lo podía hacer más intenso segundo a segundo.

Mi dedo se metía como si quisiera atravesar su culo, mi otra mano se movía al ritmo acelerado de una samba y mi lengua lamía y succionaba como si no hubiese comido en días. Ella se retorcía y empujaba su vientre hacía arriba acalambrada de placer, sus músculos se tensaron tanto, que en su rostro se dibujó una mueca de sufrimiento, y mientras me veía con el rabillo de sus ojos casi en blanco,  tironeo violentamente su vientre hacia abajo y hacia atrás, encogiéndose para que mis dedos salieran de su vagina y de su ano.

Nora  quedó encogida en el sofá como si pareciera refugiarse, con el cuerpo empapado de sudor, sus hermosas tetas paradas brillaban y permanecían con los pezones erectos, subiendo y bajando con su agitada respiración. Mantenía puesta  la mirada fijamente en mis ojos, con un rostro que podría confundirse de enojo, pero transpiraba su deseo que lejos estaba de haber sido calmado.

Terminé de quitarme la ropa y fui rápido al baño a enjuagarme el dedo que había metido en su culo. Lo hice caminando de una forma extraña por la erección que mantenía a reventar.

–No te pensarás ir sin darme de esa verga –, dijo con voz suave detrás de mí, mientras lamía mi cuello y sus manos sujetaban firmemente mis nalgas, sus tetas las movía en pequeños círculos en mi espalda y daba pequeños gemidos que hicieron que brotaran unas gotas de semen de mí desesperada verga. Pasó una de sus manos hacía adelante, sintiendo mis bolas contraídas y subiendo de manera delicada hasta mi pene, sin dejar de lamer mi cuello y mi oreja.

–También tienes algo mojadito para mí–, susurraba mientras frotaba dulcemente el glande de mi pene. Sentía pequeños espasmos en todo mi miembro como si estuviera latiendo, y aventaba más gotitas de ese líquido blanquecino.  Ella las tomó con sus dedos y los llevó a su boca.

– ¡Delicioso! – Susurró nuevamente en mí oído, –apuesto a que jamás te han mamado la verga–. Tomando firme la base de mi pene empezó a dar lengüetazos a mi cabeza hinchada que ahora era más brillosa con su saliva. Y de pronto sentí la humedad y el calor de su boca que tragaba mi pene, su lengua se movía rápido y descontrolada como hace unos minutos lo hacía en mi boca.

El placer era indescriptible, tenía una sensación tan intensa que quería retirar mi pene de su boca, pero solo me limité a recargarme sobre la pared del baño y echar el cuerpo hacia atrás. Inconscientemente mordía mis labios y sujetaba su cabeza con su corto y rubio cabello. Las sensaciones iban más en aumento y sentía no poder soportar el placer.

–Espera, por favor, espera. Ya no aguanto–, le dije jadeando. Ella se río aún con mi pene en su boca mostrando sus dientes como si fuera a morderlo.

–Ok, quizá te guste esto–, juntó saliva en su boca y la derramó sobre mi pene para comenzar a masturbarme con un masaje. Le daba pequeños besos a mi glande y hacía más saliva en su boca para escupirla sin ningún pudor a mi pene. En ocasiones su escupitajo caía en mis piernas o abdomen, pero cada que ella lo hacía me excitaba más.

Mi pene estaba escurriendo de su saliva y ella misma tenía su mentón escurriendo. Era una escena que me parecía increíble y  llena de lujuria y morbo. Sin aviso, se fue levantando, al mismo tiempo que se limpiaba la saliva por mi abdomen y pecho para rematar en mi boca con un largo y muy húmedo beso.

–Vamos a un sitio más cómodo–, me dijo agarrándome del pene y llevándome a su habitación. Apenas pude ver examinar un poco la habitación limpia pero al igual que su sala un poco desordenada con su ropa; había varios sujetadores en el piso y algunas tangas sobre la cama.

Nora me lanzó hacia la cama quedando boca arriba, y aunque tenía cierto deseo por  ver todas esas prendas, ella ya estaba encima de mí besando mi cuello y moviendo su culo sobre mi pene, jugueteaba con su panocha y su ano frotando mi pene, que aún estaba bañado de su saliva.

Sus besos subieron de tono, mordía mis labios, lamía cuanto podía en mi cara y de pronto, sin aviso sentí un calor fuera de lo común, sentía que mi pene se quemaba.

Nora dio un sentón y me introdujo en ella hasta el fondo, dando un grito de placer, que bien pudieron escuchar los vecinos. Tenía otra vez todo el control mientras yo trataba de asimilar que era lo que estaba pasando. Se movía rápido de arriba abajo, se inclinaba y echaba su culo de adelante hacia atrás.

– ¡Cógeme cabrón, cógeme!, alivia esa verga dura en mi coño, ¡Dame con todo cabrón!–, Gritaba Nora ya sin ningún tapujo mientras estrujaba sus tetas en mi cara–. Esto era lo que querías corazón, ¡Aprovéchalo!, Tienes mi coño y culo a disposición!– me decía al soltar gemidos de intenso placer.

Yo la tomé de sus nalgas con ambas manos, le separé el culo y comencé a golpear violentamente mi vientre contra el suyo, aumentando la frecuencia de penetración,

– ¡Ay, así, así dame, duro, bien duro, dame, dame!–, no paraba de gritarme. Y por instinto nuevamente tomé el control, la volteé quedando ahora yo por arriba de ella, abrí sus piernas y entré lo más duro que pude por en medio, golpeaba tan duro como podía y ella me lo agradecía con gemidos descontrolados; ¡que más daba lo que dijeran los vecinos!. Tomó mis nalgas, y llevó su dedo cerca de mi ano acariciándolo mientras yo continuaba con el vaivén que de a poco baje el  ímpetu por el cansancio.

– ¿Cómo quieres terminar mi vida?, quieres derramar tú semen en mis tetas, o quizá en mi culo, o eres más perverso y me lo quieres embarrar en la cara, donde tú quieras, te lo has ganado corazón–. El solo imaginar lo que me decía, subió mi tensión sexual, y sentí como si fuera una corriente recorriendo todo mi cuerpo que llegaba hasta mi pene. Aumenté la velocidad, la puse en cuatro en posición de perra, y comencé a darle por atrás mientras sostenía sus tetas con mis manos. Ella ya sumergida en un total éxtasis se empezó a convulsionar de placer.

– ¡Ya cabrón, ya, para, para!– Gemía y me ordenaba. – ¡Ya hijo de la chingada, para, cabrón, suéltame! –, mientras yo seguía intentado meter más profundo mi pene.

–Ay hijo de la chingada, me vas a rosar pendejo, ya déjame-, decía con voz agitada y aún extasiada. Por lo que la volví a voltear boca arriba, le levanté las piernas juntas, me puse al borde de la cama y volví a introducir mi cabeza hinchada en su panocha que ya no estaba tan mojada. Eso la hizo gritar y soltar otro gemido de placer.

El tener de frente sus tetas balanceándose libremente me excitó tanto que nuevamente sentí una corriente que iba de mi cabeza a mi pene, pero mucho más intensa. Sentí como mi verga tenía  varios espasmos y en cada uno sentía salir un chorro de semen. Sentía que me descargaba a chorros y parecían interminables. Ella dio así sus últimos gemidos, y termine con una especie de gruñido que le ocasionó un poco de risa a Nora.

Separé sus piernas y sin salirme de ella me recosté en su hermoso pecho sintiendo sus tetas en mi cara tratando de controlar mi respiración, así como ella tratando de controlar los espasmos que aún tenía en su vagina.

No sé cuantos minutos pasamos recostados, solo sé que me levanté antes de terminar quedándome dormido, retiré mi pene, ahora flácido y mojado de su vagina. Antes de pasar al baño para lavarme, le dediqué una larga y lenta lamida desde su perineo hasta su clítoris, asegurando introducir lo más que pude mi lengua en su coño. Ella rio y se mordió los labios.

Quisiera decir que hubo un segundo y hasta un tercer round, pero lo cierto es que eso fue todo por ese día y por el resto de mi vida. Después de vestirme, me despidió en la puerta apenas tapada con una playera que cubría la mitad de su culo; me dio un muy tierno beso en los labios que duro apenas unos segundos, los suficientes para poder sentir y quedar con su saliva en mis labios. Tocó mi pene por encima de mi pantalón y me dijo:

–Amor, creo que amanecerás muy rosado y adolorido. Será mejor que llegues a bañarte porque apestas a sexo–, dijo mientras me dedicaba una traviesa sonrisa. Me voltee y me dio una nalgada con un agarrón. Al final me mandó un beso al aire.

Ya no supe más de Nora y a pesar de que la busqué, ya no contestó; en el tiempo que me restó del trabajo de verano ya no vi que se apareciera y aquella puerta se quedó cerrada en el par de ocasiones que intenté buscarla de nuevo. De esas veces cuando mi pene se engrosaba y me pedía a gritos regresar con ella.

Quizá fue demasiado bueno para que pudiera repetirse otra vez, y quiero pensar que ella lo tomó como un recuerdo de algo insustituible que no valdría la pena echar a perder con otro encuentro que seguramente no podría superar el anterior.

No obstante, yo le he dedicado muchas y muy variadas masturbaciones. Como ahora que me levanto de mi sillón con los globos completamente llenos de semen que resbala por esa lisa superficie de látex.


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico

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