Relato como fue mi primera experiencia como sugar daddy

Muchas veces os daréis cuenta de que hay más morbo en mi cabeza que en la realidad. No os desaniméis. La vida no es una película porno. O al menos no lo es todos los días a todas horas. El futuro no está escrito para nadie, y no voy a hablar aquí de mi pasado. Si te apetece acompañarme, estás más que invitado/a a leer mi relato y mis próximos relatos eróticos en la página.

Un día cualquiera, antes de mis vacaciones de Navidad.

Nervios. Si tuviera que elegir una palabra que reuniera todas las sensaciones en un solo término, sería ese. Nervios. Creo que todos los hemos sentido alguna vez. No hablo de nervios de forma genérica, sino de esos que tienes justo antes de hacer algo que nunca antes habías experimentado, esos que te enfrían la sangre de las manos y te sonrojan el rostro. Había decidido no arreglarme de ninguna forma especial.

Aunque fuera la primera vez de algo nuevo, opté por mi estilo, no era momento para salir de terreno conocido. Solo me faltaba la raya del ojo. Siempre que me la ve, una de mis amigas me critica diciéndome que estoy un poco anticuada, en lugar de decir la verdad: a ella no le quedaba nada bien, sin embargo a mí me iba genial con mis facciones.

Putos nervios, frené un segundo, tomé aire intentando mantener el pulso y… voilà. Ahí estaba mi mirada, a ratos guerrera, a ratos irresistiblemente sumisa.

Guardé el maquillaje en el neceser. No hay nada que me dé más rabia que el desorden de mis cosas. Si tuviera esa manía con otros asuntos de mi vida, me habría ahorrado numerosos disgustos, pero bueno, supongo que es lo que hay. Me despedí de la única compañera, Mónica, que estaba en el piso en aquel momento. No dudó en volver a cachondearse de mí:

-Venga, te veo mañana en las noticias de Antena 3. – Dijo mientras se reía desde el salón.

Mónica era la única de mis tres compañeras de piso que sabía todo este rollo. Cuando me animé a contárselo me tomó por loca. Empezó a rayarme con que me iban a violar, que me iba a dar un montón de asco, que si no me sentía un poco puta, hasta comentó que acabaría descuartizada y me encontrarían por ahí en la orilla de la playa.

A los dos días ya la tenía conmigo echando un vistazo a la web donde me había registrado, criticando a los hombres que me escribían, llamándolos viejos verdes y ese tipo de cosas. Con el paso del tiempo los comentarios serios se convirtieron en bromas como la de salir en los telediarios.

Ya fuera de casa me dirigí al ascensor. Por el pasillo me crucé a nuestro vecino de enfrente, que me dedicó una de sus miraditas. El tío seguramente se consideraba un seductor, pero era patético. No le negué el saludo porque soy una persona educada, aunque no le aguanté la mirada más de lo justo y necesario.

Me confirmé a mí misma que había elegido bien el estilo en el espejo, mientras bajaba los cinco niveles del edificio. Me gustaba vivir en aquel lugar.

Siempre me habían llamado la atención los grandes bloques de viviendas de las capitales, con tanta gente habitando un mismo espacio. Estoy segura de que había vecinos y vecinas con los que ni siquiera me había llegado a cruzar.

Sin embargo, los sentía como parte del nuevo círculo de personas al que había emigrado. No me sentía sola al tenerlos tan cerca, y me sentía libre ya que nada me ataba a ellos en realidad. Puede parecer algo estúpido, pero para una chica que ha vivido en el extrarradio durante su adolescencia, esto era saltar la valla que te mantenía encerrada durante tu infancia.

El frío me pilló de sorpresa, golpeándome en la cara. Dudé en volver a subir para coger algo que me cubriera mejor el cuello, pero me dio pereza y fui hacia la parada del bus. Tuve que correr. Ya llegaba un poco tarde y no era plan de retrasarme otros quince minutos esperando a la intemperie.

Era media tarde, así que pude coger asiento junto a la ventana, como me gustaba. Me imaginaba a mí misma desde fuera, en la típica foto o estampa de una joven mirando nostálgicamente desde el bus con media sonrisa dibujada en la boca. Solo me faltaba rotularme con una frase del tipo «sigue tus pasiones y alcanzarás lo que desees». De vez en cuando soy un poco, como decirlo… ¿Mr. Wonderful? Después me conoces y soy un poco bruta al hablar, sobre todo con unas copas encima, pero de vez en cuando me dan estos puntazos. Una voz muy familiar me sacó de mis pensamientos.

-¡Olimpia! Ey, ¿qué tal?

Era Lola, una compañera del conservatorio. Estuvimos muy unidas durante el Bachillerato, donde compartíamos la agonía de intentar compaginar todos los estudios. También nos contábamos nuestras primeras aventuras amorosas, aunque en su caso debería hablar en singular, pues conoció a su chico con dieciséis y todavía seguían juntos. O eso creía. Después de las típicas preguntas formales, le pregunté qué tal le iba con su novio.

-Anda, calla. Me dejó… Bueno, lo dejamos el mes pasado. – Rectificó en un pequeño ataque de vergüenza. Cosa que no entiendo, ¿acaso has hecho tú algo malo si te dejan? El orgullo supongo.

Me disculpé por si aún estaba afectada.

-Nada, nada. Estoy bien. He seguido la estrategia Tinder y me va bastante bien. A ver, no te voy a decir que no lo quería cuando lo dejamos, pero después de tantas peleas había que solucionar el asunto.

– ¿Tinder ella? Está claro que no era fea, pero me chocó. No me encajaba con la Lola del pasado. Mi cerebro automáticamente empezó a compararme con ella.

Era una chica normal. Rubia, de pelo rizado, ojos marrones pero bonitos. Tenía la mandíbula un poco hacia afuera, lo que le afeaba un poco la cara. Había perdido un poco de peso desde la última vez que nos vimos. Era muy cortada, así que nunca la había visto sin sujetador, pero tenía más talla que yo. Sí, probablemente aquello era un buen reclamo.

En fin, cada una tiene lo que tiene. Eso no quiere decir que yo no esté contenta con lo mío. Digamos que tenemos cartas distintas. A culo le
ganaba yo por goleada. Todo esto me pasó por la cabeza en dos segundos.

-Hostia con Lola con Tinder, ¿quién lo diría? – Ignoré el comentario del novio. Obviamente me interesa más la primera parte. Por cierto, jamás he tenido Tinder. Por suerte todavía no lo he necesitado.

– Y qué, cuéntame qué te has encontrado por ahí.

-Pues nada. -Se sonrojó un poco, la Lola adolescente apareció.- Me estoy viendo con un chico un par de años más mayor que nosotras. La verdad que por ahora muy bien eh… uff… -Suspiró y gesticuló con la mano.

Básicamente me estaba diciendo en su idioma que le daba bien, o eso entendí yo. No sé por qué pero siempre he sentido curiosidad cuando otras personas hablan de sus relaciones.

– Llevo un par de días sin verlo y ya le echo de menos, pero paso de pillarme, que tú ya sabes como soy yo.

– No seas tonta y disfruta mientras puedas, que a saber cuánto vas a poder follártelo. – Lola me levantó las cejas para que bajara la voz. Le daba apuro que alguien pudiera escuchar.

Me giré aguantándome la risa para mirar si algún pasajero se había enterado de algo. Menos mal que lo hice porque me di cuenta de que había llegado a mi parada. Me sobresalté, me despedí de Lola con dos besos y me bajé.

-Al final no me has contado a dónde ibas.- Me gritó mientras me apeaba. Yo le hice el gesto del teléfono para indicarle que ya hablaríamos y la pondría al tanto.

Nervios. Con toda la conversación se me había olvidado a dónde me dirigía. ¿Realmente estaba haciendo aquello? Intente ignorar las dudas de mi mente actuando. Saqué el móvil del bolso, abrí Google Maps y escribí el nombre de la tetería. Tres minutos. Me costó un poco orientarme pero eché a andar.

Ya no estaba segura si de verdad hacía tanto frío o era yo. El sitio estaba bastante chulo. Es uno de sitios en los que te puedes perder por los pasillos buscando una mesa libre, con distintos ambientes, sin ninguna habitación igual que la anterior. Agradecí la calefacción. Me quité de encima el abrigo y me recoloqué un poco las prendas que llevaba.

La elección había sido un jersey claro con un hombro descubierto, que dejaba ver unas pequitas que tengo por el cuello y la clavícula. Sobre el otro hombre llevaba echado mi pelo liso. Llevaba pantalones, no recuerdo cuáles pero sé que me los puse porque no quería llevar tacón al no saber lo que él mediría. Volví a respirar profundamente para relajarme, como cuando en casa me estaba haciendo la raya, y me adentré por los pasillos.

Corbata gris con franjas azules, corbata gris con franjas azules… La gente seguro que flipaba cuando me veían ir escudriñando lo que llevaban puesto, pero pasaba rápido para que no me diera vergüenza. Corbata gris con franjas azules. Después de tres salones me di cuenta de que
seguramente el hombre al que buscaba era el único que vestía de chaqueta en aquel lugar. La tetería parecía gigante. Bingo.

Nos identificamos al instante sin habernos visto antes. Se notaba en nuestras miradas, que se cruzaron durante un segundo antes de que yo apartara la vista al sentirme observada por otra persona.

Durante la hora que pasé en casa arreglándome había repasado mentalmente aquella situación varias veces: cómo creía que me iba a sentir, cómo quería mostrarme, cómo no quería reaccionar… En ese momento, todos esos «cómos» se esfumaron y me sentí como una niña que se
sube por primera vez a un escenario. Todo me temblaba, pero cruzaba los dedos para que no se notara. Al parecer él también se bloqueó durante unos instantes.

– Hola. Soy Olimpia.- Articulé las palabras de la forma más segura posible y las acompañé de una sonrisa. Él se incorporó para recibirme con educación.

-Hola Olimpia. Yo soy Ricardo. ¿Cómo estás? – Probablemente él también ocultaba sus nervios.

Me indicó con un gesto que tomara asiento en una silla al otro lado de la mesilla circular. Pasado el susto inicial me di cuenta de que Ricardo mejoraba en persona. Para que os hagáis una idea, yo creo que rondaría los treinta y muchos, quizá había llegado a los cuarenta, así que no mentía en su perfil en internet. Tenía bastante pelo, y lo llevaba bien peinado y engominado, aunque sí es cierto que también tenía una entrada generosa en el lado contrario al que se había orientado el pelo. Su barbaera frondosa pero cuidada, bien perfilada.

El rostro era rectangular, elegante, me gustaba. Daba la impresión de ser una persona bastante seria. Me vino a la cabeza el chico más mayor con el que había compartido yo una de esas noches locas, y Ricardo salía ganando, pues aquel ligue acababa de pasar la treintena y ya estaba en peor estado que este papito que me había aventurado a conocer.

Poco más os puedo contar de él que se viera en aquel momento.

-Ahora bien, la verdad. En la calle hace bastante frío. Y bueno… Por supuesto, estoy bastante nerviosa. – Le comenté mientras notaba que se me subían un poco los colores al rostro. El rió.

-No te preocupes mujer, es totalmente normal. Tampoco creas que yo estoy acostumbrado a esto, ¿eh? Si es que eso es posible. ¿Qué quieres tomar? – Buscó con la mirada al camarero, que por fortuna entraba a la estancia en busca de clientes que no estuvieran servidos.

-¿Te importa que pida una copa? ¿Es demasiado temprano? – En realidad, quería beber algo que me deshinibiera un poco. Me sentía demasiado tensa como para mantener una conversación natural.

Ricardo se animó, apuntándose a la idea. Si la memoria no me falla, pedí un Larios 12 con tónica. El primero de tres que cayeron esa tarde. Cuando el camarero se marchó, mi cita me preguntó por mi vida

-Desde que empezó el curso estoy viviendo en un piso en el centro con otras tres chicas. Decidí que no quería dedicarle mucho tiempo a un trabajo. No sé, estoy en la universidad, así que creo que debería centrarme en lo que toca, que es estudiar. Pero tenía claro que las facturas no se pagan solas, y no quiero pedirle dinero a mis padres. – Siempre he sido muy morbosa, pero el principal motivo que me llevaba a estar en esa tetería durante aquella tarde era el dinero.

-¿Estás estudiando segundo de carrera?

-No. Tuve un bachillerato bastante distraído, y tuve que repetir un curso. Tengo diecinueve años, pero estoy en primero de carrera. ¿Tú a qué te dedicas? Bueno, creo que no lo he dicho pero estudio filología clásica. Durante un año estuve dudando si meterme a hispánicas porque me gusta mucho la literatura, escribir, etc. Pero al final decidí que… – Estaba hablando demasiado, así que frené. – Perdona, me enrollo yo sola. ¿En qué trabajas?

-No te preocupes Olimpia, me gusta escucharte.

Me llamó la atención que utilizara mi nombre. Me gusta que las personas con las que hablo lo hagan. Me transmite la sensación de que me toman en serio.

– A mí también me interesa bastante mucho el mundo de las letras, pero puedes suponer que por mi ropa y estilo no me dedico a ello. Trabajo de directivo en la empresa que fundó mi padre hace ya muchos años. Por suerte, no me tengo que relacionar mucho con él a diario. No me gusta pensar que las cosas que consigo se las debo a otra persona.

-Sí, eso es una mierda. Lo que te comentaba de mi independencia también va por ese motivo. Ya tenemos algo en común. – Nos sonreímos mutuamente. Era bastante mono. En un intercambio de unas pocas frases ya no sentía que hubiera tanta distancia en la edad ni en el estatus social entre nosotros.

Para mi sorpresa, la tarde fluyó con mucha naturalidad. Muchas veces le escuchaba mientras le miraba fijamente a los ojos. Fue en uno de esos momentos cuando me acordé de lo que días atrás había rondado tanto mi mente. ¿Me tendría que acostar con él? ¿Follar con un casi desconocido? ¿Y si no me gustaba para nada?

A estas preguntas, Mónica, mi compañera de piso, añadió la de «¿y si tiene la polla súper rara y asquerosa se la tienes que chupar igual? En mi cabeza me reí recordando lo payasa que era a veces, pero por fuera seguía contemplando los ojos de Ricardo, que en la penumbra de la tetería parecían bastante oscuros.

En ocasiones, veía que se desviaban de mi rostro y echaban un vistazo a la piel que se dejaba ver por encima del jersey. No me miraba de manera obscena, sino que diría que veía cariño, cierta ternura, pero no la que se tiene por un familiar, un hijo o un niño pequeño, sino una ternura sensual que deseaba extender la mano y entrar en contacto con mi cuerpo cálido y suave. Llamadme vanidosa, pero aquello casi me hace erizarme.

La hora de cenar estaba llegando, así que Ricardo aprovechó un breve silencio tras una buena historia que le conté para comentarme que debía marcharse. No dijo nada más, pero supuse que, dado su edad y su más que seguro nivel económico, tendría una familia, o al menos una esposa con la que cenar cada noche

Faltaría a la verdad si no dijera que sentí algo cercano a los celos, pues me había pasado toda la tarde con él, impregnándome de sus gustos, sus vivencias y su conversación. Pensé que era una estúpida al sentir eso. La que estaría celosa si se enterara sería la supuesta señora de Ricardo.

debutando como sugar daddyAntes de salir, me disculpé, cogí la chaqueta negra que llevaba bajo el abrigo cuando había llegado a la tetería y fui al baño. Allí me di cuenta de que me sentía algo excitada, con ganas de tontear (lo digo como si no es lo que habíamos hecho durante la tarde mientras bebíamos copas). Me apeteció tomarme una foto, así que saqué el móvil y opté por el clásico espejo.

El recuerdo de mi primera vez. Me arreglé el pelo un poco y volví con Ricardo, que me ofrecía el abrigo que había dejado en la silla. No le dio miedo salir del local juntos, aunque tampoco dábamos ningún indicio de que aquello era algo raro. No sé qué digo, ¡si solo habíamos estado hablando durante unas horas!

-Tengo el coche en el parking aquí al lado, si quieres te acerco. – Me comentó.

Se me dispararon unas cuantas alarmas con esa frase. Es el típico gancho de los tíos para que te subas con ellos en su coche. Después se la sacan y te miran con cara de «¿es que no me la vas a chupar?». En fin, si era lo que tocaba… Al fin y al cabo, llevaba unas copas en el cuerpo, tampoco
sería tan difícil romper el hielo. Para mi sorpresa, nada más lejos de la realidad. Manteniendo su educación impecable, me dejó en mi barrio sin intentar nada. Paró en doble fila para despedirse.

-Bueno… – Solté como quien no quiere la cosa.

El momento de extrañeza llegó. No sabía cómo despedirme de él porque no sabía con qué grado de confianza tratarle. Me desabroché el cinturón de seguridad y acerqué mi cuerpo al suyo, pasando por todas las intenciones que podéis imaginar: un abrazo, un beso en la mejilla, dos besos cordiales, un pico…

Al final resultó en lo segundo, un beso en la mejilla, pero cargado de muchas intenciones. Me recordó a uno de esos besos que se le da a alguien al que quieres comerle la boca, pero no estás totalmente segura de que la otra persona también quiera. Es ese gesto que se hace antes de lanzarse al abismo que es darle el primer beso a alguien al que amas. No os confundáis, yo no lo amaba ni mucho menos, como mucho me caía bien, pero el deseo a veces me juega malas pasadas.

Sea como sea, nos dimos ese abrazo-beso-raro y nos despedimos con un hasta la próxima. Al bajar del coche me volví a congelar de frío, pero ya no estaba nerviosa. Se me dibujó una sonrisa en la cara mientras me ponía en marcha de camino a casa.

Le había dado una dirección falsa a Ricardo para que no supiera dónde vivo, por si acaso. Me quedé con esa mueca de felicidad tonta durante los cinco minutos de trayecto a pie. Aunque tonta me sentí de verdad al caer en la cuenta de que no me había dado nada de dinero por nuestro encuentro. Aún peor, solo me percaté de que no habíamos hablado del dinero cuando sentí algo en el bolsillo de mi abrigo.

Allí encontré una cantidad de dinero que me pareció desorbitada por haber estado tomando unas copas aquella tarde. Incluso llegué a sentirme un poco mal, diría que culpable, pero feliz en el fondo. Llegué al piso. Lo primero que hice fue llamar a mi compañera.

-¡Mónica! Al final no me vas a poder ver en el telediario de Antena 3 de mañana.

Tenía que trabajar unos textos para la clase del día siguiente, cosa que habría hecho si Mónica no hubiera venido a mi habitación con la amenaza de que si no se lo contaba todo no me dejaría en paz en un mes. Así que le conté todo lo que os acabo de contar a vosotros.

Gracias por leerme. Un beso húmedo para ti, mi lector.

Olimpia

 

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