Relato de la infidelidad con una prima, la oveja negra de la familia

Mi historia comienza muchos años atrás, muy atrás en el tiempo.

Mis antepasados venían de un pequeño pueblecito perdido en la nada misma, muy pobres, muy humildes. Según contaba mi abuela, sus padres y sus propios abuelos eran personas que solo sabían trabajar la tierra, no tenían estudios, no sabían leer, escribir, y la ignorancia los devoraba sin que ellos se dieran cuenta. Tenían hijos, pero nos los trataban como hijos, los tenían como peones para trabajar, eran casi como tener perros y la vida era muy dura, pisos de tierra, techos de paja, despertarse muy temprano solo para trabajar día a día.

Así sabía de sus historias, de su dura vida y de cómo sufrió en carne propia el dolor de ver su familia desmembrarse poco a poco, hermanos, primos, tíos, verlos fallecer por cosas que hoy en día son sonseras de fácil remedio, otros que solo se iban a hacer su propio camino, a repetir la misma vida y no saber nunca más de ellos, y así miles de pequeñas historias.

Seguramente por esa vida tan sufrida, mi abuela no quiso lo mismo para su descendencia, ella tuvo la fortuna no venir de joven a la ciudad y descubrir un mundo diferente, su esposo, mi abuelo, había llegado por estos lugares a buscar un mejor futuro.

De mi abuelo tengo vagos recuerdos, el enfermó y falleció cuando yo era muy pequeño, así que, empujada por las circunstancias, fue mi abuela quien tomó las riendas de la familia.

Y así fueron normales en nuestros días, las grandes reuniones familiares, tíos, primos, todos en derredor de la ‘nona Luisa’, grandes comilonas de días domingos que terminaban al atardecer, yendo todos a la iglesia, a misa, puesto que ella era muy creyente y de ahí para abajo todos seguíamos sus doctrinas de fe.

Ella tenía ocho hijos, con diferentes edades, y pronto la familia se hizo la gran familia, donde las diferencias generacionales se hicieron inevitables. Incontables primos, donde yo era el tercero en la lista, precedido por mi hermana y otra prima, y así la escalerita sin fin se hacía interminable.

A María Guillermina le llevo casi quince años, ella fue diferente a todos, la rebelde, es que los tiempos habían cambiado y ella tenía otra vista de la vida, para ella no existía Dios, nada de asistir un domingo a misa, no creía en los amores eternos, ni en matrimonios unidos por un sacerdote, amante del sexo casual, sin compromisos, sin ataduras, ella representaba todo lo opuesto a lo que en nuestra gran familia se respiraba y obviamente su actitud desafiante siempre estaba en la boca de todos los parientes, nosotros de pequeña la llamábamos ‘la enana’ por su baja estatura, pero la abuela la había bautizado con un dejo de desprecio como ‘la oveja negra’.

Y la enana, como la llamábamos en esos tiempos, siempre fue diferente, ella tenía un apego especial conmigo, un poco por ser el mayor de los varones, un poco por nuestra diferencia de edad, y otro poco por el hecho de ser hombre. Siempre, desde pequeña me miraba con sus ojitos pícaros y sin proponérmelo, de alguna manera, fui su fetiche.

Los años fueron pasando, ella estaba en plena adolescencia cuando Noelia, mi actual esposa ya era parte de la familia, en esos días de noviazgo. La enana estaba cambiada, se había desarrollado con unas impresionantes tetas y un culito llamativo, a pesar de seguir siendo la enana, sus formas no pasaban desapercibidas, una petisa explosiva de apenas un metro cincuenta.

En esos días de su despertar sexual empezó a sentirse molesta con su apodo de ‘enana’ así que poco a poco forzó el cambio para que la llamáramos ‘Magui’, la contracción de María Guillermina.

Y esos días empezamos a distanciarnos, ella parecía querer competir con mi novia, con Noelia, en un juego que no tenía sentido, y fue evidente que haría todo a su alcance por separarnos. Una tarde de reunión familiar las cosas llegaron para mí a un punto sin retorno, había ido al baño a orinar, y a la salida, ella me esperaba con su rostro de pecado, con una tonta excusa me metió a su cuarto, buscó entre sus cosas y me enseño una enorme verga de juguete, me preguntó con voz de zorra.

¿Así de grande es la tuya primo?

Le dije que estaba loca, pero ella apuró el juego, me llenó de preguntas acerca de la sexualidad masculina, sobre que sentía un hombre, sobre las cosas que nos gustaban, sobre sexo en todas sus versiones, que sentíamos al acabar y lo que puedan imaginar.

Sus preguntas me dejaron saber que con sus quince años aún era virgen y todo se desmadró cuando intentó besarme en la boca.

Era una insana locura, yo estaba cerca de los treinta y era mi prima, y yo estaba pronto a casarme con mi amada Noelia. La separé abusando de mi fuerza y traté de que entrara en razón, pero ella era obstinada, y antes o después volvería a la carga.

No tendríamos muchos roces a futuro, y de darse siempre trataba de que no fueran a solas, la vi en mi casamiento y la última había sido para despedir a la abuela, me da un tanto de vergüenza contarlo, pero al verme en medio del velorio ella vino a mi lado con su rostro enjuagado en lágrimas, a darme un abrazo de consuelo fraternal. Magui lloró en mis brazos y la agitación involuntaria de su cuerpo provocó que sus enormes tetas se sacudieran pegadas a mi pecho, las sentí tan enormes y tan nítidas que una excitación inapropiada para el momento recorrió todo mi cuerpo.

El tiempo hizo su trabajo, la gran familia se fue diluyendo, cada uno siguió su propia vida, sus ambiciones, sus proyectos. Los contactos que antes eran habituales se hicieron esporádicos, casuales y solo quedaron recuerdos.

Llegaron los hijos, otras preocupaciones, otras historias.

Magui era parte de mi pasado, sabía de ella solo por rumores y por las redes sociales, se había recibido de psicóloga y nunca había formado una pareja estable, andaba saltando de flor en flor, pero nunca se había atado a nadie, como siempre se había dicho en la familia, ella era una excelente idea para una noche, pero un pésimo plan para toda una vida.

Yo estaba pisando los cincuenta, mi hijo menor tenía algunos problemas de conducta en el colegio y las autoridades nos aconsejaron que hiciera terapia con algún psicólogo.

Ya sé lo que van a pensar en ese punto y es cierto, Magui se cruzó como un demonio en mis pensamientos, seguramente por toda esa situación contenida durante años, por no atreverme a caminar un camino paralelo, por imaginar que hubiera sucedido si yo aflojaba el freno, no sé, fue un impulso irresistible.

La ubiqué a escondidas de mi esposa, puesto que ella se hubiera opuesto a que la encontrara, ella no era tonta y nunca había tolerado a la ‘enana puta’. Hablamos por teléfono solo lo suficiente, le comenté de que se trataba y obviamente, mi prima me dijo que pasara por su consultorio para hablar en profundidad del tema.

Dos días después me encontraría nuevamente con ella, cara a cara, se estiró en puntas de pies para besarme en la mejilla y darme un contenido abrazo, un perfume dulzón llenó mi olfato y solo me invitó a que la siguiera.

Magui promediaba ya los treinta y estaba un poco más gordita de lo que la recordaba, pero su culito generoso con una sugerente minifalda atrajo irremediablemente mi mirada.

Me sirvió un trago y nos sentamos frente a frente, separados por una prudente distancia, como si fuéramos profesional y paciente.

Ella se cruzó de piernas, convenientemente, su muslo derecho quedó directo a mis ojos, ahora lucía un gran tatoo sobre el mismo y solo no podía dejar de mirarla, era raro, me sentía como un tonto que había ido por una oportunidad que toda una vida había dejado escapar.

Magui tomó un cuaderno de anotaciones para asesorarme, pero la conversación fue por el lado de recordar nuestras vidas, nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro, la abuela, los parientes, mi familia, y claro llegamos el momento caliente de nuestros tiempos.

Fue ella quien recordó la forma en que la había rechazado cuando apenas tenía quince años, con risas de pecados, con palabras de peligro, me confesó cosas que siempre había sospechado, un amor platónico y prohibido por ser su primo mayor, era su ídolo, su imagen masculina, un objeto de deseo.

Me sonrojaba un poco por fuera, pero la sangre empezaba a hervir por dentro.

Pasamos por otras situaciones…

Te acordás tu noche de bodas? – me dijo con esos labios ardientes

Como olvidarla, ella lucía un vestido rojo brillante adherido a su cuerpo, largo al piso, con un profundo tajo sobre una de sus piernas, llegando indecentemente casi hasta la cadera, haciendo que cada hombre deseara ver más de lo podía verse, con sus tetas enormes pareciendo escapar de un ajustadísimo escote, todo lo que la enana no había crecido en altura lo había hecho en tetas y culo, ella siguió hablando mientras yo seguía recordándola en mi mente.

Te confieso, esa noche estaba molesta contigo, es que me daba cuenta que era el final y que jamás serías mío, te diré las cosas sin rodeos, era tu noche de bodas y mi único objetivo era apartarte en algún momento, a solas, y darte la mejor chupada de verga de tu vida, pero solo no se dió…

El ambiente estaba ya caliente, y me costaba disimular una erección entre mis piernas, más cuando ella bajaba su mirada con deseo buscando justamente ese punto, en un tiempo de confesiones me animé a narrarle lo sucedido en el velorio de la abuela y asumir que también me pasaban cosas, que no tenía un corazón de piedra.

Ella descruzó entonces sus piernas, con aparente inocencia, pero lo suficiente como para que yo viera más de lo que debía ver, una tanga entre transparente y calada cubría su vagina y supe que no habría retorno.

Nos miramos como nunca lo habíamos hecho, directo a los ojos, dejó el cuaderno a un lado y vino a mi encuentro, una vez más, como tantas esperando mi rechazo, pero no está vez, ya no…

La tomé por la cintura y la traje sobre mí, ella con sus piernas abiertas se arrodilló sobre las mías, me besó profundamente y mis manos temblorosas apretaron sus tetas que estaban a la altura de mi rostro, sentí sus jadeos contenidos y su respiración agitada, me acariciaba el rostro y no dejaba de besarme.

Solté los botones de su camisa uno por uno, sus pechos estaban contenidos por un sostén armado muy rico, en tonos de transparencias al igual que la tanga, dejando notar unos oscuros pezones que se marcaban en forma amenazante.

Relato de la infidelidad con una prima, la oveja negra de la familiaSolo empecé a acariciarlos dulcemente, y a mordisquear el sostén en el punto justo de placer, haciendo que la tela separara el contacto directo entre mis labios y sus pezones.

Ella bramaba por dentro, y mientras yo jugaba con sus tetas ella refregaba una y otra vez su sexo contra el mío, a pesar que su tanga, mi pantalón y mi ropa interior impedía cualquier intento de penetración.

Entonces rodamos al piso, con besos, abrazos y toqueteos de piel a piel. Quedamos invertidos sin saber cómo, ella sobre mí, mis ojos se llenaron con su enorme trasero que estaba casi sobre mi rostro, su concha totalmente depilada había empapado toda la tanga desbordándola, un hilo dental atravesaba su esfínter que se mostraba todo abierto y todo los que llegaba mis ojos me dejaban al borde de la eyaculación, pero no solo era eso, Magui al otro lado literalmente se estaba comiendo mi pija dura, sentía como me lo hacía y era demasiado provocativo.

Usé mi lengua y mis labios para comerle el sexo y sentir su mortal sabor a mujer, sus jugos se mezclaron con mi saliva y me llené con sus labios suaves, con su hueco, con su gordo clítoris y un esfínter de puta que parecía comerse todo alrededor.

La puse en cuatro decidido, corrí la tanga y apunté mi verga en su culo, ella dijo.

Te estás equivocando de agujero primo! mirá que mi colita es virgen!

Eso hizo hervir mi sangre, era obvio que es culo se había comido muchas vergas y solo jugaba conmigo en un maldito juego de seducción. Mi pija entró limpia sin nada de esfuerzo, con la poca lubricación de sus jugos vaginales mezclada con mi saliva.

Empecé a moverme lentamente, su rostro estaba de lado contra el piso sus ojos cerrados, y su nariz expulsaba el aire con fuerza, en una forma muy audible con el placer que le daba por detrás.
Eso me excitaba, y poco después pareció no ser suficiente, puesto que ahora expulsaba el aire por la boca, hasta que empezaron los gemidos y sentí sus dedos acariciando con ritmo su clítoris.

Saqué la varga de su culo que estaba abierto como una flor y como una regadera llené toda su espalda con mi semen caliente, una, dos, tres y hasta cuatro veces.

Me tiré abatido a un lado, transpirado, tratando de recuperar la respiración, ella otro tanto al otro lado.

Luego de un tenue silencio me dijo

Seguro que tu amada esposa jamás te dio el culo, cierto?

Mi silencio fue la respuesta más clara, solo le pedí que no la metiera a ella en el juego mientras volvía a ponerme cómodo en el sillón en el que estaba antes.

Magui, como una gata se acercó a mi lado, en cuatro patas, con cadencia, muy sexi, se acomodó entre mis piernas, acariciándolas con sus manos, solo empezó a besarme la pija, lentamente, con besos calientes, muy ricos, luego la tomó con sus labios y se la metió en la boca. Sus juegos perversos surtieron efecto y mi sexo se hizo grande ante sus ojos, ella aun acariciaba mis piernas y solo usaba su boca para estimularme, hasta que producto de mi rigidez escapó de su alcance.

Entonces hizo algo muy rico, se acercó más todavía, y la pasó contra su pecho, por debajo del frente del sostén, aprisionándola entre sus tetas, sus manos seguían sobre mis piernas, sus ojos clavados en los míos y empezó con un rico movimiento de sube y baja.

Mierda, me dije, me encantaba la suavidad de sus pechos, la forma en que me estaba masturbando, su mirada quemando la mía y su respiración excitada, me llevaba poco a poco a la locura, y esta vez fui yo quien trajo al encuentro a Noelia, mi esposa, sus pequeñas tetitas no se podían comparar a la de mi hermosa prima y el placer que ella me estaba dando era nuevo para mí.

La continua fricción de mi sexo entre sus pechos, atrapado por la base del sostén lograron su efecto, me sentí venir nuevamente, y ella al notarlo solo aceleró el ritmo, siempre quemándome con la mirada. Me vine de repente, sus pechos transpirados empezaron a llenarse de leche, por un lado, por el otro y ya no pude más.

Siguió hasta que empecé a perder erección y el roce se me hizo insoportable.

Me tiré relajado hacia atrás, apoyándome en el respaldo.

Solo la miré con ardor mientras ella terminaba de desnudar sus tetas, notando como ella jugaba con mi leche en sus duros pezones y asumiendo que todo lo puta que era me alucinaba.

Fue por unas copas, ahora no era una gaseosa como a mi llegada, trajo alguna bebida fuerte en la que adiviné algo de vodka y limón. Me quedé observándola en su casi completa desnudez, nunca la había visto de esa manera, con la tenue luz del cuarto, entre luces y sombras

Que pasa que me mirás así? – inquirió ella –

Conversamos otro rato, es que le confesé que me parecía muy atractiva, y que jamás había imaginado terminar así con mi prima.

Ella volvió a mi lado para darme otro beso, y otro y otro más, su mano libre fue a mi pija y empezó a masturbarme, lentamente, otra vez, le dije que se detuviera, que era suficiente, pero sus besos eran más adictivos que la copa que me había traído.

Con casi cincuenta años ella me haría sentir como una adolescente con una tercera erección en poco tiempo, pero Magui era un volcán en permanente erupción, solo volvió a arrodillarse sobre mis piernas, como al principio, solo que ahora había enterrado mi sexo en el suyo, para moverse con cadencia, con locura.

Otra vez en el juego, con mis manos en sus macizos glúteos, basando sus enormes pechos que aun tenían impregnado mi propio sabor, sintiendo sus gemidos, perdida, había llevado su mano derecha entre su pubis y el mío y sentía como se masturbaba.

Cada tanto, con su mano libre me tomaba por la nuca y parecía asfixiarme entre sus tetas, otras veces, solo buscaba juntar mis labios con los suyos en besos apasionados, Magui solo jugaba con los tiempos de mi pija dentro de su concha, sabiendo que era una bomba de tiempo y solo buscaba el mejor momento para hacerla explotar.

Me advirtió que estaba llegando nuevamente, lo sentí en la contracción de sus piernas y en la potencia de sus jadeos, me dejé llevar, ella me pidió que acariciara su esfínter, pero para ser honesto el dedo se me fue para adentro, fue muy caliente y ya solo no pude aguantarlo más…

Me vine en su interior, y en cada escupida de mi verga sentí el placer en su rostro, hasta que su cabeza cayó abatida sobre mi hombro derecho.

Después de unos instantes, salió de arriba, sin poder impedir que el semen chorreara de su sexo y cayera sobre mi vientre, nos miramos y reímos cómplices.

Se había hecho demasiado tarde y tenía muchos pecados que disimular, mi hijo mayor había sido la excusa para ese encuentro, pero ni siquiera hablamos del problema de fondo, Magui, propuso un nuevo encuentro para poder tomar el tema.

Pasó el tiempo, llegamos a un profesional que mi prima me recomendó y nos ayudó con el tema, aunque para mi esposa solo dimos con él por casualidad. Magui y yo nos transformamos en amantes a escondidas, ella sabe que soy un tipo casado, con familia, pero jamás se meterá en eso, yo también sé que soy apenas uno más de los tantos hombres que la hacen feliz y no pido ser más que eso.

Es todo muy loco, primos, amantes, pasó mucho tiempo, pero a veces uno no puede evitar lo que el destino le pone por delante.

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título ‘LA OVEJA NEGRA’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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