Relato lésbico con Morena, amiga de infancia y juegos sexuales

Todo se remonta a mi infancia, cuando mi madre me inscribió en una escuela de patinaje artístico en un modesto club de barrio.

Fue en esos años, cuando una deja de ser niña y empieza a querer ser mujer, nuevas compañeras, nuevas amistades, nuevas aventuras, cuando dejamos las muñecas y empezamos a ver a los chicos con otros ojos.

Entre todas, Morena se transformaría en mi mejor amiga, confidente, esas con las que compartes todos tus secretos, hasta los más íntimos, esos que no le cuentas a tu madre, ni al cura en confesión de domingo.

Una niña alegre, desinteresada, cómplice, una petisa muy bonita.

Ya entrada nuestra adolescencia, empezaron los noviazgos, mi primer beso, la pérdida de mi virginidad, mi primer amor, mi primer desengaño, mis primeros amores, mis primeras lágrimas. También descubriría que Morena había tomado otro camino, a ella le gustaban las chicas, se declaraba lesbiana, un secreto que no muchas sabíamos, en su familia nadie lo sospechaba, y era algo que a ella la avergonzaba sobremanera, pero confiaba en mi ese gusto por otras mujeres.

Una tarde como tantas, habíamos salido de compras de amigas, fuimos a un shopping y paramos en un bar un tanto apartado por un par de cafés y unas facturas.

Hablábamos cosas de mujeres, pero de pronto ella me hizo un juego tan viejo como la humanidad, y pequé de ingenua, empezó a pestañar fingiendo que algo se había metido en su ojo, y me pidió que la ayudara, que viera que tenía, me acerqué lo suficiente para estar a su alcance, solo para que ella se estirara de golpe y me diera un tremendo beso, juntando sus labios con los míos.

relato lesbico con amiga de la infanciaMe aparté espantada mirando el entorno, me puse roja de vergüenza, que diablos le pasaba, por qué había hecho eso? Fue cuando me confesó que se había enamorado de mí, fue de repente, de improviso, no sabía que decir, que hacer, como reaccionar, no estaba preparada para eso, ella se rio de mi cara, me dijo que solo la dejara amarme en silencio, así que solo le advertí, podía darle mi amistad, mi cariño, mi comprensión, pero no podía darle amor, lo mío eran los chicos, y me parecía sumamente cruel aventurarla a algo que jamás sucedería.

Y yo la dejé pasar la barrera de ese primer beso, lo confieso, nos enredamos en inocentes aventuras sexuales, me gustó jugar su juego, aunque siempre tuve claro que era solo eso, porque todo estaba claro, yo ponía sexo, pero ella ponía sexo y amor.

Mi placer no iba más lejos que eso, placer, y lo dejaba en claro cada vez que podía, nunca sentiría amor por Morena.

Pasaron algunos años más, ya tenía veinte, nuestros juegos lésbicos siguieron siendo un secreto guardado bajo siete llaves, fue cuando conocí Milton Vargas un chico mayor que yo, que en ese momento estaba recibiéndose de médico, el me impactó a primera vista, un tipo inteligente, de mente avispada, de proporciones justas, de cabellos oscuros y tez morena, donde resaltan dos ojazos cafés que me atraen como un faro atrae a un barco en medio de la noche.

De manos grandes y masculinas, de caminar cansino, con una colita respingada que no puedo evitar pasar por alto, de mirar penetrante y sonrisa peligrosa, ese tipo de hombre al que si le mantienes la mirada es probable que te enrede en su tela araña…

Me enamoré perdidamente de él, mi doctor, mi compañero, mi amante y… mi esposo.

Nos casamos un quince de abril, con una hermosa ceremonia rodeados de parientes, afectos, conocidos, donde no podía faltar Morena, mi mejor amiga, la cómplice de nuestro secreto, el mejor guardado, porque no pude contarle sobre eso a Milton, nunca lo supo, ni lo sabe, ni lo sabrá.

Pasaron algunos años más, y naturalmente los juegos con Morena habían terminado, ahora era una mujer casada y mi vida lógicamente había cambiado, seguimos siendo excelentes amigas, y nos mantuvimos en contacto, aunque mas no sea por un mail, porque cada una siguió su camino en la vida.

Llegados mis treinta, con mi vida amorosa en pleno auge y con la búsqueda de nuestro primer niño, y ya un tanto distanciada de Morena, solo se dio un encuentro…

Ella hacía más de un mes que con insistencia decía que tenía que hablar conmigo, algo importante, algo que no podía esperar, algo que en ese momento no le di mucha importancia, pero hacía rato que no nos veíamos, y dado que Milton viajaría a un congreso médico a Francia, pues quedamos en cenar a solas como en los viejos tiempos.

Era un sábado quince de mayo, a pesar de que debíamos estar en pleno otoño hacía un calor insoportable, propio de verano, lleno de humedad haciendo la sensación en la piel insoportable.

Solo me puse un jean celeste, con una remera blanca, zapatillas del mismo tono y mi bolso de mano lleno de todas las cosas típicas de mujeres, mi móvil, la llave del coche, un vino fino y el postre que había preparado en la tarde.

Morena vivía en un coqueto loft en la mejor zona de la ciudad, ella vivía sola y el sueldo de su empleo le sobraba para darse una vida de lujos. Lejos de los hombres, su homosexualidad seguía siendo tabú, algo que jamás le contaría a su familia.

Al llegar, toqué el portero y sentí su voz al otro lado, me permitió el ingreso, y me dirigí por el corredor haciendo equilibrios entre la botella, el postre y mi bolso.

Subí al ascensor y en el silencio del lugar, mientras subía a su departamento solo hice memoria, hacía más de dos años que no nos veíamos cara a cara, y que solo hablábamos por WhatsApp, tal vez demasiado tiempo para dos amigas tan íntimas, demasiado íntimas.

Al llegar, ella abrió la puerta y me tomó por sorpresa en un eterno y profundo abrazo, me besó la mejilla y sus ojos se empañaron en lágrimas que se esforzó por contener

  • Soy una tonta…

Sentenció mientras con el revés de sus dedos intentaba evitar que se corriera el rímel. Yo solo la observé en silencio, la enana, porque Morena apenas medía un metro y medio, estaba sobre unas botas negras a la rodilla, con finísimos tacos de más de veinte centímetros, no sé cómo diablos no se mataba parada ahí arriba.

Ella siempre había sido muy coqueta y sus hermosa piel lucía un bronceado envidiable, seguí observando en silencio, un vestido suelto, lo justo para no apretarla para cortarle la respiración, pero al mismo tiempo para marcar sus formas, en un violeta furioso, sus pezones puntiagudos se marcaban demasiado, dejándome adivinar que no llevaba sostén, sin mangas, sostenido por los hombros con unas cadenitas doradas, lucía una gargantilla en el cuello con una enorme letra M, su rostro se mostraba alegre, perfectamente maquillado, sus cabello castaño oscuro recogido en una enorme cola de caballo, y sus orejas lucían unos largos pendientes dorados con piedras violáceas, haciendo juego con el vestido.

Morena estaba delgada, había bajado de peso, era evidente, supuse que estaba en alguna dieta, pero se veía mejor de lo que la recordaba.

El rostro de mi amiga era una juguetería, y en ese momento, mientras acomodábamos las cosas que había traído percibí que ella tenía otras intenciones, por lo que tuve la necesidad de decirle

  • Morena, no lo tomes a mal, pero…

No encontraba las palabras para decirle lo que quería decirle sin herir sus sentimientos, pero ella se adelantó cortando mis palabras

  • Hey! tranquila… no te preocupes, somos amigas, no hay trampas en este encuentro, no voy a comerte, lo juro!

Al decir esto ella levantó su mano derecha, como dando solemnidad a su juramento, me sacó una carcajada y ambas nos reíamos como tontas.

Nos sentamos a cenar, había preparado un pollo agridulce que estaba para chuparse los dedos, dejó mi vino en la heladera, trajo uno propio, dijo que yo era su invitada y que quería agasajarme, así que comimos, bebimos, nos reímos, charlamos, recordamos nuestra adolescencia, nuestras locuras, ese beso que me había robado, nuestras revolcadas a escondidas, le conté de mi vida de esposa, que ya no me cuidaba porque quería quedar embarazada, de Milton, de sus viajes, de su profesión, ella habló de su trabajo, de su vida, de su soledad, porque ella siempre estaba sola, y fue cuando me dijo mirándome a los ojos

  • Creo que yo siempre estaré sola… porque yo solo tengo ojos para una mujer…

En ese momento un silencio sepulcral cubrió el lugar, ya no hubo risas, ni recuerdos, no supe que decir, y ella no dejaba de mirarme fijamente, hasta que apoyando su mano en la mía dijo para romper el hielo

  • Bueno, bueno… comemos el postre?

Asentí con la cabeza, sin obviar el detalle que nuevamente ella tenía sus ojos enjuagados en lágrimas…

Comimos la crema helada que había traído, hicimos sobremesa, Morena trajo un par de cafés y encendió un cigarrillo, maldito vicio, odiaba que fumara tanto, se lo hice saber, pero solo sonrió sin dar respuesta, en verdad respondió con una nueva pitada, como no dando importancia a mi reclamo.

Y bueno, obviamente, se había hecho tarde debía regresar a casa, pero había que lavar las cosas, no la dejaría que ella fregara todo, nos dirigimos a la cocina, ella llevaba los platos y cubiertos sucios, yo por detrás con los vasos y otras cosas más.

Fue cuando pasaría algo que no ví venir, algo que no imaginaba, descubriría el motivo por el cual Morena hacía tiempo insistía para que charlemos a solas…

No habíamos llegado a dejar las cosas, cuando de repente mi amiga se encorvó como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago, dejando escapar un grito contenido de dolor, los platos sucios cayeron al piso partiéndose en miles de trozos y apenas pudo sostenerse de la mesada para no ir ella también a parar el suelo, casi tirando las cosas que yo traía fui a ayudarla desesperada

  • Morena, Morena!!! Que te pasa? no me asustes!!!

Traté de enderezarla, pero evidentemente el dolor se lo impedía, casi arrastrándose llego a uno de los cajones de la mesada, lo abrió y tomó un frasco de pastillas, sacó un par y las tragó de repente, le acerqué un vaso de agua y la ayudé a beber.

Estaba desconcertada, en esos momentos que una no sabe qué hacer, solo tomé el frasco y adiviné que era un poderoso calmante, recordaba haberlo visto entre todas las cosas que Milton manejaba.

En unos minutos las pastillas fueron haciendo efecto y Morena comenzó a recuperarse, los colores volvieron a su rostro y la situación pareció normalizarse.

Le pregunté si quería que llamara un médico, eran las dos de la mañana, pero tenía muchos colegas de mi esposo a los que podía acudir, ella sonrió y agradeció mi propuesta desestimándola.

Volvimos al comedor y nos sentamos frente a frente, ella quería contarme algo, y yo ahora quería saber, me tomó de las manos y me dijo con lágrimas en los ojos

  • Valeria, no sabía cómo decírtelo, si me preguntas… no quiero decírtelo…
  • Que pasa Morena…

Se encogió de hombros, bajó la mirada y en un susurró apenas unible dejó escapar entres sus labios

  • Tengo cáncer…
  • Qué? me estás jodiendo – no podía creer lo que escuchaba… –
  • Ojalá bromeara… ojalá…
  • Pero… que cáncer? Donde? Se puede tratar? Cuando te enteraste…

Preguntaba, solo preguntaba tirando una pregunta tras otra, sin dar tiempo a responder…

Ella volvió a sonreír, con una sonrisa resignada.

  • Bueno, hace un tiempo me encontraron células malignas en los pulmones, el cigarro, ya sabes, pero hace poco notaron que se propagó al páncreas y a la cabeza…
  • Pero… pero… se puede tratar, hablemos con Milton, él sabrá que hacer, seguro se puede hacer algo…
  • Valeria, Valeria! – cortó mis palabras para tomar el control y hacer que yo prestara atención – escuchaste donde lo tengo? de verdad crees que se puede hacer algo?
  • No puedo creerlo… y cuánto tiempo te dan?
  • Como máximo… dos años…

Morena tomó un nuevo cigarro, lo encendió y dio una profunda pitada, ese puto cigarro que la llevaba a la tumba, me enojé con ella, se lo arranqué de la boca y lo tiré al piso, quería abrazarla y quería golpearla… no sabía qué hacer, me puse a llorar como una chiquilla…

Ella se acercó y me abrazó, me contuvo acariciándome el cabello, me dijo que no llorara, que no la hiciera poner mal, mi cabeza estaba apoyada en su pecho, sentía latir su corazón y sus pulmones llenarse de aire, Morena, Morena… cuantas veces le había dicho que no fumara…

Y sentí deseos de hacerle el amor, pero como decírselo, pensaría que lo hacía por lástima, por compasión, un premio consuelo a una moribunda, a alguien que vivió enamorada de mí y que yo no había podido corresponder. Solo besé su pecho, cerca del cuello, embriagándome con su perfume, ella no dijo nada, y otra vez y una vez más, y otro beso en su pera, llegué a sus labios, sentí su respiración agitada, después de años nos besamos nuevamente, su lengua invadió mi boca, su boca con mi boca, y sus labios apretaron los míos con tanta vehemencia que noté cuanto deseo y pasión contenida tenía, sus besos de mujer me supieron a amor, a una mezcla de reencuentro y despedida…

Ella me dijo

  • Sabes que te amo, siempre te amé… pero yo no quiero empujarte a nada que no quieras hacer, no quiero tu lástima…
  • No seas tonta, estoy acá porque quiero y hago lo que hago porque me gusta, juguemos este juego, como solíamos jugar…

Nos besamos apasionadamente, Morena comenzó a jugar con mis senos, por sobre el sostén y la remera, observé su vestido, discretamente, sus pezones se marcaban por sobre la tela rasada, sentí deseos y sin dejar de besar sus labios con los dedos de una mano deslicé uno de esos breteles de cadenitas doradas, dejándolo correr por su brazo, lentamente, muy lentamente, repetí el movimiento por el otro lado, hasta lograr que naturalmente el vestido cayera a su cintura dejando su torso descubierto, sus pechos de mediano tamaño quedaron indefensos ante mis ojos, sus pezones se habían agrandado y en su agitada respiración palpaba el deseo.

Ella permanecía con los ojos cerrados, esperando mis movimientos y pasé lentamente las yemas de mis dedos por su cobriza piel, bajando desde su cuello, hasta llegar a sus blanquecinas tetas que contrastaban por no haber estado expuestas al sol en el verano que recientemente se había ido.

Acaricié suavemente sus pezones dándole dulces pellizcos, de esos que nos enloquecen, luego fui con mi lengua, pasándola lentamente como si se tratara de una crema helada, dejando un rastro de saliva por ellos, Morena se contraía por instinto y perdía el eje de cordura pasando su propia lengua por sus secos labios. Pronto se estiró y volvió a besarme, profundamente con beso de mujer.

Se incorporó a mi lado, el vestido ahora naturalmente cayó hasta el suelo dejando ante mis ojos la perfección de sus curvas, apenas cortada por esa pecaminosa tanga, sobre esas botas de perra.

Ma condujo entonces al dormitorio, en silencio, sin palabras, una a una quitó mis prendas hasta dejarme completamente desnuda, acomodó unos almohadones de generosos tamaños, me hizo recostar de manera de quedar semi sentada, fue a uno de los cajones de la cómoda y sacó algunos pañuelos, me miró y dijo

  • Por los viejos tiempos…

Tomo uno de los pañuelos de seda y lo enlazó por mis muñecas, sujetándolo luego al espaldar de la cama, con un simple tirón me hubiera zafado, pero quería jugar el juego que ella me invitaba a jugar.

Tomó el segundo para cubrir entonces mis ojos, anuló mi visión, estaba a su merced.

  • Jugamos?

Preguntó sabiendo de antemano mi respuesta.

Los tacos de sus botas me dejaron saber que abandonaba la habitación, y luego también adiviné su regreso, se sentó a mi lado y me dio un beso tan profundo que hizo que volviera a mojarme, luego se alejó y empezó a pasar algo por mis labios, no sabía que era porque se encargaba de provocarme y no dejarme, cada vez que me estiraba ella lo alejaba.

Al fin me dejó hincar los dientes en una manzana deliciosa, el jugo corrió entre mis labios y ella lo limpió con su lengua, que maldita…

  • La manzana del pecado… – me dijo

Luego fue el turno de otra fruta, una banana, y con ella jugó a que la lamiera, pero no la mordiera, en un juego fálico, ante la ausencia de un hombre, era lo más cercano a un pene, nos reímos cómplices…

  • Los hombres deben enloquecerse contigo mi amor…

Volvimos a reír

  • Abrí la boca – pronunció

Como si fuera una cascada, el jugo de una naranja se colaba en mi boca, pero era demasiado, y chorreaba por mi cuerpo, pera, cuello, pechos, abdomen, imaginen como estaba, creo que de solo rozarme hubiera acabado en ese momento, mi clítoris parecía explotar…

  • Te gustan las uvas? – preguntó entonces.

No respondí, solo la sentí acercarse a mí, apoyó sus labios en los míos, quedamos apenas separadas por una rica uva, la morimos compartiéndola, tan sexi, tan dulce, nuestras bocas compartiendo esa pequeña fruta, y una segunda, y una tercera, sus dedos abusaron de mí y empezaron a apretar mis pegajosos pezones, empecé a gemir, a contraerme, a no soportarlo, llego mi primer orgasmo, tan rico y tan dulce como esa uva…

  • Basta Morena, me estás torturando…

Solo supliqué, aunque íntimamente me encantaba lo que ella hacía, solo se separó unos segundos y la sentí destapar el vino que yo había traído

  • Esto sabe demasiado exquisito para dejarlo en el refrigerador…

Nuevamente me hizo abrir la boca y coló el pico por mis labios, solo lo derramó con pericia calculada para que degustara una parte, y chorreara el resto, la bebida helada bajó por mi piel, por mis pechos, por mi vientre, por mi vagina, arrancándome incontenibles escalofríos, mis pezones se endurecieron como acto reflejo, y otra vez su lengua, su cálida lengua recorriendo mi ser, empezando por mi cuello, pasando por mis pechos, luego mi pancita, hasta sentirla acomodarse entre mis piernas.

Maldita Morena, ella estaba ahí, no podía verla, no podía tocarla, mis manos atadas lo impedían, pero me retorcía en deseo y placer

Al fin la punta de su lengua se deslizó por mis labios, rodeando mi clítoris, y otra vez, y una más, y en cada vez era un suspiro, ella lo notaba, le suplique

  • Por favor… solo hazlo…

Pero ella solo bajó un poco más, y coló su boca en mi volcán humedecido con néctar de amor, unos instantes, luego subió y me besó profundamente, sentí mi propio sabor en sus labios, fue excitante, se separó para susurrarme

  • Te gusta? quieres más?

Y estiré mi boca en vano, tratando de cazarla en el aire, pero ella ya no estaba, Morena se había enterrado nuevamente en mi sexo para beber mis jugos, y volver a mi boca, y otra vez y una más, para ahora si aferrarse a mi clítoris, ella era mujer y sabía lo que le gustaba a una mujer, mierda… ya no recordaba que hermoso que lo hacía, llegaron mis contracciones, mis espasmos, mis mejillas se ardieron, exploté entre gritos y gemidos, sin importarme nada, perfecto…

Ella sacó mi venda y soltó mis ligaduras, me miró con amor, con alegría por haber conseguido el objetivo, vino sobre mí, volvió a besarme, fui a lamerle los pechos, nos revolcamos a lo largo del colchón en interminable pasión, enredamos nuestros cabellos y enlazamos nuestras miradas, besé su cuello, ella acarició mis nalgas, mis piernas, me dijo que quería amarme, por última vez, como nunca lo había hecho y en esas palabras note que se estaba despidiendo, me llené de amarga emoción y acallé sus palabras con mi boca, pegando mis labios a los suyos, con esos besos tan grande y fuertes que llegan a hacerte doler los labios…

Y entre esas vueltas nuestras piernas se cruzaron, nuestros sexos se juntaron, tomé un rol activo y la retuve contra el colchón, empecé a acariciar mi pubis contra el suyo, lentamente, muy lentamente, atrás adelante, una y otra vez, nos mirábamos recíprocamente en un desafío no escrito de ver quien aguantaba más la mirada, aumenté poco a poco la velocidad, sentía el roce de su clítoris contra el mío, ella empezó a retorcerse, dejó de mirarme y cerró sus ojos, esa preciosa postal hizo que ella me arrastrara en su torbellino de placer, fue perfecto, ambas acabamos casi al unísono, gimiendo, compartiendo placer, amor de mujeres…

Creo que es fue el momento culmine, el clímax, el momento perfecto, solo nos miramos, con esas miradas que no hacen falta palabras, nuestros pechos seguían agitados por los orgasmos vividos, la transpiración corría por su piel, también por la mía, era como hablar sin palabras, se acercó a mí y volvió a besarme, con esos besos tan profundos y tan únicos que solo las mujeres podemos darnos, sus pechos transpirados se pagaron a los míos, sus pezones rozaron a los míos, fue tan único, tan majestuoso…

Seguimos jugando toda la noche, sin parar, sin descanso hasta que los primeros rayos del sol naciente nos sorprendieron colándose tímidamente por los cortinados de la ventana…

Estábamos exhaustas, embriagadas en una noche de placer, ambas desnudas, completamente desnudas…

Morena se recostó de lado, y yo tras ella, apoyando mi pecho en su espalda, besando su nuca, acariciando su piel, sintiendo su trasero pegado a mi cadera, ella pareció acurrucarse, hacerse una pelotita en contra mi cuerpo, como buscando mi protección, entonces la sentí sollozar, como una chiquilla, solo me dijo

  • Abrazame… tengo mucho miedo…

No supe que hacer, que decir, solo pude abrazarla, tan fuerte como pude, y mis lágrimas rodaron sin control…

Me quedé con ella el día siguiente, y más que amantes fuimos amigas…

Cuando Milton volvió de Europa hablamos sobre el tema, claro, para el Morena era solamente mi amiga, solo eso, el vió los estudios, lo habló con colegas, era inútil, no había mucho por hacer…

Pasó el tiempo, poco después me enteraría que estaba embarazada, vaya noticia, y la alegría de ver mi pancita crecer rápidamente contrastaba con la tristeza de ver a mi amiga como estaba muriendo poco a poco…

Y nació nuestra beba, Milton accedió a mi pedido, llamarla Morena, como mi amiga…

Morena se fue una tarde de Setiembre, en un perfecto día de sol, hermoso, sin ninguna nube, en un cielo celeste, impecable, un día para enamorados, como ese amor que nunca pude darle…

La recuerdo con nostalgia, tan joven, tanto por vivir…

Puedes escribirme con título ’MORENA’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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