Relato de hotel con Marianela y su historia con Sor Angélica

La perfecta imagen masculina de dos chicas teniendo sexo, de cuerpos perfectos, una rubia, una morena, entre gemidos de gatas, con rostros de ángeles y cuerpos del infierno se irían rápidamete a la papelera de reciclaje al ver a Marianela.

Marianela pensaba como varón, quería ser varón, sentía como varón, y… lucía como varón.

Su aspecto personal aparecía descuidado, con el cabello muy corto casi al ras del cuero cabelludo, rapado sobre su lado izquierdo, nada de maquillaje, a cara limpia, mascaba chicle en forma grotesca, casi de lado, como si fuera una vaca rumiando.

Portaba buenos pechos, bajo una remera amarilla donde se marcaban sus pezones, era evidente que no tenía sostén, detalle que obviamente no la incomodaba, un jardinero de jean gastado con tiradores dejaba ver sus piernas blancas y descuidadas, calzaba unas zapatillas mugrientas que alguna vez habían sido color blanco.

Nos sentamos frente a frente, ella se desparramó sobre la silla abriendo sus piernas en una postura muy poco femenina y reposó su brazo derecho sobre el espaldar de la silla contigua dejándome ver sin inhibirse que sus axilas estaban si depilar. Me miró con cara desafiante y supe que tendría un reto por delante.

Puedo decirte que sin dudas que Angélica fue un gran amor en mi vida, mi primer amor, no importa la edad, para el amor no hay edad, solo te diré cuando las niñas juegan con las muñecas nosotras nos encerrábamos en su cuarto a darnos besos. Siendo honesta, a pesar que ella me lleva dos años era yo quien la acosaba y quien insistía para ir a su habitación, me encantaban sus rubios cabellos y su sonrisa de ángel.

Yo era pequeña, pero ya sabía lo que me gustaba, sabía que era un niño atrapado en un cuerpo de mujer y cada vez que me veía desnuda frente al espejo me odiaba a mi misma, odiaba mi sexo, y me imaginaba teniendo un pene donde tenía una vagina.

Era feliz en mis sueños, en mis sueños yo si tenía pene, pero mi felicidad terminaba conforme abría los ojos.

Angélica tenía un hermano mayor, y me odiaba, no toleraba verme junto a ella y nos hacía la vida imposible, me llamaba Marianelo, con ‘O’, y me trataba como si yo realmente fuera varón y alguna vez se me cruzó tomarme a golpes de puño con el.

Su hermano sabía bien que era lo que sucedía entre nosotras y siempre buscaba la forma se interponerse entre nosotras, él sabía que me cogía a su hermana y solo veía en mi una sucia lesbiana que estaba pervirtiendo a la dulce e inocente Angélica.

Pero nosotras teníamos nuestros secretos de alcoba y él no podría estar las veinticuatro horas metido en el medio de ambas.

Que gratos momentos, en toda nuestra inocencias y despertares sexuales, pasaba largas horas acariciándole los cabellos, mirándola a los ojos y besando su cuerpo, adoraba masturbarme al tiempo que le daba sexo oral.

Pero Milton, su hermano, no pensaba quedarse con los brazos cruzados, y visto que solo no podía con nosotras, fue con el cuento a sus padres, una y otra vez, hasta que al final ellos prestaron atención.

La madre de Angélica era una buena mujer, pero demasiado traga ostias, de esas creyentes enfermizas, solo salía para hacer las compras e ir a la iglesia del barrio, misas de domingos, rosarios todas las mañanas, de confesarse todas las semanas y adiviné que con tanta moralidad era un témpano en la cama. Yo sabía que no le caía en gracia, mi aspecto físico, mis pensamientos liberales, éramos polos totalmente opuestos, y solo me toleraba porque Angélica estaba al medio.

Su padre por otra parte, un tipo de férrea conducta retrógrada y patriarcal, era quien llevaba los pantalones, quien se sentaba a la cabecera de la mesa, el que ordenaba todo y el que tomaba las decisiones, aunque hacía ver entre falsas sonrisas que en ese hogar reinaba la democracia, lo cierto es que el era un dictador como pocos.

Y cuando mi situación amorosa secreta con Angélica entró en el mundo de sus padres ellos no tardaron en separarnos, a la fuerza, no pudieron por pedidos, por palabras, por prohibirnos que nos viéramos y cuando todo eso fracasó decidieron que ponerla pupila en un colegio de monjas terminaría con su enfermedad, como solían llamar a su gusto por alguien del mismo sexo.

Esa situación fue desesperante para mi, no podía entenderlo, traté infructuosamente de hablar con sus padres y hacerlos cambiar de opinión, por las buenas, por las malas, le dije a su madre lo que pensaba, incluso enfrenté a su padre, hasta que solo me echaron de su casa con la amenaza de llamar a la policía.

Fui al convento, una diez, cien veces, golpee puertas cerradas, le hablé a oídos sordos, supliqué a un Dios inexistentes, por dos años traté de encontrarla, de saber de ella, de tener una oportunidad, pero Angélica estaba encerrada en un castillo demasiado grande para mis posibilidades, luche con todas mis fuerzas, hasta que me quedé sin fuerzas. Con el paso del tiempo llegó mi resignación, con mi resignación el olvido, tenía que seguir con mi vida.

Pasaron los años, tuve amoríos, tuve parejas estables, estudié algo de filosofía y letras, también quise ser psicóloga, pero en verdad terminé trabajando de moza en una cantina del barrio. Natalia es mi mujer actual, hace cinco años que convivimos, ella vino a cenar donde yo trabajo con un grupo de amigas y yo atendí su mesa, creo que fueron flechazo a primera vista, no tardamos en congeniar y en fin, acá estamos.

Ella es muy elegante, muy coqueta, es jefa de recursos humanos en una compañía aseguradora médica, cada mañana sale con su impecable trajecito azul de chaleco y pantalón de vestir, camisa lavanda y un amplio pañuelo coral que corta la monotonía de los tonos azulinos.

Nuestros horarios son un problema, cada tarde, cuando ella llega yo salgo para la cantina, mi horario es nocturno y suelo volver tipo dos de la mañana, pero nos arreglamos bien para ser felices.

Creo que soy afortunada, ella es muy bonita, muy mujer, muy femenina para mi.

Y todo parecía estar bien en mi loca cabecita hasta no hace mucho tiempo, cuando al medio día mientras almorzaba miraba el informativo diario por tv, entre noticia y noticias que apenas prestaba atención, en algún punto fueron al ‘convento de las hermanas bizantinas’, por un tema de caridad que estaban haciendo y una voz trajo mi atención, podían pasar muchos años pero jamás olvidaría su dulce timbre de voz, la hermana Angélica, dejé todo y me senté frente a la pantalla, Dios, era ella, con las típicas vestimentas de monja, en tono de gris como su vida misma, con un rosario entre sus manos, estaba tan bonita, me quedé suspirando al verla como cuando éramos niñas.

Y yo amaba a Natalia, pero Angélica había sido muy especial en mi vida, fue mi primer amor, y una herida abierta que jamas había sido cerrada.

No tardé mucho en decidirme, un par de días después tomé mi destartalado coche y me dirigí a la iglesia donde recibían las donaciones, ya éramos mujeres mayores así que supuse no me sería dificil encontrarla.

Efectivamente, solo me hicieron falta un par de preguntas para dar con sor Angélica, me sorprendí al verla, y ella lo mismo para conmigo, que bonita estaba, como había crecido! era mucho mas alta que yo, nos besaos en las mejillas, me tomó por un brazo y me llevó a uno de los bancos de la iglesia.

El templo vacío lucía enorme, oscuro y silencioso, le dije en tono de broma que tenía miedo que se viniera abajo, yo era un demonio que no cuadraba en ese sitio.

Hablando en voz baja, Angélica me resumió en media hora más de diez años de estar separadas, me confesó que después de nuestra separación vivió días muy duros, que fue rebelde y un problema para el restos de las monjas, que vivía castigada y que no entendía por que había sido encerrada, que sus padres la visitaban cada tanto y que solo le decían que era lo mejor para ella, para lavar su alma y purgar sus pecados.

Yo me moría de odio por dentro, y recordé a Milton el causante de todo, y hasta me vino a memoria cuando lo agarré a trompadas delante de sus amigos, y si bien no me fue bien porque él era hombre y tenía mas fuerza que yo, sin embarga me las había arreglado para darle un par de buenos puñetazos en el rostro.

relato lésbico xxxAngélica siguió narrando entonces, casi hablándome al oído, que al principio se masturbaba mucho recordándome, pero también era sorprendida y la ponían en penitencia.

Noté que ella había cambiado, que le habían lavado la cabeza, que habían quebrado su voluntad, sus deseos, que le habían quemado las neuronas de tal manera que cuando al final fue mayor de edad y podría haber desplegado sus alas y volar, ya estaba tan domesticada que solo se quedó por propia voluntad.

Me dejó saber que se alegraba de verme, pero yo era parte de un hermoso pasado y quería que se quedase, en este presente ella estaba dedicada al señor, a rezar, a hacer penitencias y a guiar al mundo en un camino de fe.

Solo le pedí que me concediera unas horas fuera de toda ese mundo de mierda, merecía un tiempo con la chica de la que me había enamorado, porque yo sabía que en algún lugar muy dentro suyo, aun vivía ese amor truncado, y si bien se negó varias veces, creo que al final ella también asumió que teníamos historias por cerrar.

Fui con ella todo lo honesta que pude, le dije de mi mujer, Natalia, de mi relación con ella y que ella nada sabía de lo que estaba sucediendo, por lo que no podría arriesgarme a llevarla a casa, también le dije que la iglesia y ese entorno no un buen sitio para charlar, así que le propuse en la cantina, donde yo trabajaba, sería solo charlar.

En verdad no le dije que tía Adela hacía las tareas de limpieza en un hotel prestigioso en las afueras de la ciudad, y ella me había conseguido una habitación, donde había una cama de por medio, y con eso una oportunidad.

Pasé puntual por ella con mi viejo coche, Angélica estaba de civil, muy normal, con un amplio vestido floreado, el rostro limpio y un gran bolso de mano con el que parecía irse de picnic.

Nos saludamos nuevamente chocando nuestras mejillas, y emprendimos el viaje a nuestro destino.

Angélica era una chica sumamente inteligente, y supuse que preguntaría donde íbamos al tomar por la autopista, pero nada dijo, tampoco cuando llegamos al hotel y metí mi coche en el, estacioné, apagué el motor y solo me quedé mirándola, ella dijo entonces.

-Sabía que algo tramabas, te conozco demasiado, y solo me estoy jugando por vos, pero bien, solo vamos a charlar, solo pienso en el señor.

Yo no dije nada, que me concediera un tiempo para mi era suficiente y cuando cerramos la puerta del cuarto a mi entender solo quedamos ‘nosotras dos’, pero Angélica pensaba diferente, me pidió unos minutos a solas, y cuando volví a su encuentro estaba nuevamente vestida de monja, para ella ahí estábamos ‘los tres’ también ‘el señor’ era testigo de nuestros actos.

Fue un tanto frustrante para mi, esa ya no era la chica que yo amaba, estaba ta cambiada, su cerebro, sus pensamientos, sus razonamientos, sus lógicas…

Tomé una cerveza, ella un agua mineral, me contó de su vida, toda la historia detrás de los muros, lucía nerviosa jugando con un rosario entre sus dedos, y solo parloteaba sin cesar, pasaron los minutos y noté que no iríamos a ningún sitio de esa manera.

Solo me acerque a ella y traté de robarle un beso pero ella fue mas ágil y logró evitarme, y volví a insistir para volver a sentirme rechazada y ser increpada por lo que estaba haciendo, pero yo no pensaba resignarme, la seguí hasta acorralarla, la tomé por los brazos hasta anular su resistencia y forzar a que me besara, y les juro que sentir como se quebraba bajo mis deseos fue sencillamente espectacular, como se resistía a mi juego carnal, como tambaleaba su ser espiritual, como la ponía contra las cuerdas y como yo empezaba a tener el control.

Sus no eran cada vez mas débiles, y su respiración comenzaba a agitarse poco a poco, sentí el rosario caer pesadamente al piso y con eso el principio del fin, creo que Angélica liberó el demonio oculto que siempre había tenido en su interior, doblegado a fuerza de látigo y me hizo recular hasta la cama haciéndome recostar para venir sobre mi a besarme profundamente, tan profundo que sentí lastimar mis labios.

Angélica había vuelto, pero no sería la misma…

Empezamos a revolcarnos como en los viejos tiempos, a besarnos, a tocarnos, pronto nuestros ropas fueron cayendo, una a una y mis pechos empezaron a jugar contra los suyos, sentía sus pezones afiebrados rozar mi piel y me sentía genial, ella estaba con los ojos cerrados y la sentía balbucear, me acerqué un poco mas para comprobar que ella rezaba un padre nuestro.

Solo me separé un poco, fue como una barrera de hielo, sentí que de alguna manera la estaba llevando a un sitio donde ella no quería estar, me sentí culpable por lo que sucedía y no quería cargar un peso sobre mis hombros por el resto de mis días.

Me quedé a un costado, solo observando, pero ya era demasiado tarde para detener la tormenta, ella estaba fuera de control, en una imagen poco convencional, había quedado desnuda sobre la cama apenas conservando su toca de monja y unas medias largas de invierno, ella intentaba ser un alma pura, yo solo veía una mujer castrada y caliente que pronto se transformaría en un angel caído.

Ella pareció olvidarse de mi, solo seguía rezando y rezando, acariciándose los pechos y llevando una de sus manos a su entrepierna, se abrió toda como una flor, y arremetió con furia contenida, metiendo dos, luego tres y hasta sus cuatro dedos en lo profundo de su sexualidad, incluso hasta la palma de su mano en un arrojo de calor incontenible.

Angélica pareció explotar en un orgasmo enorme tocando el cielo con las manos y luego caer en un pozo depresivo llegando al mismo infierno, atormentada por lo que terminaba de vivir, estallando en llantos de remordimientos, fui sobre ella para abrazarla y beber sus lágrimas en interminables besos, para contenerla, y así hubiera estado solo por ella, pero Angélica buscó cruzar sus labios con los míos nuevamente, así que me dediqué a hacer lo que me gustaba hacer, bajé lentamente por su cuello, muy despacio, llegué a sus pechos y empecé a lamerlos lentamente, pasé por su delicada piel y nuevamente a mordisquear sus ricos pezones, una y otra vez, y ella volvía a balbucear sus rezos, se sentía acorralada, como que el pecado era demasiado grande para llevarlo sobre sus hombros

Bajé entonces entre sus piernas, quería lamer su sexo, sus labios, beber sus jugos, penetrar su esfínter y comerme su clítoris, y así lo hice, mientras me masturbaba como en los viejos tiempos pero ella aun estaba demasiado sensible y no podía tolerarlo.

Fui sobre ella, abrí sus piernas y crucé las mías al medio, mierda, estaba chorreando jugos, y empecé a refregarme contra ella, a mezclar nuestro amor trunco, a sentir su sexo caliente sobre mi mismo sexo, fue revivir el pasado, en un perfecto presente.

Más fuerte, mas y mas, me sentí venir, exploté en placer y ahora era mis lágrimas las que rodaban sin rumbo, lágrimas de alegría. Mire una vez mas el rostro de sor Angélica, ella estaba perturbada y percibí que en su interior seguian luchando ángeles con demonios.

Ella se arrodilló al pie de la cama, como si estuviera en un confesionario, la toca de monja contrastaba con la piel blanca de su generoso trasero desnudo, me dijo entonces que era una pecadora, y que necesitaba un correctivo…

Angélica sacó entonces de entre sus pertenencias una ramita de algún árbol de medio metro de longitud, a la cual le había arrancado las hojas, la hizo zumbar en el aire un par de veces y me la dió para que procediera.

Note que las cosas empezaban a salirse de lo normal, pero la apuesta fue sexi, probé un tiro y ‘zzzzzz’ de la rama cortando el aire se detuvo en ‘tac’ seco al chocar la nalga derecha y un contenido y prolongado ‘mmmmmmm’ de mi amante tratando de ahogar el dolor. Un surco rojo rabioso se marcaba sobre la carne pálida y lejos de parecer suficiente pidió un nuevo castigo.

Y lo repetí y el juequito se hizo sexi para ambas, después de unos minutos Angélica lucia diez marcas, algunas sangrando y ella rendida al llanto por el dolor infligido solo pedía una cosa, que le hiciera el amor…

Recuerdo que nos seguimos amando hasta que el sueño nos venció a ambas, y al despertarnos ambas sabíamos que llegaba la hora de despedirnos, yo ya tenía mujer, Natalia, y seguramente ella ya empezaría a notar mi prolongada ausencia, y ella… ella estaba casada con Dios. Cerramos una historia, y la deje cerca de donde la había recogido, dijimos de volver a vernos, pero ambas sabíamos que nuestros caminos se separarían para siempre en ese momento.

Y así se cerró esa historia, por mi parte me había quedado clavada una espina, así que me tomé un tiempo extra en llegarme por algunas iglesias para hacer preguntas que necesitaba hacer.

Quién era sor Angélica? en verdad existía? y no me fue fácil obtener respuestas en un mundo donde los labios de todos parecen estar cerrados, pero al final en un acto de compasión, una madre superiora me alcanzó una foto de una chica joven y de lindas facciones, la hermana Angélica – me dijo – a quien la definió como un alma perturbada, alguien que parecía no encontrar la paz, me dijo que ella había dejado los hábitos hacía algún tiempo, no sabían mucho mas de ella, se comentaba que se había ido a vivir a otra provincia, lejos de todos, a empezar una nueva vida…

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Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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