Relato porno de una infidelidad con mi compañera María Laura

Pasados mis treinta y cinco años tenía todo lo que había deseado tener, una buena esposa, mi compañera de vida, quien me había dado mi primer hijo y estaba esperando el segundo, una niña. Mi pasar económico era bueno, teníamos una linda casa, cada uno tenía su coche y cada tanto podíamos tomar unos días de vacaciones.

Me gustaba mi empleo, hacía ya algunos años que trabajaba en una importante empresa láctea de la zona, tenía horarios acomodados, beneficios y me rodeaba de compañeros que en general eran buenas personas. Trabajaban unas doscientas personas, mitad hombres, mitad mujeres.

Yo siempre fui de esas personas que cumplían con el axioma ‘de casa al trabajo y del trabajo a casa’, no tenía vicios, ni juegos, no cigarros, no alcohol, ni siquiera mujeres, mis únicas ‘adicciones’ eran salir a correr cada tanto y perderme interminables horas de mi vida jugando con la play.

Todo era perfecto en mi mundo perfecto, y nada parecía hacerla cambiar, o casi nada…

María Laura era una compañera de trabajo, una más entre tantas, no trabajábamos juntos, pero tampoco estábamos separados, mi oficina estaba a dos de la suya, y teníamos esos continuos roces de convivencia, cruces de pasillo, charlas de compañeros, almuerzos, todas esas cosas naturales de un ambiente laboral donde es imposible no ir tocando temas personales, y así todos éramos un poco consientes de las vidas de los otros.

Para todos ella era una más, pero para mí no lo era, yo me había encariñado con ella, por su forma de ser, por su forma de hablar, por su forma de mirar. María Laura venía de un pueblito perdido en la nada y traía consigo toda esa inocencia de la gente del interior, y a pesar de pisar los treinta años y tener esposo, los tipos de la ciudad ‘la daban vuelta como a una media’ y de mentiras le sacaban verdades. Ella se sabía inocente y trataba de hacerse la superada, pero una y otra vez fracasaba y solo lograba que se rieran a sus espaldas.

Recuerdo conversaciones, con solo escuchar sabía cuando ‘le tiraban la lengua’ solo hablaban delante de ella, cuantas veces habían tenido sexo en la semana, sabiendo que ella escuchaba, hasta que caía ante la pregunta ‘y a vos? cuantas veces te sacude tu marido?’ y ella solo contaba… para que después se rieran por su inocencia…

También uno decía ‘mi esposa se la depila’ otro saltaba ‘la mia no’ y llegaba la pregunta ‘vos que preferís? te la depilas?’ y otra vez ella caía… y los muchachos apostaban para adivinar si se depilaba o no la vagina…

Y así podría seguir narrando, como de mentiras le sacaban verdades, ‘si le gustaba que le pegaran’, ‘si sería infiel’, ‘si el tamaño le importaba’, ‘que lencería usaba’, y muchos etcéteras más que podría agregar. Si bien en un principio fui parte de esas burlas, con el tiempo empezaron a molestarme, que tipos grandes confabularan a sus espaldas dejó de parecerme gracioso, y menos aún que sin que ella supiera, por lo bajo la llamaban ‘la tontita’. Y sin proponérmelo, poco a poco pasé a su lado, me hice su amigo, su cómplice, sus ojos y sus oídos, y María Laura vio en mi un socio protector, un tipo que la ayudaba y la contenía, alguien en quien confiar.

Y nació esa química peligrosa entre un hombre y una mujer, ambos sabíamos que teníamos una familia fuera, de esposas y maridos, pero solo nos permitíamos jugar en una fantasía que jamás pasaría de ser eso, una loca fantasía.

María Laura también me entraba por los ojos, a pesar que en la empresa vivíamos ocho horas con guardapolvos blancos que para nade eran sexis, podía verla al llegar y al partir, o en algún almuerzo, donde sus curvas quedaban desnudas, ella era baja para una estatura media de mujeres, de cabellos castaños que solía llevar a rubios con tinturas, lacio a media espalda, de cara redonda y ojos miel, de mirada triste, de contextura justa, pareja de arriba y de abajo, correctos pechos, correcta cintura, correctas caderas, correctas piernas, así era ella, una mujer normal en un mundo normal, una chica que no sería una bomba sexual, pero sin dudas a mis ojos, María Laura tenía todos los atributos requeridos para desestabilizar mi mundo perfecto.

El problema llegaría en Febrero pasado, la empresa estaba abriendo una nueva sucursal en una provincia contigua, eran los primeros pasos de arranque de la nueva planta, con personal que no era idóneo y algunas personas fuimos seleccionadas para dar soporte a los novatos, eran viajes ‘relámpagos’ ya que no podíamos ausentarnos demasiado tiempo de nuestras obligaciones, y en esos meses fueron comunes esos viajes.

Mi primer viaje fue con un colega de mantenimiento, el segundo con una chica de calidad y otra de finanzas, el tercero, sería con Aquiles Lusuriaga, el jefe de seguridad industrial sería mi compañero, pero el diablo metió la cola, sobra la hora tuvo un problema familiar, y María Laura, la segunda al mando tuvo que tomar su lugar.

La noticia me tomó por sorpresa y sentí un escalofrío por mi espinazo, no tenía intenciones de que tengamos nada, pero la verdad es que estaríamos solos, en un lugar alejado, una situación por más tentadora.

Viajamos en mi coche al amanecer, para cubrir los doscientos kilómetros que separaban una planta de la otra, ella se quedó dormida en el asiento del acompañante apenas partimos, así que, en el silencio de la madrugada, con solo el ronronear del motor en una ruta desierta, solo me deleitaba mirando de reojo cada tanto su angelical figura, observando como la cálida luz del sol que se levantaba por el horizonte iba iluminando su inocente rostro.

Ya en la planta casi ni nos cruzamos, cada uno enfrascado en sus problemas que por cierto sobraban, ella por lo de seguridad, yo por los de producción, recién cerca de las siete de la tarde nos encontramos en la portería para ir al hotel que teníamos reservado, aun nos quedaba una larga jornada al día siguiente antes de retornar a casa.

Estábamos agotados, de camino solo cruzamos pocas palabras, nos propusimos no hablar de trabajo, así que solo dijimos de tomar una ducha y encontrarnos a cenar, María Laura me dijo que no quería hacerlo en la monotonía del restaurante del hotel, así que le propuse ir a un pub que había conocido en los viajes anteriores, un lugar para pasarla bien, solo comer unas pizzas con cerveza y por qué no animarnos al karaoke que se hacía cada noche.

Pasadas las nueve de la noche la llamé a su cuarto, me dijo que bajara al hall del hotel y que le diera diez minutos, que estaba en los últimos retoques, típico de mujeres, así que solo bajé y me senté en unos de los sillones de la recepción. Me entretuve con una revista de ocasión, y me perdí en la lectura de un artículo, mi concentración me llevó a desentenderme de lo que pasaba a mi alrededor, con la mirada fija en las letras negras de la blanca página, hasta que en mi entorno visual, por detrás de la revista, aparecieron unos zapatos negros de delgados tacos, brillantes, lentamente levanté la mirada pasando por sus piernas desnudas hasta las rodillas, un vestido azulado cubría su cuerpo, lo suficiente suelto como para no ser provocativo, lo suficiente ajustado como para marcar sus curvas y llamar mi atención, por un instante me quedé embobado mirando la forma de sus pechos, hasta que ella riendo me dijo

  • Hola señor mirón… acá arriba está mi rostro…

Solo me reí por lo tonto que había resultado y en la forma que ella me había sorprendido, es que noté en ese momento que yo no podría detenerme si ella no ponía freno, y peor aún, ella se había vestido así para que yo no me detuviera, estábamos jugando al gato y al ratón, y era solo cuestión de tiempo.

Caminamos hasta ese pub, estaba a media luz, nos sentamos en un rincón y pedimos una pizza y dos cervezas, parecíamos amantes que tratábamos de pasar desapercibidos, nadie hubiera dicho que éramos solo compañeros de trabajo, y después de una cerveza vino la segunda, y la tercera, hablábamos de muchas cosas sin decirnos nada, solo la comía con la mirada, y una vez y otra vez la empujaba a que cantara una canción sin éxito, le daba vergüenza y decía que era pésima para eso.

Entre copa y copa y tema y tema, de pronto pusieron uno lento que a ella le gustaba, que le traía recuerdos, y tal vez producto del alcohol que había ingerido, ya desprejuiciada me pidió que solo bailara esa canción con ella.

Reconozco que soy un torpe para bailar pero no podía decirle que no, fuimos a un costado, riendo, improvisados, y solo pegamos nuestros cuerpos, ella me rodeo por el cuello con sus brazos y puso su cabeza contra mi hombro, yo la aferré por la cintura tan fuerte como pude, probando su reacción, empezamos a movernos lentamente, y mi olfato se llenó con su perfume, sentí sus dulces senos apretujados contra mi pecho, y mis manos estaban en esa zona peligrosa donde termina la cintura y empiezan las nalgas, ambos sabíamos que éramos personas comprometidas y ambos sabíamos que había un deseo latente entre los dos.

Una incipiente erección entre mis piernas fue inevitable, y ella la sintió en su bajo vientre, y reaccionó de inmediato separándose de mi lado, me sentí fatal, avergonzado, pero a pesar de la tenue luz, al tomar distancia también pude notar sus pezones duros bajo la tela del vestido, amenazantes, provocativos, como fuera, lo que mí me pasaba, a ella también le estaba pasando.

Era tarde, al día siguiente tendríamos trabajo y solo pagué la cuenta para volver al hotel, ya en el camino, donde solo se escuchaban las serenatas improvisadas de los grillos de la noche, ensaye unas disculpas por lo que había sucedido, tartamudee como principiante, pero ella acalló mis palabras, me dijo que no me preocupara, que nada había sucedido, que eran cosas normales, pero la situación era por demás incómoda, porque había una amistad de por medio, un compañerismo de trabajo y una picardía del día a día.

Llegamos, subimos las escaleras que conducían al primer piso, y caminamos hasta la puerta de su cuarto, ella la abrió, pero no ingresó, solo se quedó mirándome con esos ojos que una mujer no debe mirar, no debía hacerlo, yo debí continuar mi camino hasta mi habitación, pero no podía evitar lo inevitable, solo pasé una mano por sus cabellos y le dije

  • Sabes que que si cruzo esa puerta no habrá retorno, lo sabes cierto?

María Laura no dijo nada, solo dejó que la trampa se cerrara…

Cuando la puerta se cerró se desató la pasión contenida, se abalanzó sobre mi cuello y me besó profundamente, jugando con sus labios sobre los míos, buscando mi lengua con la suya, sintiendo su respiración agitada, estirándose en puntas de pies para tomar lo que deseaba tomar, la abracé con fuerzas por su cintura y esta vez deseé que sintiera en su bajo vientre como me ponía de duro por su culpa, como la deseaba.

De su cintura bajé por sus nalgas, se las apreté y la sentí estremecerse, trastabillamos como principiantes hasta caer sobre la cama, rodamos como los dos como uno, llenándonos de besos, y a medida que nuestras prendas iban cayendo una a una, podía sentir su respiración agitada, y de alguna manera presentía que tenía la situación bajo control.

Me decidí a bajar con mis besos por su cuello, mientras mis manos recorrían sus pechos, sus piernas y se colaba bajo su tanga, comprobé que estaba completamente depilada y no pude evitar recordar a los muchachos de la oficina, ellos seguirían apostado por adivinar como lucía María Laura, pero yo solo lo sabría y guardaría el secreto.

relato infidelidad con una compañera Seguí mi camino hacia el sur, me pegué a sus pechos y estuve un buen tiempo lamiéndolos, se notaban suaves, contrastando con la dureza de sus pezones, se los mordisqueaba con cuidado, con cariño y le arrancaba pequeños espasmos que la sacaban de eje, mies dedos inquietos se metían una y otra vez en su jugosa vagina, acariciando sus paredes rugosas, me imploró para que la cogiera, pero como dije, yo tenía el control, bajé más, y me acomodé entre sus piernas, ella las abrió todo lo que pudo para permitirme el acceso, aún tenía la tanga de encaje, solo empecé a besársela lentamente, noté que estaba empapada en jugos, y cada vez que yo pasaba la punta de la lengua por donde ella tenía su clítoris, solo nos separaba la delgada tela de la ropa interior y ella gemía en ese instante, era una dulce tortura para María Laura, sabía que deseaba que se la comiera toda, pero a mí me gustaba ese juego, pasar mis labios por los elásticos de su tanga, tratando de correrla con la lengua, solo me bastó presionar un poco más para que ella no pudiera retenerlo.

Se contrajo sobre el colchón y empezó a gemir de esa forma tan rica que gimen las mujeres al borde del orgasmo, esos gemidos que enloquecen a los hombres, solo mantuve sus piernas abiertas con mis brazos, acariciando sus pechos con mis manos, solo seguí hasta el final, hasta que no pudo más, hasta que me imploró que me detuviera, solo quería que la cogiera, rogó para que lo hiciera.

Me colé entre sus piernas, apoyé mi pecho sobre el suyo, besé sus labios y al fin la penetré por completo, empecé a deslizarme rítmicamente en su interior, mis manos acariciaban sus curvas, sus piernas, sus glúteos, incluso tocaba mi propia verga empapada en sus jugos, llevaba mis dedos a su esfínter y lo acariciaba con cadencia haciéndola desear, nos revolcamos, jugamos a los amantes, hice que me cabalgara, dándome el frente, dándome la espalda, de sentados, de parados, de costado, en cuatro, hasta volver a la posición en la que habíamos empezado el juego, cuando noté que era suficiente saqué mi verga de su agujero y apunté mi semen directo a su clítoris, ella se lo refregaba para arrancar sus últimos orgasmos y poco a poco la cubrí con mi líquido blanco y pegajoso.

Me recosté a su lado tratando de recuperar el aliento, la abracé y los números fosforescentes del reloj de la pared me dejaron ver que habían pasado las dos de la mañana, queríamos seguir, pero al día siguiente nos esperaba un largo día de trabajo más el viaje de regreso, creímos conveniente descansar un poco, solo nos quedamos enredados hasta quedarnos dormidos.

Y si ese forma de dormir fue maravillosa, mejor sería el despertar, al abrir los ojos, María Laura estaba prendida a mi verga dura, era aún temprano pero las primeras luces del nuevo día se colaban por las ventanas, solo la dejé hacer, ella se había acomodado entre mis piernas para chupármela toda, se sentía rico, sentía su lengua y sus labios en mi glande mientras acariciaba mis bolas, la sentí insuflar una y otra vez, era buena haciéndolo.

Después de un rato me hizo cambiar de posición, ella se acostó mirando al techo y me pidió que me arrodillara a su lado, así desde un plano superior yo podía observar su rostro, su boca abierta cazando una y otra vez mi pija, era muy erótico a mis ojos, ver como ella se las arreglaba para que yo observara como degustaba mi sexo al tiempo que me masturbaba con una de sus manos.

Me sentí venir, y ella se dio cuenta, solo hizo cada vez más lentos sus movimientos, y más, y más, apenas si movía su mano, apenas si sentí rozar su lengua por debajo de mi glande, la tortura fue infinita, solo cerré los ojos y me sentí acabar a mares.

Al abrir los ojos no pude evitar reírme, y contagiarla a ella en la risa, María Laura tenía semen por su mejilla, por su cuello, por sus cabellos, y aun jugaba con un poco en su lengua, en sus labios, parecía degustar lo que había ingresado a su boca, hasta tragarlo en una forma muy puta.

Le di un último beso, un beso con sabor a mí, pero ya era demasiado tarde.

Ella fue a ducharse, y yo a mi habitación a hacer lo mismo, aun teníamos que armar nuestros bolsos y ni siquiera tuvimos tiempo de desayunar, dejamos el hotel con premura y partimos raudamente, y a pesar de todo llegamos una hora tarde. Pusimos una tonta excusa de demoras de tránsito, no tuvimos problemas con eso, pero ella y yo, teníamos un secreto.

Esa jornada no fue diferente a las demás, no la vi en todo el día, pero por algún motivo yo estuve contento y relajado.

Emprendimos el regreso, María Laura estaba en silencio y solo miraba el paisaje por la ventana del coche, puse un poco de música y la animé a hablar, me di cuenta que estaba perturbada por lo que había pasado, y por lo que pasaría en adelante, todo se terminaría al llegar, había sido amor de una noche y al día siguiente todo volvería a la normalidad, solo seríamos compañeros de trabajo, y al siguiente, y al siguiente, no habría vuelta atrás, eso era lo pactado.

Pasó el tiempo, curiosamente María Laura cumplió su parte, ella puso un antes y un después en todo lo vivido, pero yo me quedé enganchado, y aun hoy trato de tener una segunda oportunidad, cada noche, al dormir junto a mi esposa, solo se cruza por mi mente el recuerdo de esa noche que bailé con María Laura

Si te gustó la historia puedes escribirme con título ‘BAILAMOS ESTA CANCION?’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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