Relato porno de una tetona infiel y su vida secreta

A veces, sobresalir del resto por un atributo físico puede ser el mayor de los beneficios, pero también el peor de los castigos. En mi adolescencia, en la época de mis estudios secundarios, algo quedaba en claro, tendría las tetas más enormes y deseables que una mujer pudiera tener, tenía en mi sangre los genes de las mujeres de mi línea paterna y de pronto mis pechos se hicieron tan enormes que hasta me hacían sentir incómoda.

Eran tan desarrollados que naturalmente llamaban la atención, y en mayor o menor medida, todos volteaban a mirarme como bicho raro y Melisa, era reconocida en el colegio como la ‘chica de las tetas grandes’, desde el director hasta el último de los ordenanzas, pasando por cada profesor y por cada alumno del colegio.

Pronto empezarían mis problemas físicos, dolores de columna constantes, no podía dormir boca abajo y era tonta para cualquier deporte, es que era sexi y tosca al mismo tiempo. Pero el problema no era solo físico, la peor parte era psicológica.

En esos días de estudios secundarios, Romina había sobresalido como líder natural del curso, mala persona, despótica y dictatorial, se había sabido rodear de laderas de la misma calaña y ‘el escuadrón de las sucias’ como se autodenominaron se hizo medianamente conocido.

Y yo fui en parte centro de sus dardos, claro, era la chica popular por sus enormes tetas y esos juegos de egos no eran para ella, Romina no aceptaba que nadie le hiciera sombra y ella, con su grupo se encargó de romperme las neuronas y poco a poco apartarme del grupo.

relato porno tetona infielFue duro para mí, estaba odiando a mis tetas, porque yo no hacía mal a nadie, no me metía con nadie y ellas, me estaban causando demasiados problemas, los chicos solo veían en mi dos enormes pedazos de carne y solo se acercaban pretendiendo llevárselos a la cama. Mi autoestima estaba por el piso, me odiaba a mí misma y sin quererlo, tenía todo el curso en mi contra, era obvio que nadie se atrevería a contradecir a Romina y su escuadrón de sucias.

Mi debut sexual sería con una chica, raro, me gustaban los chicos, pero no encontraba el adecuado y Carla fue mi confidente de esos días, creo que fueron días de explorar nuestra sexualidad, descubrir besos de otros labios y que ella se sintiera atraída por mis ojos celestes y no por lo que tenía más abajo.

Ella era mi único rincón de felicidad, mi tesoro secreto.

Sin embargo, todo se desmadró el día que ‘el escuadrón de las sucias’ se enteró por casualidad de mi historia con Carla, me tomaron por sorpresa en un plan muy bien preparado, me rodearon en uno de los salones más apartados, eran demasiadas y yo poco podía hacer, me tomaron a la fuerza, me rompieron la camisa y me amordazaron para que no gritara, mientras me sostenían los brazos y las piernas Romina pasó una daga filosa entre mi piel y el sostén para tirar con fuerza hasta cortar la tela, mis enormes tetas quedaron desnudas a sus ojos, ellas reían, fumaban llenando la atmósfera de humo, me dijeron que estaban cansadas de mí, de mis tetas, de mi mierda y encima, ahora era una puta y sucia lesbiana.

Romina fue la primera en apagar su cigarro lentamente en mi piel, sentí un ardor terrible en mi pecho derecho y luego siguió otra y otra más.

Cuando terminaron tenía quemazones por todas partes en mis preciosas tetas, me dolía demasiado, pero más me dolía el alma, mi rostro estaba embebido en lágrimas y mis oídos lastimados por las risas burlonas de mis compañeras de curso.

Como pude tapé mis pechos, me ahogué en mi silencio y solo seguí adelante.

Me volví casi muda, invisible, Carla nunca supo el motivo de mi adiós a la relación, mis tetas me daban vergüenza y cada vez que me bañaba y las veía desnudas me ponía a llorar como una chiquilla, las odiaba, quería arrancármelas.

Estaba irrisible, no soportaba que me tocaran, o que un chico tratara de dar un paso más lejos de lo aconsejado, y fue mi madre quien se dio cuenta que las cosas no estaban bien.

No estaba dispuesta a hablar con ella, hasta que en un descuido descubrió una de mis quemazones y ya no hubo retorno, recuerdo que me desahogué con ella, en sus brazos, como de pequeña, y lloramos juntas.

Días después mamá armó tal escándalo en el colegio que hasta le costó la cabeza al director, expulsaron a Romina y a su grupo de laderas, pero yo no gané nada con todo eso, puesto que seguía siendo el centro de atención y mis tetas que eran famosas por ser preciosas, ahora eran famosas por estar mutiladas.

Terminaron mis estudios secundarios, inicié la carrera de psicología, quería ayudar a otros que estuvieran con problemas como los que yo había vivido, una tarea dura, pero estaba segura que había encontrado mi vocación.

Avanzada mi carrera, conocería por casualidad a Marcelo Baccini, había venido a la clase a dar una charla sobre las emociones y los egos, él era cirujano plástico, y fue para mi muy fuerte escuchar de su boca como hablaba de sus pacientes, los deprimidos que llegaban a su consultorio con sus defectos a cuestas y los cambiados que se iban después de pasar por sus manos, él decía que él cobraba por un trabajo físico, pero el valor intangible de su trabajo estaba en la felicidad que impregnaba en sus pacientes cuando se veían nuevamente ante un espejo.

Después de la charla, me acerqué a saludarlo, como muchos, me pareció simpático y atractivo, y tomé una de sus tarjetas personales.

Poco después lo llamé, pacté una cita y con un dejo de vergüenza narré parte de la historia a solas en su consultorio, Marcelo me pidió que desnudara mis pechos y a pesar de que me sabían horribles, a pesar de que el fuera hombre, a pesar que odiaba que me tocaran o me miraran, me sentí cómoda y natural en ese momento.

El me observó en detalle y con mi permiso tomó unas fotos profesionales solo de mis pechos, para futuras conferencias y se vio sorprendido e incrédulo ante tanta maldad.

Meses después, él había desplegado su magia y las horrendas marcas fueron solo recuerdos del pasado, Marcelo hizo un trabajo perfecto y mis enormes tetas volvieron a ser lo que eran.

Fui varias veces a su consultorio, para control y en uno de esos controles me invitó a salir por un trago y yo acepté su invitación, sentimos la magia y la siguiente vez que Marcelo tocó mis pechos, ya no lo haría como profesional, sino como hombre.

Pisaba los cuarenta, yo los treinta cuando nos casamos, realmente fue mi primer hombre, y visto en retrospectiva mi amor por él es una mezcla de sensaciones, puedo definirlo como admiración, agradecimiento, placer, me había sacado del pozo profundo en el que yo vivía día a día.

Sabía que era divorciado, nunca me lo ocultó, mantenía una relación cordial con Tania, su ex, quien también había rearmado su vida, nos cruzábamos cada tanto y a mí me causaba gracia descubrir el tipo de mujeres que atraían a Marcelo, Tania tenía unas tetas tan enormes como las mías, aunque yo sabía que no eran naturales, sino habían sido moldeadas por las manos del que ahora era mi esposo.

Los fines de semana solíamos compartirlos con Juancito y Dalma, los hijos de ese primer matrimonio, cuando el cumplía su rol de padre, y puedo dar fe que era buen padre, llegué a querer a esos chicos como si fueran mis propios hijos.

Fui madre años después, y me sentí plena por primera vez en mi vida, tenía todo, un esposo reconocido y trabajador, fiel, buena persona, mejor padre, una pequeña a quien regalarle todo mi amor y toda mi atención, una carrera en ascenso, mi consultorio casi no tenía turnos disponibles y me sentía bonita, luciendo mis tetas como nunca las había lucido, todo brillaba, todo era perfecto, acaso que podía salir mal?

Estaba a las puertas de soplar treinta y ocho velitas sobre la torta, Jonatan Pérez no sería uno más de los pacientes que pisarían mi consultorio, tenía recién diecinueve, casi podría haber sido su madre, tenía un cuerpo muy de hombre para su edad musculoso, alto, marcado, pero al mismo tiempo un rostro aniñado que no cuadraba con su porte.

Su piel negra profunda, sus labios africanos y sus cabellos motosos no pasaron desapercibidos para mí, el blanco de sus dientes y los fondos de sus ojos resaltaban en la oscuridad de su entorno.
Nos sentamos frente a frente, en verdad no sabía el motivo por el cual estaba ahí, solo le habían sugerido buscar ayuda profesional, me dijo que no creía en la psicología, y que solo buscaba una puerta de escape.

Le sugerí que se tranquilizara un poco, que solo hablara para conocernos, que lo dejara fluir.

Esa primera cita no diría mucho, estaba con freno de mano, pero pude sentir que Joni pasaba por lo que yo había pasado, era negro, el único negro en un grupo de blancos, no cuadraba en su entorno y era humillado por eso.

Le dije de volver, una vez y otra y una cita más, lo fui conociendo, sus pesares, sus torturas, sus conflictos, me sentí a gusto con el cómo paciente, fue recíproco, me hizo sentir una buena profesional y poco a poco fui desatando sus problemas.

Era llamativo para mí que el chico siempre viniera a las consultas con camisas mangas largas, siempre perfectamente abotonadas, a pesar del calor ambiente, y yo sabía de eso, sabía que ocultaba algo, una cita toqué el tema por arriba, en otra cita fui profunda, pero el solo evadía el tema. Un día solo empecé a cruzar la línea que no debía cruzar, lo sabía desde el primer día, pero no pude contenerme, me incorporé desde mi sillón y fui al suyo, tomé su mano, solté el botón y levanté lentamente la manga desnudando su antebrazo izquierdo, el me dejó hacerlo con un marcado dejo de vergüenza, y descubrí que ocultaba varias cicatrices que arruinaban su piel.

Me horrorice, no puede dejas de ver en él la imagen en el espejo de mi propia juventud, de mi adolescencia, solo que él se las autoinfligía, se castigaba a si mismo por ser diferente.

Me angustié tanto que no pude evitar que mis ojos se humedecieran y él lo notara, me estaba mezclando sentimentalmente con mi paciente y estaba llevando el tema a otro plano.

Seguimos adelante con las consultas, él se transformó en mi desafío personal, y en algún momento le narré mi historia, mis tetas, mis marcas, y mi esposo, era una mierda porque se suponía que no debía hablar de mi con un paciente, estaba mezclando todo con todo, pero hablar de mis tetas con ese moreno le añadía un plus sexual, mis pechos siempre llamaban la atención y que el me los mirara con descaro tratando de desnudarlos a la distancia mientras yo hablaba, solo hizo que me excitara en forma peligrosa.

Lo llevé con Marcelo, si, con mi esposo, le había hablado de uno al otro y logré hacer que se conocieran, pensé que mi marido podría arreglar sus brazos, pero Joni era hombre, no le molestaban las cicatrices, no le molestaba su aspecto físico, solo le molestaba ese lado interior que no terminaba de aceptar.

Joni me agradeció, y Marcelo me dijo que no podía obligarlo a hacer algo que él no quería hacer, solo eso.

Sentía demasiada empatía con ese chico, la situación iba más lejos de lo profesional y sabía que era recíproco, acaso me estaba enamorando de ese muchacho? lo que sentía por él no se comparaba por lo que sentía por Marcelo, no era mejor ni peor, solo era diferente.

Ese jueves Joni se mostraba contrariado, molesto, incómodo, teníamos la charla de costumbre, pero esa mañana no íbamos a ningún lado, de pronto, el cortó la conversación y me dijo que había resuelto no volver a verme, era nuestra última cita, yo entendí el motivo verdadero, aunque ninguno de los dos habló del tema, traté de disuadirlo, pero parecía decidido.

Volví entonces a su lado, me puse de rodillas en una posición muy maternal, le tomé una mano y casi le rogué para que siguiera asistiendo, aun teníamos mucho de qué hablar, el me miraba y sentía su respiración muy cerca de mi rostro, solo miraba sin decir nada, entonces sucedió, el solo se arrimó lo suficiente para pegar sus labios a los míos, su lengua invadió mi boca y sentí un beso mágico que me transportó al mismo paraíso, me deshice en emociones contenidas y solo fue perfecto.

Pero me aparté con espanto, mi lado racional se imponía sobre mi lado emocional, mi mano derecha acariciaba inconscientemente mis labios, donde aún sentía el sabor de los suyos

Qué haces? – recriminé – te volviste loco?

Si, si, – respondió él cabizbajo y con remordimiento – perdón, perdón, me dejé llevar, no volverá a suceder

Solo se levantó y se fue, casi sin poder mirarme a los ojos.

Me quedé sola en mi despacho, y me sentí una mierda, se me retorcieron las tripas, había abusado de mi condición de ser mujer, de ser mayor, de ser profesional y había puesto todo el peso de la culpa en la mochila del joven, como si acaso yo no lo hubiera deseado, no lo hubiera buscado, no lo hubiera provocado, y lo peor, como si no lo hubiera disfrutado.

Y los siguientes días fueron un rompedero de cabeza, no lo tendría más en mi lugar de trabajo, era lo lógico ante mi esposo, ante mi hija, ante mi profesión, ante mi vida, pero Joni ya se había colado en mis huesos, y esperé en vano un día, otro y otro más a que el volviera, pero no volvía.

Me decidí a llamarlo, le dije que tomara turno para una nueva charla, esta vez diferente, como personas adultas, para cerrar una historia y dar las explicaciones que teníamos que dar, solo no podía quedar todo así. El dio algunos rodeos, pero al fin aceptó venir nuevamente.

La mañana del martes se mostraba calurosa, había ido mi lugar de trabajo con una remera sin mangas en color negro, delicada, apenas unos delgaditos breteles, con una camperita de hilo celeste y un pantalón de vestir también en color negro, nada llamativo, pero por alguna medida me sentía sexi.

Tenía el primer turno, él no lo sabía, pero no podía pensar nada más que en ese encuentro, tampoco sabía que le había reservado un doble turno, necesitaba espacio y el resto de mis pacientes podían esperar, y tampoco sabía que ya en la intimidad de mi consultorio, me sacaría el corpiño solo para lucir provocativa, naturalmente mis tetas se antojaban aún más enormes de lo que eran y los pezones se marcaban amenazantes bajo la delgada tela negra. Dejé de lado también la camperita, me miré al espejo, me veía atractiva.

Joni llegó antes de la hora, denotando un interés especial por ese nuevo encuentro, la química brilló en nuestras miradas, y todo se dio naturalmente.

Él se sentó en su sitio de costumbre, pero no mediaron palabras, al otro lado dejé caer mi pantalón al piso, apenas quedaba con mi negra tanga y mi remera sin mangas, sus ojos se hicieron enormes, fui decidida a buscar entre sus ropas para descubrir su sexo duro como un roble, abrí mis piernas, solo corrí la tanga por el frente y me senté sobre él, entró por completo y busqué besar sus labios, me moví con gemidos, sus manos habían llegado a mis glúteos y noté que mis pechos estaban rebotando justo a la altura de su cabeza, dejé caer los breteles de la remera adrede para dejarlos desnudos en primer plano, Joni casi se muere de emoción y pareció olvidarse del resto del mundo, le pregunté si le gustaban, me dijo que deseaba ahogarse en ellos, me sentí genial.

El enterró literalmente su cara entre mis tetas, los dos fuimos uno, me las chupaba muy rico, muy dulce, muy perverso, acelerábamos como locomotoras y vivimos ese sexo de la primera vez, frenético, salvaje, animal, primitivo, ese que dura apenas segundos, pero sabes que nunca olvidaras y de pronto lo sentí llegar en mi interior, gemí, grité, creí morir…

Después llegaría mi arrepentimiento, estaba mal, me aparté de su lado, acomodé mi tanga, ahora su semen caliente quemaba el interior de mi vagina y me sabía a pecado, me puse el pantalón con premura y cubrí mis senos con una vergüenza que me carcomía todo mi ser

Esto está mal, no puede ser – le dije –

Si, por supuesto, esto está mal – dijo solo para no contradecirme, pero estaba con cara sin entender, aun con su verga colgando fuera se su ropa.

Le dije que me perdonara, no había sido una buena idea, me comía las uñas con nerviosismo y ya no pude seguir adelante, nuevamente le pedí que se marchara.

Había sido infiel, me dio pena por Marcelo porque no se lo merecía, pero solo no había podido controlarme, cancelé todos los turnos, no podía pensar en otra cosa más que en todo lo que estaba sucediendo.

Volví a casa, me bañé, estuve dos horas tratando de lavar mi cuerpo, aunque pretendía lavar mi alma, mi conciencia.

Marcelo notó que estaba rara, disimulé, pero la culpa me mataba.

Cuando nuestra niña se durmió fuimos a la cama, no hablamos mucho, solo mi marido se perdió entre mis piernas, cerré los ojos, disfrutaba el sexo oral que me daba, era excelente en eso, pensaba en él, en su rostro, pero sin darme cuenta las oscuras facciones de Joni ocuparon su lugar, sus labios, sus ojos, sus rasgos, me vine en la boca de mi esposo recordando lo que había vivido con mi amante, me sentí tan plena como perversa.

Dejé que me cogiera y terminé simulando un deseo que no tenía. Me acurruqué sobre su pecho, pronto lo sentí roncar, yo solo no podía dormirme, no podía evitar la angustia, no podía evitar las lágrimas.

Había traicionado al hombre que todo me lo había dado, pero hay acciones que no se pueden justificar, no tienen lógica, y Joni era una de esas cosas.

Mi chico moreno volvió a visitarme, esta vez fue de improviso, no fui yo quien lo llamé, solo apareció una tarde en el consultorio, le dije que lo pasado no volvería a repetirse, que entendiera que había sido un error, que se olvidara de mí.

El hizo caso omiso, avanzó y casi a la fuerza me besó en los labios y yo volví a deshacerme en su boca.

Lo rechacé con las pocas fuerzas que tenía y me dijo

Cuando tu marido te hace el amor, piensas en mi cierto?

Yo no respondí, acaso era tan transparente a sus ojos?, volvió a decir

Me iré si así lo deseas en verdad, pero yo sé que es conmigo con quien quieres estar.

Volvió a besarme casi a la fuerza y ya no pude negarme, ya solo me dejé llevar.

Sus besos sabían a la dulce miel del engaño, mis pechos volvieron a ser centro de atención, me excitaba mucho la manera en que el me los halagaba, me los besaba, me los acariciaba, mis pezones estaban tan sensibles que me tenía al borde del mismo orgasmo, maldito.

Fui entre sus piernas, quería chupársela, pero me aseguraba que mis pechos estuvieran visibles a sus ojos, se había sentado y yo me había arrodillado a sus pies, entre sus piernas, tomé su pija dura y se la pelé por completo, aferrando mi mano en su base, con el frenillo al límite de lo tolerable, iba a hacerlo como a mí me gustaba hacerlo.

Pasé la lengua por la línea su uretra y por la base del glande, una vez, otra vez, y otra más, lento pero constante, el miraba, se retorcía, se estremecía, sus ojos iban a la punta de su miembro, donde yo hacía mi mejor trabajo y un poco más abajo, donde estaban mis pechos.

Yo sabía jugar ese juego, era buena haciéndolo y sabía cómo llevarlo a la locura, sabía que se moría en deseos de que hiciera más, pero eso sería todo, lento, muy lento, pasando mis papilas por la parte inferior de su pene, el me insultaba, me decía que era una maldita, una perversa, que lo estaba enloqueciendo.

Joni se contrajo, un líquido transparente asomó por la punta y chorreó hasta mi lengua para darme su sabor, un poco más, un poco más, ya estaba, y justo en ese momento apunté en mis tetas, amaba la leche caliente en mis tetas y ese chico, con toda la fuerza de su envidiable juventud, empezó a disparar sendos chorros en un orgasmo tan prolongado como puedan imaginar, dejando mis pechos como dos enormes montañas con sus picos nevados.

Fue perfecto, fue único, Joni me hacía sentir mujer de una manera diferente, con el sentía cosas que jamás había sentido y solo no podía evitarlo, lo miraba de reojo mientras me lamía mis propios pechos embardunados de semen, me gustaba hacerlo y se transformaría en moneda corriente en nuestras relaciones.

Llegaba a mis cuarenta, era increíble como había cambiado mi vida en tan solo un par de años, ser infiel ya no dolía tanto, era como un pecado permitido, podía vivir entre un hombre y otro, porque Marcelo era mis pies sobre la tierra, el que me daba seguridad, mi eje, era en quien podía descansar, mi protector, pero Joni representaba mi mirada al cielo, mi viento, mi tormenta, mi sol, él me hacía sentir viva.

Pero había situaciones puntuales que me tenían en alerta permanente, tenía que medir cada paso que daba, explicar algún regalo de mi amante, ser cuidadosa con mis palabras, no quedar en evidencia, que él no encontrara por casualidad algún chat en mi celular, o alguna foto de los tantas que me tomaba para él, cuidar mis horarios, mi imagen, porque Marcelo era bueno, pero no era tonto.

Tenía que repartir mis horarios, mi esposo era ignorante a todo lo que sucedía a sus espaldas y así debía continuar, y mi amante empezaba a ponerse demandante, fastidioso y quería tomar cada vez una porción más grande del pastel.

Una situación inesperada me puso contra las cuerdas, un atraso impensado en mi período que me hizo sospechar de un segundo embarazo, los test me daban negativos, pero no menstruaba y estuve en máxima tensión, Marcelo no supo la situación, pero si lo hablé con Joni, quien se ilusionó con la posibilidad de ser padre pareciendo no entender la gravedad de lo que en verdad estaba pasando.

Para mi fueron momentos de mucha tensión, hacía el amor con ambos, con la misma frecuencia, y mis píldoras eran mi única protección, si hubiera un bebe en camino no hubiera sabido quien era el padre, cualquiera de los dos podría haberlo sido, y lo que más me molestaba, lo que más me dolía, lo que me hacía sentir una mierda de mujer, era desear en lo profundo de mi corazón que, llegado el caso, mi amante fuera el verdadero progenitor.

El día que bajó mi regla, sentí un alivio en el alma, y decidí que ya no podía seguir así, Joni había cambiado, en su locura imaginaba una vida nueva, juntos, lejos de Marcelo, lejos de mi hija, cada vez que me decía que me amaba era como que una daga atravesara mi corazón.

Me costó muchísimo, pero tuvo que entender que no teníamos un ‘nosotros’ por delante en el camino, podría haber sido mi hijo, como estaríamos en diez años más? y en veinte? le dije que si realmente me amaba como decía que me amaba, que solo se olvidara de mí, que borrara todo como si jamás nos hubiéramos conocido, y en esa última vez solo volvió a comerme las tetas a besos y luego se masturbó entre ellas, sentí su sexo entre mis pechos, constante, rudo, y aun me parece sentir en mis pezones el rico sabor a su semen.

Cerré mi persona hacia él, cerré mis ojos, cerré mi corazón, cerré mi alma, cerré mis piernas.

Hoy solo es un precioso secreto que guardo en mi corazón, veo a mi hija a unos metros balancearse en la hamaca de la plaza, que grande está! como pasa el tiempo! Marcelo la empuja levemente desde atrás para ayudarla en los movimientos, me mira a la distancia, me regala una sonrisa, recostada en el césped acaricio mi pancita, siento la vida latir dentro de él, disfruto el momento con la certeza de haber elegido el camino correcto, mi esposo volverá a ser padre, se merece eso y mucho mas.

Si te gustó la historia puedes escribirme con título LA IMAGEN EN EL ESPEJO a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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