Relato porno acosando al nuevo becario hasta la perdición

Un día más en la oficina, orgullosa de posarme en el asiento más alto, y qué mejor, que el de mi propia empresa, donde el sol iluminaba aquella planta del cuarto piso arrendado de un edificio ancestral, de estilo colonial, erguido con piedra volcánica y diseñado con madera en su mayoría.

Ahí, diseñamos trabajos para plataformas en línea, imágenes de páginas web y revistas de moda. Ropa, calzado y diseño de interiores principalmente. Tenemos un pequeño estudio de fotografía, una sala donde nuestros diseñadores trabajan, y al fondo de un corto pasillo está mi oficina y la de mi secretario personal, ambas amuralladas con cristales trasparentes, desde el suelo hasta el plafón.

Esa tarde, justamente miraba a través del vitral trasparente, al otro lado del pasillo, en la oficina del becario nuevo, donde de hecho debería estar mi mejor amiga y confidente, quien sin embargo se había mudado a Francia contratada por una respetable firma de moda. Espero que le valla muy bien, pero ahora, aquí en mi empresa, estaba ese tipo.

En su CV decía 23 años, Mariano se llama, pero yo lo miraba solo con un niño jugando a ser adulto. Se veía que era de casa rica, era tímido y aunque sabía hacer las cosas, aún faltaba mucho para que se ganará mi confianza. A decir verdad, no me agrada mucho, principalmente por la nostalgia de haber remplazado a mi mejor amiga y no aprovechar el puesto tanto como ella lo hacía día con día.

Yo soy una mujer de 38 años, modelo desde los 20 y empresaria desde los 28, nada es regalado. No mediré palabra, soy implacable, engreída, egocentrista y narcisista, en este negocio debes serlo si quieres progresar.

Tengo una maestría en diseño y comunicaciones. Así como un diplomado en diseño digital empresarial, y otro más de medios digitales. Mido 1.73m soy de cabello castaño por naturaleza, pero siempre suelo traerlo de un par de tonos más claros y ligeramente rojizo; siento que va mejor con mi tono blanco de piel, además de que combina con mis pezones rosados, casi llegando a rojo, por si queréis fantasear con ellos en este relato. Mis medidas son 88-62-86, debo tener un buen cuerpo, en este ramal empresarial la imagen lo es todo.

Aquella mañana era un día muy peculiar, estaba experimentando uno de esos momentos donde te pones un tanto receptiva, por así decirlo. Creo que todos pasamos por eso, hombres y mujeres por igual, estoy segura que recuerdan al menos un instante en el que se sentían un tanto excitados sin saber ni por qué.

Bueno, pues eso era justamente lo que me pasaba, Mientras tecleaba como loca en mi ordenador, afinando detallas, respondiendo correos, y corrigiendo errores, al mismo tiempo algo pasaba en mi cuerpo, no sé realmente cómo describirlo, pero era ese recordatorio de que había pasado mucho tiempo desde el último follón, y que ya va siendo hora. Ese, que siempre llega inoportuno y con aires de urgencia, demasiado intenso para ser sincera.

Me sentía extremadamente sensible, como su estuviese hasta el tope de éxtasis en aquellos días universitarios en el club nocturno. Podía percibir cada mínimo detalle en la brisa de la tarde sobre mi piel sedienta de caricias, especialmente en mis piernas y mis pechos, rogándome por masajearlos un poco.

De pronto la ropa me estorbaba, como si la llevase puesta por semanas sin haberla lavado. La blusa roja que vestía bajo mi chaleco negro entallado, comenzaba a ser demasiado sofocante. Y aquella falda negra ceñida a la altura de mis rodillas, me raspaba la piel, pese a la costosa calidad de sus telares.

Inconscientemente mi mano no dominante se distraía constantemente bajo mi escritorio para acariciar mis piernas, mis muslos y un poco más allá. En ese momento volteé a ver a mi compañero sumergido en la pantalla de su ordenador. El pobre tenía trabajo como para aventar a los cielos por montones. No me miraba, pese a que bien podía hacerlo, ya que mi escritorio se encontraba de lado al suyo. Digamos que sí mi escritorio estaba direccionado al oeste, el suyo estaría viendo al sur.

En esta perspectiva podría ver perfectamente lo que sucedía bajo mi escritorio, pues mi costado derecho le quedaba justo de frente. Muy preocupada no estaba, no es que me molestará, acostumbrada estoy a las miradas al modelar por años frente a grupos de desconocidos, en algunos casos completamente desnuda.

MARIANO

Mi vida nunca fue complicada en el plano económico, pero tal vez si en el afectivo. Siendo único hijo, tenía poco más de 10 años cuando mis padres se divorciaron. A esa edad todo fue muy difícil de entender, los gritos, las discusiones, las amenazas, los llantos y las maldiciones, temas recurrentes del día a día. Para mí solo eran papá y mamá, no sabía de infidelidades, de conflictos económicos ni de pugnas por la custodia que podían existir dentro de una pareja.

Mi padre dio por finalizada la historia de aquella familia clásica, divergiendo caminos hacía la producción de cortometrajes de tv, decidido al fin, por una propuesta pendiente que hacía tiempo le rondaba en la cabeza, y que conllevaba mudarse a México, lejos de nuestra natal Argentina.

A pesar de que nunca me faltó nada ni por parte de mamá ni de papá, tuve que hacerme a la idea de que mi padre ya no estaría presente en mi vida. Mi madre era una mujer independiente y pronto rehízo su vida, en tanto, mi padre prefirió no abrirse al amor nuevamente y solo saltar de flor de flor según se diera la oportunidad. Él siempre estuvo presente, aunque la distancia no dolía tanto ya que hablábamos mucho, y seguido me enviaba más dinero del que yo podía gastar.

La relación entre mis padres fue mejorando con el tiempo, tal vez la distancia, tal vez la independencia, era loco, pero así se dieron las cosas.

Cuando llegué a mi mayoría de edad y fui dueño de mis decisiones, opté por un cambio de aires, probando suerte en México. Casi nadie tiene la oportunidad de conocer nuevas culturas, otro país, otras vivencias, otras costumbres, y al menos yo no dejaría pasar ese regalo del destino. Además, le había regalado muchos años a mi madre y me sentía en deuda con papá, pues, con todo, él nunca se había olvidado de mí.

Y ahí fui, pasados mis 20 años, con un mundo de ilusiones bajo el brazo. El reencuentro con mi padre después de tantos años fue mejor de lo imaginado. Fue cómico, porque yo no le recordaba ese acento un tanto mexicano que se le había pegado con el tiempo, estaba un poco avejentado, pero con la misma sonrisa cómplice de siempre. Él gozaba de una excelente posición económica, se

codeaba con estrellas de la tv y sin dudas había encontrado su lugar en el mundo, pero a pesar de todo, le dejé muy en claro mis ideas, yo quería ser independiente, tenía mis férreas convicciones de estudiar robótica industrial, muy alejado de sus gustos del ambiente artístico, además quería trabajar por mi cuenta para ganarme mis propias monedas. Tenía mi orgullo y no deseaba sentirme un mantenido.

Así fue como armé un escueto currículo, sin tener mucho por decir. Papá tocó algunos contactos para darme una mano en el tema, en poco tiempo estaba como becario (como lo llaman por estos lados) en una empresa de una ex modelo muy conocida en la CDMX.

Nunca me animé a inquirir en el tema, pero siempre tuve la íntima sospecha que solamente fui contratado por ser ‘el hijo de’ y no por un penoso CV que realmente decía poco y nada. Se me hacía demasiado obvio que habría muchas personas mejores que yo para ocupar ese puesto.

Elizabeth (ese era su nombre) me dio la oficina a un lado de la suya, separados tan solo por un estrecho pasillo y enormes vidriados que delineaban nuestros sitios de trabajo. Me advirtió que estaba ocupando un sitio donde había que llenar unos zapatos demasiados grandes, y pronto sentí una montaña de trabajo sobre mis hombros.

En poco más de un mes, ella, la ex modelo, es decir, mi jefa, se transformaría en mi más oculta fantasía. Yo había estado en la intimidad con bastantes chicas, pero con ninguna mujer madura como ella. Simplemente era ‘una tremenda mujer’, avasallante, imponente, segura de sí misma. La veía como si fuera un gigante y a su lado me sentía insignificante.

Cada mañana el exquisito aroma de su perfume me hacía notar su presencia, aun antes de que pudiera verla. Siempre vestía perfecta, elegante, con sus cabellos perfectamente acomodados, su rostro delineado tras un escueto y justo maquillaje. Su silueta perfecta, era como un ángel del infierno; con sus altos tacos repiqueteando por el lugar, casi siempre dibujada en esos trajecitos importados, con polleras a media pierna que invitaban a imaginar. Su voz sabía a cantos de sirenas y su mirada a pecado, sus labios invitaban a morder la manzana prohibida pero claro, yo solo era un insignificante principiante.

Muchas veces, sin que ella lo notara, cuando estaba embebida en su trabajo, disimuladamente la espiaba por sobre mi computadora, u ordenador como lo llaman por acá, y me perdía en su perfección, sus manos llenas de anillos, donde claramente resaltaba en su anular una brillante alianza de matrimonio, hecho que me resultaba tentador.

Me deleitaba viendo sus muslos perfectos cuando inevitablemente, al sentarse, su falda se levantaba más de lo recomendado. O cómo casualmente se acariciaba una gargantilla con su inicial pasando demasiado cerca de sus pechos. O como solía morder la lapicera con sus labios pitados con ese tono brillante. Todas esas situaciones me llevaban a imaginar cosas que nunca sucederían.

Generalmente esas cosas terminaban de la misma manera, cuando ella levantaba la vista hacia mi lado, y yo me desesperaba por evitarla; como un niño que se ve sorprendido por una travesura, sintiendo la piel de mi rostro ardiendo en vergüenza y con una terrible erección entre mis piernas que me era imposible de evitar.

ELIZABETH

La relación con mi joven becario era estrictamente profesional, a veces ni nos saludábamos. Cuando él llegaba yo ya estaba en mi oficina, y ahí, no se atrevía a asomarse a menos que fuese jodidamente necesario. Bien sabía que detesto las interrupciones, especialmente para tonterías así. Lo mismo a la hora de salir. No se lo permitiré. A decir verdad, no me cae muy bien, principalmente por la nostalgia de haber remplazado a mi mejor amiga y no aprovechar el puesto tanto como ella lo hacía día con día.

Lo que más aborrezco de él son sus miradas indiscretas, ¿qué le pasa? Es decir, ¿acaso nunca ha visto a una mujer? Nunca pierde la oportunidad para espiarme entre los escotes, intentando mirar un poco más adentro en mis pechos, como rogando porque la gravedad le apartase mi ropa de en medio, y cuando le doy la espalada, sus ojos se funden en mi trasero como perro hambriento.

Sí entiendo, es joven, ok, y mis senos son grandes y provocadores, perfecto, tengo un buen trasero firme y bien parado, acentuado por mis vestidos y faldas entalladas. Sí, pero un poco de disimulo. La discreción no es lo suyo, es que ni estando frente a él puede apartar la mirada de mi cuerpo. Cariño mis ojos están en mi rostro no en mis pezones, por dios. Pero lo que realmente más me irrita es que no puedo dejar de hablar, ni pensar en él.

Especialmente en este maldito día, caluroso y caliente como ningún otro. Mis manos recorrían mis piernas, sudaba en frío, temblaba y mi respiración se agitaba. Realmente necesitaba masturbarme, o en su caso un buen follón. Pero no con el becario nuevo, jamás, ni que tuviera tanta suerte. ¿O quizá?

Feo no está, seguro, tiene un rostro muy lindo y se nota la diciplina en su cuerpo, de experiencia sé que una figura así no se consigue por casualidad. Me pregunto a qué gimnasio irá, no me gustaría topármelo un día. ¿O sí?

¿Y por qué no me miras? Todo el tiempo acosando mi cuerpo como el adolescente depravado que eres, y justo ahora me ignoras, ahora que necesito tus miradas, ahora que necesito sentirme deseada, ahora que estoy dispuesta y excitada. Quien sabe, quizá tendría un poco de suerte ese día.

Pero nada, el muy cabrón tenía su total atención en la pantalla de su ordenador. Y yo, ahora me tocaba con total descaro; había desplazado mi silla de ruedillas un poco hacia atrás para exponer por completo mis piernas, las cuales abría de par en par, segura de mi inadvertencia.

Era excitante, nunca lo había hecho, pero exhibirme en la oficina, a un joven desconocido, me estaba poniendo a mil. Sentía como mi cuerpo me agradecía aquellas caricias explicitas dopándome con todas esas drogas naturales que adormecían mi cuerpo, aligerándolo y al mismo tiempo llenándome de euforia. El coctel perfecto para cometer estupideces.

Entonces me encaminé, desfilando como en pasarela, escuchando la sinfonía de mis tacones resonando, primero sobre el suelo alfombrado desde mi oficina, pasando al otro lado del pasillo, donde se escuchaban mis tacones estridentes en la madera natural bajo mis pies, hasta llegar a la oficina de aquel chico, quien finamente me miraba con terror al acercármele.

-¿Cómo vas? -Le pregunté apenas atravesando la puerta siempre abierta de su oficina. -Ya terminando. -Me soltó la mentira más grande de la tarde. Nervioso, me sonrió un poco, para enseguida apartarme la mirada y continuar con su trabajo.

Le miré con pena, sonriendo hacía mis adentros por el culposo placer de mirar el exceso de trabajo ajeno, al tiempo que me recargaba sobre un pequeño escritorio a un costado del suyo, medio sentándome, pero sin dejar de apoyar los pies en el suelo, cruzando las piernas tanto como mi ajustada falda a la altura de las rodillas me lo permitía.

Lo observaba como si mirara una serie de tv. Casi como si no estuviese ahí físicamente. Él se ponía cada vez más nervioso, quizá pensando que le estaba presionando. Yo me acomodaba los anteojos, inexpresiva. Enseguida me reincorporé, y así cómo había llegado, me fui a supervisar el trabajo en el estudio, siempre ajetreado de modelos y colaboradores externos. Dejando al pobre chico anonadado, así cual psicópata abandona la escena del crimen.

MARIANO

Conforme pasaban los días y me hacía al hábito de mi nuevo empleo, esas horas en la oficina se me hacían el centro de mi vida, incluso por sobre mis expectativas de estudio que habían quedado en un segundo plano.

Elizabeth era tan intrigante como desconcertante, por más que lo intentaba jamás podía descubrir qué pensaba realmente de mí. A veces era la más comprensivas de las jefas, pero a veces solo me trataba como un perro, y me provocaba esas sensaciones de amor y odio al mismo tiempo.

Yo sabía que tenía que medir muy bien mis pasos, y no podía dar uno en falso. A veces mi percepción era que ella solo jugaba conmigo y se abusaba de mi inocencia, pero ¿qué podía hacer al respecto? No podía abordarla en un intento de conquista, ella tenía esposo, era mayor, y era mi jefa. Era una locura, mi locura, ella podría hacer un escándalo, incluso hablar con mi padre sobre el tema, situación incómoda por demás.

Yo solo me conformaba con mirarla, con imaginarla, con dibujarla, es que me causaba tanta intriga…

Fuera de mi horario laboral, solía pasar mucho tiempo con mi notebook buscando en Google sus fotos y videos de sus días de modelo, es que era perfecta, sus pechos, sus caderas, sus piernas, ella siempre había sido muy audaz, siempre jugando al borde entre lo erótico y lo porno, pero jamás había llegado a ser burda, o mostrarse como puta.

Por eso, en mis tiempos laborales, solo podía llenarme los ojos con su perfección, solo podía imaginar, o tratar de ver en su camisa el nacimiento de sus tetas donde irremediablemente se perdía esa inicial de la bendita gargantilla. Imaginar su corpiño, o brassier como llaman por estos lados con bordados y transparencias. Ver su hermoso trasero ir de lado a lado en su andar, tratando de encontrar marcados los elásticos de una diminuto colaless perdida en la nada.

Es que cuando ella me miraba a través de sus sexis lentes de aumento y me impartía órdenes casi a los gritos, yo solo podía verla completamente desnuda, tratando de adivinar si mi jefa se depilaba su rica conchita, cosa que me hubiera gustado saber en ese momento.

Me hubiera gustado tanto saber cómo era su sexualidad; si se tocaba, cómo eran sus pezones, cómo era en la cama, si su esposo la complacía y hasta adivinar si tenía algún amante, o si era infiel, quería saber cómo era su auténtico aroma a mujer, por fuera de ese perfume que solía usar.

Como esa mañana; ella estaba distendida, distinta, rara, por primera vez no la veía mover los dedos sobre las teclas de su notebook, un tanto retraída sobre su silla, sin notar que yo la observaba apenas por sobre la pantalla de mi equipo. Y esa mañana, me había asegurado de colocar mi pantalla bien contra la pared, para que nadie viera, y no pude resistir de ver las mismas fotos que veía en casa, era una locura, pero sentía en ese momento que mi verga dura podía partir el escritorio en dos.

Cuando ella se levantó y caminó cansinamente desde su oficina a la mía deseé que la tierra me tragase. Sentir sus tacos en el piso y su perfume llenando mi espacio fue aterrador, sentí que la respiración se me cortaba, mi corazón palpitaba con tanta fuerza que parecía saltar de mi cuerpo, mis torpes dedos intentaban sin éxito cerrar la sesión de mi perfil.

Y ella llegó, dio algunos rodeos, algo me dijo, pero estaba tan nervioso que ni atención le presté, sentí mi frente transpirada y como un par de gotas frías rodaban por mi piel. Ella se apoyó contra el escritorio, tan cerca mío que podía sentir su fresco aliento, tragué saliva y me contuve para no intentar morderle los muslos.

Elizabeth me regaló una sonrisa y solo se fue, dejándome de regalo la imagen de ese precioso culo que se cargaba, adivinando que sabía perfectamente como lo miraba y dejándome ese sentimiento de jugar conmigo al gato y al ratón.

Confieso que después que ella me dejara a solas, fui al pequeño baño de uso común que disponíamos y necesité descargar toda la presión contenida, mi verga seguía dura como un mástil y mi slip impregnado en ese primer jugo de una excitación contenida. En mi imaginación di riendas sueltas a mis fantasías; es que ahí sí podía tener total control de la situación, podía ser el macho y no estar de rodillas a sus pies, en mi cabeza ella venía a increparme como acostumbraba a hacer y yo solo la tiraba sobre el escritorio para hacerle el amor como un salvaje, a la fuerza, sin rodeos, nada importaba. Yo solo tenía el control y ella era mi perra, me saciaba llenándole todos sus agujeros, su concha, su boca, su culo, Elizabeth solo gemía descontrolada, y sentía sus afiladas uñas lastimando mi espalda, yo solo ya no podía…

Cuando terminé y la excitación había pasado, recompuse mi postura, me lavé el rostro con agua fría y me quedé un par de minutos viendo mi rostro reflejado en el espejo.

Luego volví a mi oficina, a mi silla, tenía demasiado trabajo pendiente, como cada día, pero por alguna extraña razón ya no podría volver a concentrarme, mi mente buscaba respuestas que no encontraba, perdida en un laberinto sin salida, solo miraba a través de los vidrios, ella aun no regresaba, solo observaba su lugar, su escritorio su silla, su puesto de mando, en mi nariz aún llevaba impregnado su perfume, cerré los ojos, me sentí perdido

ELIZABETH

Daban las siete con cuarenta de la tarde y regresaba a mi oficina, de reojo miré al pobre chico exactamente como lo había dejado por la mañana. Aún debía poner al corriente los pendientes que le había heredado su antecesora en el puesto.

Todo mundo se había marchado, el primer turno terminaba a las cuatro y el turno de apoyo hasta las ocho. Todos los días son diferentes y se suele rolar los horarios, excepto yo claro, que trabajo de sol a sol y un poco más. Sin embargo, aquel becario nuevo, debió terminar su jornada como mucho a las seis de la tarde.

Retomé postura recta frente a mi escritorio y el sonido del teclado comenzaba a resonar furioso en el ahora pacifico lugar. La algarabía del medio día se había apagado. El despacho estaba vacío, ya no quedaba más que hacer, sino actividades administrativas.

Crucé mis tobillos coquetamente tranzando uno de tras del otro, y me terminé de subir mi falda hasta donde terminan las piernas y comienzan los glúteos. Ahí donde mis medias se entallaban en mi piel con los encajes de su tela, afianzada con el broche que impedía su caída, sujeto a la lencería que rodeaba mi cintura.

Lo miré de nuevo, y esta vez nuestras miradas se cruzaron. Pude notar cómo sus ojos se abrían sorprendido, desviándose de mi rostro hasta donde mis manos sobaban mi cuerpo. Inexpresiva, le arrebaté la mirada. Acomodé mis anteojos en mi rostro y continué con mi trabajo.

Ya no era el morbo del momento lo que me motivaba a exhibirme, más bien era el descaro sin misericordia de seducir a aquel chico, lo que me encantaba del momento.

Quizá quería adelantar el trabajo a rezago, pero no. Nada, ese tipo se había quedado ahí por mí, disfrutando del pequeño espectáculo que le estaba dando, seguramente creyendo que tendría suerte conmigo.

Que equivocado estaba, y que ni crea que le pagaré las horas extras. Si no se había largado era por su propia decisión, nadie le obligaba. Pero eso sí, si quería admirarme un poco más, había que hacerle al tonto un poco más.

Lentamente entremetía mis dedos, ahora por debajo del escote de mi blusa roja, rozando sutilmente mis suaves senos 34B, tanto como el chaleco aprisionándolas me lo permitía, con el riesgo de exhibir más de la cuenta, pues para ese conjunto, el sostén se había quedado en casa, y debajo de aquella blusa casi transparente, solo estaban mis bellas tetas desnudas.

El reloj marcaba la vigésima primera hora del día, y aquel chico seguía ahí, firme en probar su suerte. Entonces me di cuenta que era demasiado, incluso para él, así que me puse de pie, apagué mi ordenador y me encaminé a la salida.

-¿Terminaste ya? -Cuestioné con patanería, insinuando al mismo tiempo que era hora de irse a casa. -Recién termino la redacción para el artículo que nos encargó la revista. -Respondió al borde de un ataque de pánico, mirándome acercarme a la pantalla de su computadora para revisar su trabajo.

Lo leí atentamente sin tomar asiento, recargándome en su escritorio para pararle la cola, sensual y sugestivamente. Para su fortuna y para mi desgracia, lo había hecho muy bien. Aunque me habría gustado reprenderle en su primera entrega, no había excusa para hacerlo.

-Está muy bien, pero le falta más apoyo visual. -Añadí, con un plan maquiavélico entre manos. -No tengo más imágenes, habría que pedir apoyo con Gabriela, la chica de diseño. -Necesito una modelo que de coherencia a lo que se está explicando. -Insistí.

-No creo que haya tiempo para una sesión de modelaje. -Me respondió, tímido. -¿Sabes manejar una cámara? -Por supuesto, pero… -Perfecto, apaga tu PC y acompáñame. Te espero en el estudio. -Finalicé, marchándome a paso firme y sin mirar atrás.

Una vez en el estudio, encendí las luces, posicioné los reflectores y la cámara; recreando aquel protocolo que tantas veces había observado. Justo en el momento en que Mariano entraba. -La cámara está ahí. -Señalé. -Serán dos tomas, de cuerpo completo y de medio cuerpo para cada una. -Ordené, sin más. Alistándome para la sesión por encima en mi vida, mientras el chico programaba la cámara fotográfica posada sobre su trípode, apuntando al centro del escenario, donde yo aguardaba pacientemente.

Enseguida el capturador comenzó su trabajo y yo con el mío. Después, el joven debutante desempotró la cámara de su base y la acercó para las tomas restantes. Al conteo de diez o quince capturas más, me alejé del escenario y me encaminé al guardarropa que estaba en un castado. Tomé un lindo vestido y salí de las sombras, posándome en medio de los reflectores.

Manolo posicionaba la cámara de nueva cuenta sobre el trípode, al tiempo que yo me desabotonaba el estrecho chaleco frente a él. Lo disimulaba bien, pero sé que se moría de ganas por voltearme a ver, pues sabía lo que estaba a punto de hacer.

Relato porno acosando al nuevo becario hasta la perdiciónSus manos temblaban y sus dedos tropezaban intentando hacer las configuraciones necesarias, cuando finalmente liberaba mi torso, debelando mi linda blusa de telares carmesí, que dejaba ver mis firmes senos tras de sí.

Mariano apuntaba el obturador hacia mí, mirando a través de éste, cómo deslizaba la cremallera de mi falda para hacerla caer a mis pies, exhibiendo mis medias a medio muslo, enmarcando mis bragas de finos encajes. Enseguida me di media vuelta, dándole la espalda a mi joven fotógrafo de turno, permitiéndole verme mis nalgas ahora a viva piel. Así me quité la blusa y sin voltear en ningún momento, me entallé el vestido y continué con el modelaje.

Así finalizamos aquella sesión. Me había encantado, aquella sensación de poder y seducción me embriagaba placenteramente, realmente lo disfrutaba mucho. -Con esas tomas es suficiente. Envíaselas a Gabriela para que haga los retoques necesarios. -Le ordené al afortunado chico. Todavía sin creer lo que acababa de presenciar.

MARIANO

Tenía un largo trabajo por delante, miré la hora en mi celular que descasaba sobre el escritorio, el tiempo había pasado volando. Cuando todo había culminado, volví a mi escritorio, el silencio del lugar lastimaba mis oídos y aun trataba de reacomodar las ideas en mi loca cabeza.

Respiré profundo, buscando en segundos eternos respuestas que no tenía, me asomé a la puerta a ver por el pasillo, con la tonta esperanza de verla a volver, no sé, tal vez quisiera tener sexo conmigo, pero no. Apenas algunos ruidos llegaban desde el otro lado, compañeros de trabajo haciendo sus rutinas y bueno, solo bajé la mirada, como ella solía decirme, era solo un ‘pinche becario’.

Me deshice con esfuerzo de esos nubarrones oscuros que poblaban mis ideas, traté de alejar mis fantasías de un encuentro sexual con aquella mujer y me puse a trabajar. Tenía que preparar unas notas para una importante revista y sabía que tenía una buena oportunidad entre manos, no podía dejarla pasar. Escribí y reescribí, borré una y otra vez, leí y releí, hacia adelante y hacia atrás, de arriba abajo, es que todo debía encajar y estar más que perfecto.

Era demasiado trabajo, en verdad, cada día tenía demasiado trabajo, pero esto superaba todos mis los límites, además había gastado demasiado tiempo en esa loca seducción que me llevaba al abismo. Mientras movía mis dedos a velocidad de la luz sobre el teclado, maldecía a Elizabeth, mi jefa; entre que quería cogerla y me enloquecía, pero también me hacía sentir como un esclavo.

Perdí la noción del tiempo, mi jornada se hizo insoportable, en la soledad de mi prisión solo tenía algunos respiros para tomar algún que otro café quemado y mal oliente, mordisquear un sándwich de ocasión, o al menos, para ir al baño antes que mi vejiga explotara.

Miré por la ventana que daba al oeste, los contraluces de la iluminación me trajeron al presente y me dejaron notar que el sol se acercaba al horizonte, miré la hora nuevamente y me maldije. Se suponía que tendría una clase en la facultad a la que no podía dejar de asistir. Respiré resignado, me quedé mirando la pantalla como tratando de justificarme a mí mismo, por lo que estaba sucediendo.

En eso, un rico perfume me puso en alerta, reconocí ese aroma a pecado, luego los finos tacos repiqueteando en el piso de madera se hicieron más y más fuertes hasta que ella llegó a su oficina. Me miró a través de los vidrios, creo que no esperaba encontrarme aun trabajando, y a mí también me tomó por sorpresa. Supuse que era demasiado tarde para que aun estuviese trabajando, pero claro, ella tenía que tener todos los detalles bajo control, hasta el más mínimo, esa mujer era un robot que nunca se cansaba.

Mi jefa se sentó en su silla, me quedé mirándola fijamente, directamente, ya sin rodeos, no me importó si ella lo notaba, o que pensara de mí. Elizabeth, entonces, subió su pollera un poco más de lo habitual, alcancé a ver uno de sus muslos en detalle, bien arriba, casi hasta la zona del pecado, creí entender a la distancia que tenía porta ligas y pareció reacomodar unos de los broches que sujetaban sus delicadas medias. No supe si fue intencional o eran solo ideas mías, lo cierto es que

esa imagen fue suficiente para lograr una nueva erección. Luego, volvió a ese juego inocente de su gargantilla, muy cerca de sus pechos en un perverso juego que me enloquecía.

De repente vino a mi oficina y me preguntó por el trabajo que me había encargado. No recuerdo que le respondí, pero de pronto estaba a mi lado, en una forma muy sexi, solo para leer mi escrito directamente dese mi notebook.

Soy muy detallista, muy responsable, muy perfeccionista, sabía que mi escrito era soberbio y no tenía fisuras, ella no encontraría reproches para hacerme, sin embargo, estaba nervioso y con las manos sudadas en transpiración, me costaba tragar saliva y la situación me desbordaba por todos lados. Lo curioso de la situación es que creí adivinar que mi jefa entendía que esta situación se daba por mi trabajo, pero no, en vedad su presencia tan cercana me llevaba a ese estado; observar sus curvas, su trasero exasperante, adivinar sus tetas bajo la ropa, imaginar sus pezones, sentir su respiración tan cerca de mí, el color de su piel…

Al fin terminó de leer, y noté su cara de sorpresa al no poder corregir nada, sin embargo, no pudo con su carácter y me dijo que unas fotos dicen más que un perfecto escrito, así que la nota no saldría sin las fotografías correspondientes. Le dejé saber que Gabriela, la chica que se encargaba de esas cosas ya se había retirado, y más. Seguramente nosotros dos éramos los últimos pasajeros de esa jornada interminable.

Elizabeth cometería un error de principiantes en este juego de ajedrez que proponía, me dijo que improvisaríamos unas tomas donde yo sería el fotógrafo y ella la modelo. Yo podía ser un ingenuo principiante, pero sabía bien que ella ahora era una importante empresaria y sus días de modelo de revista habían quedado en el pasado, ella cotizaba muy alto para aparecer de repente en unos ejemplares de media tirada. Acepté el reto, solo que esta vez sería diferente.

Empezamos a jugar en planos cortos y largos, entre luces y sombras, ella aún conservaba toda la magia y sabía jugar el juego de memoria. Sin quererlo me creí el personaje, me olvidé de que ella era mi jefa y solo me dejé llevar. En un momento, Elizabeth dijo que tendría que buscar unas prendas que encajaran con la campaña, así que la vi perderse en las sombras hacia un vestidor lateral.

Volví a montar la cámara sobre el trípode y me quedé a la espera, minutos más tarde ella volvió con un vestido entre manos para situarse en el centro del lugar donde la iluminación era perfecta, como si yo no existiera; dejó el vestido sobre un taburete, junto a éste, dejó su chaqueta, y finalmente su camisa. Su espalda desnuda marcada por algunos lunares, quedó expuesta a mis ojos, noté que no llevaba corpiño y traté de adivinar sus grandes tetas desnudas. Sus cabellos en tonos de rojizos caían por la gravedad, ¡qué mujer! Por si fuera poco, luego aflojó el cierre de su ajustada pollera y meneando con esfuerzo sus caderas la dejó caer al piso.

Era la primera vez, no podía creerlo, su enorme y perfecto culo estaba casi desnudo ante mis ojos, lucía un increíble colaless negra de encaje, y ese portaligas sosteniendo sus medias que ya había adivinado poco antes en la oficina. El blanco extremo de su piel contrastaba con los oscuros de su lencería, y yo parado ahí, casi al alcance de mi mano, casi desnuda, la mujer que me quitaba el sueño y era dueña de mis demonios, casi desnuda. Tal vez todo fuera normal para una chica de modelaje, pero no lo era para mí, una persona que pensaba en la robótica industrial.

Ella se puso el vestido rojo sangre para continuar con las tomas, yo estaba ciego como un toro y el color del vestido me supo a capa de torero, una terrible erección que se marcaba en mi pantalón y esta vez ya no intenté disimularla, terminamos con el trabajo, pero a mí ya nada me importaba.

Como si fuera lo más natural del mundo, terminamos el trabajo y me indicó que dejara el material a Gabriela. Enseguida fue unos pasos más adelante donde ya no llegaba la luz con nitidez y donde estaban sus pertenencias. Se suponía que ella volvería a cambiar sus ropas y yo debía acomodar las cosas del estudio, pero no, yo no quería eso, yo iba a tomarla ahí, ahí mismo, a la fuerza, no me importaba nada y que sucediera lo que debía suceder, o me ganaba una cachetada, perder el trabajo y la humillación con mi padre o tendría la cogida de mi vida.

Di dos pasos, decidido, con mi pija a punto de explotar, ella me daba la espalda sin notar mi avance cuando de repente sonó su móvil. Eso detuvo mi avance, Elizabeth atendió la llamada, la sentí decir ‘mi amor’, ‘mi vida’, de pronto tapando el micrófono me miró y me dijo con su acento mexicano. -Discúlpame chiquillo, es mi esposo.

Sentí una puñalada de hielo en mi corazón. ¿chiquillo? ¿Me decía a mí chiquillo? Me sentí nuevamente un miserable insignificante. Ella dialogó muy risueña entre tomas que no me interesaban. Pero ya era demasiado tarde, y necesitaba descansar.

Mi vida en ese empleo poco a poco parecía desmoronarse, cada día que pasaba en ese sitio parecía ser peor al anterior, era vivir en un estado de alteración permanente con ella, porque siempre me trataba distante, fría, haciéndome notar lo superior que era, la jefa, la dueña, la ama, y yo apenas un pinche que debía arrastrarse a sus pies a su mero antojo. Pero también tenía esos momentos de perversa y secreta insinuación, esos rasgos de mujer, esos juegos que no deben jugarse, y esa cuerda de tira y afloje que en algún momento podía cortarse.

Elizabeth parecía tenerme de títere, feliz de mover las piolas de mi vida, pero ¿cuál sería mi límite ¿Cuánto tiempo más podría soportar su constante humillación?

Viviendo en CDMX, aún estaba muy solo, había perdido mi círculo de amigos de mi querida Argentina, y si bien podía chatear con ellos o vernos por webcam, la situación no era la misma que una charla frente a frente como hubiera necesitado tener. Quería tener algún otro punto de vista de la situación, porque hubiera sabido muy bien cómo manejarla con una chica de mi edad, pero no con ella, con ella todo era diferente.

En algún momento pensé en hablarlo con papá, tenía la suficiente confianza y él seguramente entendería, pero siempre me faltó ese empujón final de valentía y cada vez que salía el tema de mi situación laboral terminaba yéndome por la tangente.

Sin que me diera cuenta, sin proponérmelo, mi empleo se había transformado en eje de mi vida, mis estudios facultativos habían fracasado, tenía el año perdido, se suponía que mis días de empleado serían sencillos, pero ella, en ese rol despótico que tan bien le sentaba, me absorbía todas las energías. Pero esa tarde, ella pagaría tanta crueldad…

ELIZABETH

Desde ese día nuestras actitudes cambiaron mucho. Aquellos juegos de miradas y exhibicionismo se hacían cada vez más intensos. Ese rol de mujer dominante me encantaba, y estoy segura que aquellas faldas cortas y vestidos ajustados no pasaban desatendidos por su mirada.

En más de una ocasión habíamos coincidido a solas nuevamente, pero nada, cada que percibía alguna insinuación de su parte, cortaba de tajo sus intenciones, dejando en claro que era una mujer mayor, casada y su jefa, a quien debería de respetar.

Sin embargo, he de confesar que llegué a fantasear con él en más de una ocasión, algunas veces, haciéndolo en la oficina. Una idea que me traía dando vueltas todos los días, especialmente aquellas tardes tranquilas en las que me abrumaba la oficina con su parsimonia, incitando a los más íntimos deseos. Fue justamente en uno de esos días, cuando finalmente sucedió, que ambos sucumbiríamos a la tentación.

El sol nos había abandonado. Ahora las penumbras de la empresa eran atenuadas solo por el par de luces pendiendo al centro de nuestras oficinas. El silencio era absoluto, tan solo armonizado por el tecleo incesante sobre nuestros ordenadores. Aquel chico le habría tocado el turno de la tarde, por lo que saldríamos juntos de la oficina una vez más. Seguramente estaría afinando detalles, pero yo, sinceramente ya no tenía pendientes. Aun así, no quería irme.

Era extraño, era como si algo me detuviese. Sabía que en casa no me esperaba nada realmente interesante; mi esposo seguramente aun no llegaría, o en su defecto estaría dormido ya. Como sea, me parecía más entretenido estar ahí. De alguna manera aquel joven becario me había regresado al juego, y me encantaba. Esas miradas, sentirme deseada, ser el centro de atención y la protagonista de sus más perversas fantasías, me llenaba de dulce placer.

Ahí, frente a mi escritorio, me preguntaba ¿cómo serían sus fantasías? ¿Qué pensaba realmente de mí? ¿Tendrá una joven novia como él o las preferirá maduras? ¿Pensará en mí fuera del trabajo? ¿Pensará en mí mientras se toca?

Porque yo sí. He de confesar que, en mis recientes sueños, estaba él, aquel joven aprendiz, de buen cuerpo y espíritu emprendedor follándome sobre el escritorio de mi oficina. Como si fuese en ese preciso día de tranquilidad en la oficina, cuando mi mano se inmiscuía bajo mi escritorio de tanto en tanto, rozando un poco mi entrepierna sobre mi Jumper de una sola pieza, color capuchino, el cual me daba total confianza de separar mis piernas por completo para poderme sobar libremente el centro de mi vagina, sintiendo inmediatamente cómo se inflamaba complacida.

Entonces volteé a ver a Mariano, quería que me viera, quería sentir sus ojos recorriendo mi cuerpo, trasmitiéndome su lujuria y excitación, haciéndome sentir deseada, y que sin embargo no pudiese hacer nada ha respecto. Pero en muy cabrón, ni se inmutaba. ¿Qué parte de secretario personal no entiende? Debe estar a mí disposición y para mí, cuando lo necesite. Y ahora lo necesitaba más que nunca.

Mi libido no daba tregua en mi cuerpo, me sentía como colegiala en celo. En verdad quería sentir aquella exquisitez en mi piel, necesitaba su complicidad para sentirme mujer, y poder conseguir, aunque fuese un pequeño orgasmo en aquella noche que cubría aquel ancestral edificio.

Miré nuevamente a mi ajetreado vecino intentando desesperadamente arrebatarle la atención. Me desanudé el cabello, dejando que se dejara caer hasta la altura de mi espalda media, acomodándolo solo un poco para despejar mi cara y cuidar que quedara perfectamente estirado. Pero no conseguía distraerlo de su trabajo.

Entonces me puse de pie fingiendo fatiga visual, dejé mis gafas sobre mi portátil y comencé a andar sobre el piso alfombrado de mi oficina, mirando de reojo a mi fiel y desinteresado compañero.

Dando vueltas como fiera enjaulada, finalmente me decidí. Ahora era algo personal. Me llevé las manos tras la nuca, y me desanudé los tirantes cruzados bajo mi cabello. Enseguida aquel mono cayó hasta mi cintura, dejando entre ver mis sensuales senos escondidos bajo la erótica lencería trasparente de una pieza. Nada era fruto de la casualidad.

Jugando coquetamente con mi cadera y mis piernas, finalmente me deshice del traje por completo, dejándolo olvidado sobre la alfombra a mis pies, ahora exponiendo mi depilada conchita caliente entre los encajes y los telares ausentes, donde mis labios rosados asomaban.

Tras un rápido vistazo a mi secretario, tomé asiento sobre mi escritorio. Ahí, mis manos comenzaron a recorrer mi íntima prenda negra y elegante, escondiendo mi natural piel blanca. Por un momento me perdí en mis propias caricias, inflamando mis pechos de a poco, jugando con su redondez y textura forrada con los sensuales telares.

Bajé mi mano derecha hasta mi entrepierna, acosando a mi desprotegida vagina, posando mi tercia de dedos medios sobre ella para comenzar a tocarme con extrema sensualidad y complacerla sin contemplaciones, como si estuviese sola.

Pero en ese momento sentí una presencia. Asustada, volteé a mi puerta, estremeciéndome al ver a Mariano mirándome fijamente aferrándose a su falo bien parado apuntándome como rifle antes de dar casa.

Me sobresalté e intenté vestirme nuevamente, pero aquel chico, inocente e ingenuo se acercaba a mí, paso a paso. -Aguarda, ahora mismo estoy ocupada. -Le dije, pero él hacía caso omiso, estrechándose a mi cintura. -¡Qué te vayas! Ahora no puedo atenderte. -Le grité enfadada, un tanto más nerviosa.

Nunca me hubiese imaginado que se atreviese a asecharme y entrar en mí oficina de esa manera. No lo tenía contemplado. Pero no le permitiría llegar más lejos, ya era demasiado. -Mañana nos vemos Mariano. Ya es tarde. -Le decía levantando mi traje del suelo.

Sin embargo, el tipo no cesaba sus intenciones, y al reincorporarme, me sujetó de frente por las caderas mientras yo intentaba cubrirme el cuerpo con mi ropa, arrugándola frente a mí. -¿Qué rayos haces? Soy tu jefa. Sal de mi oficina por favor. -Le indiqué, temblando de nervios y con el corazón a mil, mientras le daba la espalda para guardar mi notebook, momento que aprovechó para sujetarme firmemente de mi cintura, esta vez por detrás.

Asustada por su atrevimiento, le di un manotazo intentando alejarlo de mí, al tiempo que intentaba darme media vuelta para desaprisionarme. Pero no conseguí mucho, el chico era más fuerte que yo.

Fue hasta ese momento cuando comprendí el problema en el que me había metido. Ahora estábamos solos, y el edificio completamente vacío, salvo el guardia en la entrada, quien jamás escucharía lo que sucedía en el cuarto piso, por muy silencioso que estuviese.

Forcejaba, ahora completamente desesperada y aterrada. -¡Déjame idiota! ¡Estas despedido imbécil! ¡¿Me escuchaste?! -Le gritaba eufórica, suplicando porque me dejara, al mismo tiempo que sentía su viril pene enfilándose entre mis labios vaginales, abriéndose paso.

Ahí fue la primera vez que realmente sentí pánico. Estaba aterrada. No creía que estuviese pasando. Y me sentía culpable. Había presionado demasiado y se me había escapado de las manos. Por primera vez en mi vida no podía controlarlo y estaba realmente emputada por eso.

Sin embargo, una vez que su grueso pene conseguía penetrar mi vulnerable vagina, mi cuerpo me hacía pensar diferente. Por un instante todo cobraba sentido. Esas fantasías con las que solía tocarme en mis momentos íntimos, ahora estaban presentes, lo estaba viviendo. Y aquella falta de control, realmente no se sentía tan mal. Después de todo, sentirme sumisa por una vez en mi vida, me estaba gustando.

Entonces dejé de forcejear, relajé las piernas y comencé a acompañar el vaivén de sus embestidas, violentando mi colita complaciéndome con su verga dentro de mí. Lo siguiente fue una faena de sexo desenfrenado del que poco recuerdo. Estaba completamente drogada de placer, era como si estuviese viviendo una más de mis fantasías entre sueños, pero mucho mejor, porque podía sentirlo.

Al final, me recosté sobre el escritorio y el joven becario me tomó por las piernas, abriéndolas frente a él para seguirme cogiendo. Recuerdo que para ese punto ya estaba totalmente entregada a él y lo único que quería era hacerme venir con su pene ensartándome sin piedad.

Ahora aprovechaba la desértica oficina para gemir a todo pulmón, segura de que nadie me escucharía, al tiempo que comenzaba a sentir aquel aclamado orgasmo amotinándose en mí vagina. Miré a mi joven empleado como rogándole con la vista porque no parara y me diera más fuerte. Lo entendió y aumento el ritmo con las ultimas fuerzas que le quedaban.

Estaba a punto, realmente sentía que me venía, pero aquel chico disminuía un poco su ritmo. Me enfadé por la indecencia, y de una fuerte bofetada lo hice regresar a la carrera. Me gustó. Tanto, que le golpe de nuevo con la otra mano sin excusa alguna. -Estas despedido. -Le Gruñí, suspirando casi sin aliento, llena de éxtasis a punto de venirme, y le solté un golpe más, esta vez sin fuerza, sucumbiendo finalmente al desbordante placer dentro de mi mojada conchita, cual eyaculaba palpitando sobre su pene que impedía regar mi lechita afuera.

MARIANO

Los planetas parecían haberse alineado para que mi humor estuviera de lo peor, no había sido solo la cantidad de trabajo atrasado que tenía por delante, porque por más eficiente que fuera siempre había más de lo que un ser humano puede procesar. Venía ya con unos problemas personales que arrastraba de más de una semana, problemas en el departamento donde vivía y donde no conseguía que me dieran solución, además, aún tenía que arreglar algunos temas de documentación migratoria que tenía a medio camino y que siempre terminaba trabándose, por un motivo o por

otro. Para completar mi mala fortuna, mamá desde Argentina me taladraba las neuronas clamando por un regreso con no tenía en mente, pero ella sabía jugar con mis sentimientos de esa forma que las madres suelen hacer, poniéndome en piel de un villano.

Definitivamente no tenía un buen día, por si fuera poco, por la mañana comprobé que se había perdido el trabajo de una semana, un problema en la nube, en la notebook, ¿quién demonios sabría? Lo cierto es que obviamente fui el centro de todos los insultos y desprecios por parte de mi jefa, se molestó sobremanera conmigo, y recibí una catarata de agresiones despectivas y humillantes, supuse que los gritos se hubieran escuchado a la distancia y yo solo tragué saliva. Era lo único que podía hacer en ese momento, la situación me sobrepasaba y a veces solo quería agarrarla con fuerza por el cuello, ya no sabía qué hacer para complacerla; tenía la responsabilidad de un socio, trabajaba como un asno y cobraba como un pinche.

Dupliqué, tripliqué mi esfuerzo, mi orgullo no me permitía dar el brazo a torcer, trabajé más duro que de costumbre, aun sabiendo que no recuperaría todo lo perdido en al menos una semana más. Cuando ella volvió a última hora como hacía cada día, solo me propuse ignorarla, no me importó su perfume importado, ni sus tacos de reina repiqueteando en el piso del lugar. Ni siquiera me había gustado ese día, a mí me encantaban esos trajecitos ajustados que usaba, esas polleras pegadas a su piel que tan bien dibujaban sus curvas y dejaban notar esos muslos generosos y sugerentes, pero no, ella había optado por un conjunto entero de largo pantalón, holgado, con frente que se terminaba anudando en la nuca, en un marrón bastante claro que tampoco era de mi agrado. Esta vez ni levantaría la vista por ella, me juré no hacerlo, sentía mi hombría herida y estaba el borde de la explosión, todo terminaría de la peor manera.

Seguí con la vista perdida en mi notebook, tecleando y tecleando, pero en algún momento me invadió la incertidumbre, era todo silencio, las cosas no estaban bien. Fue cuando eché una mirada y la vi, mi jefa estaba casi desparramada sobre su asiento, casi desnuda, apenas con su ropa interior, un corpiño sugerente y una tanga que no alcanzaba a ver, pero si podía imaginar, ella parecía ajena a mi presencia y solo se masturbaba en una forma muy rica, perdida en su propio abismo.

Fue más que suficiente, mi verga se paró de repente, y supe lo que tenía que hacer, basta de ser el tonto de la película, me desnudé con prontitud y fui decidido a su oficina, la tomé por sorpresa, fue evidente, Elizabeth empezó a recular y trató de poner distancia, en forma física, y mental. Empezó con las excusas de que yo estaba loco, que era mi jefa, que me despediría y no sé cuántas cosas más. No sé si ella me escuchaba, pero le dije que era una puta y que la cogería toda, que ya nada me importaba. Logró zafarse de mis garras, me dio la espalda y una vez más contemplé la perfección de su culo y la forma en que se la enterraba la pequeña tanga, volví a aferrarla con fuerza y era obvio que ella no podría conmigo.

La sostuve con fuerza con una mano, con la que me quedaba libre llevé su notebook a un rincón del escritorio y luego con el brazo barrí todo lo que había sobre el mismo tirando todo al piso, biromes, anotadores, calendarios, adornos, hasta el teléfono celular. Elizabeth seguía protestando como una chiquilla, me insultaba, me amenazaba, me golpeaba con todas sus fuerzas, pero a mí solo me sabían a caricias, al fin los personajes habían cambiado, ahora tenía todo el poder, me sentía gigante y veía el terror en sus ojos, sus palabras suplicando clemencia sabían a placer de venganza en mis oídos.

Forcejeamos, y en esos forcejeos al azar mis dedos se engancharon en las tiras de su tanga, tiré con fuerza y la delicada prenda crujió pidiendo piedad. Poco a poco las finas transparencias cedieron y mis ojos se llenaron con su ropa interior desgarrándose entre mis falanges, me supo a éxito, al fin podía ver entre la prenda a medio romper su hermosa conchita completamente depilada.

Las cartas estaban echadas, Elizabeth ya estaba de espaldas recostada sobre el escritorio, aun se resistía si tener éxito en sus intentos, su piel blanca resaltaba a contraluz de la oficina, abrí sus piernas abusando de mi fuerza y en un embate se la metí toda arrancándole un suspiro contenido.

Empecé a darle con fuerzas, una tras otra, sentía mi sexo mojarse con la humedad del suyo, en cada empellón sus pechos se movían como olas de mar, sin principio, sin final, su teta izquierda aún estaba cubierta por el sostén y la transparencia me dejaba dibujar un hermoso pezón que se escondía con timidez, su teta derecha no había tenido tanta suerte, en los forcejeos había escapado de su protector y se notaba vívido, en primer plano, con un hermoso pezón rosado rodeado por una sugerente aureola. Mas arriba, su rostro desencajado estaba ladeado, con sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos, jadeando como zorra con su respiración entrecortada.

Quería hacerle tantas cosas, en esos momentos que acariciaba su cuerpo solo venían a mi mente imágenes de ideas agolpándose una tras otra, quería sentarme entre sus piernas, y comerle la conchita a besos; quería girarla, con sus enormes nalgas a mi disposición y poder sodomizarla, quería metérsela en la boca hasta arrancarle arcadas y llenar su garganta con mi leche, quería tantas cosas.

Mis dedos inquietos fueron a jugar entre nuestros sexos, noté cuan mojada estaba y como sus jugos había mojado todo alrededor, no supe si lo notó, pero mis falanges llegaron a su esfínter y fue muy caliente para mi notar como su culito de puta se abrió con suma facilidad ante mi avance, no pude aguantar mucho más, no quería hacerlo, pero como una descarga eléctrica descargué en un segundo mi más profundos deseos contenidos desde el mismo día que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, al fin terminaba de cogerla, como puta, como zorra.

Me retiré tratando de recuperar mi respiración, la miré aun desparramada sobre su propio escritorio, su sexo estaba lleno de mis jugos y eso no tendría retorno, ahora solo bastaba saber cómo seguiría la historia.

ELIZABETH

Aquella noche, al regresar a casa, me sentí terrible. Mi esposo jamás se enteraría, pero mi conciencia no me dejaba en paz. No sabía que era peor, sí mi mente atormentándome con la culpa de la infidelidad, o con el vivido recuerdo de aquella noche de pasión indebida, cual recreaba día con día y noche tras noche. Con ese lindo joven becario cogiéndome sin piedad sobre mi propio escritorio.

De cualquier forma, debía detenerlo. Hablé con su padre, quien desde hacía tiempo se mantenía al pendiente del desarrollo de Mariano, y negocié un intercambio. Se trataba de un nuevo proyecto en colaboración con una empresa argentina; al cual pondría a Mariano como responsable en un importante puesto, y a cambio su padre financiaría parte del mismo, funcionando como accionista.

Era lo mejor que podía hacer por el bien de ambos. No podía despedirlo, pero tampoco podía estar cerca de él nunca más, por más que lo desease.

MARIANO

Cuando una copa de cristal se rompe, no hay manera de arreglarla, se pueden unir los fragmentos, pero siempre se verán las líneas marcadas como cicatrices, de manera que cada vez que veas esa copa, esas marcas te recordarán lo que había sucedido.

Lo mismo sería en adelante mi relación con Elizabeth, el recuerdo de lo sucedido estaría siempre presente, en cada gesto, en cada mirada, en cada insinuación. Y las cosas habían cambiado de repente, ahora me sentía en control de la situación, pero ella, la mujer perfecta, la mujer gigante, la mujer egocéntrica y narcisista, esa mujer, parecía tener el mundo patas para arriba. Su actitud conmigo había cambiado, fría distante, su mirada evasiva, era evidente que sentía en el alma el peso de su infidelidad, y era evidente que se sentía culpable de haberme presionado tanto hasta llegar a pasar los límites.

Muchas veces traté de acosarla, de arrinconarla, de hacerla entrar en juego, pero Elizabeth sabía muy bien como escaparse, como escurrirse, como evitarme.

Lamenté demasiado esa situación, prefería mil veces a la jefa despótica, a esa que siempre estaba pisándome la cabeza, la que no me dejaba respirar a esta situación presente, donde ella estaba distante, indiferente, fría como el hielo.

A pesar de mi juventud pude ver que todas mis fantasías de mantener un amorío con mi jefa se habían marchitado en un abrir y cerrar de ojos.

Llegó el momento de sentarme frente a frente con mi padre, resultó que ella había hablado con él, y escuché con un marcado sarcasmo pintado en los labios su parte de la historia, la forma de comportarse de mi jefa me supo a traición y bajeza, un cuchillo hiriente por la espalda.

Solo respondí a mi padre lo justo y necesario, como un caballero tragué las palabras que no debía decir. Un nuevo cambio de aires me sentaría bien, cerrar la historia y volver a mi tierra, mis amigos, mi madre, nuevos proyectos.

El avión carretea raudamente por el asfalto impregnado por una tenue llovizna, hay un bullicio mesurado en las personas que me rodean, miro por la escueta ventanilla hacia el exterior, solo veo sin ver, en mi mente se cierra poco a poco la historia con Elizabeth, la mujer que me hizo hombre.

FIN

Consultas, sugerencias, opiniones, escribir a dulces.placeres@live.com
Historia co-escrita por »erothic» y »dulces.placeres»


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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