Relato xxx de alumna a maestra, parte 3: Cena de gala

Sabía que era una cena de gala, tenía intenciones de lucir algún vestido de largo, de esos hasta el piso, pero mi osito tenía otras ideas en mente, el prefería alguno corto, provocativo, de esos para lucir mis curvas, honestamente sabía que había una delgada línea que separaba vestirse sexi de vestirse vulgar.

Pero también sabía que a mi marido le excitaba mostrarme como puta, el disfrutaba de lucirme como su joya preciosa, la forma de mostrar a su entorno que su posesión más preciada era para otros objeto de deseo.

Si aún no leíste el relato anterior puedes hacerlo pinchando aquí.

Era raro de alguna manera, mi esposo ya no me cogía, y yo vivía de infidelidad en infidelidad, con su consentimiento y sus teorías de separar el sexo del amor en verdad funcionaban, al menos para nosotros, porque yo amaba a Esteban por sobre todas las cosas.

Al caer la tarde fui a tomar una ducha, estaba tranquila, me tomÉ mi tiempo, me puse una toalla para recoger mis cabellos y fui desnuda con mi cuerpo húmedo al lavatorio, frente al espejo, casual, solo me quedé parada frente a él, mirándome, en silencio, me sentí bonita, mis pechos eran grandes, con llamativas aureolas rodeando mis pezones, mi vientre plano, mis caderas, mis piernas torneadas, mi cola respingona, mi rostro, mis labios gruesos y marcados, mis ojos pecaminosos.

En fin, era toda una mujer segura de sí misma, que se sabía deseada, que tenía el control, lejos de aquella adolescente timorata, insegura, miedosa, ahora me había convertido en una loba que salía a comerse el mundo, y eso se lo debía a mi marido, el gran Esteban Pontevedra.

A todo esto, mi marido necesitaba el baño, así que así desnuda como estaba, con solo la toalla en la cabeza pasé a su lado rumbo al dormitorio, a mi paso el me dio una fuerte nalgada que me sonó caliente, al tiempo que me murmuró lo puta que era.

Solo reí, parte del juego había sido provocarlo y había dado sus frutos.

vestida de cena de gala muy putaSobre la cama descansaba la ropa que debía ponerme, una colaless blanca con encajes, la calcé entre mis piernas y las subí hasta hacerla perder entre mis glúteos, me acomodé el cabello luego de sacarlo y peinarlo de lado, bastante perfume y el vestidito a estrenar, mi esposo lo había elegido, en un blanco nacarado brillante, en licra super ajustada, sin sostén puesto que toda la espalda era descubierta, los pechos se veían muy excitantes, inclusos mis pezones se marcaban como dos botones, luego lo baje por mi cintura y por mi cola, apenas llegaba a cubrirlas, mis piernas desnudas y torneadas se marcaban apetecibles, pero lo mejor estaba por detrás, me dibujaba un culo terrible, además de transparentarse lo suficiente para dejar notar en demasía la minúscula tanga, me maquillé, los ojos, los labios en un tono crema, aros, alhajas y por último me subí mis zapatos de altos tacos finos plateados que hacían juego con mi cartera de mano.

Esteban, al verme se quedó mirándome con cara de bobo, hasta pareciendo incrédulo de la hembra que tenía a su lado. Pero él también estaba hermoso, siempre había sido un tipo prolijo y elegante, en un ambo oscuro, camisa clara y un tipo chal o bufanda blanca que le daba un toque de finura, además había sacado su bastón con mango de nácar que usaba para situaciones especiales.

El remisse no tardó en llegar, puso uno de sus brazos en jarra ofreciéndose en tono caballeresco para que como una buena dama pasara el mío para enlazarme y salir a su lado.

Ya la situación en el coche fue risueña, el chofer, en cada oportunidad miraba por el espejo retrovisor, noté que clavaba su mirada en mi cuerpo, y adiviné sus pensamientos, eran obvios, y jugaba ese juego perverso de seducción, y llegaría a mojar mi tanga en esos juegos de mostrarme haciéndome la tonta.

Pero no todas serían rosas, al llegar al salón que por cierto era majestuoso, algo quedaría rápidamente en evidencia, yo era sapo de otro pozo, todas, o la mayoría de las personas eran de avanzada edad, personas distinguidas de la aristocracia y de la opulencia.

Mi esposo, me aferró fuerte del brazo, para darme seguridad, como siempre lo hacía

A pesar de todo, podía notar como los hombres me comían con la mirada, como suspiraban y deseaban mis curvas, tipos forrados en billetes, de lucir impecable, de mirar por arriba, y las mujeres, viejas frustradas que se colgaban de sus esposos, que lucían todas y las más costosas de las alhajas, esas que cambiaban una vida social por cuernos tan grandes como su orgullo.

En fin, eso se respiraba en el ambiente, una sociedad aristocrática apartada de las necesidades del pueblo, la podredumbre de gente hipócrita, viviendo en falsas sonrisas, escondiendo sus rostros tras máscaras, tragando el veneno de sus miserables vidas.

Pasaron las horas, y me sentí como la frutilla del postre, el objeto que todos querían comer, los hombres con deseo, las mujeres con recelo, cruzamos charlas con unos y otros, algunos tipos felicitaban a Esteban por la hermosa mujer que lo acompañaba, otros, más pesados, le hablaban con ironía sobre la ‘belleza de la hija que lo acompañaba’ tratando de ganar partido con tontas adulaciones.

Mi esposo era todo un maestro de ceremonias, y con sonrisas respondía a cada uno de los dardos que me tiraban, los buenos y los malos, porque las viejas también hablaban con ironías, por la diferencia de edad, por el modo en que estaba vestida, y por cosas que no vienen al caso.

Pasada la medianoche, algunas mujeres fueron a jugar a las cartas, mientras los hombres filosofaban sobre el mundo entre wiskis y cigarros, y yo siempre del brazo de mi osito, como su mascota.

Y todo se dio, Esteban, apoyado en su bastón conversaba con cuatro caballeros, salió el tema de sus conferencias, sobre sus teorías sexuales, sexo sin amor, y esto y lo otro, cambiaron puntos de vista, hasta que uno dijo algo así como

  • Todo muy bien con los consejos, pero si me disculpa, yo pienso que son puras pavadas, mucho tratar de arreglar la vida a los otros, pero nada de esto se experimenta puertas adentro, cierto?

Yo entendí la pregunta, de hecho, mientras hablaba el tipo me miraba como lobo a punto de devorar su bocado.

Esteban, muy suelto de cuerpo empezó a explicar que estaba equivocado, y que nosotros teníamos una relación libre, sin secretos.

Entendí que solo le empezaban a tirar la lengua a mi marido, y el, sin inconvenientes empezó a largar el rollo, empezó a contarles la historia con Raúl, y de mis posteriores infidelidades.

Los cuatro caballeros escuchaban con atención cada palabra, como mi esposo me describía, como era yo en la cama, y sentí que me excitaba poco a poco, con un rubor en mis mejillas, con la respiración agitada, y lo peor de todo, mis pezones se agrandaron de repente y se marcaron como dos pronunciados botones bajo la tela de mi vestido, una situación tan incómoda como debe ser para un hombre disimular una erección, y ellos me miraban, sentía su deseo de cogerme, y no podía hacer nada por evitarlo.

Empezaron a subir la apuesta, lo retaron a mi esposo a hacer realidad sus palabras, si era tan cierto todo lo que hablaba no tendría reparos en llevarlo a la práctica, uno dijo que tenía una habitación y dado que las mujeres estaban en otra cosa, nadie notaria la ausencia por unos minutos.

Como fuera, en un abrir y cerrar de ojos nos perdíamos en el ascensor rumbo a una habitación, mi osito, yo y cuatro desconocidos para un sexo rápido y sin preámbulos.

Llegamos al cuarto y tuve que pasar al baño a orinar, tenía la vejiga llena, y noté mi tanga llena de mis flujos, estaba caliente como una perra, y sentía murmurar a los hombres al otro lado, sin saber bien que decían.

Al regresar, estaban expectantes, calientes, Esteban me indicó que me pusiera en cuatro patas sobre la cama, querían ver mi culo, me sentí tan puta, tan provocativa, deseaba esas vergas, deseaba complacerlos y que mi osito pudiera taparle la boca a esos incrédulos, los miré desafiante y fui sobre la cama, como me había indicado, me acomodé arqueándome bien, poniendo mis tetas sobre el colchón, con mi gran culo hacia el lado donde ellos estaban.

El vestido era tan corto que naturalmente lo sentí subirse por mis glúteos, desnudando bastante de lo que deseaban ver, con mi depilada y jugosa concha expuesta, apenas tapada por la blanca tanga que pronto sería arrancada por esas bestias salvajes.

Mi osito se había sentado a mi frente, tranquilo, me tomó de las manos con fuerza y me pidió que lo mirara a los ojos, evidentemente estaba todo planeado.

Sentí entonces como uno de los tipos empezaba a acariciar mis glúteos, terminado de levantar mi vestido hasta la cintura, luego empezó a refregar mi concha con su mano, por sobre la tanga, estaba empapada, siguió con su juego, haciéndola a un lado, mis gordos labios lampiños quedaron disponibles, un par de dedos se introdujeron en mi sexo para comprobar mi excitación, luego me tomaron por la cintura y una verga dura se introdujo por completo arrancándome un suspiro.

Solo empecé a sentir lo rico que se sentí yendo y viniendo, una rica pija me llenaba y la excitación de mirar fijamente a mi marido, él me había transformado en una puta y me encantaba serlo, el primero dio paso al segundo, y así sucesivamente se fueron turnando en darme verga y más verga.

Esteban, no podía con la excitación y noté cuanto le gustaba lo que estaba haciendo, coger con extraños, sin importarme nada, el mejor obsequio. Los tipos cada tanto me daban alguna nalgada, o me la enterraban tan profundo que me hacían perder el eje, gemía de placer, con esos gemidos que enloquecen a los hombres, le pedía una y otra vez que no dejaran de cogerme, con fuerza, duro, más duro, y sus palabras masculinas tratándome como puta me enloquecían, no podía mantenerla la mirada a mi osito, puesto que me estaban matando a pijazos.

Intenté tocar mi clítoris, pero mi marido me sujetaba con fuerzas, y no podía zafarme, mierda… de pronto sentí que la verga que me cogía se ponía más y más dura, y en un hermoso orgasmo sentí como me la llenaba de leche, caliente, y acto seguido pasó otro y me dió sobre el semen del anterior, sin importar nada y me sentí rebalsar, hasta que también se vino en mi interior.

Los dos restantes supuse que se estarían masturbando, pero solo metieron su glande para seguir llenando mi hueco.

Al terminar, mi esposo me soltó las manos, y pude verles el rostro a esos extraños, empecé a acomodarme, la mezcla de semen de esos sementales había llenado mi concha, y estaba empapada, había chorreado por mis piernas, y ellos expresaban en sus miradas el placer de unos minutos.

Recorrí mi propia piel con mis dedos, recogiendo la leche chorreada y con mirada desafiante me los llevé a la boca, esa mezcla estaba espesa y sabrosa, notaba en el rostro de los caballeros cuanto placer les daba mis actos.

Al fin fui al baño a higienizarme, estaba hecha un asco y no tenía mucho para hacer, me limpié como pude pero sentía un nauseabundo y exquisito olor a semen llegar a mis fosas nasales, me puse una toalla femenina en la tanga, que de por si estaba inundada en jugos para disimular la situación y como pude me incorporé acomodándome el vestido.

No había pasado mucho tiempo, había sido todo muy rápido, pero fue exquisito, la forma en que me miraban esos hombres al bajar por el ascensor, imaginando sus pensamientos, lo que dirían de mí, y el placer de mi marido al probar sus teorías.

Al volver al salón, todo volvió a ser como antes, nos desentendimos rápidamente y nuevamente me colgué del brazo de mi marido.

Y solo comprobé una vez más la hipocresía de esa noche de fiestas, los tipos volvieron con sus viejas esposas, mujeres que por cierto había hecho cornudas minutos atrás, las mismas mujeres que me habían mirado con desprecio y aires de superioridad, y mientras veía todo ese cuadro, sentía como mi concha aun llena de semen dejaba recuerdos imborrables de una noche única.

El tiempo fue pasando, mi relación con Esteban perfecta, como dije, el ya no me cogía, pero disfrutaba de mis aventuras, ya sea en sus narices o a escondidas, lo que no estaba prohibido, estaba permitido, y éramos felices en todo el juego. Gracias a mi marido ahora era una hembra dispuesta a disfrutar toda mi sexualidad.

Llegando a mis cuarenta años mi cuerpo había cambiado un poco, ahora ya tenía curvas de mujer un tanto más madura, ya no tenía la cinturita de adolescente, pero también mis caderas eran más amplias, y además era una mujer con experiencia.

Mi esposo había pasado los sesenta y cinco y su estado de salud empeoraba día a día, complicaciones de obesidad, sobrepeso y hasta renales, la diabetes galopaba en su cuerpo y estaba perdiendo la visión, me dediqué a cuidarlo y me alejé un poco de esa mujer fatal, hasta que Carlos Gutierrez, un alumno como tantos otros aparecería en mi vida…

CONTINUARÁ…

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