Relato porno lésbico del deseo de Pedro que ayudé a cumplir

Había conocido a Pedro por casualidad, él fue quien me contactó por correo, le respondí y así empezó nuestra relación, él era un hombre diferente, él no buscaba en mi lo que todos buscaban, todos aquellos conocí vinieron por mi cuerpo, pero, Pedro venía por mi alma, por mi corazón, por mi espíritu.

Siempre me había parecido un ser maravilloso, desinteresado, frontal y auténtico, a él no hacía falta mentirle, esquivarle, o ignorarlo, no lo veía como un hombre en busca de un encuentro, lo veía como un padre, como el padre que nunca tuve.

Pedro era bastante mayor que yo, sabía que era casado, tenía demasiados años de casado, me había confesado que su esposa había sido su única mujer, su única novia, desde que eran jóvenes estudiantes, época en la que yo recién llegaba al mundo.

Tenía tres hijas que más o menos rondaban mi edad por las que él se babeaba todo, incluso por su tesorito, un nieto precioso. Cariñosamente lo llamaba ‘el pelado’, era alto y de ojos marrones.

El me aconsejaba como a una hija, solo quería que fuera feliz, y no me juzgaba, me aceptaba tal cual era, a él no le molestaba que a mí me gustaran las mujeres, cosa que era un problema, porque todos se llenan la boca hablando de las ‘igualdades’ y la ‘no discriminación’ pero la realidad es que las minorías, incluidas las lesbianas somos despreciadas por las mayorías, inclusos muchas veces tratadas como degeneradas, o enfermas, como si una pudiera ‘curarse’ con una vacuna mágica.

Pero yo no había elegido ser lo que era, no invadía a nadie, no cambiaría el curso del mundo, apenas era un alma tratando de ser feliz entre cuatro paredes, y a quien le importaría lo que hiciera en la intimidad?

Volviendo a nuestro amigo, el solo tenía un pedido hacia mí, una dulce perversión, él solo deseaba verme haciendo el amor con otra chica, solo eso, tan simple como eso. Y en mi loca cabecita rondaba la posibilidad de hacerlo, me excitaba con eso, pero una cosa es imaginarlo y otra hacerlo, tal vez no funcionaría, una tiene su intimidad y seguramente no sería fácil desnudarse y tener sexo delante de alguien como una prostituta barata…

Y había otro pequeño problema no menor a tener en cuenta, quien sería mi compañera para la ocasión?

Sin dudas la candidata era Sandra, la mujer a quien le había entregado mi corazón, para mis ojos ella era sencillamente perfecta, un poco más baja que yo, de un rostro envidiablemente bonito, de largos cabellos negros que caían en grandes bucles, unos llamativos y expresivos ojos, oscuros como la noche, de facciones perfectas, de pequeña nariz y labios carnosos dibujados a mano. Siempre le insistía en que su futuro era el modelaje, esos rostros que encajaban perfectos para propagandas de cosméticos, pero ella solo reía y se abocaba a su carrera, medicina.

San, como acostumbraba a llamarla estaba orgullosa de su regordete trasero, pero de mi parte lo más llamativo eran sus enormes pechos, envidiablemente generosos, y lo mejor, eran naturales, no tenía prótesis como yo.

Sandra era la chica más dulce y cariñosa que jamás hubiera imaginado conocer, sus palabras, sus gestos, sus caricias, ella era mi mitad, mi esencia, mi complemento.

Me encantaban sus detalles, ese lunar por encima de su labio superior, tan único, siempre perfectamente vestida, sus largas uñas esculpidas, su rostro maquillado, sus ojos delineados, sus aros de generosas dimensiones, su embriagador perfume, sus infaltables tacos altos de más de quince centímetros, era hecha a mi medida, una geminiana perfeccionista hasta el hartazgo.

Convencerla no fue fácil, cuando se lo propuse lo hice con mucho miedo, con recelo, esperando la peor de las respuestas, pero no, sinceramente me descolocó cuando con su pícara sonrisa me contestó desafiante:

Y por qué no?

Igual, desde esa propuesta hasta la concreción pasó poco más de un año, debí dejar que ellos se conocieran, que se escribieran, que se hablaran, necesitaba que todo se sincronice como la maquinaria de un reloj, que ella fuera permeable a él y que él pudiera traspasar su alma.

Al fin las cosas se dieron, claro, tuvimos que sentarnos a discutir algunos temas, a pesar de ser Pedro quien había propuesto el encuentro, él tuvo que aceptar algunos detalles de nuestra parte, somos el sexo débil, y sabemos sacar provecho de eso. Nosotras debíamos estar cómodas, caso contrario no se vería natural y no queríamos regalarle un encuentro pornográfico, para eso él podría haber pagado a dos prostitutas, pero esto era diferente, él quería vernos hacer el amor.

San y yo trazamos un plan, queríamos regalarle el mejor espectáculo, y para eso todo debía ser perfecto, y más con una mujer como yo, perfeccionista el extremo.

Aprovechando mi profesión, por cierto, hago modelajes de trajes de baño sumamente pequeños y eróticos, había seleccionado unas prendas y hacía ya un mes que San y yo nos veníamos bronceando al sol, siempre me gustó como se ven los cuerpos femeninos bronceados y como quedan delineadas en blanco las marcas que dejan las diminutas prendas.

Para esa tarde incluso había teñido nuevamente mis cabellos a rubio y me había puesto mis lentes de contacto color verdes, me pareció que para Pedro sería más atractivo el contraste de una morocha con una rubia. Habíamos depilado nuestros sexos mutuamente, incluso hicimos el amor, pero esa es otra historia

San estaba hermosa, y reconozco que se veía muy puta, con ese diminuto traje de baño en animal print, sus pechos parecían explotar y escaparse en cualquier momento, la tela se veía desbordada, siempre sobre sus altos tacos. Por mi parte, había elegido un conjunto blanco que hacía resaltar mi piel bronceada.

Pedro llegó puntual, al atardecer, cuando el sol de verano se apiadaba un poco, sus ojos no daban crédito a lo que veían, nosotras estábamos muy juntas tomadas por la cintura. Creo que casi le da un infarto, curiosamente fue el quién se puso más nervioso, comenzó a tartamudear, gotas de transpiración comenzaron a poblar su pelada, me reí y lo abracé como una hija, puse una mano en su pecho, su corazón parecía saltar del mismo, me asusté, lo miré y le dije:

Tranquilo papi!

San observaba con una sonrisa dibujada en sus labios, nuestro amigo estaba tan nervioso que ni siquiera se atrevía a devolverme el abrazo, me puse en sus zapatos por un momento y seguí

Pedro, hacemos esto porque queremos, no te pongas mal, no nos obligas a nada…

Besé su mejilla como su hija lo hubiera besado, entre ambas lo acompañamos al dormitorio, donde habíamos acomodado un sillón contra el ventanal que daba al patio, ese sería ‘su puesto de observación’, parte de nuestras condiciones fueron que no estuviera en contacto directo con nosotras, necesitábamos intimidad y el vidrio espejado suponía de alguna manera dividir fronteras.

Dejamos a Pedro en el cuarto y fuimos al patio donde habíamos acomodado algunas cosas, el sol empezaba a esconderse, pusimos música suave, las altas paredes de las casas linderas nos daban cierta intimidad, pero a al mismo tiempo sentíamos la locura de hacerlo a la intemperie, miramos la ventana que estaba a pocos metros, el espejado no nos permitía ver a Pedro, pero él estaba al otro lado…

Debimos olvidarnos de él, era necesario para hacer el amor, esto no era un show…

Dejamos nuestros calzados, pisamos el césped, nos miramos cómplices, estaba locamente enamorada de San, ella me correspondía, nos tomamos de las manos, fuimos al borde de la piscina, nos metimos en ella, agua estaba cálida, jugamos como niñas, sonreímos.

Pronto el juego había terminado, la miré fijamente a los ojos, el pequeño traje de baño mojado se había adherido a su piel, sus pezones se marcaban como dos protuberancias, las gotas de humedad poblaban la perfección de sus curvas, noté que sus ojos no me miraban directamente, estaba abstraída enfocando un poco más abajo, bajé mi mirada, noté que mi sostén blanco mojado se traslucía demasiado, marcando mis propios pezones, la aureola de mi pecho izquierdo se había asomado insinuante al costado de la licra, me sentí mojarme, mojarme por dentro…

Mi reina, te amo, sabes cuánto te amo…

Yo también te amo bebé…

No hubo más palabras, solo el deseo de complacernos mutuamente, de ser solo una, fundidas por el calor, por la pasión, nos pusimos frente a frente, nos encontramos, acaricié su rostro, ella devolvió la gentileza, deseé sus labios, fui por ellos, se fundieron contra los míos, cerramos nuestros ojos, invadí su boca con mi lengua y ella hizo lo propio en la mía, nos amamos al borde de la piscina.

A pesar del calor del verano, la brisa que acariciaba nuestras pieles no hacía dar algún que otro escalofrío, sus pechos estaban contra los míos, recorrí su cuerpo con mis manos, San se detuvo con las suyas en mis grandes glúteos desnudos, cada tanto tomaba la diminuta tanga que se perdía al medio de ellos para tirarla sutilmente hacia arriba, haciendo presión en mi vagina, rozando mi esfínter, haciéndome suspirar.

relato lesbico el deseo de PedroSolté con delicadeza los nudos de su sostén dejándolo caer al agua, sus enormes pechos emergieron amenazantes, créanme que tal perfección no puede describirse con palabras, ella soltó el mío entonces, volvimos a fundirnos, mis delicados pezones excitados sintieron el roce y la textura de los suyos, nos acariciamos senos contra senos, como campanas de iglesia meciéndose lentamente de un lado a otro, el calor aumentaba entre nosotras, besé su cuello, su garganta, mis manos no podían contener esas circunferencias preciosa, me incliné un poco más, estaban frías, blancas, las aureolas amarronadas resaltaban a la vista, eran suaves, firmes, apetecibles, besé sus botoncitos y ellos emergieron de inmediato como respuesta, uno, el otro, simulé morderlos con suma delicadeza, San se iba perdiendo, estaba excitada, se entregaba poco a poco.

Recordé que Pedro estaba observando y seguramente no tendría el mejor plano por lo que giré a mi mujer sobre su eje, ahora las dos mirábamos al ventanal, ella por delante, yo por detrás, él tendría un primer plano por lo que desde atrás pasé mis brazos bajo los suyos para acariciar sus pechos, al tiempo que acariciaba su espalda con los míos, mis labios volvían a besar su cuello y le susurraba pausadamente al oído:

Te amo hermosa, me vuelves loca…

Bajé una de mis manos, recorrí su vientre, bajé más aún, llegué al frente de su traje de baño y pasé mis dedos bajo el, para sentir en mis yemas la suavidad de su pubis depilado, fui tan abajo como pude, para palpar la exquisita humedad de su sexo, imaginaba a Pedro engolosinado al otro lado, terminé de desnudarla besé sus hermosas nalgas, la hice sentar al borde con sus piernas abiertas de manera que el la viera, me perdí al medio, besé sus muslos, hervía por dentro, su vagina estaba toda abierta para mí, y para él,  pasé mi lengua lentamente por su hueco, su sabor a mujer llegó a mí, su néctar era tentador, me acariciaba los pechos mientras besaba sus labios, gordos y suaves, ella entregada solo gemía, con sus ojos cerrados, mordía su dedo índice mientras que su otra mano recorría sus pechos que emergían como grande montañas.

Introduje mis dedos mayor e índice en su cueva, la acaricié por dentro, apoyé mi dedo gordo en su esfínter y lo sumé a la presión, mi lengua recorría su clítoris, en círculos, hacia arriba, hacia abajo.

San recuperó la cordura y me impidió seguir, no quería llegar, no todavía, me miró con el pecado en sus ojos y dijo:

Mi dulce, ahora dejame a mi…

Observé la ventana, ignoraba cuanto podía ver realmente Pedro, pero terminé de desnudarme y me entregué a sus ojos, comencé a masturbarme, mis pechos, mi pubis, supuse que a él lo excitaría, me mordí los labios, San ahora jugaba con mis senos, la veía lamerlos con hambre, mi vagina la deseaba, me abrí para ella y le rogué, se acomodó, tomó uno de sus pechos con su mano y empezó a rasgar mi clítoris con su pezón, pacientemente, una vez, otra, y otra más, Dios… que bien se sentía! su boca se pegó ahora a mi intimidad, y su pecho, y otra vez su boca, gemía…

Basta! Basta por favor!…

Estábamos en nuestro mejor momento, San tomó mis tobillos y tirando mis piernas hacia atrás me abrió como a una flor, vino sobre mí, casi en cuclillas, apoyó su vagina contra la mía, su botoncito contra el mío, empezó a refregar uno contra el otro, como poseída, nos perdimos en un mar de placer, gemíamos como gatas en celo, en mi mente pasaba la imagen de Pedro observándonos y esto solo echaba nafta el fuego, sentía los jugos de la vagina de mi amada mezclarse con los míos, quise compartir el placer, me incorporé un poco, casi sentadas frente a frente, cruzamos nuestras piernas,  pegamos sexo a sexo, nuestras intimidades depiladas y entre ambas iniciamos el viaje final hacia paraíso, nos miramos desafiantes, la rubia, la morena, veía el placer en su rostro, aumentamos el ritmo, nuestros pechos rebotaban descontrolados, pronto no pudimos mantener las miradas, el poder de los orgasmos que se avecinaban nos hacían claudicar, gritamos, gozamos, infinidad de pequeños orgasmos, enormes orgasmos, caímos agotadas, rendidas, todo por Pedro.

Y de hecho eso hubiera bastado, era lo que siempre nos había pedido, pero por qué las cosas debían ser a su modo? Yo quería regalarle una sorpresa, un postre, quería ser especial…

San ya sabía, puesto que lo habíamos conversado, así que me acomodé bien en cuatro patas, Luis siempre había halagado mi perfecto trasero y tendría un primer plano de mis anchas caderas.

Mi amor tomó lubricante que ya había dejado a mano y comenzó a lubricar mi esfínter, a jugar en él, iniciando un juego que me encantaba practicar con San, pero a Pedro jamás le había contado.

San metía sus dedos anular, índice y mayor en mi trasero, metiendo y sacado, para que me fuera acostumbrando, mi pecho estaba contra el suelo y mis manos abriendo mis nalgas, San pronto hizo presión agregando el menique, jugando en tirabuzón, entrando y saliendo, hasta hacer tope con el dedo gordo.

Pronto el placer sería supremo, San cerró su delicado puño, lubricó y empujó lentamente, parecía que iba a destrozarme, pero al fin mi esfínter cedió y la sentí ingresar su antebrazo, una vez y otra, mi placer era imaginarlo a Pedro al otro lado, viendo mi trasero bronceado, la pequeña marca de mi traje de baño, haciendo configuraciones geométricas entre las enormes esferas de mis glúteos con la pequeñez del triangulito pecaminoso, mis sexo regordete, mi esfínter dilatado, todo abierto para él, perversamente abierto.

Estaba anocheciendo, era hora de terminar, San y yo volvimos a la piscina, a calmarnos, desnudas, nos besamos, nos acariciamos una vez más nos juramos amor eterno.

Pedro llegó entonces al patio, aplaudiendo lentamente, miré sus ojos, brillaban, creí ver asomar alguna lágrima, como un director de cine que se emociona luego de contemplar su obra maestra.

No queda mucho más por relatar, mucho más por decir, agradecer a Pedro por lo maravilloso que es, mi papá del corazón, y haber tenido la oportunidad de cumplirle un sueño, y a Sandra, la mujer más bonita y perfecta que pudiera existir, sabes que te amo!

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Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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