Relato erótico: Cámaras de seguridad en el trabajo y el chantaje sufrido

Me llamo Eloisa, tengo digamos entre treinta y cuarenta, soy de clase media, actualmente no tengo relación de pareja, vivo con mis tres pequeños, Matías de once años, producto de una loca noche de aventuras, de un amor no correspondido, de un descuido, Analía, mi niña de siete años, fruto del amor que alguna vez me unió a mi ex, un tipo con el que la convivencia no fue lo esperado, y con mi pequeña angelito, hija de Edgardo, parte de la historia que leerán a continuación.

Luego de la separación con mi ex, con mi vida sentimental golpeada por las circunstancias, con más de treinta, un poco como que senté cabeza, ya más madura decidí enfocarme en mi empleo, en mis hijos y en mí misma.

Y hace tiempo que esa es mi forma de vida, me acostumbré y me gusta, tener un hombre, o formar la familia perfecta ya se corrieron de mi universo perfecto.

Mis días se pasan volando, entre la crianza de los peques, que el colegio, que los deberes, que los horarios, que las fiestitas, que los controles médicos, que las ropas sucias, gracias a Dios cuento con mi mamá, mi brazo derecho para hacer de abuela y un poco de madre al mismo tiempo. También en lo que puedo me tomo un tiempo para mí, no sé, salir con amigas, cuidar mis plantas, tomar clases de inglés, y aun no menciono mi mayor ocupación, mi trabajo, y ahí va mi historia.

Hacía varios años que me desempeñaba en una importante empresa de línea blanca, como se dice por acá, se fabrican lavarropas, heladeras, freezers, pequeños electrodomésticos, también hay una línea de montajes de led en todas las medidas y equipos de audio para el hogar. Si bien entré como asistente administrativa, progresé rápidamente y llegué a ser encargada en la parte de logística, era la que coordina los pedidos, los envíos a todo el país, los transportes, los stocks, los faltantes, y todo un mundo de pequeñas actividades que no vienen al caso.

Mi trabajo era muy dinámico, podía estar en la oficina, perdida en los depósitos y hasta por qué no, arriba de un camión haciendo algunos controles, por tal motivo andaba todo el día con un handy colgado en la cintura, y por las dudas, mi celular disponible las veinticuatro horas.

Y hablando un poco de mí, soy una mujer común y corriente, nada especial, un tanto rellenita, un tanto caderona, un tanto pechugona, morena, de piel cobriza y ojos oscuros, me gusta mi rostro, siempre que me río se me dibujan hoyuelos y lo mejor de todo, tengo infinitas pecas, tantas como estrellas hay en el cielo.

Era de vestir el uniforme de la empresa, camisa turquesa con el logo sobre el lado izquierdo, pollera ajustada de lino en negro, hasta las rodillas, medias de nailon y zapatos de taco bajo, aclaro que por seguridad no podíamos usar tacos altos y puntas descubiertas.

Bien, en resumen. ese era mi día a día, y solía tener interrelaciones con mucha gente, interna y externa.

Edgardo, era uno mas de los tantos chicos del depósito, de esos que manejan auto elevadores y preparan los pedidos, descargan los camiones que llegan con materias primas y carga aquellos que salen con productos terminados, obviamente teníamos roce diario, yo era quien le asigna las hojas de ruta por así llamarlas.

Y ya imaginarán que sucedió, Edgardo era un joven muy apuesto, demasiado, encajaba con mis gustos, y a pesar de que yo estaba decidida a no enredarme en relaciones a largo tiempo, y a pesar de que él tenía una esposa muy bonita, la carne es débil, y él sabía de mi abstinencia sexual y apostaba todas las fichas a ganador, él jugaba al gato y al ratón conmigo, cada vez que nos cruzábamos, cada vez que le alcanzaba un papel, cada vez que me miraba, cada vez que me hablaba, solo se respiraba sexo en el medio, aunque yo no haría nada por concretar, para mí era suficiente fantasear y solo masturbarme por las noches en la soledad de mi cama, pero no para él…

Una tarde faltaba poco para terminar la jornada, estaba acomodando la logística para el día siguiente, había que hacer unos despachos a primera hora para un importante cliente, así que decidí anticipar la jugada dejando la hoja de ruta ya establecida, llamé por handy para ver quien estaba aún disponible, la voz de Edgardo sonó al otro lado, me indicó que estaba al final del depósito acomodando unas cosas.

Bajé las escaleras de la oficina y me dirigí por uno de los corredores, y allí estaba, el pegó un salto del vehículo de trabajo y vino a mi lado, empecé a comentarle, pero el me miraba fijamente, me di cuenta que no me escuchaba y que tenía otras intenciones, yo trataba de concentrarme en lo que tenía que decirle, él se concentraba en cerrarme las salidas, de pronto su mano derecha se posó sobre mi seno, se la saqué con premura y le dije que estaba loco, recibí un beso como respuesta, y lo volví a apartar retrocediendo dos pasos, pero el avanzó nuevamente e intento jalarme por la cintura, volví a retroceder escapando de sus garras, pero en mi recule tope con la estantería, me tenía acorralada y empezó a tocarme por todos lados y a tratar de besarme.

Intentaba sin éxito cortar los tentáculos de ese pulpo que pretendía devorarme, pero yo hervía en deseo contenido y no podría defenderme mucho tiempo más, Edgardo era un estratega y tenía todo calculado, empecé responder a sus besos y sus caricias, solté un par de botones de la camisa y permití que sus dedos se colaran bajo mi ropa interior para llegar a mis afiebrados pezones.

Me sentía inundada, dispuesta a los más bajos instintos, estaba en medio de mi empleo y eso me daba un plus de locura, él me giró haciéndome apoyar mi frente a la estantería quedé dándole la espalda, lentamente levantó la pollera denudando mi regordete trasero, luego clavó sus dedos en mi medias de nailon y las sentí crujir, la desgarró buscando tener acceso al pecado, solo quedaba mi bombacha, también la hizo a un lado y en segundos su sable se clavó profundo arrancándome un grito contenido, y empezó a cogerme, más y más, me empujaba tan fuerte que me obligaba a pararme en puntas de pies, como extrañaba una buena verga, por Dios, no tardó mucho en venirse, solo lo sentí llenarme de semen.

Fue rápido, fue una explosión, dinamita, Edgardo lo había conseguido, me había cogido y con sumo cuidado me acomodé las ropas, el peinado, ajusté los botones de la camisa, puse la bombacha en su lugar notando que se mojaba rápidamente con los jugos de mi amante, luego bajé la pollera, aspiré profundo y le di las instrucciones que debía darle.

Recuerdo que me había dejado tan caliente que llegué a casa y casi fui corriendo a masturbarme bajo la ducha, mientras aspiraba los olores de mi ropa interior impregnada en semen, mierda…

Esa fue nuestra primera vez, así, loca, repentina, prohibida, secreta, la adrenalina de poder ser descubiertos, por compañeros de trabajo, en un lugar accesible para muchos, fueron minutos tan explosivos que se me hacen imposibles describir.

En adelante el encuentro se repetiría, Edgardo y yo buscábamos cualquier excusa para escabullirnos en los intrincados recovecos del depósito, generalmente era rápido, solo llenarme la conchita de leche y ya, pero a veces, si teníamos más tiempo solía darle una buena mamada, o era el quien perdía sus labios entre mis piernas.

Fuimos amantes por dos largos años, y en esos dos años cambiaron las cosas, para el siempre sería su amante de turno, la número dos, la que encontraría siempre en un rincón para echarle un polvo, pero yo tontamente empecé a enamorarme de él, a querer más, mi cabeza decía ‘yo no quiero hombres en mi vida’, pero mi corazón empezaba a traicionarme, no me alcanzaba solo con sexo, yo quería, más, necesitaba meterlo en mi vida, en mi cama.

Sin dudas él era un tipo astuto, él jugaba bien sus cartas, solo me contaba cuentos de hadas para cogerme, cuentos que nunca se harían realidad, hasta que solo sucedió, no lo busqué, quedé embarazada y todo se desmadró, él se portó como un bastardo desentendiéndose del tema, se suponía que era mi responsabilidad tomar pastillas, insinuó que lo había premeditado solo para atraparlo, hasta insinuó que podría ser hijo de cualquiera, a pesar de saber bien que solo cogía con él, empezaron discusiones, tira y aflojes que afectaban nuestra relación laboral, fue inevitable que nuestro secreto mejor guardado comenzara a tener fisuras y poco a poco fue chimento del día lo que estaba sucediendo, los rumores corrieron por los pasillos de la empresa, y en un reacomodamiento organizacional Edgardo fue despedido junto a otras personas.

Fue cuando comprendí que no tenía mucho para hacer, con una panza de seis meses y un padre ausente, solo me enfoqué en mi futuro, a reorganizar mi vida, me había enamorado de Edgardo pero no era mujer de encadenar a un hombre contra su voluntad, sin embargo aún me faltaba algo para cerrar mi historia…

Una tarde tuvimos reunión de gerencia, eran habituales esas reuniones donde asistíamos hasta los jefes para ver temas laborales, el señor Venavidez era uno de los altos ejecutivos, un tipo que gozaba de la fama de mujeriego, esos hombres que se apoyaban en el dinero y en el poder, un tanto despótico y dictatorial.

Honestamente nunca me había caído en gracia, como a todas, siempre había tratado de llevarme a la cama y nunca se conformaba con un no de mi parte, ni siquiera por mis veladas amenazas de denunciarlo por acoso.

Cuando terminamos y cada uno de los asistentes se aprestaba a retomar sus obligaciones, él me solicitó que me quedara para resolver unos temas en particular.

Cuando salió el último de mis compañeros, cerró la puerta y echó llave, me dijo que me pusiera cómoda y me ofreció un café mientras preparaba uno para él. La sola presencia de ese hombre me ponía nerviosa, mi panza solo lo motivaba y lo excitaba para querer cogerme, y la sola idea me causaba náuseas, pero tuve que escuchar lo que tenía que decirme.

Me miró socarronamente, en silencio, luego cruzó sus brazos y me dijo en detalle como siendo jefe jamás había reparado que había cámaras escondidas que grababan todo durante todo el día, y cuando decía todo, era todo.

Tragué saliva y sentí transpirarse mis manos y agitarse mi respiración, siguió hablando ante mi comprometedor silencio, me explicó que Edgardo, como los otros compañeros habían sido dejados sin empleo porque tenían evidencias filmadas de robos a escondidas, pero que me quedara tranquila, que el secreto entre mi amante y yo, estaba bien guardado, puesto que él era el único que tenía todas las filmaciones y quien había apartado cuidadosamente cada parte que pudiera comprometerme.

Quedaba claro también en sus palabras que ese silencio tendría un precio, y yo tendría que afrontarlo.

Me negué, no estaba dispuesta a nada con ese bastardo, pero el tipo giró su notebook hacia mi lado solo para que viera lo que él estaba viendo, y necesitaba trabajar, tenía que mantener mis pequeños, hice de tripas corazón y le dije que podría hacer con mi cuerpo lo que él quisiera.

Venavidez sonrió, con una sonrisa tan perversa como repugnante, me dijo que le alegraba escuchar mis palabras, que sabía que yo era una mujer inteligente y que nunca tuvo dudas de que hablaríamos el mismo idioma, se paró, vino a mi lado, hizo que yo también me parara y se puso a mi espalda, me susurró al oído que le excitaba mi panza, su aliento a tabaco llegó a mis narices, cerré los ojos y solo pensé en lindos paisajes, en cosas bonitas…

relato chantaje en el trabajoSu mano se apoyó en mi espalda y me hizo reclinar hacia adelante, luego se colaron bajo mis faldas para levantármela lentamente hasta la cintura, no lo soportaba, imaginar que ese degenerado metería su verga tan cerca de mi niña, le supliqué que no me cogiera, con lágrimas en los ojos, y creo que mis lágrimas solo lograron excitarlo aún más, tomó mi mano y la llevó sobre su pantalón, tenía una dureza terrible, volvió a susurrarme al oído que me quedara tranquila, que jamás había pensado cogerme, sin embargo al mismo tiempo me bajaba mi ropa interior hasta las rodillas.

Venavidez no perdió tiempo, escupió sus dedos y me los enterró en el culo arrancándome un grito de dolor, pero me advirtió que tendría que elegir, una cosa o la otra, traté de relajarme, de ahogar mis gritos, nunca había tenido sexo anal, y no quería que fuera así, pero no pude evitarlo, su carne entró por detrás, fue doloroso, solo intenté que el tiempo pasara volando, solo siguió hasta acabarme dentro.

Me acomodé mis ropas con el culo dolorido, mientras el tipo se mostraba satisfecho, no perdió tiempo de humillarme, diciéndome cuan apretadito lo tenía y que pronto me gustaría.

Para mi mala fortuna, este viejo degenerado se transformaría en mi sombra, y yo en su juguete, durante los días que me quedaron hasta mi licencia por maternidad, me la dio por el culo una y otra vez, y el pago de mi silencio pareció no tener fin.

Rocío llegó al mundo, y además de mi licencia, tomé unos días de vacaciones pendientes, hasta que llegó la hora de volver a mis ocupaciones.

Para mi sorpresa, el viejo asqueroso de Venavidez dejó de molestarme, tal vez al no tener panza y ya no lo erotizaba, tal vez ya tenía otro juguete bajo sus garras, tal vez solo se había cansado de mí, tal vez solo tenía piedad, como fuera, no me interesaba averiguarlo.

Pero algo también había cambiado en mí, no soportaba nada de mi vida laboral, todo me recordaba a ese bastardo y cada vez que lo cruzaba por los pasillos y me miraba con esa risa perversa, solo sentía nauseas, de hecho, muchas veces terminaba encerrada en el baño vomitando por lo que había vivido.

Así fue como busqué un nuevo empleo, conseguí un puesto para atender por las tardes una casa de juegos electrónicos, la paga no es ni la mitad, pero ya no podía seguir con mi vida.

Esa historia quedó cerrada, solo recuerdos en mi mente, me alegré saber que Venavidez tuvo un accidente y estaría postrado por el resto de sus días en una cama de hospital, De Edgardo, el padre de Rocío, jamás tuve noticias, hoy solo me dedico a mirar al futuro.

Si te gustó la historia puedes escribirme con título ‘CAMARAS DE SEGURIDAD’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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