Relato erótico del amor perdido con la esposa de otro hombre

Tenía muchas cosas a favor, era alto, bastante atlético, buen mozo, rubio de cabellos enrulados, ojos claros, carilindo, muy hábil con las manos y muy despierto con las palabras, y porque ocultarlo, muy buena verga. No me costaba ganarme a las mujeres y había tenido muchas doncellas en mi cama.

Algo también tenía en contra, algo no menor, era pobre, jamás tenía más que un par de monedas en el bolsillo y es muy difícil remar contra esa situación, por lo que debía suplir con mi estampa lo que mi cuenta bancaria no podía tapar.

Siempre fui un tipo de paladar negro, muy exigente con las chicas, me gustaba la perfección y no me acostaba con cualquiera que se cruzara en mi camino, me gustan esas mujeres que están a punto caramelo, ni tan jóvenes ni tan viejas, diría treinta años promedio, en general, me gusta la conquista, la seducción, me gustan las chicas con plata, con poder, esas que son un poco descuidadas por sus maridos, las que usan a diario la alianza matrimonial, las que suelen ser más difíciles porque hay que conquistar sobre una conquista ya realizada.

Puedo decir sin temor a equivocarme que conquistar a mujeres casadas, bonitas, con plata, insatisfechas y con aires de grandeza es el mejor plato que pudiera pedir, el sabor de la seducción.

En esos días andaba un poco sin trabajo, no eran mis días de suerte y como quien dice, estaba raspando el fondo de la olla.

Fue cuando apareció un amigo de la vida, esos que aparecen en el momento justo, cuando menos lo esperas, a tenderte una mano, y me comentó que en ‘El amanecer’ estaban buscando un nuevo encargado. El amanecer era una de las estancias del lugar, gente con mucho dinero por cierto y el viejo Juan era una persona bastante popular y conocida, con alguna ambición política y ahí fui con mis ilusiones y una carta de recomendación bajo el brazo.

Recuerdo la primera vez, el camino desde la entrada al casco de la estancia parecía el camino a la entrada al paraíso. Tuve una conversación mano a mano y mesa de por medio con el viejo, el tipo era de la antigua escuela, le daba más valor a la palabra que a los papeles, y la paga que me ofreció era muy buena. El trabajo no parecía ser difícil y era algo que ya había realizado en otras oportunidades, un plantel de obreros de campo para mantener las amplias extensiones de tierra que él controlaba, los cuales estarían bajo mi mando, además, en persona tendría que tomar el dominio del casco propiamente dicho, la casa principal, la piscina, las canchas de tenis y de paddle, el césped y demás dependencias.

La dedicación debía ser full time, no era negociable, y tenía disponible una casita secundaria que estaba a un lado de la casa principal, un tanto apartada, mi única condición, fue que en los ratos libres tuviera la libertad para hacer mis cosas, en especial el labrado artesanal de maderas, que era mi pasatiempo favorito.

Un apretón de manos selló el acuerdo y sin que lo pidiera el viejo me adelantó unos billetes para mis quehaceres.

Manos a la obra, en un abrir y cerrar los ojos me había instalado en esa casita que por cierto era de lo mejor que me había tocado en suerte.

En solo tres meses tenía el control total de la situación y armé el rompecabezas del funcionamiento de esa familia.

El viejo Juan tenía setenta y seis años, un buen tipo, pero criado a la antigua, con un patriarcado muy marcado, con una mente envidiable, a su edad tenía todo en su cabeza, no se le escapaba nada, el hacía y deshacía casi a su voluntad, como en un reinado feudal de otras épocas.

Antonia, su esposa, vivía a su sombra, una persona resignada a un papel secundario de ama de casa, tenía setenta en esos días, una mujer amable y servicial que parecía estar cómoda es su posición, creo que el eje de su vida pasaba por su hija, Marcela.

Marcela tenía unos cincuenta, era discapacitada por una parálisis infantil y obviamente tenía muchas limitaciones. A mí me daba ternura puesto que dependía de su madre, era muy bonita, pero para el resto de la familia parecía ser un tema vergonzante, hacían como si no existiera y trataban de invisibilizarla para el resto del mundo.

Antonio, el hijo varón y futuro dueño de todo, la mano derecha del viejo, cuarenta y ocho años, un tipo pedante que marcaba las diferencias sociales, en especial conmigo, una relación áspera desde el primer día. Antonio se daba la gran vida gastando los billetes que el viejo había guardado durante años, autos, viajes, diversión, pero era obvio que no tenía la misma visión de negocios que su padre.

Y Mirna, mi futuro problema…

Mirna tenía apenas treinta y dos, la esposa de Antonio, y fue obvio un matrimonio de interés, él tenía mucho dinero, ella mucha belleza. Mirna estaba prisionera en su propio castillo de cristal, no lo amaba, tal vez al principio de la relación, pero no en ese momento, estaba decepcionada, pero no podía renunciar, había dinero y poder de por medio, era mucho para ella. Eran días difíciles, en la eterna discusión, Antonio quería que le diera un hijo, pero ella solo no deseaba un hijo suyo, un marido que andaba de putas cada vez que podía, que solía llegar ebrio a altas horas de la noche, se sabía cornuda y solo era demasiado.

Y Mirna ciertamente era muy bonita, morena de largos cabellos, con un rostro armónico, de ojos negros como la noche, naricita de perro pekinés y labios gruesos y marcados, de estatura media tirando a baja, retacona, de busto justo, vientre super plano y un mejor ir que venir, ella tenía una cola por demás de perfecta, redonda como una manzana, muy llamativa, de muslos gruesos y unas pantorrillas de ensueño, decididamente, ella era del tipo de mujeres que me gustaba conquistar.

Después de un tiempo de estudiar la situación las cosas estaban más que claras a mis ojos, Antonio intentaba repetir la historia patriarcal de dominio que había mamado de sus padres, la mujer a la casa, y él, el hombre, no debía rendir cuentas a nadie, pero ciertamente no pudo ver que los tiempos habían cambiado, las cosas habían cambiado, Mirna no era ave para tener enjaulada y simplemente, no funcionaría.

Él era un molesto perseguidor, controlador y manipulador, que los horarios, que las amigas, que las actividades y una cosa y la otra, la asfixiaba, y solo era cuestión de tiempo.

relato porno el amor perdidoMirna pasaba sus ratos libres sin hacer mucho, le gustaba hacerle compañía a su cuñada discapacitada, y a su suegra, a veces jugaba paddle con algunas amigas, otros días pintaba en lienzo como hobby y los días de verano solían ser los mejores para mí, lejos de los ojos vigilantes de su esposo, en su ausencia, cuando casi desnuda tomaba sol al borde de la piscina y se sumergía cada tanto para refrescarse.

En esos días mis ojos se llenaban con sus curvas y mi alma de maldito pecador florecía sin remedio, las ansias de conquistas, la belleza, su compromiso con ese hombre y el deseo de penetrar su sexo una y otra vez.

Empecé con mi avance dialéctico, un poco seductor, un poco romántico, un poco bohemio, sabía decir todas las palabras que una mujer espera escuchar de un hombre, tenía el diccionario completo, desde la A hasta la Z y para cada posible pregunta tenía dos respuestas.

Ella disfrutaba, yo trabajaba, pero una cosa llevaba a otra y pronto sus ojos me miraron con secreto deseo, la tenía en la palma de la mano, solo esperaba la oportunidad para cerrar mi puño.

Esa tarde de calor, Mirna andaba revoloteando por la piscina, lucía un traje de baño en dos piezas, en tono negro con algunas inscripciones en blanco, demasiado llamativo, con un sostén lleno de intrincados breteles por su espalda y una tanga muy, pero muy pequeña que dejaba ver sus enormes nalgas desnudas y hacía resaltar sus marcados huesos de las caderas, se me hacía muy sexi, demasiado, con sus cabellos recogidos, aparentando no ser consciente de lo que despertaba en un hombre. A decir verdad, a ella le sobraba el dinero y casi a diario me sorprendía gratamente con algún nuevo traje de baño, pero este era diferente.

Ese día estaba rara, lo noté con solo observarla, como perdida en sus pensamientos, se había sentado al borde de la piscina, solo había metido en el agua desde las pantorrillas hacia abajo y sacudía sus piernas tirando agua hacia adelante.

Yo estaba en mi casita a unos veinte metros, y solo se escuchaba el trinar de los pájaros y el viento sur acariciando las frondosas copas de los árboles cercanos

Miré la hora, los peones estaban trabajando en las praderas cercanas, sabía que el viejo había salido temprano y obviamente, había llevado a su hijo con el, caso contrario, Mirna no hubiera estado casi desnuda al aire libre a la vista mía, y tal vez de los peones, tampoco había noticias a la vista de la vieja y su hija Marcela, jugué mis cartas, estaba en mis horas libres, desnudé mi torso y me puse un jogging sin ropa interior, sabiendo que mi sexo suelto bajo al amplio pantalón se marcaría en una forma sugerente, sin ser evidente, pero lo suficiente para que funcionara de carnada en el anzuelo, saqué unas maderas a la parte externa y me puse a labrarlas en forma muy paciente, como el cazador que espera su presa, simulando ignorarla.

Los ruidos que estaba haciendo con el martillo y el cincel pronto atrajeron su atención, Mirna se incorporó y meneando las caderas vino a mi lado, miró con ojos pícaros y dando un rodeo dijo

Me encanta como trabajas las maderas, tenés unas manos perfectas para tallar.

Gracias – respondí – puede ser, imito a la naturaleza, aunque jamás podré igualarla, ella sí que hace obras de arte tallando la perfección con sus manos…

La miré fijo a los ojos, era obvio que estaba hablando de su cuerpo y ella tomó el halago, se rió con sonrojo y me desvió la mirada llevándola al piso

Que estás haciendo? – preguntó tratando de retomar la conversación –

No sé… – respondí – improviso, solo empiezo y dejo que mis sentimientos me guíen

Otra vez jugaba con las palabras y una tensa excitación se respiraba en el aire, los ojos de Mirna se iban sin querer sobre las gotas de transpiración que ya poblaban mis pectorales, mis bíceps y mi espalda, noté como inconscientemente pasaba la lengua por sus labios para humedecerlos

Por qué soportas esto? – tiré cambiando el tema de conversación –

Esto? – repreguntó ella –

Si, esto, esta mierda de vida, encerrada, infeliz, amargada, cornuda, marchitándote, es por dinero? acaso tan importante es para vos?

Ella miró al piso nuevamente, pero ahora con mirada resignada, se encogió de hombros, pero entonces levantó su cabeza, me miro directo a los ojos y respondió desafiante

Tal vez solo esté encerrada en este castillo y espero a que llegue mi príncipe, y me haga mujer…

La tomé por la muñeca y la arrastré dentro de la casucha, ella apenas intentó resistirse, y la apretujé contra la pared

Alejandro… estás loco? que haces? – protestó ella

La besé con pasión, con locura, esos besos que marcan los labios y busqué su lengua con la mía, la tenía casi a la fuerza, ella respiraba agitada y volvía a intentar negar con la boca lo que su cuerpo decía

No Ale… mi esposo, mi suegro… me matan… es una locura, te lo ruego…

Pero mis manos se llenaban con su cuerpo y ella me sobaba la verga dura por sobre el jogging, era todo muy pasional, apreté sus senos por sobre el traje de baño, sus pechos eran suaves, justos a mi medida, Mirna empezó a besar mi torso desnudo, a pasar su lengua por el salitre de mi transpiración y todo fue inevitable…

Cógeme animal, te deseo, quiero tu verga…

Su discurso había cambiado de repente, la tomé por las nalgas y la levanté en el aire, ella se enredó en mi cuerpo como un demonio para volver a besarnos, la llevé sobre la mesa donde había restos de mi almuerzo, solo tiré todo al piso sin importar nada, la senté al borde, me colé entre sus piernas bajé por su cuello mientras ella misma soltaba el sostén para acariciar con sus pezones mi piel, fue muy erótico, ella recorriendo con sus manos mis bíceps y yo recorriendo con las mías su bajo vientre, al punto de tocar al fruto prohibido.

Llegué con mi lengua a sus pechos, a sus pezones, uno y el otro, lentamente, ella arqueaba su espalda de lado a lado para alternar con ambos en mi boca, su respiración estaba pesada, sus jadeos sabían a música en mis oídos, bajé por su vientre, un poco más, otro

Con delicadeza bajé la tanga de baño recorriendo sus caderas y sus piernas, dejando un hilo pegajoso y viscoso en el camino que había empapado su intimidad, sentí ese hermoso perfume del sexo de una mujer y mi verga latió en deseo, me incliné como un esclavo ante su reina, ella se abrió como una flor de primavera para ofrecerme su conchita rosadita, suave, depilada por completo, me encantó.

Fui por todo, adoro dar sexo oral a las mujeres, recorrer sus labios, probar sus jugos, meter los dedos en la rugosidad de sus dulces cavernas, acariciar con mi lengua esos culitos apretaditos y comer esos botoncitos que tienen, la llave secreta a la puerta del paraíso.

Mirna no sería la excepción, solo se la chupé con muchas ganas y deseos contenidos, ella gemía descontrolada, le acariciaba los senos, el vientre, las piernas, llevé mis dedos con sus jugos a su boca, fue erótico me los chupaba con ganas, como si fuera mi verga.

Ella intentó incorporarse, con un dejo de súplica dijo con la respiración entrecortada

Coge… geme Ale… Alejandro… cogeme… por… por favor…

Puse una de mis manos en la zona por encima de su vientre, justo debajo de sus pechos y abusando de mi fuerza la obligué a recostarse nuevamente, la mantuve ahí, chupándole la concha, haciendo oído sordo a sus ruegos, aun quería chupársela, no iba a parar, no paré.

Ella se vino en mi boca, sus espasmos descontrolados sacudieron su cuerpo, los gemidos se hicieron gritos, y ya, cerró sus piernas porque estaba demasiado sensible.

Entonces sí, bajé mi jogging, acaricié con mi sexo el suyo, una vez, otra vez, y al fin se la metí toda, mi verga gruesa y larga se perdió en la profundidad de su conchita hasta verla desaparecer por completo

Ayyyy…. – dijo ella con los ojos cerrados – que verga grande que tenes!

Te gusta? – pregunté yo lleno de orgullo masculino –

Si…. mmmm…. rompeme toda papito!

Empecé a cogerla con fuerza, la tenía toda abierta sobre la mesa, un manjar, con sus ricos pechos moviéndose como olas de mar ante cada embate, con sus ojos cerrados, con su boca entreabierta, jadeante, me sentí poderoso, me sentí en control, dueño de la situación.

Solo me deslizaba en su interior, su conchita estaba calentita y sabía que llegaba a tope, que la llenaba toda, me encantaba, era hermosa, mi vista fue de casualidad a su mano izquierda, a su dedo anular donde una carísima alianza de oro brillaba recordándome que era una mujer casada, la mujer de quien pagaba mi sueldo y ahora era toda mía, ella me había elegido a mí.

Sus cabellos renegridos se habían soltado por los movimientos bruscos, ya no lucía ese prolijo rodete y solo fui dando pasos tras pasos, de repente la tomé por los cabellos y casi en tono de orden le dije

Ahora me vas a chupar la pija!

Mirna tomó el juego, fue de rodillas y empezó a chupármela mientras yo al veía desde arriba, apenas se metía el glande en la boca, y me masturbaba, entonces le di una suave cachetada en el rostro mientras la tenía aun de los cabellos con la otra mano y le dije

Así, no, así no me gusta! chupámelo como las putas!

Y solo la forcé un poco para metérsela más profundo, Mirna estaba bajo mi control, y noté como se excitaba con el juego que le proponía, más fuerte, más bruto, ella hacía su mejor esfuerzo, pero con solo la mitad ya tenía arcadas, pero ponía todo el esmero, lo notaba en su respiración, en sus gestos, estaba caliente, y empezó a chuparla muy rico, como poseída, endemoniada.

Ella cada tanto levantaba sus ojitos y me miraba en forma muy tierna, lo que recibía era muy caliente, esos ojos de pecado con mi verga enterrada en su boca, fotografías mentales que quedarán para siempre grabadas en mi cerebro.

No me acabaría en su boca, al menos no en la primera vez…

La tomé nuevamente por la fuerza para llevarla otra vez sobre la mesa, esta vez de espaldas, con su pecho apoyado sobre la rústica madera y su enorme culo bronceado hacia a mi lado, era perfecto, sus nalgas eran demasiados grandes, su cintura era demasiado pequeña.

Escupí mi mano, la pasé por su esfínter, ella lo vio venir

Pará loco! que haces? es muy grande! no quiero!

Era evidente que no sería su primera experiencia anal a juzgar por su dilatado culito, pero seguramente no habría probado muchas como la mía, insistí una y otra vez, volviendo a lubricar y a empujar, haciendo oído sordo a sus quejas, hasta que la sentí entrar, con la mitad fue suficiente y sentí su anillito apretando mi tronco.

Mirna se debatía entre reclamos infructuosos y gemidos descontrolados, en un placer diferente, como una potra salvaje, domada, resignada a su destino, acariciando su vulva mientras yo se la daba por el culo

Qué gru… gruesa que… que la… la tenes… – decía casi inconexa llevándome a una excitación extrema –

Llegaron juegos de palabras calientes y no pude más, se la saqué de atrás y se la metí de nuevo en la conchita para inundarla con semen caliente mientras mis ojos se extasiaban con su esfínter extremadamente abierto.

Nos repusimos en medio de la excitación y la tarde de verano, miramos la hora y era mejor no jugar a la ruleta rusa con la suerte, apenas se limpió un poco, se acomodó los cabellos nuevamente en un pequeño rodete, se puso su traje de baño y la vi alejarse meneando sus caderas, sabiendo que llevaba entre sus piernas lo mejor de mí.

Se zambulló en la piscina y yo solo seguí trabajando con mi martillo y mi cincel

Días después terminé el tallado, le di lustre y estaba listo para regalárselo a Mirna, faltaba el nombre de mi obra, pensé en bautizarla ‘amantes’ pero hubiera sido algo confuso y difícil de justificar ante la familia, decidí llamarla EL AMOR PERDIDO, porque tal vez en otra vida nuestros caminos se hubieran unido, pero no en este, éramos diferentes, de distintas clases sociales, ella era jefa, yo un empleado, ella era una mujer comprometida, y yo no quería compromisos.

Vivimos días de locura, el sabor de lo prohibido, coger a escondidas, en cualquier sitio, a cualquier hora, sexo loco, sexo libre, sexo salvaje, con la adrenalina de amantes, el placer de ver a quien pagaba mi sueldo a los ojos, aceptar en silencio sus órdenes prepotentes y sus destratos, al tiempo de masticar el disfrute de estar comiéndose a la preciosura que tenía como mujer.

Y todo fue perfecto, hasta el momento en que me di cuenta de que Mirna se había enamorado de mí, y en ese mundo EL AMOR PERDIDO era una inaceptable utopía.

Ella empezó a hablar de ‘nosotros’, de ‘futuros’, de historias en las que yo no estaba de acuerdo, había llegado a ese punto sin retorno donde los malentendidos se hicieron moneda corriente, la relación poco a poco se hacía tóxica porque ella empezaba a asfixiarme, a arrinconarme, me empujaba a discutir con su esposo, con amenazas veladas, y en un abrir y cerrar de ojos esa preciosa mujer que me encantaba llevar a la cama, se había transformado en problema que parecía destruir todo.

Pude soportarlo hasta el día en que ella vio a su esposo como un obstáculo a nuestra relación y cuando la sentí hablar, tanteando mi reacción, de ‘deshacernos’ de él, supe que era demasiado.

Había llegado el momento de dar vuelta de página, así, de repente, Mirna nunca entendería que yo nunca me enamoraría de ella, que no había un ‘nosotros’ en mi cabeza, y que de seguir mintiéndonos ella terminaría odiándome.

No di muchas excusas al viejo Juan, no pudo entenderlo, tampoco tenía porque hacerlo, solo cerré esa puerta y dejé atrás esa historia, nunca supe más nada de Mirna, con todo mi corazón deseo que pudiera romper con esa cárcel que la estaba matando en vida.

Si te gustó, puedes escribirme con título EL AMOR PERDIDO a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de carácter ilustrativo para este relato erótico…

 

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