Relato porno de lo que la gorda Cecilia me obligó a hacer

Mi infancia había sido demasiado triste, típica familia patriarcal, mi padre era un hombre bruto, un tano de agrio carácter que solo sabía hacer una cosa, trabajar, él tenía unas manos duras como piedras, ajadas por el tiempo, su corazón era helado y jamás demostraba sentimientos. Mi mamá era una buena mujer, pero ella solo era el títere de los deseos de papá, una persona sumisa y que solo se encargaba de los quehaceres hogareños y alguien que jamás contradijo a su esposo.

Federico era mi hermano menor, mi único hermano, le llevaba poco más de tres años, él tenía síndrome de Down, por lo tanto, todo el peso caía sobre mis hombros.

En mi niñez yo quería ser médico, pero mi padre decía que eso era perder el tiempo, yo tenía que tener un oficio, saber ganarme mi dinero, porque algún día, cuando mamá y él ya no estuvieran, yo debería mantener a Federico. Así cuando los niños jugaban en la calle yo trabajaba a su lado, aprendiendo a ser herrero, como él lo era. Cada día me levantaba a las cuatro de la mañana, no había sábado ni domingo para descansar, nunca, mis horas más felices eran por la tarde, cuando podía asistir al colegio del pueblo.

Así crecí, siempre como ladero de mi padre y de él jamás recibí una sonrisa, o un gracias, solo era un déspota quien me recalcaba una y otra vez que solo eso recibiría de la vida, golpes, y cada vez que mencionaba eso me daba un fuerte coscorrón, como un animal, creo que aun hoy en día puedo notar las deformaciones de mi cráneo.

Y poco a poco empecé a odiar a mi hermano, me sentía una mierda, porque a pesar de ser pequeño entendía cuál era su situación, pero no me parecía justa la parte que a mí me tocaba en toda la historia.

Cuando cumplió quince él enfermó, yo no sabía bien que pasaba, pero intuí que no era algo sencillo. Federico falleció un año después y me sentí horrible, porque era mi único hermano, sufrí por él, pero también sentí un enorme alivio para mí, me alegré por mí y esa situación no se la deseo a nadie.

Dos años después también perdería a mi madre, ella jamás había podido superar lo sucedido con mi hermano, entró en una profunda depresión y solo se dejó morir.

Y a partir de ese momento, todo lo vivido había perdido sentido, odiaba a mi padre, y como a un animal salvaje que se lo tiene prisionero, apenas pude romper las ataduras lo dejé para siempre, para no volver la vista atrás, nunca más supe nada de él y aun hoy ignoro cual fue su suerte.

Empecé de cero, estudié, trabajé, formé una familia, tuve tres hijos maravillosos, dos niñas y un niño y todo fue perfecto, al fin había formado mi hogar.

Pero en un abrir y cerrar de ojos los niños se hicieron adultos, formaron sus familias y Sandra, mi esposa, y yo nos quedamos solos.

Y fue volver a empezar, la convivencia se hizo difícil, estábamos grandes y descubrimos que ya no teníamos nada en común.

Juro que intenté remontar el problema, pero después de muchas consultas de pareja con especialistas Sandra solo me pidió terminar nuestra relación.

Me opuse mil veces, y mil veces ella me rechazó, me dijo que había sido muy feliz a mi lado pero que esa historia ya era pasada, y solo me sentí solo, muy solo, y renació en mi todo el sufrimiento de mi infancia, me sentí culpable, y sus palabras ya me dolían como los coscorrones que mi padre me daba.

Y deambulaba como alma en pena, entre mi empleo y mis intentos fallidos por hacerla cambiar de parecer, porque solo no podía entender que era lo que había hecho mal.

Así fue que deambulando por bares nocturnos y perdido entre copas y copas conocí a la gorda Cecilia, como la llamaban.

Dicen que cuando tenía veinte años Cecilia era una chica infartarte, con unas tetas y un culo fenomenal, pero con el paso de los años fue perdiendo sus líneas, era famosa por dar a sus clientes lo que sus clientes necesitaban y así terminaría con ella a solas en una habitación.

En verdad, con cuarenta años ella no lucía tan mal, era un tanto rellenita, pero no al extremo para que la llamaran despectivamente como ‘la gorda Cecilia’, aunque a ella poco le importaba, siempre y cuando pudieran pagar su tiempo.

Ella estaba de cacería esa noche, como cada noche, solo buscaba clientes.

Se sentó a mi lado, me vio bebiendo y me dijo que la convidara con una copa, lucía sus cabellos enrulados recogidos y sus mejillas regordetas estaban rojas por el calor que hacía en el lugar, tenía un maquillaje discreto y los labios pintados en rojo sangre. Una remera amarilla super ajustada de finos breteles les marcaban sugerentemente sus grandes tetas que parecían querer escapar por un escote más que llamativo, pero claro, también le marcaban de forma nada sensual los gramos de grasa que se acumulaban en su vientre y en su cintura, dejando notar que estaba bastante excedida en quilos.

Por la oscuridad del lugar, apenas pude ver más abajo un jean ajustado en un gris apagado que solo me permitía imaginar en mi mente las formas de su trasero y de sus piernas.
Ella se mostró desinhibida, abierta, como dejando en claro que sabía jugar el juego y que era lo que estaba buscando, tomó el trago con una mano y al ver que yo le respondía a su juego, no tardó en acariciarme la nuca con su mano libre, me regaló sonrisas y todo lo que yo necesitara para comprar el producto que ella estaba intentando vender.

Fuimos a mi coche, y de ahí a su casa, un modesto departamento al pie de las colinas, donde se era notoria la pobreza y no había lujos, apenas un par de ambientes precarios donde me quedó claro el desorden en el que vivía la gorda Cecilia, creo que ni a propósito las cosas podían estar tan fuera de lugar, nada encajaba con nada y me causó una pésima impresión.
Me llevó a su cuarto donde había una pobre cama en madera y donde imaginé que esta prostituta trabajaba con sus clientes, me sonreí por dentro al imaginar cómo debía crujir esa pobre cama con los movimientos de la gorda.

Pero ella no tenía tiempo para perder, le di mi dinero y ella vino entre mis piernas, solo le había pagado por una buena mamada y en eso estaba.

Y su accionar no me pareció nada del otro mundo, soy una persona grande y ya conocía el juego de falsas palabras y adulaciones, gemidos fingidos y placeres inventados, porque ella solo intentaba hacerme acabar lo más rápido posible.

En verdad cuando acabé sobre su rostro noté su expresión de repulsión y toda su actuación quedó en evidencia.

Un par de días volví con ella, a repetir la experiencia, necesitaba matar mi tiempo y se suponía que yo estaría con ella por un poco de sexo, pero solamente necesitaba alguien que me escuchara, que comprendiera mi dolor, mi vida, y solo fue eso en ese segundo encuentro, un parloteo incesante de mi parte para alguien que no abrió la boca.

Y volví a visitarla, una vez y otra vez, yo solo buscaba una salida, entender, y solo se dio algo por pura casualidad.

Cecilia fumaba mientras yo hablaba, y en un descuido el cenicero fue a parar al piso, ella estaba sentada al borde de la cama y solo se quedó observando, yo fui a recoger las cosas, me arrodillé a sus pies y empecé a juntar las colillas, recuerdo que ella tenía unos zapatos de finos tacos, yo estaba concentrado en la limpieza cuando sentí ese fino taco presionar en mi mano, la miré, ella tenía una sonrisa en sus labios, y solo apretó, más y más, sentí el dolor, punzaba como un clavo buscando hundirse en mi carne y recordé en esos instantes todos los pesares de mi vida, mi padre, los golpes, mi hermano, mi huida, revivir todo, el dolor humillante y descubrí una estúpida sensación de placer en todo eso, un desahogo, una salida.

Y lo que empezó como una casualidad terminó siendo una costumbre, me pasaba los días tratando de reconquistar a Sandra, pero también visitando a escondidas a la gorda Cecilia, ya no pagué por su sexo, no, ella buscó la forma de hacerme sufrir, pisando mis manos, mis uñas, apagando sus cigarros en mi piel y solo intenté acapararla para mí solo, empezó a molestarme que ella estuviera con otros tipos, incluso que me contara que había estado con dos al mismo tiempo, algo que ella parecía disfrutar mucho y ante mis reclamos solo recibía más y más castigos.
Solo empecé a fastidiar a Cecilia con mis planteos, y empezaron las discusiones, ella, al igual que mi mujer me dijo que ya no quería verme, que ya no le importaba mi locura, y que ya no quería mi sucio dinero.

Y yo no podía aceptar otro desplante, cien veces juré no volver por ella y cien veces volví a caer, y ella solo incrementaba sus castigos para encontrar mis límites y que ya no la molestara, pero sus castigos eran solo placer y ese monstruo se retroalimentaba a sí mismo.

relato sumiso con la gordaTiempo atrás llegué a su casa, no quería atenderme, pero insistí, me quedé a la puerta un par de horas hasta que se dio por vencida, ella estaba molesta, harta de mí, discutimos, gritamos, al final me ordenó que me quedara solo en ropa interior, fue por una soga y la anudó a mi cuello, casi al borde de la asfixia, ató el otro extremo a la pata de la cama, contra el piso, tuve que quedarme echado, como una mascota. Cecilia fue por un postre, se sentó en la cama y apoyó sus piernas en mi espalda usándome como una mesa ratona, me miraba con compasión, como si fuera un perro y me dijo

Que voy a hacer contigo…

Era solo una reflexión en voz alta, terminó de comer y se dirigió hacia su mueble de ropa interior, ella se desnudó y se calzó un arnés con una generosa verga de juguete, tomó también una botella con lubricante y me miró desafiante, yo estaba entregado a sus órdenes, ella pasó por detrás y la perdí de vista, bajó mi calzoncillo y empezó a nalguearme, más y más fuerte, buscando mis límites, luego la sentí lubricar mi culito, solo le dije que no, pero ella tenía el control, la gorda Cecilia tomó unos minutos para violarme, mordí con fuerza y cerré los ojos para soportar el dolor de ese juguete metiéndose en mi culo, me transpire todo, sentía mi corazón querer escapar por mi boca, la maldije.

Ella solo me la daba por el culo y me enterraba toda mientras tiraba de la soga casi hasta cortarme la respiración, estaba en cuatro sobre mí, su boca cerca de mi oído me decía

Esto querés? te gusta? te gusta sufrir? te gusta el dolor?

Y solo aguantaba mi castigo, mi mente viajaba a mi infancia y solo revivía mis días con mi papá, donde trataba de esforzarme por hacer algo bien y solo recibía sus coscorrones en la cabeza, y llegaba este presente, Sandra, mi amor, la estaba perdiendo. Me estaba volviendo loco…

No podía escapar a todo ese tormento, es que parecía atado a ella, cerré mis ojos y asumí que merecía ese sufrimiento, porque yo era un mal chico y había huido cobardemente, y tal vez por mi culpa mi pobre hermano había fallecido tan joven.

Creí sentir la presencia de mi padre, diciéndome una y otra vez que era un inútil y que nunca haría nada bien.

La gorda Cecilia solo se cansó de joderme, salió de mi interior, giró por mi frente aun con esa enorme verga colgando entre sus piernas, encendió un cigarro, y se paró donde yo estaba, largó una bocanada de humo, me tiró de los cabellos para que yo mirara sus ojos, entonces nuevamente uno de sus dos tacos empezó a presionar una de mis uñas contra el piso de madera, me hacía retorcer de dolor, ella parecía disfrutarlo, yo parecía necesitarlo.

Luego solo se cansó y me llevó la cabeza al suelo, me obligó a lamer sus pies, tuve que recorrerlos con mi lengua, llenarlos de besos, incluso metió ese taco fino en mi boca para que lo chupara todo, ese mismo taco que dejaba marcas imborrables en las uñas de mis manos

Cuando se terminó el tiempo pagado, me soltó y ella misma se horrorizó por las marcas que habían quedado en mi cuello, solo me dijo que estaba loco y que necesitaba tratarme, juntó todas mis ropas y me las tiró encima, estaba nerviosa, al borde del llanto, me pidió que solo me fuera, que ya no quería verme.

Discutí con ella, no podía soportar otro desplante, ya no…

Volví a llamarla, pero ella me evadía, mi esposa era ya solo un fantasma imposible de atrapar, mi cabeza parecía explotar…

Traté de encontrarla nuevamente en el bar donde la había conocido, pero ella ya no estaba concurriendo asiduamente, y el barman, con quien ya tenía cierta confianza me dijo que en verdad estaba tratando de no cruzarse conmigo, me estaba evitando.

Y cada noche, solo sentado en la barra, me miraba mis uñas negras y sus recuerdos llegaban a mi mente, me perdía entre copas y había hasta perder la noción de mi triste existencia

Tiempo después volví a su departamento, una vez más, por la noche, pero ella no estaba sola, eso me enfureció, no toleraba que otro estuviera con la gorda Cecilia, y nuevamente me metí al medio casi a la fuerza casi armando un escándalo, fue confusa la situación, Cecilia lucía unos portaligas y corse coloridos que lejos de saberme erótico me parecía un colorido arlequín de poca monta, rozando en lo ridículo, a un lado había un joven delgado, con la piel blanca como la leche, pelirrojo, de ojos claros y abundantes pecas, estaba desnudo, con un pene pequeño y posturas afeminadas, también un tipo que calculé de mi edad, musculoso, bien mantenido, totalmente depilado, parecía un stripper, era calvo, con una verga bastante llamativa y aros brillantes colgando de sus tetillas, y por último, lo más raro, al fondo, casi dibujada en la penumbra observaba todo en silencio una chica travesti, de piel negra, donde era notoria esa ambigüedad entre lo femenino y lo masculino, muy pintarrajeada, alta, en tacos altos, no pregunté, no entendí, pero sin dudas si se buscaba un ejemplo de la palabra ‘ridiculez’, bueno, acá estaba esa foto.

Y sin querer me sumaba yo, el loco, el trastornado, el hombre cuyo cerebro era una madeja de cables mal conectados, donde la electricidad provocaba incesantes cortos y solo no podía vivir en paz.

Repasé el entorno, había botellas de bebidas y restos de porquerías que evidentemente se habían metido por la nariz, y yo había interrumpido un espectáculo por el que ella seguro recibía unos buenos pesos. Y discutimos, yo estaba pasado de copas y ella ya no quería saber de mí, Cecilia estaba fuera de sí, y parecía llevar el control, me arrastró a la fuerza, era lo que necesitaba, sentir su poder, su castigo, lo que merecía, con la ayuda del tipo musculoso me llevaron de rodillas sobre esa maldita mesa y casi por la fuerza yo también me vi aspirado un par de líneas de no sé qué mierda, y solo no supe como terminé desnudo y con mis brazos atados a la cama, parecía crucificado.

Fue cuando ella dijo que había caído justo en el sitio adecuado y que recibiría un castigo ejemplar. Ella acercó al delgado a su lado, empezó a chuparle la pija, luego vino a mí y me dio un beso profundo de lengua, quise evitarlo, pero era parte de mi castigo y la droga me hacía perder el control, volvió a chupársela y volvió a besarme, y otra vez, y otra vez más, sentía sabor a verga en mi boca y escupía cuando podía, solo recuerdo eso de ese momento, no sabía nada del musculoso, ni de la chica trans, solo el rostro macabro de la gorda Cecilia, chupando y besando, chupando y besando.

El chico escuálido llegó al final, ella se encargó de sacarle hasta la última gota, luego vino a mí y dejó caer sus jugos en mi boca, me sostenía con fuerzas el rostro y me hablaba sobre mis castigos y mis pesares, yo trataba de escupir, pero solo me obligaban a tragar y tragaba o me ahogaba, sentí el sabor repugnante a semen con saliva pasar por mi garganta.

Estaba desesperado, recuerdo que maldecía a mi padre, y recuerdo que el musculoso vino por mi brazo, solo me inyectó algo y dijo que me sentiría mejor, en verdad una bomba estalló en mi cabeza y la vista se me tornó difusa y las ideas se hicieron volátiles, los párpados me pesaban y solo ya no tenía voluntad.

Recuerdo entre pensamientos perdidos que la chica trans se puso sobre mi rostro, arrodillada con sus piernas a los lados de mi cabeza, y metió su verga en mi boca, solo me cogió por la boca, veía sin reacción sus ricas tetas morenas moverse por sobre mi, y también como su generosa pija entraba y salía de mi boca, también sentí que al mismo tiempo alguien me había levantado las piernas y me la daba por el culo, adiviné entonces que el musculoso se saciaba sus bajos instintos.

Mis sentidos estaban confusos, y no me importaba que hicieran de mí, la voz de Cecilia me parecía lejana, pero ella seguía dando las órdenes para que cada uno jugara su juego.

Sentí el sexo de la chica con pija jugar en mi boca, llegando a mi garganta y también como el otro bastardo me rompía el culo, yo era un objeto inanimado, que recibía su merecido castigo, quise gritar, quise gritar, solo quise gritar…

Basta papá! basta de golpearme! no más coscorrones por favor!!!!

Pero me ahogaba en mi desesperanza, me ahogaba con el semen caliente que esa extraña eyaculaba en mi garganta y en las lágrimas de dolor que brotaban por mis ojos.

Desperté al día siguiente en un callejón maloliente de la ciudad, sucio, perdido, sin nada en los bolsillos, con tambores redoblando en mi cabeza, noté que estaba descalzo y tampoco tenía mi saco, seguro algunos vagabundos se habían hecho con el botín, el sol me pegaba en el rostro y sentía como si un tren me hubiera pasado por arriba, había tocado fondo.

Hoy puedo decir que el doctor Faurlin es muy bueno conmigo, el me escucha, siempre me escucha y dice que todo estará bien siempre y cuando tome mis medicamentos, me hacen bien y los coscorrones de papá ya no duelen tanto, Sandra me visita cada tanto, también mis hijos, ellos son buenos, me dijeron que ya soy abuelo! y me esfuerzo para estar bien, quiero conocer a los niños y cuando me den permiso para salir del neuro psiquiátrico podré al fin conocerlos!

También hay algunas doctoras que vienen a hablar conmigo un par de veces a la semana, Sonia es muy simpática, y muy buena, ella me regala caramelos a escondidas, y Juanita, una gordita preciosa que me recuerda a Cecilia.

Ellas me dicen que estoy haciendo progresos, creo que estoy mejor, al menos intento ser bueno y que los coscorrones de papá ya no duelan tanto.

Si te gustó la historia puedes escribirme con título LA GORDA CECILIA a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico

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