Relato porno de la confesión de los secretos ocultos de una esposa «Libelula»

Cuando esa noche llegué de viaje eran cerca de las dos de la mañana, la casa era enorme y se respiraba demasiada soledad en la primavera incipiente, subí al cuarto, tratando de no hacer ruido, no quería despertarla, aunque seguramente ella se despertaría igual al sentir mi llegada, pero me sorprendí al encontrar la cama vacía, las sábanas estaban frías y perfectamente acomodadas por lo cual se hizo evidente que Maricel no se había acostado.

Me preocupé, ella sabía mis horarios, el vuelo llegó sin retraso, y recordé las veces que la había llamado al celular sin tener respuesta, volví a llamarla, pero parecía no estar al otro lado, había perdido la cuenta cuantos mensajes le había dejado ya a su contestador.

Pensé en llamar a su hija, tal vez ella supiera, pero desistí, no tenía objeto despertarla y alertarla por algo que seguramente sería una sonsera, bajé las escaleras meditando, me serví un vaso de whisky escocés que había traído de uno de mis viajes por el viejo mundo y observé el entorno, encendí las luces y me sorprendieron un par de maletas al lado de la mesa principal, las tantee y por el peso me di cuenta que estaban llenas. Subí nuevamente al dormitorio, salteando los escalones en forma apurada, fui al placar y comprobé lo que pensaba, mi esposa había vaciado su lado y se evidenciaba el final.

Era cierto, el nuestro no era un matrimonio común, ella recién tenía cuarenta y cuatro y yo pisaba los sesenta, yo era un reconocido político y me la pasaba viajando por el mundo, siempre ocupado, siempre con compromisos, siempre dejándola en segundo lugar, y es que no podía ofrecerle más que tan solo una parte de mí.

Maricel odiaba la idea de volar, además vivía pendiente de su hija adolescente y todo parecía complotarse para separarnos. Me maldije observando en silencio las maletas, había fracasado en anteriores matrimonios y había creído encontrar en esa hermosa mujer al verdadero amor de mi vida, pero todo estaba por terminar y por primera vez, una separación me suponía tanto dolor.

No supe que hacer, estaba cansado por el vuelo desde Pekín, con transbordos interminables, me dolía todo el cuerpo, pero sabía que no podría conciliar el sueño, me llevé a mi vieja amiga, la botella de whisky y me senté cerca del ventanal que daba al exterior, mirando la nada misma, pensando y repitiendo la historia una y otra vez, sin encontrarle sentido a nada.

Supongo que producto de la bebida y el cansancio me adormilé en algún momento y el ronroneo del motor de su coche me sobresaltó, miré la hora, eran las cuatro de la mañana, sentí sus finos tacos repiquetear cada vez con mayor insistencia, luego las llaves y al fin la puerta principal se abrió.

Maricel, mi fina y delicada esposa me sorprendió, vestida bastante indecente, como una puta barata, y un maquillaje en su rostro que acentuaba esa imagen. No le dije nada, porque nada entendía, ella solo tiró un ‘estás despierto? tenemos que hablar…’

Y tampoco dije nada, claro que teníamos que hablar, o, mejor dicho, ella tenía mucho que hablar.

Echó llave a la puerta, se sacó los zapatos y los tiró a un lado, se masajeó los pies y meneó la cabeza de lado a lado haciendo crujir los huesos de su columna, vino a mi lado, me observó y dijo mirando la botella:

Te lo tomaste todo? necesito un trago 

Se sentó en la alfombra, a mis pies, sorbió del pico, y sentenció

Te habrás dado cuenta de que me voy, tengo todo arreglado, no te preocupes, no seré un problema en tu carrera política, como un día aparecí en tu vida hoy desapareceré, terminemos con esta farsa, sí? pero antes voy a contarte cosas de mí que no sabes… 

Maricel nunca había querido hablar de su pasado, la había conocido en una cena de la embajada, ella oficiaba de traductora castellano italiano, me entró por los ojos, vestida elegantemente, una dama, con un trasero más que llamativo, enfundada en un trajecito de pollera y spencer en azul oscuro, que hacía resaltar el azulino profundo de sus ojos, de cabellos castaños, muy cortito, demasiado, de contextura normal, y unos pechos muy pequeños, casi imperceptibles.

Había aprovechado algún intermedio para charlar con ella, además de italiano, sabía francés, inglés y algo de alemán, y solo se dieron las cosas para llegar a este presente, donde además de lo mencionado, solo sabía qué tenía una hija adolescente que vivía por su cuenta y que era una mujer de una sólida posición económica.

Maricel respiró profundo y comenzó a largar las palabras sacándome de mis recuerdos.

Cuando tenía catorce años, yo estaba con unos de mis noviecitos, él era un par de años mayor y ya sabes, el sexo estaba siempre presente, el proponía y yo evadía, era virgen y temerosa, pero él insistía e insistía. 

En esos días yo tenía metido entre ceja y ceja un vestidito muy bonito y costoso, y como iba muy mal en mis estudios, mis padres, en castigo se negaron a comprármelo, yo tenía algo de dinero ahorrado, pero no era suficiente, Enrique, mi novio, quien sabía lo que sucedía, me hizo una propuesta, el me daría el dinero faltante, pero yo debería hacerle sexo oral a cambio.

No me desagradó la idea, puesto que yo ya deseaba hacerlo hace tiempo y solo me aguantaba, pero en el fondo estaba teniendo sexo a cambio de dinero.

Fue en su casa, en su cuarto, un poco a las apuradas porque estaban sus padres y sus hermanos, pero me arrodillé a sus pies y solo se la chupé, era mi primera vez con la intimidad de un hombre en la boca, y a pesar de tratar de hacerlo lo mejor posible, Enrique me la metía muy profundo y me hacía mal. Cuando sentí sus jugos en mi boca me asusté, era espeso y un sabor desconocido para mí, tragué rápido, pero salía más y más hasta que solo no pude y escupí parte al piso, estaba ahogada y tosía mucho, mientras él se reía como un estúpido.

Al fin me había comprado el vestido, pero en adelante aprendería a chuparla muy rico.

Mi novio quería más, no le alcanzaba solo con mamadas, pero había algo en el que me generaba desconfianza. Un día vino con el cuento de que quería comprarse una motocicleta, y al igual que a mí con el vestido, pues no le alcanzaba el dinero, y bueno, si yo hacía con sus amigos lo que yo hacía con él, ellos pondrían lo que faltara para que pudiéramos comprar la moto.

No sé cómo me dejé convencer, pero una noche, en el taller de uno de los chicos, le mamé la verga a una veintena de muchachos, uno por uno, terminé con las rodillas ensangrentadas, la mandíbula acalambrada y un repugnante cóctel de semen en mi estómago.

Cuando todo había terminado, mi noviecito estaba recostado contra una columna, contando billete por billete con un brillo especial en sus ojos, yo me sentía fatal, no podía contener unos eructos nauseosos con sabor a semen, y ahí mismo empezarían los problemas, porque ‘tendríamos’ una moto, pero Enrique tenía otros planes, el vestido era mío, la motocicleta sería suya, no me pareció justo, discutimos, le dije que no era lo convenido, que yo había hecho todo el trabajo, pero él se puso violento y apretando mis rostro con una de sus manos solo me dijo que era una puta. Le di una bofetada y cerré mi historia con él, esa misma noche.

El volvió a intentarlo, a tratar de recomponer la situación, pero me fue evidente que solo quería sexo, mi virginidad, o prostituirme con sus amigotes de turno

Yo no entendía por qué Maricel me contaba todo eso en ese momento, solo necesité tomar la botella de whisky y pegar un nuevo trago, ya no quedaba casi nada, cambié de posición, la convidé con las últimas gotas y seguí poniendo el oído a sus palabras

Mi noviecito de esos días se quedó muy molesto conmigo, con el enojo propio de alguien que no había logrado hacer lo que quería hacer, y junto con sus amigotes se encargaron de destruir mi reputación, es increíble como en un abrir y cerrar de ojos se puede arruinar la imagen de una mujer, y todo corrió como reguero de pólvora, muchos hombres se enteraron de lo que había hecho y solo me buscaban para un sexo pago.

Yo no me quedé atrás, ni me deprimí, ni me molestó, me gustaba mucho mamar vergas, era muy buena en eso si yo podía elegir al chico que me gustaba, y además tomar dinero a cambio, que habría de malo? me hice la propia dueña de mis ingresos.

En un par de años era bastante famosa por así decirlo, solo en dos o tres noches chupando vergas hacía más dinero de lo que hacía mi madre trabajando todo el mes como secretaria en un estudio contable después de haber trabajado veinte años. Me sobraban pedidos, pero yo siempre elegía los chicos guapos.

Cuando cumplí diecisiete decidí subastar mi virginidad, por alguna estúpida razón un tesoro impagable para los hombres, y más aun sabiendo que era menor, un morbo que nunca entendí, pero era lo que más cotizaba.

Fue todo clandestino, obviamente, y necesitaba un nombre para ese perfil de mujer que estaba naciendo en mí.

Estaba sola en mi cuarto, encerrada en mis pensamientos, en un silencio llamativo, buscando algún nombre que me identificara. El ruido del aleteo incesante de una libélula atrapada en los cortinados del cuarto atrajo mi atención, fui al ventanal, la pobre estaba enredada, y solo la ayudé a volar en libertad, ya tenía el nombre por el cual sería conocida, libélula

Pero no todo sería perfecto, comprobaría que no siempre tendría sexo con chicos bonitos, de mi agrado, a veces el dinero iba por otro lado y los platillos de la balanza no siempre estarían equilibrados, belleza y placer en uno, dinero y asquead por otro.

La subasta la ganó un tipo sexagenario, un tipo importante, estanciero, que puso una cantidad increíble de billetes, un gordo de ciento veinte kilos, con esas panzas enormes, redondas y llamativas, altanero, un petiso de bajos modales y que me trató como una puta, no le importó que fuera mi primera vez, incluso por la fuerza me la dio también por detrás, él había puesto el dinero y según su forma de ver las cosas, debía hacer todo lo que él quisiera por un par de horas.

Fue repugnante, pero al día siguiente habría una cuenta bancaria.

Tampoco me fue bien en casa, que sea la puta de la familia no era del agrado de nadie, en especial para papá que se sintió humillado por lo que hacía y las discusiones eran moneda corriente. Solo los dejé, a todos, debía empezar a vivir mi propia vida.

Seguía sin entender, sin articular palabra, es que me estaba dando cuenta que me había enamorado de una extraña, los primeros destellos del amanecer empezaban a colarse por la ventana y esa luz tenue me dejó ver las líneas de sus hermosas facciones, ella siguió narrando su historia

Libélula se hizo famosa, mi imagen era diferente a lo que soy ahora, usaba el cabello muy batido, largo hasta los hombros, en un rubio platinado, vestía provocativa, tenía veinte años, además me hubieras visto, tenía unas tetas enormes! me había puesto implantes y eso vendía muy bien!

relato esposa con secretos ocultosElla tomó su celular haciendo una pausa, buscó un poco y me mostró por primera vez una foto de su juventud, muy provocativa, una perra, una imagen totalmente encontrada a lo que ella era, no pude sentir la provocación de esa foto con un cosquilleo entre mis piernas

Esta era yo, Libélula, gané mucho dinero, muchísimo, siempre teniendo que poner en la balanza el placer y el negocio. Empecé a estudiar idiomas, sabía que los extranjeros en especial los europeos, pagaban muy bien, en moneda fuerte y ellos morían por una latina caliente y pulposa. Hice de todo un poco, participé en fiestas, situaciones lésbicas, también me pagaron para estar con varios chicos a la vez, algunas situaciones de sometimiento, tanto como madame, como de esclava, si Juan, hice de todo.

Pero a los treinta años ya no pensaba como a los veinte, había pagado varios abortos y si bien en ese momento era la solución, no podía dejar de sentirme culpable, de sentir un gran vacío en mi interior, así que cuando quedé embarazada de Lucía, solo quise seguir adelante, que por una vez fuera diferente, jamás supe quién era su padre, tampoco me importó saberlo. 

Con mi niña las cosas cambiaron, me encantaba el imperio que estaba armando con mi cuerpo, pero ella merecía otra cosa, mi tiempo, mis días de madre, verla crecer. Además, cometería el error que no podía cometer, me enamoré de un cliente.

Carlos Alberto no sería uno más, la primera vez que me contrató me asusté, tenía la verga enorme! y mira que había visto vergas! pero esto era descomunal, pensé que me iba a matar! pero yo misma me sorprendí cuando sus casi treinta centímetros estaban todos dentro de mi conchita. No quiero herir tu masculinidad, pero Carlos Alberto me mató como nadie, me arrancó los orgasmos más profundos que pudiera imaginar, y supe que habría un antes y después de ese hombre. Además, me metió en un mundo de sumisión muy placentero, por primera vez, lo hacía con el corazón y no con mi cerebro.

Y él me trató como nadie, me contrataba todas las semanas y me dejó saber que ninguna de todas las mujeres decentes con las que había estado, me llegaban a los tobillos.

Imaginamos una vida juntos, lejos de todo, solo él, solo yo, pero la historia ya es conocida, un tipo casado, con compromisos, un matrimonio infeliz y las eternas promesas de un divorcio que nunca llegaría.

Me cansé de esperar, me cansé de todo, di vuelta la página…

Y entonces abusaste de mí, un tonto crédulo que jamás preguntó por tu pasado – era lo primero que decía en tiempo, cortando su monólogo, sonó a reproche, pero me sentí un estúpido en ese momento, ella prosiguió

No, no fue así, no fue como lo ves…

Tenía que dejar de ser Libélula, tenía todo al alcance de mi mano para hacerlo, viajé casi mil kilómetros para asentarme acá, le dije adiós al rubio brillante, volví a mi castaño natural, me corté bien cortito y lo más importante, me despedí de esas molestas prótesis que me hacían doler la espalda. 

Algunos de mis emprendimientos ya estaban floreciendo, el negocio de ropa interior, algunas inversiones inmobiliarias, mi corredor de bolsa y mis conocimientos de idiomas me llevaron a contactarme con gente de otras esferas, y así fue como nos conocimos, el resto de la historia ya lo sabes…

Maricel miró la hora en el reloj de pared, se levantó y me dijo que necesitaba una ducha, pronto pasarían a buscarla y estaba muy cansada, además, debía vestirse como una señora, no podía dar esa imagen. La vi subir las escaleras hacia el baño de planta alta, me quedé en soledad tratando de revivir todo lo que me había contado, sin dudas era un golpe demasiado fuerte de asimilar, yo, el político respetable, ganador, el que se las sabía todas, el que viajaba por el mundo, el que disertaba ante auditorios, el que aun soñaba con una presidencia nacional, estaba casado con una puta, y jamás pudo notarlo. Me di cuenta entonces, que, a pesar de todo, aun no sabía por qué se iba, porqué me abandonaba, así que subí por las escaleras hacia el cuarto, me senté al borde de la cama, solo a esperar.

Sentía el agua de la ducha caer al otro lado, los minutos pasaron y al final el grifo pareció cerrarse, minutos más tarde, Maricel vino a mi lado, apenas con una tanga minúscula, con sus pequeños pechos desnudos, secándose los cabellos con una toalla, la observé, vi la belleza de sus curvas y añoré lo que pronto perdería, pero también vi en ella una maldita puta y sentí desprecio. Le regalé una falsa sonrisa, y le dije que aun, no me contaba porqué me dejaba.

Se sentó a mi lado, respiró profundo, se encogió de hombros y prosiguió…

Es cierto, te conté sobre mi pasado, pero nada sabes de mi presente…

No se sí recuerdas, un par de años atrás, hiciste una disertación en el salón que está por calle Corrientes, recuerdas?

Bueno, como siempre fui tu mano derecha y te ayudé con todas las recepciones y esos contactos políticos que tanto te preocupas en cuidar.

Había mucha gente, cuantos eran? no soy buena para los números.

Bien, cuando terminaste, estábamos haciendo los saludos protocolares, perdida entre una y otra persona, en saludos de cortesía y sonrisas compradoras. 

En eso, alguien se acercó por detrás y se puso casi pegado a mi cuerpo, muy pegado, hasta incomodarme, entonces me dijo al oído, ‘puedes cambiar tu apariencia, puedes venderte como una mujer de la alta sociedad, puedes ser quien quieras ser, pero para mí siempre serás mi preciosa Libélula’.

La inconfundible voz de Carlos Alberto me hizo estremecer, en un segundo reflotaba mi pasado y esa vida que había tratado de esconder en lo profundo de la nada misma estaba a flor de piel. No dije nada, no podía decir nada, solo seguir saludando con una sonrisa en el rostro. 

Pero Carlos Alberto fue por más, una de sus manos se aferró en forma impúdica y grotesca a una de mis nalgas, mezclando en ese instante mi presente con mi pasado. Usé uno de mis viejos trucos, cuando algún ebrio se pasaba de la raya, discretamente apoyé uno de mis finos tacos sobre su empeine y dejé caer el peso de mi cuerpo sobre uno de sus pies, pobre hombre, lo dejé fuera de juego y lo vi retirarse cojeando hasta una de las sillas del lugar.

No supe más de él, pero esa noche, mientras roncabas yo no pude pegar un ojo, es que todo se había mezclado y en ese pasado de prostituta vip tenía más vida que en este presente aburrido de señora de nivel, casi no intimábamos, vivía muy sola y en dos días partías a Bruselas, una vez más…

Cuando partiste, solo me quedé pensando en Carlos Alberto, lo mal que lo había tratado y decidí buscarlo por internet para disculparme, no tardé en encontrarlo y solo empezamos a recordar viejos tiempos, me dijo que estaba solo, se había divorciado, y que me echaba de menos, me mandó algunas fotos mías, de la rubia tetona que había sido, fotos que yo ya había olvidado y que me sorprendió que aun las tuviera en su poder, no se Juan, no pude evitar sentir el calor que creí apagado en mi interior en esta vida fría y frígida que estaba llevando.

Vos no estabas, ni estarías, hice un esfuerzo sobre humano y tomé un vuelo solo para ir a su encuentro, necesitaba saber qué es lo que sentía por ese hombre, por ese pasado.

Carlos Alberto me esperaba en el aeropuerto, me dijo que me veía genial con ese look de mujer empresaria, le pedí disculpas por el tema del pisotón, pero él no me dejó hablar, me dijo que fue una respuesta lógica a un mal comportamiento de su parte, no era la forma, no era el lugar, pero si un pisotón era el motivo para volver a encontrarnos, pues bienvenido sea.

Fuimos a su casa, me trató como una dama, cenamos, bebimos, recordamos viejos tiempos, me preguntó por Lucía, también quiso saber que tan emocionante era mi vida junto a vos, y yo inquirí por su esposa, bueno, su ex esposa.

Me propuso bailar y en esos instantes me dijo al oído si me gustaría ser su esclava, como en los viejos tiempos.

Me acaricié la barbilla, en forma reflexiva, soy una persona de meditar mucho antes de abrir la boca, y trataba de ponerme en lo zapatos de mi mujer para evaluar la situación, no quería juzgarla, no era nadie para hacerlo, solo seguí escuchando

Pensé que Carlos Alberto me llevaría a su recámara, pero en cambio, me ofreció ir al sótano, donde tenía algunos secretos para compartir conmigo, mi curiosidad femenina pudo más, y ahí fuimos, el cuarto era pequeño, se respiraba humedad y la temperatura estaba elevada, había varios objetos de castigo y eso me encendió, no dije nada pero no pude ocultar mi excitación por esos juego macabros, él pudo leerlo en mis ojos, me dijo algo así como que él sabía de mis gustos y empezó a sobarme muy fuerte las nalgas, como lo había hecho en días atrás en tu charla, solo que ahora respiré profundo, distendida y sentí el húmedo calor entre mis piernas, el me dijo algo más al oído, como si fuera un secreto, que esperaba que Libélula estuviera viva en algún rincón de mi cuerpo.

Me tomó con fuerza por mis cortos cabellos, hasta hacerme doler, pero ese dolor que me sabía demasiado excitante, y me pasó la lengua en forma muy grosera lamiendo una de mis mejillas, me dijo entonces que quería la puta, la puta que siempre había amado y que si yo deseaba que él me cogiera debería trabajar por ello. Me llevó sobre una cama y él se sentó al frente, sin rodeos, sabía que era lo que quería.

Empecé a bailar con cadencia, escuchando en mi cabeza una canción sensual que no existía, cerré mis ojos y me transporté al pasado, me sentí viva.

Solté el primer botón de la camisa que llevaba puesta, el segundo, el tercero, la dejé deslizar por mis hombros para ir al suelo, luego el sostén, recordé que él siempre me había visto con las tetas enormes y sería una sorpresa conocerme como en verdad era, luego la pollera, solté el broche que la ajustaba en la cintura y con mucho esfuerzo la pasé por mis caderas, solo me quedé con los zapatos tacos altos, las medias de encaje, las ligas y la tanga negra, que a esa altura ya estaba empapada. Lo miré esperando su aprobación, me hizo una seña con el rostro, para que siguiera.

Entonces me saque la tanga, sus ojos se exaltaron al ver nuevamente mi jugosa conchita lampiña después de tanto tiempo, ya tenía una erección marcada que le era imposible disimular.

Me senté en la cama y me dejé caer hacia atrás, cerré los ojos nuevamente, me acaricié los pechos, el vientre, el rostro, el cuello, imaginaba en mis labios sus besos y sentía mis flujos correr entre mis piernas, me abrí toda para él, sabía que estaba muy cerca, llevé entonces mi mano derecha el clítoris para apretarlo con ritmo, metiendo a la vez los dedos índice, mayor y anular profundo en mi vulva, me masturbaba para él, me excitaba que solo me estuviera observando, y entre gritos y jadeos tuve mi primer orgasmo.

Carlos Alberto me hipnotizaba con sus ojos de pirata, le imploré que me cogiera, como en los buenos tiempos, como solo él podía hacerlo

Mi mujer narraba las situaciones en una forma tan vívida que no sabía si molestarme o excitarme, ella tomó su celular solo para mirar la hora, era evidente que no nos quedaba mucho tiempo así que la animé a seguir. Dejó el móvil nuevamente sobre la cama y prosiguió

El volvió a tomarme por la fuerza, agarró mis manos y las llevó a mis espaldas, me esposó, me inmovilizó, me nalgueó una y otra vez, con fuerza, sentí mis glúteos afiebrarse. Fue a un cajón contiguo por otras cosas, yo lo miraba de reojo, con suma expectativa y excitación, volvió a mi lado, traía un antifaz ciego en ceda negra, un plug anal plateado que brillaba a la luz del cuarto, también un latiguillo, una vara larga y solo me dejé llevar

Carlos Alberto se había desnudado y recordé vívidamente cuan grande y temerosa era su pija, me sentí chorrear en deseos. El buscó en el piso la tanga embebida y enrollada que yo había tirado minutos atrás, la pasó en forma sexi por su nariz, aspiró profundo y se dejó llevar, luego la hizo un puño en su mano y me la metió en la boca en una forma muy grosera, para acallar los gritos que pronto llegarían, luego me privó de la visión, me quedé a ciegas y eso solo hizo el juego más excitante.

Me dejé llevar, a la deriva, sin voluntad, el frio metal del plug empezó a acariciar mi esfínter, el maldito lo hacía tan lentamente que era imposible no sentir cosquillas con deseo, Carlos Alberto tiene esas cosas, logra sacar lo mejor de mí, y mi culito poco a poco se estiró lo suficiente para permitir el ingreso del intruso. Me dijo que era su puta, su perra, su esclava y le dije que sí, que estaba entregada a sus deseos y que podía hacer conmigo lo que quisiera.

La varilla del latiguillo cortó el aire con un fuerte zumbido para impactar en mis nalgas, me arrancó un quejido de dolor, pero qué diablos, por alguna razón yo solo necesitaba otro, y otro, y otro más, para hacerme retorcer en un sádico dolor que me arrancaba las lágrimas, y no me importaba cuan marcados quedaran mis glúteos, puesto que solo eran marcas de enfermizo placer.

Solo la dejaba hablar con suma atención, relataba en forma tan vívida, tan sentida que podía notar cuanta emoción contenida que tenía acumulada Maricel, y también empecé a comprender que jamás podría llenar sus expectativas.

Llegó el momento en que sentí mis jugos chorrear por mis piernas, sentí también la lengua de mi amante llenarse con ellos, después del dolor, el placer de percibir en mi sexo sus labios hambrientos, solo para preparar la jugada final.

Cuando me la metió me encorvé en un gemido de dolor, ancha como ninguna, y tan larga que en cada golpe parecía romper en lo profundo de mi ser, y no puedo explicarte con palabras cosas que como hombre nunca entenderías, porque esas cosas no se explican, solo se sienten, un dolor tan grande como placentero, un dolor masoquista que solo te pide por más, y más, y ni la tanga que tenía en la boca podía acallar los gritos que salían de mis entrañas.

Como prostituta había aprendido a gemir y a fingir orgasmos para los tontos de turno, pero Carlos Alberto, con el todo era diferente, él me mataba.

Me llenó de placer, y te repito, no es mi intención humillar tu hombría, pero en definitiva, a mí, en forma personal, es la forma que me gusta el sexo.

Cuando se cansó de romperme el útero, vino por mi frente, sacó la sucia tanga de mi boca, y luego el antifaz, ahora si quería que yo viera, estaba jadeando, tratando de recuperar mi respiración, entonces apretó mi nariz entre sus dedos índice y pulgar, de una manera muy obscena, abrí la boca para respirar, y solamente metió su verga en ella, y más profundo, más y mas, sentí mi garganta abrirse como nunca, y empezó a jugar en ella, llegando tan profundo al punto de contener arcadas y sentir mis lagrimales trabajar a toda máquina, maldito bastardo, me hacía comer sus casi treinta centímetros sin dudarlo, apenas de vez en cuando la sacaba para dejarme respirar, quedaba babeando como una perra caliente…

El ringtone de su celular cortó la atmósfera íntima de su inesperada confesión, un coche la aguardaba en la puerta con destino al aeropuerto. Miró la hora, era ya tarde y aún estaba casi desnuda sobre la cama, maldijo en cada uno de los idiomas que sabía hablar, pidió cinco minutos, serían mis últimos cinco minutos junto a ella.

Entre atropellos y corridas, Maricel se cambió con las prendas que ya había dejado a mano para la ocasión, al mismo tiempo se peinaba y maquillaba, y al mismo tiempo se aseguraba que toda su documentación estuviera en orden, y en esos apuros, al mismo tiempo, resumió el final de la historia

Y bueno, las escapadas se hicieron rutinarias y en algún momento Carlos Alberto me propuso darnos una oportunidad, y sé que sos un buen hombre, pero hoy prefiero revivir a esa puta caliente que vive en mi a seguir muriendo en este castillo de hielo…

La acompañé como un caballero hasta el coche y la ayudé a cargar sus maletas en el baúl, me despidió con un cálido beso en la mejilla, y solo la vi partir.

Como hombre de negocios, político de altas esferas, poseo todos los contactos, todos los medios, legales e ilegales para hacerles daño, puedo hundirlos en el fango, puedo hacerlos transpirar de juzgado en juzgado, y llegado el caso, con el trinar de mis dedos puedo hasta borrarlos del mapa, sin que nadie pudiera evitarlo.

Pero no, vivir y dejar vivir, Maricel debía ser feliz donde quisiera serlo, comprendí que a mi lado estaba enredada, aleteando desesperada, solo debí abrir la ventana y ayudar para que la libélula vuele en libertad.

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título LIBELULA a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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