Relato porno de mis laberintos mentales convirtiendome en una puta

Tenía veintiuno recién cumplidos cuando mi vida se cruzó con la de Fermín. En esos días yo jugaba hockey sobre césped en forma amateur en el club Unión y Progreso. Me sabía naturalmente bonita, morena en esos días, de largos cabellos y facciones muy marcadas, un rostro pintado a mano, además tenía los mejores pechos de todo el grupo de chicas, grandes, llamativos, y lo mejor, muy bien formados, compactos, no eran de esas tetas caídas que llegan al ombligo, no, yo tenía dos tetas hermosas y que más decir, estaba enamorada de mis tetas, si bien mi cola y mis piernas eran también llamativas, yo sabía dónde estaba mi punto fuerte, ese que cada hombre no podía dejar de observar con deseo.

Pero yo era una chica retraída, y que decir, me avergonzaban mis curvas llamativas y todo era muy raro para mí, un poco que los hombres me daban miedo y no era de esas de explotar mis atributos en las redes sociales, lo mío era perfil bajo y pasar desapercibida en lo posible.

Fermín era uno de esos tantos muchachos con los que solía cruzarme en el club, con quien apenas cambiaba alguna mirada disimulada de vez en cuando. Él jugaba rugby como pasatiempo, solía pasar todo vendado, roto y magullado, no era bonito, por el contrario, tenía facciones duras y se mostraba bastante corpulento, era de ‘los que hacían fuerza’ según decía.

Hablamos por primera vez en el bar del club, él estaba con sus amigos y me cedió una silla, le respondí con una sonrisa de agradecimiento, me preguntó mi nombre y así empezó todo.

Y yo me enamoré de Fermín, no era su físico, sino su forma de ser conmigo, un dulce, cariñoso, un osito como yo solía decirle, puesto que su enorme espalda estaba poblada de vellos, y siempre se mostraba protector hacia mí, y yo estaba segura en sus brazos.

Él fue quien bautizó nuestra pareja como ‘la bella y la bestia’, siempre repetía que era un agradecido de la vida, nunca entendía como una chica tan bonita podía haberse enamorado de un tipo feo, pero siempre le decía que para mí lo físico era secundario, yo valoraba otras cualidades en él.

Mi osito trabajaba en una empresa metalúrgica en horarios rotativos, un empleo rudo por el que siempre sus manos se mostraban ajadas y estropeadas, era otro punto por el que me sentía atraída, ese entorno de machos duros y varoniles se me hacía muy excitante, muy lejos de mi profesión, yo me dedicaba a la docencia de niños pequeños, era maestra de jardín de infantes, tres, cuatro y hasta cinco años, como dije, siempre había sido muy tímida, introvertida y amorosa, y dejaba en mi esposo las riendas de la pareja

Fermín me llevaba una decena de años y todo lo ordenado y prolijo que era conmigo, pues no lo era con su propia vida.

Yo estaba al tanto de todo, al menos eso imaginaba, es que jamás me había ocultado de un divorcio tortuoso de antes de conocerme, siempre estaba la ex revoloteando, discutiendo, trayendo problemas en una relación muerta de la que se negaba a aceptar el final, situación que se agravó cuando yo llegué a su vida y ocupé su lugar.

No conocía demasiado a Mirtha, su ex, pero siempre era un problema, cada tanto soportaba en silencio, sin entrometerme en alguna acalorada discusión telefónica, ya saben, cosas de parejas divorciadas que pasan del amor al odio en un abrir y cerrar de ojos.

Nosotros ganábamos buen dinero con nuestros empleos, pero siempre parecía faltar, nunca podíamos acomodarnos y siempre escaseaba. Era imposible, yo hacía los números, una y otra vez y siempre estaban en rojo, faltaba plata y era como si una aspiradora invisible devorara nuestros billetes, mi osito se molestaba con el tema, cada vez que yo lo ponía sobre la mesa y me daba a entender que Mirtha, su ex, era quien recibía una parte como un acuerdo del pasado, situación que solo me hacía odiar a esa trepadora que se llevaba parte de nuestro sudor en forma de billetes.

Solo de casualidad descubriría una historia secreta de la cual había sido una tonta y estúpida ignorante. Fermín no estaba en casa, había salido a comprar cigarros, y era yo quien justo no debía estar ese día en el hogar, fue cuando golpearon la puerta y atendí.

Al otro lado me encontraría con un tipo intimidante, alguien que no sería de mi agrado a primera vista, aparentaba unos sesenta años, bastante calvo, de barba entrecana, tenía un puro que emanaba un olor pestilente, más bajo que yo, y bastante obeso, apoyado en un bastón que disimulaba una marcada cojera, vestía impecable, con un sobretodo que llegaba a sus rodillas, noté en su mano derecha un llamativo anillo que seguramente sería de oro. Mas atrás lo secundaban dos matones enormes como gorilas, en traje gris claro y gafas oscuras, en algún momento me pareció un cuadro típico de una película de acción americana.

Noté también que en esos segundos donde yo lo observaba, él hacía lo propio conmigo, pero de una forma descarada y libidinosa que solo lograba paralizarme, me regaló una sonrisa y dijo

Buen día señorita, permítame presentarme, soy Adolfo Cervantes, y usted es…

María Eugenia… – dije con temor, retraída y sin entender –

Perdón, que tonto soy, – dijo – temo haberla asustado, pero mi hija, no hay por qué temer, estoy buscando a Fermín, se encuentra?

Mientras decía estas palabras, trataba de husmear por detrás de mi figura, hacia el interior del hogar, respondí

No, mi esposo no está en estos momentos, puedo ayudarle?

Bueno, tenía comentarios acerca de lo bonita que era la esposa de Fermín, pero jamás había imaginado cuanto

Una sonrisa libidinosa se había dibujado en sus labios y un escalofrío recorrió mi espinazo, entonces agregó

No importa, negocios de hombres, usted solo dígale que lo visité, recuerde, Adolfo Cervantes, el sabrá que hacer…

Hizo un gesto muy de caballeros y muy a la antigua se inclinó un poco hacia adelante en forma de reverencia, tomó una de mis manos a la fuerza y la besó suavemente.

Lugo lo vi marcharse, llevando su pierna derecha casi a la rastra, ayudándose con el bastón, secundado por sus gorilas, hasta un enorme coche negro con vidrios oscuros que lo esperaba al otro lado de la calle.

No sabía el motivo, pero la situación me había dejado dura, paralizada y sentía miedo.

Y a partir de ese momento empezaría a entender muchas cosas, claro, no fue fácil, porque mi osito me dio todos los rodeos, todas las excusas y todas las negativas necesarias para disuadirme, pero como la gota que pega persistente en la roca horadé más y más hasta poder armar el intrincado rompecabezas.

Me enteraría que Fermín tenía un vicio, y como una tonta jamás había podido darme cuenta, él era un fuerte apostador en las carreras de caballos y en cada carrera tenía alguna fija, creo que era una adicción como tantas, que la necesitaba para vivir y solo no podía resistir la tentación, alguna vez ganaba algún dinero, pero en la mayoría sufría cuantiosas pérdidas y la balanza siempre se inclinaba al lado deudor.

Entendí donde se iban nuestros ingresos, esos que siempre estaban en rojo, y entendí que Martha, su ex, solo era una pantalla para todo, entendí por qué él siempre se oponía a que yo hablara con ella, haciendo lo imposible por qué no cruzáramos palabra y que ella había sido tan víctima como yo lo estaba siendo, las carreras de caballos habían hecho naufragar su primer matrimonio.

Entendí que mi dulce osito apostaba a lo grande, más lejos de sus posibilidades y que ese señor llamado Adolfo Cervantes era un inescrupuloso comerciante, un tipo que solo veía oportunidades para hacer dinero, y, por cierto, encontrar a tontos como Fermín era su especialidad, la mejor inversión, prestar efectivo a personas que no lo podrían devolver, y con eso, mantenerlos enganchados eternamente.

Esa tarde Fermín de sinceró conmigo, con lágrimas en los ojos y sin poder mantenerme la mirada me confesó la deuda que mantenía con ese viejo, quise morirme, demasiados ceros, imposible de sacar a flote, con intereses usureros que solo lo hundían más y más en lo profundo del pantano.

En poco tiempo más, Adolfo estaba al tanto que yo ya lo sabía todo, y encontró en mi persona, un obstáculo para seguir destrozando a mi osito es que yo pensaba y yo no tenía el vicio y lo peor para él, estaba perdido en mis curvas, algo que era por demás de obvio.

La propuesta del viejo no tardaría en llegar, lo recuerdo sentado en el sillón principal de casa, con sus piernas abiertas y el bastón entre ellas, usándolo de apoyo para sus manos, con sus orangutanes escoltándolo como de costumbre, me desnudó con la mirada y luego, dirigiéndose a Fermín le dijo

Mirá Fermín, todos sabemos que jamás podrás pagar tus deudas, no solo eso, me sigues pidiendo, cierto? te propongo un trato, soy un hombre viejo y solitario, aburrido de su vida, jamás podré gastar el dinero que tengo, ni en esta vida ni en la siguiente, y soy una persona generosa, y odiaría pedirles a mis muchachos que tomaran en sus puños una advertencia física, eres un lindo chico para estropearte, así que digo, si le permites a tu bella esposa pasar unas horas conmigo, pues podemos acordar una quita importante de la deuda, solo pon un número

Luego me miró nuevamente, ahora con cara de viejo lobo y agregó

Por supuesto señora, solo pido su compañía, nada más, seguro usted no me conoce, pero soy todo un caballero, le juro que no tengo segundas intenciones

Levantó su mano derecha a modo de solemnidad y dijo

Si usted acepta, prometo que estas manos jamás le tocarán un cabello

Sentí encenderme por dentro, me sentí usada como una puta, le estaban poniendo precio a mi compañía, pero la propuesta de ese viejo nuevamente me recordó esas películas que solía ver, detrás de esa inocente sonrisa se dejaba notar que lo suyo no era una propuesta, era casi una orden velada en tono de amenaza, sabiendo que tenía a Fermín por las bolas.

Y Fermín, peor, el solo se quedó meditando, como si su esposa estuviera en alquiler y lo odié por eso, por solo pensarlo.

Cuando quedamos a solas, fue inevitable que lo sucedido entrara a debatirse, en la intimidad de la pareja, el bastardo de mi marido no lo decía directamente por temor a mi respuesta, pero ciertamente lo seducía la idea de que yo estuviera con el viejo, era mucho dinero y que mierda, había una promesa de no tocarme un cabello, pero yo, yo maldecía, me dolía demasiado que el siquiera lo evaluara, y no solo eso, poco a poco me empujaba a hacerlo. Me puse en los zapatos de su ex, de Martha y pude empezar a comprender muchas cosas, Fermín era un osito cariñoso, pero estaba cegado por su vicio, asumí que hubiera hecho cualquier cosa al respecto.

Esa mañana de primavera sentí en mis entrañas que me prostituía por primera vez en mi vida, tenía que pasar el día con ese sujeto despreciable, con el guiño cómplice de mi marido y yo, la estúpida que no sabía cómo había dejado convencerse.

Sus gorilas pasarían a buscarme cerca del mediodía, pero para mi sorpresa llegaron antes de lo previsto, uno de ellos traía una amplia caja blanca bajo el brazo, con un moño rojo envolviéndola y me dijo

Tome señorita, el señor Cervantes tiene algunos gustos particulares, es exigente, nos pidió encarecidamente que le hiciera el honor.

Ellos se quedaron en la puerta, como escoltas esperando mi salida, fui sobre la mesa principal a dejar la enorme caja, Fermín me miró intrigado al otro lado, con cara expectante.

Al abrirla descubriría unas costosas y delicadas prendas para la ocasión, lo miré a mi esposo, él solo se encogió de hombros como desentendiéndose de la situación, solo lo odiaba cuando hacía esas cosas.

Fui por todo, llevé las cosas al cuarto y dejé de lado lo que ya tenía en mente, el conjunto consistía en una remera muy ajustada en tono claro, mangas largas que me marcaban las tetas en una forma muy llamativa, casi como dibujadas, con un escote cerrado que solo invitaba a imaginar, el resto, todo en negro, una falda corta, medias de nylon por encima de mis rodillas y unos finos zapatos de tacos, no sé cómo lo había conseguido, pero parecía haber acertado mi número.

Ya estaba maquillada, peinada y me vi frente al espejo como nunca me había visto, estaba muy sexi, muy sugerente, como decirlo, era apetecible sin ser grotesca, llamativa sin ser vulgar, insinuando sin mostrar, y me di cuenta que mi osito por primera vez sentía miedo a perderme, me lo dijeron sus ojos, es que nunca me había visto así y por primera vez se veía insignificante a mi lado, incluso hasta insinuó dar marcha atrás con la idea, cancelar todo, pero era tarde, mi ego estaba herido, mi ego estaba en juego.

Me fui hasta el coche escoltada por esos desconocidos y dejé a mi amor bajo el umbral de la puerta.

Luego de un rápido viaje me encontraba a las puertas de una mansión y me sentí como en los cuentos de mi infancia, la princesa y el palacio, me reí hacia adentro, tal vez tratando de pensar en algo para evitar el nerviosismo que la situación me imponía.

Después de algunos recovecos llegué escoltada al salón principal, Cervantes me esperaba sentado a la cabecera de una gran mesa y sus ojos se agrandaron al verme llegar, vestía impecable, como de costumbre, saco, pantalón y zapatos blancos, camisa negra con botones plateados, me observó en detalle, se paró para venir a mi encuentro siempre con su bastón de apoyo, me tomó la mano para volver a inclinarse y besarla, como esa primera vez, luego me agasajó y me ayudó a que me sentara a prudente distancia, para ir nuevamente a su silla.

Había demasiadas comidas a elección y era imposible resistirse a todo, mi estado de nervios era demasiado notorio, por lo que Adolfo Cervantes volvió a recordarme que él era un hombre de palabra y que sus manos no tocarían ninguno de mis cabellos, solo me pidió que me relajara y disfrutara la jornada, al fin de cuentas no era demasiado lo que pedía por saldar una deuda tan grande.

Tenía razón, no era demasiado, y si bien nunca deje de ver en el un lobo disfrazado de cordero, también era cierto que me había enredado en asuntos de un esposo permisivo.

Entonces, entre comidas y bebidas mediante, me contó un poco de su vida, que había tenido tres esposas, que tenía siete hijos repartidos entre ellas y tres más de relaciones impropias, que le habían sobrado las mujeres en su vida pero que en verdad había tenido un solo amor, el dinero, por el dinero hacía cualquier cosa y el dinero era el culpable de su triste soledad, pero era su decisión, me dijo

Te estoy aburriendo, contame de vos… – era la primera vez que me tuteaba –

Bueno, mi vida era muy simple, algo de mis días de jugadora de hockey, de mis días de estudiante, de conocerlo a mi osito, mi pasión por la docencia y los niños pequeños, por mi deseo postergado de ser madre y no sé cuántas cosas más.

Entre esas palabras noté que estaba bebiendo demasiado y que la situación se volvería peligrosa, por lo que levante el pie del acelerador

Adolfo llevaba los tiempos de la charla y también me di cuenta, que estaba negociando sutilmente conmigo, me dijo que Fermín era un buen chico, pero fácil de manejar, en cambio yo, yo tenía ‘su madera’ era inteligente, más de lo que yo mismo imaginaba y que si me lo proponía podría llegar demasiado lejos, él lo había leído en mis ojos ese mismo día en qué le destino nos había cruzado.

Comí de postre unas peras al Malbec con helado de crema, él apenas un café, lo hizo mucho más rápido que yo y nuevamente me hizo sentir esa tensión de notarme observada, él me radiografiaba con la mirada mientras se acariciaba la larga barba, siempre sentía ese temor y esa sensación de que no dejaba de negociar conmigo y que siempre había parte de la historia que no me largaba, trataba del leer su mente, pero era imposible.

Cerca de las cuatro de la tarde me invitó a recorrer la mansión, puso su brazo izquierdo en jarra, para que yo pasara el mío, siempre formal, siempre a la antigua, empezamos a caminar, con su mano derecha siempre sobre el bastón, lentamente, sin apuro, era un tanto cómico, era mucho más alta que él y su cabeza estaba a la altura de mis llamativas tetas.

Entre vueltas y vueltas terminamos en un dormitorio como siempre había imaginado que sucedería, se sentó a descansar en un sillón, como lo había hecho en casa, con las piernas abiertas, el bastón al medio y las manos reposando sobre él

Lo sabía – dije yo – supongo que es la hora de complacerlo, cierto señor? el sexo siempre está incluido en el menú

Ciertamente estaba enojada, pero el solo se rio nuevamente y respondió

Siempre tan molesta conmigo? acaso no te dije que era un hombre de palabra? no pienso tocarte un cabello

Estaba confundida, no entendía el juego, pero si noté que Adolfo tenía un brillo especial en los ojos, entonces siguió

Mirá preciosa, soy un tipo de gustos complicados, digamos, y ya te dije que me pareces una buena jugadora de negocios, que te parece una propuesta digamos… – hizo una pausa – por cerrar toda la deuda que tu esposo tiene conmigo, claro será un secreto entre nosotros

No entiendo – respondí confundida –

Cervantes aplaudió con fuerzas sus manos, una de las puertas laterales se abrió y entonces ingresaron tres hombres completamente desnudos, no aparentaban mucho más de veinte años, musculosos, depilados, y con vergas prominentes, parecían como si fueran ganado, seleccionados, lo mejor de lo mejor, pero ciertamente, esa clase de muchachos que cualquier chica desearía que alguna vez se cruzara en su vida

Yo seguía inmóvil y tenía sentimientos de amor y odio al mismo tiempo, me tapé la cara con mis manos por pudor, pero honestamente espiaba entre mis dedos, Cervantes dijo

Elije, con eso será suficiente, si juegas bien, listo, deuda cancelada, si no, todo bien, seguimos con el plan original, hasta que tu osito vuelva a mi suplicando de rodillas

Él hablaba con pasmosa tranquilidad, de hecho, giró un poco y tomó una pipa de una mesa contigua, ignorándome por completo se tomó eternos minutos para encenderla, luego me miró y dijo

Y bien?

Entre la espada y la pared, así me sentí, esos chicos eran hermosos, demasiado hermosos, y me mordía los labios en deseo, sentí mi conchita mojarse y vergüenza al notar mis pezones puntiagudos marcarse en la tela de la remera, respiraba con cadencia, porque esto significaría volver a prostituirme, pero esta vez por completo, no era solo un almuerzo, era sexo, carnal, pero que sexo! santos y demonios.

Y, además, cuantas veces tendría otra oportunidad de experimentar fantasías? porque era una mujer con muchas fantasías y en mi vida toda mi sexualidad giraba en torno a mi osito.

Ya sé, en esta sociedad en la que vivimos, si la situación hubiera sido el revés, un tipo con tres mujeres, seguramente sería visto como un ejemplo envidiable a imitar, pero en mi caso, si, solo una puta. Y sé que de cien mujeres en mi situación noventa y nueve hubieran pegado la vuelta, pero yo, yo sería esa única entre cien.

relato infiel y putaEllos se habían recostado sobre la cama, uno cerca de otro, con sus enormes vergas apuntando al cielo como enormes rascacielos, tentadoras, con lo que a mí me gustaba chupar pijas. El viejo cervantes largaba humo de su pipa como una locomotora, con los ojos brillosos y una sonrisa macabra, sabiendo que me tenía, sabiendo que me prostituía, sabiendo que cumplía su promesa de no tocarme un pelo.

Me arrodillé entre las piernas de uno de esos perfectos desconocidos, de piel blanca y glande rojo, precioso, grueso, sentí su aroma como cuando se huele una nueva fragancia, todo depilado, se veía apetitoso, tentador, prohibido. Solo deslicé mi lengua lentamente desde la base hasta la punta, como una niña que se engolosina con un dulce, y otra vez y otra vez más, muy rico, lo masturbaba muy lentamente con una mano asegurándome que su glande estuviera siempre desnudo, lo ensalivaba, besaba sus huevos, tan suaves, tan ricos y sentía ese calor muy femenino que me ahogaba entre las piernas, sentía mi ropa interior empaparse y tenía la respiración agitada en deseo.

Fui al otro extremo, al chico de la otra punta, hice lo mismo, solo que esta vez mi camino visual se cruzó con el de Adolfo, quien seguía todo con suma atención, imperturbable, con una excitación notable en su rostro, solo se la chupaba a uno y miraba al otro en forma desafiante, como una puta lo hubiera mirado y me enterraba esa verga hasta la campanilla, profundo, una y otra vez hasta que las lágrimas poblaron mis ojos haciendo mi visión borrosa.

Fui al medio entonces, el último de los tres, y me olvidé del viejo para concentrarme en mi propio placer, me acomodé entre sus piernas, con una mano tomé la verga a mi derecha, con la otra la de mi izquierda y me las arreglé para usar solo mi boca para chupar la restante, en un juego exquisito de coordinación para pescar con mis labios ese monumento precioso mientras usaba las otras dos para mantener a los chicos excitados.

Pero no duraría demasiado, es que no podía más en deseo, así que me trepé y fui por todo, acomodé mis piernas abiertas montándolo, corrí la tanga empapada con mis dedos y solo me senté sobre esa verga preciosa, hasta el fondo, hasta que me arrancó un gemido de placer, y empecé a cabalgarlo con salvajismo, él me mordisqueaba las tetas que aún estaban cubiertas por el sostén y la remera ajustada, y sus manos se habían colado por debajo de la pollera para aferrarse con furia a mis glúteos

Recuerdo que maldecía embriagada en placer y en segundos me había olvidado de todo, era solo esa preciosa pija dándome lo mejor, llegando a todas mis terminales nerviosas, haciéndome mujer, haciéndome puta y ya no pude controlar mis gemidos introvertidos, me sentí gritar a los cuatro vientos mi puta sexualidad que afloraba en cada poro de mi piel.

Intenté llevar mi mano al clítoris para terminar con el trabajo, pero otro de los chicos me lo impidió, no lo vi venir, solo llevó ese brazo por mi espalda para sujetarlo con fuerza, mientras el de abajo no dejaba de cogerme.

De pronto se detuvo y noté que el que me sostenía el brazo se acomodaba entre sus piernas, parado detrás mío, y de reojo vi como untaba su enorme miembro con un envase de lubricante, mi Dios!, me dije, una doble penetración siempre me había llevado a imaginar cómo se sentiría, pero jamás había tenido la oportunidad de experimentarlo.

Tragué saliva y me relajé al sentir la punta dura tratar de perforar mi esfínter, me dolió, al principio siempre duele, pero conforme me acostumbré a su grosor sentí la segunda verga invadirme por detrás, y que decir, me sentía llena por ambos lados, esas pijas parecían tocarse una con otra en mi interior y empezaba a disfrutar un placer desconocido para mí. El tercer muchacho que parecía haberse quedado al margen vino por el único hueco disponible, mi boca, y si bien intentaba chupársela con ganas mi placer estaba centrado entre mis piernas, por delante, por detrás, y gemía con todas mis ganas.

En fin, me hicieron de todo, todo lo que quisieron hacerme, por un lado, por otro, se saciaron de mí y todo terminó como había empezado, fui al piso, esta vez me habían rodeado, chupando a uno a otro, a dos juntos, con la atenta mirada de Adolfo Cervantes que no parecía perderse detalle los malditos que me dejaban caliente, porque cada vez que quería tocar mi hinchado clítoris, ellos solo me lo impedían y me obligaban a masturbarlos.

Uno a uno recibí ese manjar, él néctar divino, el clímax del placer, yo no podía evitarlo y mientras miraba fijamente a los ojos de Adolfo, mis amantes de turno fueron llenando mi boca con sus jugos, tibios, pegajosos, para saborearlo con ganas y dejarlo bajar por mi garganta, dejándome ese amargor característico que tan bien sabe.

Cuando terminamos de jugar, ellos, como fieles y mansas mascotas solo se retiraron del cuarto y nuevamente me quedé a solas con el viejo, quien seguía largando humo por su pipa.

Solo acomodé mis prendas tapé mi vagina caliente con el frente de la tanga, la cual me hizo doler por detrás al acariciar mi dilatado esfínter, recordándome lo viciosa que había sido.

Traté de recobrar la compostura, asegurándome que cada prenda estuviera en su lugar y luego de acomodar mis cabellos, volví a pintarme los labios, aun sintiendo ese dulce amargor de toda la leche que había ingerido.

Adolfo Cervantes se incorporó con dificultad, ayudándose se su bastón, dejó la pipa de lado, volvió a poner el brazo en jarra y me invitó a acompañarlo.

Paseamos un rato como dama y caballero por los jardines de la mansión, aunque yo sentía en mi nariz todos los aromas que habían quedado en mi cuerpo, parecía de la nobleza, era una perra, él me dejó notar que había cumplido su parte, que no me había tocado y que, sin dudas, yo tenía más potencial del imaginado

Antes de despedirnos, abrió su billetera y me obsequió una importante suma de dinero, me rehusé en principio, pero me dijo

No es por lo que me diste recién, es por lo que me darás mañana

No hubo más palabras, y cuando caía el sol por el horizonte, los muchachotes de custodia me llevaron nuevamente a casa.

Fermín estaba ajeno a todo, incluso ignorándome, como un chico jugaba perdido con la play, con sus sentidos fijos en el led de pared, esto me enfureció un poco, por su culpa me había prostituido y me supo a poco hombre que él no hiciera nada por evitarlo.

Fui a su encuentro y me senté sobre sus piernas, asegurándome de sacarlo de concentración, de interponerme en entre él y el led hasta que obviamente perdió la partida que estaba jugando, no dije nada, solo lo besé en la boca tan profundo como pude, incluso sentí sangrar mi labio. Mi osito se sorprendió por mi efusividad, pero claro, él jamás sospecharía de las vergas que me había chupado y toda la leche caliente que me había tragado, pero besar a mi marido en la boca después de eso me excitaba demasiado.

Y eso sería solo el comienzo, aun hervía por ese orgasmo tan buscado que no me habían dejado conseguir, solo me desnudé con premura y le dije

Chupame la concha amor… te deseo…

Fermín era demasiado inocente como para sospechar, y en minutos estaba recostada sobre el sillón, con mis piernas abiertas y la cabeza de mi marido en mi clítoris. Diablos, fue tan rápido, tan caliente, pero la sensación inconfesable de que mi amor me lamiera el sexo sucio por donde unos desconocidos habían pasado recientemente sus ricas vergas, pues no tenía precio

Creo que no tardé más de cinco minutos para acabar, ciertamente exploté como consecuencia de una historia inconclusa y resistí la emoción de unas lágrimas que trataban de escurrirse de mis ojos.

Después dejé que él me cogiera y se sacara las ganas, ya estaba satisfecha, honestamente, no me importó demasiado.

Me duché, cenamos y fuimos a la cama en una tensa calma, mi osito trataba de que soltara la lengua, acerca de lo que él imaginaba sobre mi día con Adolfo Cervantes, pero claro, yo solo contaría las cosas a mi manera, solo lo que podía contar.

Por mi lado, solo me enojaba su actitud, porque en el fondo, él me había empujado a ese abismo solo por tapar sus deudas de juego, y algo que a mi tanto me molestaba, para Fermín parecía ser lo más natural del mundo, solo seguimos cambiando palabras hasta quedarnos dormidos.

Lunes, un nuevo día, y como cada día a las nueve de la mañana estaba en la puerta del jardincito, con mi guardapolvo en tonos de rojos y azules, la dulce y pura maestra de jardín de infantes que se aprestaba a recibir esos inocentes niños de tres, cuatro y cinco años de edad. Crucé los acostumbrados saludos con las madres y padres, como cada mañana en la que me dejaban en custodia a sus más preciados tesoros y poco después la puerta principal se cerraba como cada mañana.

Sería un lunes diferente a todos los días que había vivido, porque yo estaba ahí físicamente, pero mis pensamientos se habían quedado atrapados en el pasado, en lo vivido, y sentía calor entre mis piernas, mi imagen de mujer decente se contraponía con mis sentimientos de puta y mis ideas.

Por suerte contaba con la ayuda de mamá, quien siempre me daba una mano con los peques, así que a media mañana le avisé que iría al baño, que los cuidara un rato.

A solas sentada en el inodoro, mordí mis labios y cerré los ojos, es que las imágenes de lo que había sucedido el día anterior pasaban una tras otras por mi cabecita sin solución de continuidad, me veía a mí misma chupando vergas, sintiendo aun la doble penetración, el amargor del semen pasando por mi garganta y hasta los ojos perversos de Adolfo Cervantes mirándome a corta distancia.

Bajé mi ropa interior y encontré un flujo pegajoso extendiéndose como un chicle desde mi sexo hasta a tanga, sentí la profundidad de mi propio olor a mujer y me entregué al placer.

La mano izquierda se había colado bajo el guardapolvo, bajo el sostén y mis yemas hacían contacto con mis filosos y afiebrados pezones, mi respiración estaba entrecortada, la palma mi mano derecha hacía rítmica presión sobre mi clítoris y mis dedos anular y mayor se perdían en lo profundo de mi conchita, es que era todo tan rico!

Solo se sentía el ruido rítmico de los jugos de mi concha producido por el movimiento de mis dedos, me sentí venir y sentí unos espasmos involuntarios en un orgasmo muy rico del que no pude evitar soltar un gemido indeseado y contenido en ese momento.

Me acomodé las prendas, fui a higienizarme, a lavarme las manos y la cara, el espejo me devolvió la imagen de un rostro perturbado, dubitativo, perdido en tiempo y espacio, luego me sequé, tragué saliva y fui a continuar mi jornada con los pequeños.

Las cosas estaban patas para arriba, por suerte Fermín esa semana trabajaría turno tarde, por lo cual casi no nos veríamos durante el día, situación que aprovecharía para no tener que dar explicaciones y para pensar muchas cosas, mi estampa de señorita casta y pura se había desmoronado con un soplido, y ahora ya no sabía cómo seguir adelante.

Después de mucho meditar, marchas y contramarchas, el jueves me decidí a entrar a un sex-shop, era mi primera vez y me dio mucha vergüenza, di demasiados rodeos, pero al final compré bastante lencería y algunos vibradores de distintos tamaños, quería experimentar cosas nuevas e invertí casi todo el dinero que Cervantes me había obsequiado. Recuerdo que el chico que atendía la caja, me miraba con un dejo de invasión sexual mientras uno a uno iba marcando los productos, al punto que le di una explicación que él jamás me había pedido, le dije que era sexóloga y que solo estaba ahí por unos experimentos, no tardaría en arrepentirme por mi estúpida y absurda justificación. Escondí todo con mucho recelo, no quería darle explicaciones a mi osito del porqué había comprado todas esas cosas.

Llegué a casa, y en forma atolondrada, como principiante desembalé todos los juguetes y mi imaginación viajó al pasado, a ese domingo glorioso, solo cerré los ojos y empecé chupar uno y otro en forma golosa, pero me sabían a plástico, a silicona.

Fui entonces hasta la cocina a hurguetear un poco, encontré escondido un frasco con miel que alguna vez había comprado y supe que era lo que estaba buscando.

Abrí el frasco y unté mis juguetes, entonces sí solo los chupé con ganas y en la soledad de mi cuarto busqué hacer penetraciones profundas, necesitaba aprender a acomodar mi garganta para que se me hiciera habitual, quería hacerlo, como muy pocas pueden hacerlo.

Sentí que me hervía la conchita, y el culito, necesitaba probar todo y masturbarme como una caliente adolescente.

Cuando terminé solo me quedé recapacitando, porque en los minutos de calentura no era yo misma, tuve que limpiar el piso, los juguetes, guardar la miel y tomar una ducha para soltar tensiones

Nueva semana, el turno de Fermín coincidía con mi horario matutino de trabajo, era la semana en la que más tiempo compartíamos, por lo cual tuve que postergar esos juegos que había empezado a jugar, pero cada día en el que hicimos el amor, mi cabeza estuvo en ese domingo de puta que había vivido.

Las cosas parecían acomodarse poco a poco, mi esposo ajeno a mi realidad paralela realmente parecía mostrar indicios de reacomodar su vida, pero solo diez días después tendríamos nuevamente la visita de un ser que ya no me resultaría tan despreciable, si, Adolfo Cervantes, el mismo, en persona.

Nuevamente había tomado una posición central en el comedor de casa, como siempre, sentado con sus piernas abiertas, con el bastón al medio para apoyar en descanso sus manos, otra vez estábamos negociado y otra vez descubrí los engaños enfermizos de mi marido. Esta vez, me mantuve a la expectativa, con el miedo natural de que el viejo diera algún indicio de lo que había ocurrido, pero si bien su mirada me delataba, él fue lo suficientemente caballero como para que mi osito nada notara.

Sin embargo, esta vez fue diferente a la primera, las cosas habían cambiado inconscientemente y nuestros roles ya no fueron iguales.

Después de esa primera vez exitosa, mi osito vio como natural ofrecerme por unos pesos, incluso dejando notar entre líneas que no le hubiera preocupado que a mí me cogieran, si él con eso podía zafar su cuello de la horca.

Por mi parte, el efecto sorpresa había pasado y me sentía entre mi esposo que no me valoraba y me regalaba como un obsequio y un hombre de mirada perversa que me estaba haciendo cómplice de esa perversidad

Y Cervantes, con su mirada avispada, apretaba el bastón entre sus puños, de la misma manera que apretaba la situación a su antojo, modelándola a su medida.

Mi esposo me había regalado nuevamente sin sospechar nada, o si, pero el pensamiento de que él supiera o no supiera poco a poco dejaba de inquietarme

El viejo Adolfo Cervantes, en esa segunda oportunidad cambiaría la jugada, sabiendo que me había visto dejarme coger como una perra, ya había adivinado que clase de mujer en verdad era yo, y, en consecuencia, fue directo al punto.

Lo hice nuevamente, con extraños, ante la mirada perversa del viejo, en el mismo sitio, creo que la única diferencia fuera que yo estuve más suelta, más desinhibida y pude disfrutar más de esa rica experiencia de mamar pijas ante los ojos libidinosos del viejo

Se hizo costumbre, más y más, como lógica consecuencia mi relación de pareja con Fermín se fue resquebrajando como una débil copa de cristal, a él nada le importaba con tal de tener su dinero para satisfacer sus vicios, era notorio que él sabía que yo le era infiel, pero ni siquiera eso parecía ser tan relevante como para dejar de apostar a los caballos, y yo no podía amar a un hombre que no me respetaba y ni siquiera se respetaba a sí mismo.

Fue como volver a nacer, un nuevo despertar sexual, ir más lejos de mis límites, de mis barreras, de las que yo inconscientemente me había puesto, era puta? tal vez, estaba mal? quien podría juzgarme? el viejo solo ponía más y más dinero entre mis piernas, era la caldera que lo mantenía vivo.

Adolfo Cervantes podía tener muchos defectos, ser un mafioso, un maldito viejo, un intimidante, un ventajero y miles de calificativos descriptivos, pero si tenía una virtud para resaltar, es que era un magnífico ajedrecista, el que sabe dar el jaque en el momento justo, era como ese boxeador inteligente que observa el rival y sabe cuándo tirar el último golpe, el definitivo, todos sus pensamientos se sincronizaban con la precisión de un reloj suizo y eso fue lo que hizo

Mi matrimonio estaba en sus últimos días, dormíamos en cuartos separados y buscábamos abogados para iniciar el divorcio, éramos como perro y gato bajo un mismo techo, ya era mi dinero, el que me ganaba con el sudor de mi concha y él que alguna vez fuera mi amado esposo ahora era una sombra ridícula de sí mismo, como un adicto en abstinencia, mi vida florecía a la misma velocidad que la suya se marchitaba y sería justo en esos días cuando el viejo vio la jugada y lanzó el ataque

Estaba cambiada, mi cabello ahora era corto a la nuca, un tanto rapada, en tonos de rubios platinados o pelirrojos furiosos que no pasaban desapercibidos, me vestía provocativa, generalmente con llamativos escotes, caminaba erguida, con la frente en alto, la niña del pasado ya no existía, Era loco, pero mucho de lo odiaba en ese viejo pareció haberse colado por mis poros, era como una fuerza oscura que se iba impregnando en todo mi ser.

Esa tarde fui decidida a renegociar mi tarifa, si quería verme coger tendría que pagar más dinero, al él le sobraba y yo asumí que ya no tenía control sobre mi

Pero el volvió a sorprenderme, estaba como siempre, impecable, en esta oportunidad vestido es un traje azul oscuro, casi negro, con ese apestoso habano, porque si no era pipa era habano, y ese amigo de vida, el bastón sobre el que siempre reposaba sus manos. Pero además no estaba solo, lo secundaba una mujer, muy elegante, de su edad, esa fue mi impresión, sus ojos eran llamativamente grandes y le daban a su rostro un toque original

Hola María Eugenia – dijo el mirando la hora en su enorme reloj pulsera cubierto de oro – llagas tarde

Hizo una pausa y siguió hablando

Te presento a la señora Ornella D’angelo, ella es de quien te hable – dijo entonces dirigiéndose a ella –

Piacere di conoscerti – dijo ella en un italiano prolijo al tiempo que me extendía la mano y me regalaba una sonrisa

Estamos acá por negocios, mira, le he estado hablando mucho a Ornella de vos, un nuevo diamante en bruto

Dio un par de pitadas al habano largando una bocanada de humo y siguió

Ornella es una importante productora de películas condicionadas, está buscando una nueva cara latina, ya sabes.

Resumiendo, la chica jovencita que alguna vez había sido se hubiera puesto roja como un tomate, o se hubiera muerto de vergüenza, o se hubiera ofendido, pero esta mujer en la que el viejo me había convertido evaluó fríamente las posibilidades, muchísimo dinero por delante y, además, me pagarían por hacer algo que me encantaba hacer

Tomé la apuesta, dije que sí, que estaba dispuesta, no tenía nada por perder

Fuimos los tres al cuarto donde siempre tenía sexo ante la mirada del viejo Adolfo Cervantes, esta vez también estaría como espectadora la señora Ornella D’angelo, solo que no serían los únicos cambios, el cuarto estaba en exceso iluminado, me encontré con un par de camarógrafos, era solo probar mi reacción frente a los lentes de una cámara, y algo más, por primera vez no había hombres, solo dos chicas muy bonitas que esperaban por mi

No dije nada, nunca había estado con otras mujeres, pero sabía cómo era el mundo de las películas condicionadas y ciertamente siempre había tenido fantasías veladas de probar mi lado homosexual.

Sería mi primera vez de sentir los labios delicados de una mujer sobre los míos, de besar otros pechos, de dar sexo oral a una vagina jugosa, y en jugar muchas cosas que en verdad las chicas no imaginamos, pero que a los chicos le encanta observar, Ornella me diría alguna vez ‘nuestro trabajo es llevar a la realidad las sucias fantasías de los hombres’ y creo que era bastante cierto.

De esa primera vez recuerdo que traté de ser natural, de ser yo misma, de mostrarme auténtica, me encantó chupar conchitas, meter los dedos en un culito y dejarme penetrar por extrañas, jugar un juego de doble penetración anal con un juguete que parecía una serpiente, alcanzaba para ella, alcanzaba para mí.

Me perdí en la excitación impagable de sentirme filmada por un par de extraños, abrir toda mi concha ante un lente era como desnudar mi alma y solo me llené con nuevos y desconocidos orgasmos

Había tenido dos horas de sexo lésbico con dos extrañas, jamás supe sus nombres

De cero a diez me hubiera puesto un nueve por ser la primera vez, estaba contenta, extasiada, pero la calificación de Ornella me daría contra la pared, ella solo tiró un cinco, no era mucho, no era poco

Me dijo que no era la idea que tuviera sexo tan real, porque había mucho de actuación en el negocio, tendría que aprender a simular orgasmos, a gemir sin sentir, a hacer caras y jamás debería olvidarme que la única estrella en el set de filmación siempre sería la cámara, a ella, jamás se le negaba nada.

También me enseñaría a posar, fotos sexis, un cercano viaje a México para una coproducción con una empresa del rubro radicada en Estados Unidos y un contrato por demás de jugoso, sería todo un auténtico cambio en mi vida

Algo que me quedaría marcado de esa jornada, en algún momento le pregunté al viejo algo que me intrigaba, habiendo tantas jovencitas veinteañeras por ahí porqué se había fijado en mí, una mujer que ya había pasado los treinta y que correría con desventaja en el ambiente

Facil – dijo el entre pitadas de habanos – es cierto, hay putitas regaladas por todos lados, pero no tiene gracia, yo soy un artista y me gusta fabricar a mis propias putas.

Por algún tiempo seríamos socios, Ornella manejaba los negocios, Adolfo era mi representante y yo era quien trabajaba

Pasaron algunos años, hoy me doy la vida de reina, en una mansión al pie de las montañas en una verde pradera, con amores de ocasión, un tanto alejadas de las cámaras, logré cierto reconocimiento en el rubro pornográfico, pero siempre fueron producciones de segundo nivel, digamos que me retiré joven.

Se que Adolfo Cervantes se estableció en España, país donde había nacido, para vivir sus últimos días, también supe que tuvo algunos problemas con la justicia de mi país, él siempre había sido un tipo complicado y vivía de aprietes en aprietes a pobres estúpidos como había sido mi marido, por ejemplo.

Fermín, por cierto, con el empecé mi relato, y su figura como en este escrito, al avanzar en el tiempo y en estas letras solo se fue diluyendo hasta invisibilizarse, no sé qué fue de él, solo tengo claro que fue la llave que abrió la puerta a mi presente

Si te gustó esta historia puedes escribirme con títulos LABERINTOS MENTALES a dulces.placeres@live.com


Imágen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

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