Relato erótico de sexo con la mujer de mi papá

Mi familia nunca fue una verdadera familia, es bastante vergonzoso para mi decirlo, pero esa es la pura verdad. El matrimonio de mis padres siempre fue una mierda, una suma de engaños, mentiras y conflictos, poder, dinero, en una montaña de farsa.

Mi padre es un hombre de negocios, millonario, fue gerente en varias empresas privadas y estatales, tiene lazos estrechos con la política, con los sindicatos y con las mafias, es de esos tipos que todo arregla pasando un sobre con billetes por debajo de la mesa.

Mujeriego nato, combinaba su glamour masculino, con un poco de poder y su gruesa billetera, arma infalible para que las putitas del ambiente cayeran como moscas, era fácil encontrar mujeres bonitas interesadas en una vida sencilla y acomodada.

Mi madre por su lado, una mujer ambiciosa, no le iba en zaga, directora de una prestigiosa casa de estudios terciarios. A diferencia de mi padre creo que ella si lo había amado con todo su corazón, y que sus aventuras con otros hombres solo habían sido en represalia a lo que ella recibía, venganza, ojo por ojo, diente por diente.

Se veían poco y nada, cargados de ocupaciones, de problemas, las continuas infidelidades y luchas por espacios de poder y dinero terminaban en interminables discusiones, y todo se derrumbó demasiado rápido, mi hermano Jonás y yo éramos demasiados pequeños aún para entender lo que sucedía, pero solo decidieron separar sus caminos.

Tuve padrastros, y madrastras, ellos se siguieron frecuentando, pero solo por temas económicos, y como siempre, por espacios de poder, el divorcio solo había separado las cosas, pero era como que esa guerra parecía ser eterna.

Mi hermano y yo crecimos, adolescencia, nos hicimos adultos y con el tiempo pudimos ver de qué se trataba todo, una madre que jamás aceptaría que ya no tendría ese hombre que alguna vez había amado y un padre que cambiaba de mujer como cambiaba de ropa interior.

Supe jugar el juego, me ponía del lado de mamá cuando estaba con ella, y del lado de papá cuando estaba con él, el traicionero juego de saber ponerse el traje que correspondía en el momento adecuado.

Y tengo que decir que no se puede vivir rodeado de mierda sin salir salpicado. Me acostumbré a la plata fácil, a infligir reglas, a estar por encima de lo que cualquier persona normal podía estar, siempre había algún abogado a mano, una billetera cargada de dinero para acomodar lo billetes en el bolsillo indicado, o tal vez algún juez a quien cobrarle un favor, o un pobre tonto que pagara por tus platos rotos. Me hice corrupto, perdí todos los valores, y solo me importó una persona, yo mismo.

Así me encontraron los veinte años, mis únicas preocupaciones eran las chicas fáciles, las salidas nocturnas, el alcohol y el gimnasio.

Estaba todo el día ostentando mi cupé importada, sin importarme los límites de velocidad, conducir ebrio, menos pagar impuestos y tener la documentación en regla, como dije, todo podía arreglarse.

Mi hermano mayor, Jonás, había traído un nuevo problema a nuestra familia, si es que así podía llamarse, él, tan bastardo como todos quería en forma adelantada su parte de la herencia, le daba a papá justo donde le dolía, la situación había escalado a tal magnitud que ya había abogados de ambas partes trabajando en el tema.

Fue cuando decidí mudarme un tiempo a la casa de mi padre, si bien yo siempre andaba saltando entre su casa, la de mamá y mi propio departamento, sabía que debía estar cerca de mi padre para vigilar de cerca la movida, yo era parte interesada en todo este juego de poderes.

Mi padre estaba ya pisando los sesenta años, vivía en las afueras de la ciudad, en un prestigioso barrio privado donde solo se juntaba la crema de la sociedad, rodeado por altas murallas con vigilancia privada para evitar la gente de clase media y la de bajos recursos.

El lugar era paradisíaco, verde césped que se mantenía muy cuidado, impresionantes casas separadas a tal distancia que solo daba un aire de intimidad entre vecinos, garaje para cuatro vehículos, edificación en dos plantas, aire acondicionado y calefacción central, loza radiante, cuatro dormitorios, tres baños e innumerables detalles imposibles de narrar, con una enorme piscina en la parte posterior, con todos los lujos que puedan imaginar.

Tomé uno de los tantos cuartos superiores, alejado del dormitorio principal donde mi padre compartía cama con Lourdes, su mujer, mientras más lejos estuviera de meter mis narices en su relación, mejor para mí.

Lourdes tenía treinta y siete años, aunque aparentaba muchos menos, era muy joven para mi padre, pero con su perfil político económico, las diferencias de edades se disimulaban, la típica situación del viejo con plata y la joven interesada.

Algo tenía en claro, si mi padre estaba con ella era porque ella era una perra en el sexo, él no se metería con mujeres que le hicieran la vida imposible dándose vida de diosas, él quería putas en la cama, solo eso.

Ella no tenía un rostro bonito, ni mucho menos, hasta podría asegurar que a pesar de algunos retoques quirúrgicos seguía siendo fea, pero claro, tenía un físico privilegiado, con un culo y unas piernas sencillamente espectaculares y unas tetas que, a pesar de ser operadas, le quedaban muy bien.

La convivencia de a tres fue sencilla, cada cual en lo suyo, no había muchos diálogos, ni problemas, ni horarios, ni agendas, ni almuerzos familiares. Papá vivía ocupado en sus cosas, salía temprano, volvía tarde, pendiente de su celular, de sus negocios, rara vez le prestaba atención a su mujer, lo conocía bastante y sabía que en verdad no le interesaba la relación, pare el Lourdes era solo un buen culo disponible para cundo él quisiera tenerlo. Ella tampoco tenía horarios, solía salir con su coche importado, siempre bien vestida, impecable, llamativa, no sabía dónde iba, ni cuando regresaría y yo solo pasaba mis horas como el mejor holgazán de la tierra.

Poco a poco, casi sin notarlo, empecé a mirar a la mujer de papá, con ojos de hombre. Algunas pocas tardes, cuando mi padre podía disfrutar de la piscina, ella lo acompañaba, para él era solo de sentarse en la reposera, lejos del sol, con algún periódico o revista de su interés, pero ella…

Relato erótico de sexo con la mujer de mi papáElla disfrutaba el sol, el agua, generalmente se paseaba con una gran capellina y lentes oscuros para el sol, con un diminuto traje de baño, de esas que necesitan un profundo depilado íntimo, enterrada entre sus enormes nalgas dejando muy poco para imaginar, con las tetas pareciendo explotar, pavoneándose como princesa en una forma más que sugestiva, sin dudas era la clase de putas de las que mi padre se enamoraba, y lo que es peor, como buen hijo suyo, sus curvas empezaban a enloquecerme.

En esas tardes, yo prefería quedarme en mi cuarto, como dije, no era muy adepto a meterme en esa relación tóxica de intereses, pero no podía evitar espiar desde la planta alta, es que ese cuerpo era perfecto y me daba sana envidia ver lo que papá ‘se comía’.

Y empecé a fantasear, empecé a masturbarme, ella era mucho mayor que yo, pero sin dudas no se comparaba con ninguna de las chicas de mi edad, ella parecía segura de sí misma y la adiviné un infierno en la cama, una mujer sin prejuicios, donde no había ‘no’ como respuesta.

Pero era la esposa de mi padre, y yo no podía ir más lejos, era un bastardo sin dudas, pero no podía siquiera imaginar traicionar a mi propia sangre, pero si podía jugar, así que no solo la observaba desde mi cuarto, cuando ella solo se recostaba a tomar sol boca abajo y su enorme culo quedaba apuntando a mi lado, sin que ellos lo notaran podía tomar con mi móvil impresionantes fotos de su descomunal retaguardia, que me llevaban a terribles erecciones.

Sin embargo, todo cambiaría rápidamente, y en un abrir y cerrar de ojos la fruta prohibida estaría al alcance de mi mano.

Todo empezó con esas fotos, que ya eran costumbre en mis tardes de verano, papá estaba a un lado de la piscina, perdido en su lectura, ella se había acomodado a su lado, boca abajo, desde mi posición elevada tenía una ángulo perfecto, una diminuta tanga apenas se dibujaba es su trasero, el color negro le quedaba bien, empecé con mi trabajo, con esas tomas para inmortalizarla, de repente, ella giró su cabeza hacia mi lado, me sorprendió y por más que quise disimularlo, Lourdes había notado lo que estaba haciendo, solo una sonrisa profunda se marcó en sus labios, solo para asegurarse que yo supiera que ella lo sabía. Solo siguió como si nada, sin decir nada.

Y las cosas serían ya diferentes, cada cruce, cada sonrisa, aunque mi padre estuviera presente, ella solo me miraba con el pecado brillando en sus ojos, sabiendo que me tenía en un puño, y disfrutó ese juego, provocándome con sus ropas, con sus insinuaciones, y todo se fue haciendo más y más peligroso.

Íntimamente sabía cómo terminaría la historia, porque en algún punto sentí su acoso indirecto, con esas provocaciones frente a mi padre, y también directas, puesto que en cruces cercanos ella me tocaba la cola, o se ponía tan cerca que podía sentir su aliento mascando chicle, clavando su mirada en mis ojos y yo solo la evadía, una y otra vez, el hecho de que era la mujer de mi papá me impedía avanzar, pero mi fuerza para resistir poco a poco se iba agotando.

Lourdes era una perra, una loba, una puta, era obvio cuanto le gustaba la verga y era obvio que buscaba que yo la cogiera.

Esa mañana me había levantado bastante tarde, cerca del mediodía, asumí que no había nadie en casa, papá nunca estaba y Lourdes tenía sus temas también, era habitual que ella volviera cada tarde para disfrutar del sol y la piscina, el silencio era sepulcral, pasé por el baño y luego a la cocina, encendí la tv y fui a prepararme algo para desayunar, solo estaba en slip, ni siquiera me había calzado, estaba concentrado en mis cosas. Lourdes me tomó por sorpresa, por la espalda, no la sentí venir, incluso me asustó haciendo que la caja de leche que tenía en mis manos se resbalara haciendo un desastre sobre la mesada.

Era notorio que lo había calculado, siempre me quedará grabada esa imagen, toda de negro, con una tanga casi imperceptible, con sus enormes nalgas desnudas, unas medias de nailon ajustadas bien arriba en sus esbeltos muslos, parada sobre zapatos de altos tacos finos, por arriba desnuda, sin nada, solo le daba un toque sexi una bata transparente que iba desde sus hombros hasta el piso, ajustada por delante con un cinturón enlazado de seda.

Mi regaló una sonrisa, pasó su mano por mi espalda y me susurró

Hola maricón… me vas a seguir evadiendo? si quieres puedo conseguirte un novio…

Ella me dejó y fue a un lado, donde reposaba sobre la mesada un copón con variadas frutas, se reclinó hacia adelante de manera que su trasero quedara exultante, me miró con pecado, tomó un uva del racimo y solo jugó con ella entre sus labios, la comió, muy provocativa, luego otra y obviamente ya tenía una terrible erección imposible de disimular, fui sobre ella, la tomé a la fuerza por la cintura, la levanté y la senté sobre la mesada, le apreté las tetas, le metí la lengua en su boca, sus besos fueron muy ricos y sentí sus manos recorrerme, una por la nuca, otra sobre mi slip.

Lourdes soltó su bata, sus tetas desnudas quedaron ante mis ojos, eran dos pelotas que evidenciaban las manos de un meticuloso cirujano, no me importó, tomé la caja con la poca leche que quedaba en ella y la vertí en su pecho, bajo su cuello, aún estaba fría y sus pezones erizándose dejaron evidencia de ello.

Se los comí, uno el otro, izquierda, derecha, ella respiraba excitada, su piel tenía sabor a leche, ella era mi desayuno improvisado.

Mis manos se llenaban con sus perfectos muslos que estaban a los lados de mi cadera, la bata había caído y solo con furia le romí la tanga que estoicamente parecía defender las puertas del infierno

Guau! tranquilo mi potro salvaje! – sentenció al ver mi calor incontenible

Levanté sus piernas, bien abiertas, su conchita lampiña y regordeta quedé frente a mi rostro, sus flujos la rebalsaban y en instantes el mármol de la fría mesada comenzaba a impregnarse de su lado femenino.

Metí mi cara en ella, probé su miel, sus labios, su placer fue mi placer, solo le comí la conchita plácidamente, y digo conchita solo por ser cordial al escribir, porque honestamente Lourdes tenía era un conchuda terrible, y eso me calentaba, metiendo la lengua en su enorme caverna y en un clítoris que intimidaba por su tamaño.

Ella con sus manos tomó mi cabeza y solo me mantuvo pegado a su vulva diciéndome entre jadeos cada vez más incontrolables que no dejara de chuparla, la sentí venir, y fue demasiado loco.

Iba a cogerla, pero Lourdes se las ingenió para evitarme y escapar de mi alcance, solo estaba con esas medias de nailon y sus zapatos de tacos finos, solo eso, nada más y así como estaba abrió uno de los ventanales para ir al patio trasero sobre la piscina.

Tomó una de las tantas sillas, posó para mi bajo el cálido sol del mediodía y me invitó a seguirla. Una locura, dejé el slip y fui desnudo tras ella, sin importarme el entorno, posibles fisgones, nada de nada.

Solo la tomé por la cintura y empecé a cogerla, con fuerza, profundo, ella gritaba como si la estuviera asesinando, su trasero lucía enorme y más enorme su esfínter, notoriamente dilatado, fui por detrás sin pedirlo, y entró con casi nula resistencia, se la di un rato por el culo, y volví a su conchita, y a su culo otra vez.

La situación me sobrepasó, era demasiada mujer para mí, demasiado perfecta, demasiado puta, demasiado extrovertida, hacía mucho tiempo que lo deseaba y al final le llené el culito de leche.

Pero me seguí moviendo, era solo el principio, fue el turno de volver a su concha y darle por delante, su trasero bronceado era irresistible a mis ojos, y más ahora, todo abierto y chorreando mis propios jugos, no tardaría en volver a hacerlo, ahora por delante.

Después de esa rica cogida ella volvió a escaparse de mis garras, dejó los zapatos de lado, también las medias, ambos quedaos como habíamos llegado al mundo, Lourdes se zambulló de cabeza en la piscina, con una risa contagiosa, me tiró agua con su mano, como provocándome y fui tras ella.

Dos cuerpos desnudos, amantes, jugando a hacer el amor, nos besamos nuevamente, nos acariciamos, metí mis dedos en sus amplios agujeros, una vez más, mordí sus pechos, comí sus labios, ella fue por todo, se metió bajo el agua y empezó a chupármela, un rato mientras puedo aguantar el aire, salió a la superficie a recuperarse, me besó y usó sus manos para continuar lo que hacía con su boca, y fue abajo y volvió a salir, una vez, otra vez, me sentí venir nuevamente.

Ella emergió y solo me besaba, terminando el trabajo con sus manos, cada tanto me susurraba al oído que quería llegar al final.

Espesas manchas de líquido seminal se desplazaron por la cristalina agua de la piscina, fue todo muy loco.

El sol ya quemaba demasiado y realmente los ruidos de mi estómago aun en ayunas me llamaban a otro sitio, terminamos los juegos, volvimos a la cocina, aun con nuestros cuerpos húmedos, los cabellos de Lourdes chorreaban agua, estábamos desnudos, me puse nuevamente el slip ella tomó una de las tantas camisas de mi padre, solo se la puso sin abrochar, le quedaba como un vestido corto, abierto por delante donde podía ver parte de sus tetas y lo mejor, su coqueta concha, descalza, deshinibida, me daba una imagen demasiado sensual, donde solo podía adivinar las partes de sus cuerpo que no veía por la tela de la camisa.

Improvisamos un almuerzo donde a cada instante ella se encargó de provocarme, en la forma en que estaba sentada, con cada mirada, como tomaba la copa de vino, con palabras disimuladas, al punto de terminar con la verga dura.

Pero esta vez el juego no seguiría adelante, me hizo entender que había demasiadas cosas para acomodar y poner en su sitio antes que regresara mi padre, y también adiviné que solo había sido su forma de dejarme caliente, para tenerme disponible para un próximo y cercano encuentro.

Toda mi vida se haría muy loca en los siguientes cinco años que duraría mi historia de amantes con Lourdes, cogíamos a diario y casi nunca lo hacíamos en la cama, ella prefería la adrenalina, la piscina, la mesada de la cocina, una de las mesas o las sillas del comedor, la ducha del baño, en su auto, en el mío, era imposible evitarla, me encantaba su edad, me encantaba como cogía, y ella tomaba mi juventud a cambio y yo la sacaba de la vida llena de dinero pero por demás monótona que mi padre le ofrecía.

Lo curioso es que lo hice cornudo a mi propio padre y el jamás lo imaginó.

Pero sabía que nuestra historia no duraría mucho tiempo, papá solo se cansó de ella, a mi padre no le duraban demasiado las mujeres, para él eran como los coches, darse el gusto y poco tiempo después ir por un modelo más nuevo.

Lourdes sabía también que ella era cornuda y que todo se caía a pedazos, no tardó en engancharse a un ex jugador de polo que pisaba los cincuenta, un tipo famoso en el medio, la clase de hombres de los que ella se enamoraba.

Y cuando ella se fue se llevó nuestra historia, yo solo la dejé partir, no me quedaron alternativas, solo me queda el mejor de los recuerdos, ella logró arrancarme por un largo tiempo de mis problemas con mis padres, con mi hermano y la herencia, del dinero y los problemas terrenales, ella me dio el mejor sexo que un hombre pudiera recibir.

Si te gustó esta historia puedes escribirme con título LA MUJER DE MI PAPA a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

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