Relato de una historia erótica con mi jefa y su aviso de «te voy a lastimar»

Siempre fui un segundón, uno más en el montón en la manada. No es que me definiera como un perdedor, pero siempre sería el tipo que tendría que hacer cola para entrar a cualquier evento, al que siempre le tocaría viajar de pie en un ómnibus, el que no tendría aventuras llenas de adrenalina para contar y quien toda su vida solo iría de casa al trabajo y del trabajo a casa. Puedo decir que soy un tipo feliz, pero mi vida siempre fue un tanto gris.

Venía de fracasar de mi segunda relación de pareja, vivía solo y no tenía intenciones de volver a enamorarme. Suelo vestir informal, me gustan los tonos de grises, tal vez, el color de mi vida.

Mi empleo era básico, en un estamento gubernamental archivando papeleos de sol a sol, en un viejo edificio de mitad de siglo pasado, de gruesos muros y puertas altísimas que parecían llegar al cielo. Llevo más de veinte años atascado en ese sitio, tras un viejo escritorio descolado y crujiente, y no tengo ilusiones de un progreso que nunca llegará. Tal vez me había afianzado demasiado en ese puesto y si bien era un piojo insignificante en ese sitio, pues yo me sentía seguro, me sentía el rey porque solo yo sabía que cosa estaba en cada lugar.

Los que pasaban por ahí sabían que ‘Gutiérrez’ era el referente, porque así era, para todos era Gutiérrez, todos me llamaban por mi apellido, y eso me molestaba un poco, yo me llamaba Ignacio y que no me llamaran por mi nombre me hacía sentir que era solo parte del decorado, como que ponía distancia, y todo se hacía frío. No es que me trataran mal, ni nada por el estilo, estaba muy cómodo en mi zona de confort, pero nunca sería nadie importante, nunca sería recordado.

Ese era mi lugar, y en mi lugar yo me sentía importante, era el rey de mi trono porque solo yo sabía de esos burocráticos papeleos y nadie metía las narices en mi reinado, todos asumían que en esa oficina Gutiérrez era el dueño.

Eso me daba una imagen de sentirme necesario, importante, sabía que si me iba de licencia pronto me llamarían puesto que al menos en ese punto, todo sería un caos en mi ausencia.

Llegó el día en el que el jefe departamental, que era mi superior inmediato, tomaría un traslado a otra dependencia y el puesto quedaría vacante, alguna vez la tonta idea de un ascenso se había cruzado por mi cabeza, pero era solo una tonta utopía, ya no tenía la edad, ni los conocimientos, ni la autoridad, en resumen, no era el perfil buscado en los tiempos que corrían.

Poco después empezarían los rumores de pasillo, hablaban de una nueva jefa, en femenino, una chica jovencita, no había mucha información más allá de lo que los chismosos hurgueteaban en redes sociales, muchas dudas, muchas intrigas y pocas certezas, personalmente, no tenía muchas inquietudes, sabía que sería una más entre tantos, era parte de mi rutina ver como mis jefes cambiaran cada tanto en tanto, era otro nivel de vida, ese nivel que jamás sería para un tipo como yo.

El día que conocí a Alicia, o Alice, como todos la llamaban, sería un antes y un después en mi vida.

Ella se presentó en mi despacho, y en forma inmediata caí envuelto en sus encantos, no porque fuera mujer, si no por lo que era en sí misma.

Alice era mucho más joven que yo, obviamente, aparentaba poco más de treinta, era delgada, de estatura normal, no mostraba tener mucho busto, ni muchas caderas, ni mucha cola, pero si unas curvas muy armónicas, lucía una camisita entallada en lila pálido, con una chaqueta negra y una pollera ajustada haciendo juego que iba hasta sus rodillas, vi unas medias de nylon y unos zapatos brillantes de tacos altos. Alice tenía el cabello renegrido lacio, a media espalda y la tez blanca como la leche que disimulaba con un escueto maquillaje, su rostro era muy bonito, delgados ojos negros de mirar vivaz, una naricita respingada y unos labios muy marcados, su perfume invadió el sitio y por primera vez no respiraba el pestilente olor a humedad de la vieja edificación y en esa primera impresión supe que estaba ante una mujer de otro status, muy lejano al mío.

Alice dio unos rodeos y se presentó, me estrechó la mano en forma muy protocolar y me regaló una sonrisa que rompió con todas mis defensas, recuerdo que ella se sentó de lado sobre un extremo de mi escritorio, marcando uno de sus muslos y parte de sus nalgas en forma tan arriesgada como sugerente, pero en poco tiempo aprendería que ella era así, era como su marca registrada. Hablamos un poco sobre mi trabajo, mis actividades, mis ideas, y ella me contó sobre las suyas, proyectos, mejoras y un sinfín de cosas. Lo mejor para mí fue que ella, a pesar de ser mi nueva jefa no me llamaría ‘Gutiérrez’, ni siquiera Ignacio, para ella siempre sería solo ‘Nacho’. Para mí sería muy estimulante, sentía que al menos para ella yo no era uno más, y me aboqué en mi trabajo, a ser mejor, a superarme, solo para que ella lo notara.

Creo que me enamoré en silencio de esa mujer, por su simpatía, por cómo me trataba, por cómo era, y fantaseaba con esa jovencita con la cual no solo hablábamos de trabajo, porque también hablábamos de nuestras vidas. Y justo en esos momentos, paradójicamente era cuando más insignificante yo me sentía. Alice era una mujer enorme, había ocupado cargos gerenciales en distintas empresas alrededor del mundo, a pesar de su corta edad hablaba a la perfección cuatro idiomas diferentes, había vivido en Francia, en Australia y en Canadá, su pasar económico era inalcanzable para mi pobre salario de bolsillo y solo sabía que ella jamás sería más que mi jefa por un corto tiempo.

Viví esos días en una fantasía, yo notaba que ella a veces jugaba conmigo un poco más lejos de los límites y algunos de mis compañeros me decían ‘Gutiérrez, la jefa está con vos!, no te das cuenta? que esperas? no seas tonto!’.

Pero yo siempre fui un poco quedado con las mujeres y solo no me anime a más, solo se me atragantaban las palabras y además no podía dejar de pensar que ella era mi superior inmediato, y si fuera un error? una mala interpretación? y si perdiera el empleo?, como fuera solo nunca me decidí a saltar al vacío

Con el correr del tiempo, empecé a ver algún cambio en ella, poco a poco pareció ir perdiendo esa confidencia conmigo y fue como que se fue alejando de mi lado, y pude notar que empezaba a codearse con un par de ella, otro jefe seccional que ‘si’ estaba a su altura, y en verdad eso me molestaba, cuando la veía charlar con él, esas risas confidentes, y al ver que pasaban demasiado tiempo juntos me hacía sentir puñales atravesando mi corazón. Adiviné que él si había hecho lo que yo no me había animado a hacer, llevarla a la cama, y entre dudas y certezas terminé odiando a ese tipo.

Ella pasó una mañana a despedirse por mi despacho, después de tres años había conseguido otro empleo mejor pago, y solo eso, yo sabía que tarde o temprano sucedería, así eran esos puestos, jefes venían, jefes se iban, pero su partida me causó un profundo dolor. Mis días volverían a ser grises, llegaría un nuevo jefe, volvería a ser ‘Gutiérrez’ para todos y nuevamente me encerrará en mi ostracismo apático y amargo.

El destino nos juntaría nuevamente dos años después, habían organizado una cena de trabajo, de esas que terminan cuando sale el sol, y como siempre sucedía se invitaba a ‘los exs’. Honestamente, no sabía que ella iría y sentí mi corazón galopar cuando me enteré de la buena nueva.

Solo por ella me compré un jean celeste y una camisa negra con pequeñas calaveras blancas, me pareció apropiado, al menos quería salir de mi rotulada imagen de insípidos grises. Todo tenía que salir perfecto, aunque no fuera solo para volver a verla, porque ella se me hacía tan grande y me sentía tan insignificante a su lado que seguramente no me animaría a nada.

Cuando la vi, sentí esa impresión de la primera vez, Alice tenía un vestidito suelto, en tonos de ocres, amarillos y verdes claros, apenas marcaba su escueto busto y no mucho más, me sonrió como siempre, me abrazo y me besó en la mejilla, volvió a embriagarme su perfume dulzón, y sentí mi corazón saltar de mi pecho nuevamente, ella estaba delgada, más de lo que la recordaba, pero siempre radiante con su sonrisa marcada.

Éramos más de treinta personas, pero para mí solo estaba ella y estuve solo pendiente de ella, aunque noté que la situación no era recíproca y volví a sentir esa odiosa sensación de no entender si Alice tenía algún mínimo interés en mi o eran solo las tontas fantasías de un hombre gris.

Se hacía tarde ya, demasiado, algunos empezaron a irse y había llegado el momento de mi despedida, fui a saludarla, fue cuando me preguntó

En que te vas?

Camino un par de cuadras hasta la avenida, seguro engancho a algún taxi – respondí con honestidad –

No, no, de ninguna manera, – respondió – vamos que te alcanzo, a esta hora será imposible que consigas un taxi

Pero no… – repliqué – no te molestes por mi

Vamos, está decidido… – sentenció ella cortando el diálogo –

Saludamos y fuimos a su coche, un cero kilómetro impecable, con asientos de cuero y miles de lucecitas, las cosas de la vida, jamás hubiera podido comprar un coche, ni siquiera sabía conducir.
En el camino, ya lejos de los bullicios de la cena, me contó cosas de su vida, hasta que llegamos a mi modesto departamento, estacionó a un lado y solo se quedó mirándome, esperando que yo dijera lo que correspondía decir en ese caso, y aun así, me costó enhebrar las palabras en forma correcta

Querés pasar? no sé, hablamos un rato.

Ella simuló pensar la respuesta que era obvia, miró la hora y tiró

Solo unos minutos, es tarde…

Subimos por las escaleras al segundo piso, me daba mucha vergüenza, mi departamentito sería una pocilga al lado de los palacios en los que seguramente acostumbraba a vivir, pero era la oportunidad que siempre había esperado

Queres tomar un café? – sugerí sumergido en un más de nervios

Mejor algo fuerte, tenés algún trago que queme la garganta? – respondió ella sin rodeos

Siempre fui un tonto, no tenía nada para ofrecerle, apenas recordé una añeja botella de vodka que alguna vez me habían regalado y estaba por ahí perdida entre mis cosas.

Fui por ella, serví en un vasito pequeño solo para ella, a mí no me gustaba, Alice lo bebió casi de un sorbo al punto de humedecerse sus ojos por la quemazón del alcohol en su garganta, lo extendió y dijo segura de sí misma

Otro!, esto me ayuda a relajarme en estos casos…

Se lo serví y solo repitió el trago profundo, dejó el vasito a un lado y vino decidida sobre mí, se estiró en puntas de pies, enredó sus brazos por mi cuello, me miró con la profundidad de sus ojos negros y me dio un eterno beso en la boca, sabroso, lleno de pecado, me llené el olfato con su perfume y me sentí el hombre más afortunado del mundo. Aún tenía la botella en mi mano izquierda y aun no me animaba a tomarla por la cintura, siempre fui un estúpido quedado.

Alice tomó una de mis manos y la llevó por detrás, directo sobre su nalga, y me sentí morir, la seda del vestido se interponía entre mi tacto y la curvatura de su piel, sentí mi corazón agitarse, mi sangre bullir, mis sienes explotar, la aferré contra mi cuerpo, sin dudas ella sintió lo duro de mi sexo apretarse contra su vientre y fue muy rico poder hacerlo.

Me hizo recular hasta un sillón que tengo en un improvisado living, mientras me sacaba el pantalón ella iba desabrochando mi camisa, en esos enredos desesperados de amantes que arden en el infierno, sus besos sabían a pecado y sus labios a deseos, me mordisqueaba el pecho al borde del dolor y me supo muy caliente.

En segundos mi sexo erecto estaba desnudo antes sus ojos, yo sentado en el sillón, ella entre mis piernas, Alice me miró fijamente entonces, con esas miradas que matan, que queman, tomó mi verga en su mano y solo empezó a masturbarme, lentamente, muy rico, había desnudado mi glande y solo presionaba muy abajo contra mis testículos, solo un par de milímetros, arriba, abajo, una y otra vez, con ritmo, sin pausa.

Esperaba que ella hiciera algo más, pero solo se mantenía ahí, en un juego que me mataría tarde o temprano. Con su mano libre dejó caer lentamente los breteles de su vestido para desnudar ante mis ojos sus diminutos pechos que hubieran sobrado en mi mano, unos pezones oscuros y punzantes asomaron amenazantes embebidos en excitación.

No pude más, me sentí venir, ella lo notó y pareció excitarse con eso, noté que ya no miraba mis ojos, ahora, un tanto bizca por la cercanía, su mirada estaba fija en la punta de mi verga esperando ansiosa el final. Estalle en profundos chorros de semen, que fueron a parar sobre mi abdomen, sobre mi sexo y sobre su mano. Una sonrisa se dibujó en su rostro seguramente sorprendida por la cantidad de leche que había desparramado, entonces llegó con sus labios a mi piel, a besar todos los sitios donde yo estaba manchado, dejando que viera sus labios blanquecinos y pegotes, la sentí acomodar sus pechos sobre mi sexo y producir un roce mu caliente entre ambos.

Alice se incorporó, dejó caer el vestido al piso, quedo casi desnuda a mis ojos, apenas con un sensual culote transparente muy provocativo, sus huesudas costillas se marcaban en una respiración candente y en su vientre plano llamaba mi atención un diminuto piercing brillante adornando su ombligo.

Me incorporé y la alcé entre mis brazos como un novio levanta a su novia y la llevé al dormitorio, la dejé sobre la cama como a una princesa, estaba agitada, solo deslicé con dulzura su ropa interior, fue mi turno de arrodillarme para ir entre sus piernas.

Su intimidad lucía depilada por completo, pasé mi lengua por sus labios, suaves como piel de bebé, y su hueco sabía a pecado, sus jugos impregnados en su intimidad fue el mejor de los placeres y solo lo hice con mucha lentitud, devolviéndole el juego que ella me había propuesto al masturbarme.

El cuarto estaba en penumbras y observé los contornos de su silueta femenina, como ella encorvaba inconscientemente su espinazo retorciéndose en placer, sus delicadas manos acariciando esos suaves senos, su rostro ladeado, perdido en tiempo y espacio con jadeos contenidos de lujuria, fue perfecto, la tenía bajo control, y por mi cabeza mientras daba el mejor sexo oral que pudiera dar, se cruzaban las imágenes de los días de oficina, de la relación de jefa y empleado y solo me parecía imposible tenerla ahora, en ese momento, en ese lugar, tan entregada en mi cama.

Sus gemidos al borde del orgasmo me trajeron a la realidad y me esmeré para sacar todo el placer de sus entrañas

Cogeme! cogeme por favor… – pareció suplicar luego del potente orgasmo –

Fui por todo, me metí de lleno en su sexo, hasta el fondo, mi pene duro llegó hasta lo mas profundo y sentí su conchita envolverlo por completo, me incliné hacia adelante para alternar besos entre sus pechos y su boca, me llenaba las manos con sus nalgas y ella acariciaba mi espalda y mis cabellos, me llenaba de placer y sus quejidos endulzaban mis oídos.

Una vez, y otra vez, luego en cuatro, luego de costado, una forma y otra, todo quería probar con ella y todo parecía ser insuficiente.

relato sexo con la jefaAlice vino sobre mí, a cabalgarme, su rostro me regalaba placer y ella era ahora quien llevaba el ritmo frotando su clítoris en mi pubis, la notaba excitada en demasía, con orgasmos que la hacían caer al precipicio, con sus brazos tensos apoyados en mi pecho, con su espalda encorvada hacia atrás, y su rostro perdido en la nada misma, me excitaba por su placer y por tener esa preciosura haciéndome el amor, veía sus dulces pechos moverse en sintonía, su rostro, sus facciones, sus ojos, sus labios, sus largos cabellos colgando al punto de sentir acariciar mi piel con ellos, no pudo evitarlo, solo la dejé hacer y solo me sentí venir en su interior, Alice lo vio llegar y se estremeció en ese momento, acelerando el ritmo y haciendo la penetración más profunda, fue épico.

Seguimos jugando un rato más y puedo decir que había tenido el mejor sexo de mi vida. Ella se acurrucó entre mis brazos y yo aún estaba incrédulo, diablos! que tipo afortunado, me había tirado a mi jefa!

En algún punto, Alice se incorporó, y fue en busca de su ropa interior y su vestido,

Quedate a dormir, donde vas a esta hora? – le dije en tono de súplica

No, no puedo, sería un error – respondió poniendo un hielo entre ambos que me desubicó por completo –

Pero por qué? no te gustó? estuve mal? no entiendo… – respondí con notable melancolía y con mi inocultable sentimiento de inferioridad –

Ella se sentó a un lado, hizo una pausa, me tomó una mano entre las suyas, respiró resignada y con la mirada perdida reflexionó en voz alta

Sabes Nacho, no estuve con muchos hombres en la cama, pero estuve con los suficientes, y quiero que sepas que no valoro a un hombre por el tamaño de su bolsillo, mucho menos por el tamaño de su sexo, ni siquiera por la cantidad de eyaculaciones que pueda lograr en una noche, no, para nada, yo solamente me enamoro de los sentimientos de esa persona y te juro por lo que más quieras que nadie movió en mi lo que vos moviste, no sabes cuanto tiempo esperé este momento y creí que jamás te animarías a dar el paso…

Y entonces? – respondí aún más angustiado

Sería un error, no lo vas a entender, pero sería un error permitir que te enamores de mí, créeme, te voy a lastimar…

Solo me besó la frente, como una madre besa a su hijo antes de partir, y solo la dejé ir, estúpido como de costumbre, no me animé a retenerla en ese momento…

Mi vida se transformaría en una mierda, no supe más nada de ella y me envolvió nuevamente la monotonía de mis días rutinarios y grises, pensaba y pensaba sin entender y en mis pensamientos yo me enojé mucho con Alice, mi conclusión fue que ella jamás podría enamorarse de un tipo simplón como yo porqué jamás estaría a su altura y prefirió una excusa elegante a decir la verdad. Solo me quedé con lo mejor de esa noche de sexo y con el sabor agridulce en la boca de no poder repetirla.

Sin embargo, la cruda realidad volvería a golpearme no mucho tiempo después y solo ahí entendería lo que ella había insinuado, ‘te voy a lastimar si dejo que te enamores de mi’

Esa mañana no sería una mañana más, como siempre, yo era el último tonto en enterarme de las novedades, pero había noticias que viajan de boca en boca a la velocidad de la luz, primero fue solo un chimento de pasillo, pero no tardaría en confirmarse.

Muchos recordaban a la jefecita como una chica alegre que siempre regalaba una sonrisa, pocos, o nadie sabía que ella luchaba hacía un tiempo con una leucemia fulminante, y cuando me enteré que su vida se había apagado sentí en parte que la mía también de apagaba.

Me dejé caer sobre el viejo sillón, estaba devastado y recuerdo haber llorado como un chiquillo, como jamás había llorado, la vida es muy injusta y cruel a veces.

No fui a su velorio, no podía, cómo podría? ella solo se fue y se llevó lo mejor de mí, el mundo sigue girando y mis días siguen grises entre pilas de papeles acumulados en mi despacho, con un jefe que solo me llama ‘Gutiérrez’.

Nadie lo sabe, pero en mis peores momentos, abro uno de los cajones de mi escritorio para buscar esa foto que ella alguna vez me había regalado, con esa eterna sonrisa, esa sonrisa que ilumina mi vida como un arcoíris de colores.

Si te gustó la historia puedes escribirme con título ‘TE VOY A LASTIMAR’ a dulces.placeres@live.com


Imagen únicamente de caracter ilustrativo para este relato erótico…

 

En vivo ahora

Deja un comentario

esposasymaridos